The silence is deafening, my words cut deep, the darkness is blinding, consuming me.
La líquida sangre carmesí le bañaba las plantas de los sucios pies, arrugaba la piel de las yemas de sus dedos, que ardían en carne viva, y le devolvía un difuso reflejo de sí mismo en el que parecía otra persona.
Doblado sobre sí mismo, podía verse el ahora quebradizo y completamente níveo cabello, las profundas ojeras y los angulosos pómulos.
Tiraba de su cuerpo al ritmo de los pausados latidos de su corazón, hacia delante y hacia atrás, sintiendo el dolor en sus magulladas muñecas, aferradas al respaldo de la macabra silla de tortura en la que se hallaba, con cada monótona sacudida. Cada una de ellas no era más que un intento de escapar del sonido, ese espantoso rumor que chasqueaba en su mente y que arañaba su cerebro, su cráneo, sus ojos. Era tanto dolor y él era ya tan inmune…
Su verdugo debería esforzarse más la próxima vez si quería que el dolor atravesara la gruesa barrera que había construido y que lo mantenía a salvo del mundo real, enclaustrado en su mente, junto a Rize. Sí, ya era hasta fácil ignorar el dolor.
La puerta se abrió y Yamori entró en la habitación. Su presencia habría bastado para cohibir a cualquiera que estuviera a veinte metros a la redonda, pero Kaneki Ken ni siquiera levantó la cabeza, lo que contrarió al temible hombre que por algo se hacía llamar "Jason".
—Kaneki~ Hoy te he traído una sorpresa, ¿sabes? —arrastraba un bulto marrón del tamaño de una persona, que se retorcía en el suelo, pero el muchacho, abstraído, seguía con su tedioso balanceo, ajeno a la sangre ya fría y coagulada en el suelo, ajeno a la habitación, a Yamori y al bulto marrón, ajeno al mundo entero.
La sonrisa perversa de Yamori se crispó por un momento al no apreciar reacción alguna en el chico, aunque poco después se hizo más amplia. Unos quedos y ahogados gritos emanaban de las envolturas marrones, pero cesaron cuando Yamori las estampó junto con su contenido contra el suelo, con una fuerza brutal. Se acercó a uno de los rincones de la habitación y cogió otra silla similar a la que inhibía al muchacho, y la colocó enfrente de él. A medida que Yamori alzaba el bulto y comenzaba a desenvolverlo rasgando sin ningún cuidado las sucias telas que lo cubrían, los gruñidos se hacían más audibles. Y cuando un familiar y amortiguado "Kaneki, eres un idiota" llegó a los irritados oídos del chico, su balanceo se detuvo y alzó la cabeza tan bruscamente que su cuello crujió, en un desesperanzado intento de desechar la demente idea que había cruzado su mente. Mas al levantar la vista y verla ahí, colgada, arañando la mano de Yamori que la cogía por el cuello, supo que no existía nada parecido a la suerte, la compasión o la justicia.
Y con la garganta seca y dolorida ni siquiera acertó a decir su nombre sin que su voz ronca se quebrara a mitad.
—To…Tou…ka-chan.
Con un golpe sordo, Yamori la sentó en la silla que había frente a Ken, le ató las muñecas, los tobillos y le sujetó la cabeza al respaldo de la silla. De un tirón, le arrancó el trapo que la amordazaba. Nada más verse libre para hablar, la muchacha comenzó a gritar insultos e improperios contra él.
Mientras Yamori agarraba la cabeza de Ken y la sacudía, ignorando a la chica, para que cierto animal saliera de su provisional morada y cayera en su mano, Ken no pudo evitar sonreír amargamente al pensar en la agresiva vitalidad que desprendía Touka. Y al pensar, también, que iba a perder esa vitalidad por su culpa.
—Lo siento Kaneki-kun, pero necesito usar a mi mascota —hizo una pequeña pausa—. Comprenderás que quiera estrenar mi nuevo juguete, ¿verdad? —Yamori sonrió aviesamente, mirándolo de reojo—. Quiero que veas cómo voy a jugar con ella.
Los insultos de Touka se detuvieron y una sombra de duda oscureció su expresión. Ken trató de bajar la cabeza para ahorrarse el ver la horrible escena que iba a acontecer, pero la tenaza que era la mano de Yamori lo sujetó del pelo y lo obligó a clavar los ojos en los de la chica. El ciempiés obedeció a su dueño y se coló en su nuevo inquilino.
Touka gritó.
Jason rió.
Kaneki se percató de que el rumor de su mente había cesado.
