Nota: ¡Hola! Volví al fandom de Naruto, y ni yo me lo puedo creer. Esta vez no al SasuSaku, sino a algo un poco más distinto. Algo patético. Algo que nadie lee, nunca... ¡una historia con una OC! Sí, estoy al borde de arrepentirme de subirlo, pero vamos a darle una chance. Hace muchos años que tengo a esta OC guardada en mi armario, pero por idioteces de la inspiración que golpea ahí justo donde uno menos la necesita, esta historia olvidada empezó a tomar forma... Y acá la tienen. Creo que también me dio un empujoncio la relectura del manga. Cuando leí en la explicación sobre la masacre de los Uchiha eso de "tuvo que matar a todos, su padre, su madre, su novia" como que dije ¡ESTA ES LA MÍA!

Dedicatoria: Este fic está obviamente dedicado enterito enterito a Maca, mi amiga a distancia, que roleó esta historia conmigo cuando ambas éramos unas crías insolentes que se quedaban hasta las seis de la mañana inventando historias. Te agradezco tanto todo el tiempo que dedicaste a mí, amiga! ¡Te quiero!


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Capítulo uno:

Cien veces no debo

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Siempre le había agradado el color escarlata. No es que usualmente se detuviera a pensar en escalas cromáticas, pero tampoco negaba que tenía tendencia a quedarse absorto mirando objetos o paisajes con ese tono rojo oscuro, pero vivo. Una parte de él se lo atribuía a su propia vanidad, ya que era un color similar al que adoptaban sus iris cuando activaba el sharingan. Unos pocos minutos después se contradecía y lo relacionaba con el emblema de su familia, pero volvía a negarlo al rato. Era algo que sentía, no un estudio profundo de su cabeza.

Usualmente no pensaba en ello, pero desde donde estaba, apostado en un árbol, se veían con claridad las llamas que por momentos ascendían como columnas escarlatas. El color lo maravillaba, pero no podía permitirse la distracción. Se movió como una sombra por los árboles, sabiendo de antemano que iba a escuchar el sonido susurrante de las hojas cuando sus compañeros de equipo lo siguieran. Frunció el ceño al pensar en la cantidad de hombres y mujeres que se deslizaban en silencio tras él. Era la misión más importante que había tenido hasta ahora, pero más de medio ANBU estaba con él… y eso echaba por tierra la posibilidad de mantenerse en sigilo.

Extendió un brazo a su costado y cerró lentamente la mano en un puño. Los pocos sonidos que hacían los pies de sus compañeros al moverse se detuvieron del todo, y pasaron a convertirse en respiraciones acompasadas. Cerró los ojos y oyó el sonido que hacía el aire al entrar y salir de los ninjas que tenía a su alrededor, algo imperceptible para cualquiera, pero obvio para él.

No tuvo tiempo de regodearse en su propia habilidad, ya que debía concentrar su atención en el camino que tenían por recorrer. No tuvo la necesidad de sacar el mapa que tenía enrollado y guardado en uno de los pliegues de su ropa, ya que las columnas de fuego y humo funcionaban como una enorme marca en el paisaje que les indicaba hacia dónde ir.

Volvió a torcer el gesto. Aquello…

– No es lo que debería ser. – dijo una voz a su lado, a coro con sus pensamientos – Itachi…

El Uchiha se removió en su lugar, inquieto, pero sin hacer un ruido. Asintió una vez con la cabeza.

Se suponía que encontrarían una casa. Una gran casa en las afueras de la aldea, en tierra de nadie, oculta por bosques, lagos y pantanos que funcionaban como un enorme laberinto para quien no supiera el camino o no tuviera las habilidades como para averiguarlo.

Era la tercera incursión que habían hecho, y la definitiva. Debían entrar en la casa, cumplir su misión, y huir. Debían eliminar lo sobrante, tomar lo necesario, y huir.

No debían encontrar la casa en llamas.

Itachi hizo otra seña con el brazo y, como si de frutos maduros se tratara, los ninjas comenzaron a caer de los árboles. Muchos parecían no haber tenido contacto con el suelo, ya que apenas se acercaron al mismo, salieron disparados como rayos por distintas direcciones.

