« Vamos a dejar que esto pase»
Observé otra vez los barrotes, tenían como mínimo cinco centímetros de grosor. Acero puro contra la debilidad de mis manos; lo peor de todo era que él lo sabía.
Yo no era un rival y eso apestaba.
Desde donde me encontraba, apenas podía ver la tela de su pantalón. Mi hogar se limitaba a dos metros cuadrados en un sótano improvisado que Edward había construido bajo el tapete de su cuarto.
Y como si eso no fuera suficiente, había agregado un pasillo, de ese modo el podría entrar a alimentar a su invitada, como le gustaba creer, en lugar de dar comida a un perro, que se parecía más a mi caso.
Lo peor de todo es que mi prisión se encontraba a desnivel, convirtiendo la, ya de por si abismante desigualdad, en un hecho insoportable. Sólo cuando él se acuclillaba podía verle el rostro, como ahora que me estaba sonriendo…
Quise vomitar.
—Anda, continúa haciendo lo sea que se llame eso —relamió sus labios sin dejar de sonreírme—Por mí puedes seguir intentándolo.
La primera vez que lo vi, me sonrió igual a como estaba haciendo ahora. La diferencia era que en ese entonces Edward me parecía guapo y a mí solo me preocupaba no comenzar a temblar. Ahora en cambio, lo único que me apetecía era escapar. De ahí mi estúpido intento por quebrar los barrotes, no había modo de que desarrollara súper fuerza y los hiciera flaquear.
—Esto te divierte ¿Cierto?
Una expresión incrédula cubrió su rostro, sombras de mal humor amenazaron con regresar y lo cierto es que no me apetecía pasar por otra sesión de sexo.
Ni del bueno, ni del malo. Ni siquiera del que iniciaba cuando yo todavía estaba medio dormida.
No me apetecía estar con él, punto.
Súbitamente se puso en pie. Mejor así, no estaba segura de aguantar más tiempo viendo sus ojos verdes sin comenzar a vomitar.
Sus pies se movieron resueltos, a sólo milímetros de pisar mis manos. Estuve tentada a estirar más mis brazos, podría provocarle una zancadilla… O perder un dedo, quien sabe.
No es como si pudiera estar aún peor.