Esperó pacientemente, realizando una perfecta imitación de una estatua que, aunque nadie pudiera notarlo, respiraba. Diez minutos se mantuvo en esa posición, dándoles tiempo a los demás para que rodearan el prado donde se encontraba la que, en algún momento, había sido una hermosa residencia. Tenía que evitar bajo cualquier riesgo que se le escape el objetivo.

Porque estaba en llamas. Y no debían haber encontrado la casa en llamas. No debían haber encontrado huellas de una terrible batalla.

Se acarició el puente de la nariz con el dedo pulgar y el índice, frunciendo el ceño. Su primera misión como capitán había empezado completamente del revés, pero no era de los que se lamentaran por mucho tiempo seguido. Iba a continuar aunque las reglas del juego hubieran cambiado.

Cerró el puño con fuerza y le propinó un fuerte golpe al árbol que tenía a su lado. Los pájaros, asustados, abandonaron sus refugios y aquello funcionó como señal para que todo el escuadrón de ANBUs emprendiera una lenta silenciosa caminata desde todos los ángulos, hacia la mansión Akagi.

Aprovechando el ocultamiento que le proporcionaba su máscara, cerró los ojos con gesto de concentración y al volverlos a abrir supo que su iris había cambiado de color, ya que todo a su alrededor se veía distinto.

Pero de nada servía el sharingan, ya que los muertos por lo general no se movían.

No debían haber encontrado la casa en llamas. No debían haber encontrado huellas de una terrible batalla. No debía haber cadáveres por doquier, regando el espacio.

– Itachi…

– Lo sé. – respondió, tajante. El sonido de su voz se distorsionó por tener puesta la máscara, pero aun así notó que sus compañeros se ponían en guardia a su alrededor. Había utilizado un tono grave, para darles a entender que no debían bajar la guardia. Ellos, a su manera, habían asentido a su implícita orden, ya que Itachi oyó con claridad en sonido de la tela de sus trajes al tensarse de golpe. Sonrió bajo la máscara, y avanzó hasta el puente de madera oscura que llevaba al camino de piedra que a su vez conducía hasta la puerta de la casa.

Era una construcción formidable, o lo había sido antes de que el fuego consumiera parcialmente su belleza. Era muy tradicional, cosa que le recordaba al hogar donde se había criado él mismo, con puertas corredizas con el tono del bambú y paredes con el mismo estilo. Estas puertas se ubicaban sobre dos grandes pasillos que enmarcaban un precioso jardín. Los pasillos, como imponía la forma tradicional, estaban levantados medio metro del piso.

La imagen hubiera sido pintoresca, si el patiecito ornamentado no hubiera estado decorado con diez cadáveres. Cinco hombres, tres mujeres y dos niños… muertos. Algunos mostraban rastros de crueldad, exhibiendo grandes cortes en la garganta o el pecho, mientras otros parecían aun dormir.

Itachi no hizo ningún gesto, cosa que los ANBU de mayor edad consideraron un buen gesto de liderazgo. El chico ya había visto una guerra. Un hombre ya muerto no era nada comparado a los gritos de una madre cuando le quitan a su hijo y luego la agujerean con múltiples kunais, con los alaridos de un moribundo, con la visión de la destrucción misma.

… No había palabras para definir cuánto detestaba la muerte.

Subió las escaleras que daban al cuarto central, y el paisaje solamente se repitió. Cuartos enteros repintados de rojo, cubiertos de la sangre de aquellos que alguna vez habían compartido el techo, el arroz y el vino.

Una muchacha rubia con una trenza enroscada en torno a la cabeza negó con la cabeza y le habló a Itachi con tono algo quebrado.

– No… No creo que haga falta traer a los médicos.

Itachi pensó en el escuadrón de médicos ninjas que, según las órdenes que él mismo había dado, esperaban afuera. Si bien no era lo que deberían haberse encontrado, Itachi imaginó al planificar la misión que la familia no cedería su mayor tesoro abiertamente, y por si algún ANBU resultaba herido, pidió la compañía de un reducido grupo de médicos. Al ver los cadáveres que empalidecían con el paso de los minutos tuvo que darle la razón a su compañera. Algunos ninjas se acercaron con sigilo y cautela a los cuerpos –estaban acostumbrados a emboscadas de ese tipo, donde se fingía la muerte propia para atacar en cuanto ellos bajaran la guardia-, pero ninguno hizo gesto de haber encontrado a alguien con vida. El Uchiha cerró los ojos, murmuró una orden mental y los abrió nuevamente, compartiendo la misma vista que el resto.

– No pensé que íbamos a tener que usar a los médicos justamente para los Akagi… Ni creo que tengamos que usarlos.

Siguieron recorriendo las estancias a las que el fuego no había llegado hasta dar con la sala principal, donde parecía haberse celebrado un banquete que había terminado en una desgracia. Los cadáveres tenían la apariencia de haber sido esparcidos con una intención artística y sínica. En la pared reposaba un cuadro que representaba las cuatro estaciones, intacto, y en el suelo yacían los fragmentos de cerámica, tan destruidos que reconstruir mentalmente su forma original se hacía imposible.

El joven líder se acercó a uno de los cadáveres. La mujer de cabello castaño había muerto con un gesto de horror que parecía esculpido en el rostro. Mantenía abiertos los profundos ojos color miel… Los mismos que había visto en la entrada. ¿Podía ser que se hubiera movido? Negó con la cabeza: estaba igual de muerta que la mujer de afuera. Continuó avanzando, peinando cada espacio, escondiéndose con su equipo en cada escondrijo antes de pasar a una nueva habitación donde la escena se repetía.

Itachi se obligó a avanzar con una sensación que le oprimía el pecho. Algo no cuadraba de toda esa situación. Todos sabían que era una misión incierta, basada en premisas falsas y en mensajes encriptados, pero aquello ya estaba superando cualquier límite.

Sus pensamientos se detuvieron por un súbito ruido que parecía venir desde varios metros por delante de ellos. Su mano, de manera casi inconsciente, se movió en distintas posiciones que daban órdenes a los que tenía a su alrededor. Le bastó con oír los movimientos de sus pies para saber que todos habían acatado a la perfección sus directrices.

Un ANBU con una máscara colorida se adelantó por órdenes de su capitán y volvió unos segundos después.

– Se cayó una parte del techo, por el fuego. – anunció, calmando los nervios de todo el grupo que ya se había preparado para la batalla – No hay nadie… Nadie vivo.

– ¿Qué fue lo que ocurrió aquí? – cuestionó la rubia de la trenza, que pasó el peso de su cuerpo a una pierna deliberadamente.

El resto murmuró teorías pero Itachi no le respondió a ninguno. Sus ojos negros escrutaban el espacio que tenía en frente, guardando en su memoria otra historia demasiado horrible con la que vivir el resto de sus días. De todos modos, la introspección con respecto a sus futuros traumas tuvo que dar paso al instinto de la supervivencia. ¿Por qué tenía a todos los Akagi muertos frente a él? Todo un clan no caía muerto solo. ¿Tendría algo que ver con que Konoha se había enterado de lo que iba a tener lugar en la mansión Akagi?

El ANBU que se había adelantado para encontrar la fuente del ruido se quitó la máscara en un movimiento sutil y miró a su capitán. Algo vio en el rostro de Itachi que lo hizo hablar apresuradamente, olvidando el sigilo.

– Hay veinte ANBUs fuera, rodeando la casa. Quien sea que haya sido… No va a escapar, si sigue en la casa.

Itachi lo miró por unos segundos, y el muchacho volvió a hablar.

– Nos queda una habitación luego de esta, sin contar el piso superior que está casi consumido por el fuego, luego hay un puente y pude ver un santuario o un dojo.

– Nuestra misión no es encontrar al asesino renegado de un clan, sino secuestrar a uno o dos de sus miembros. – dijo uno, dando por acabado todo secreto en su misión – Que bien podría ser cualquiera de estos.

Cuando extendió las manos a los lados, señalando los cadáveres que lo rodeaban, el grupo guardó un silencio sepulcral. Itachi no se tomó demasiado tiempo para pensar en el paso siguiente.

– El santuario.

Con sólo decir las palabras el equipo se dispersó y se escondió en puntos que Itachi reconocía con cierto esfuerzo, ya que tenía al mejor equipo de Konoha… y lo tenía para admirar una miríada de cadáveres.

Avanzó algunos pasos, y para cruzar a la otra habitación tuvo que pasar por encima del cadáver de un niño que no superaba los ocho años. Contuvo la mueca de desagrado al pensar en que el pequeño tenía la edad de Sasuke, y continuó avanzando.

Sangre, kunais, cuerpos.

¿Cómo podía ser que la sangre tuviera un color tan vivo, y mientras más de ella hubiera, menos vida significara?

Un cuerpo cortado en dos hizo que una de las mujeres del grupo doblara la espalda en un espasmo de horror, pero se compuso rápidamente, buscando enmendar su error frente a su capitán. Itachi sorteó los obstáculos y mediante señas, ordenó a su equipo que esperaran.

Cruzó el umbral de la última puerta de la casa y, como el explorador había anunciado, se veía con claridad un lago cruzado de lado a lado por un puente de piedra que daba a una edificación que asemejaba a un santuario.

Sin murmurar una palabra, el quipo ANBU comenzó a avanzar en distintas posiciones, desde los árboles, por la izquierda, por la derecha, por el agua y por el puente. Itachi se encontraba en el grupo que encabezaba la caminata por el puente. Sus sandalias hacían un ligero ruido sordo al chocar contra la fría piedra lisa que, ornamentada con dibujos que no tuvo tiempo de apreciar, funcionaba como pasaje.

El trecho que separaba el final del puente del santuario era corto, pero aun así el equipo se acercó con sigilo. Estaban suficientemente curtidos en el arte de la guerra como para cometer el error de bajar la guardia en el último trecho.

El santuario tenía una estructura parecida a la casa. El esmero por reparar las porciones que parecían más nuevas parecía dejar lugar a una cierta adoración por la estructura original. Las puertas estaban adornadas con múltiples pergaminos que expertos en genjutsu tuvieron que revisar muchas veces una vez Itachi dio la orden. El joven los vio trabajar y frunció el ceño al sentir el olor a sangre del ambiente mezclado con otro que reconoció como cera. Velas prendidas en un santuario…

Evidentemente aquel era un lugar sagrado y, a menos que lo mantuvieran con estilo festivo diariamente, se había celebrado algo importante hacía muy poco tiempo.

Cuando dobló el brazo para tomar su espada, por mera precaución, escuchó el sonido del roce del mango de las espadas de sus compañeros, que lo habían imitado. La otra mano dio señales para ubicar ANBUs en el techo y en los alrededores. Estos se movieron con sigilo acatando la orden.

Itachi permaneció impasible. O eso intentó, hasta que la risa más tétrica y aviesa que había oído alguna vez en su vida atravesó el silencio del ambiente, rompiéndolo con la fuerza de una avalancha. Ninguno tuvo tiempo para mirarse porque su entrenamiento como ANBUs era más fuerte que sus miedos, así que los movimientos fueron casi imperceptibles y se realizaron en segundos, a tal punto que el Uchiha, en años venideros, no recordaría exactamente cómo fue que activó el sharingan y abrió la puerta… Pero lo hizo.

Y esa fue la primera vez que la vio.

Cincuenta cadáveres superpuestos, mutilados y cortajeados enmarcaban y agigantaban a la única figura que se encontraba de pie en la habitación. El cabello rojo oscuro, del rojo que le gustaba, ordenado en prolijos bucles le caía con gracia hasta la mitad de la espalda, pequeña como el resto de ella que no aparentaba ser más que una niña a simple vista. Una chica rubia estaba muerta a sus pies, con una expresión de triunfo y dolor en el rostro. Cuando volteó, el cabello –de ese color que lo estaba embotando- se desparramó por sus hombros. Clavó en Itachi sus profundos ojos de un marrón tan claro que se asemejaban a la miel, y como si aquello hubiera ejercido una fuerza en ella, la risa desapareció de su rostro y comenzó a temblar. El kunai que la pelirroja llevaba en la mano cayó haciendo un ruido sordo que se guardó en la memoria de todos los presentes, ya que fue precedente a la caída del cuerpo de la chica.

No debían haber encontrado la casa en llamas. No debían haber encontrado huellas de una terrible batalla. No debía haber cadáveres por doquier, regando el espacio.

Y, principalmente, debían encontrarlas a ambas vivas.