Disclaimer: Yuri! On Ice no me pertenece
Inevitable
Ya llevaba tres meses sin verla. Podía hablarle de vez en cuando a través de los aparatos de redes sociales tan populares entre los jóvenes de los últimos días, que al principio le costó aprender a usar y que se volvió en algo necesario para comunicarse en su día a día con la gente que frecuentaba, sus pupilos, su familia, y ella. Una o dos conversaciones de cinco minutos al día, a lo sumo, una al empezar el día, cuando todo estaba tranquilo, y otra al finalizarlo, ya cuando ambos estaban cansados y era solo para darse las buenas noches. Otros cinco minutos, otro día de no poder verse.
Sencillamente no era lo mismo.
Extrañaba las horas en las que podía sentarse frente a ella a hablarle de cómo quería ser un maestro durante aquellos días en donde su cuerpo aún aguantaba la fuerza requerida para hacer un salto cuádruple sin el miedo de una lesión inminente, cuando podía verla desde la primera fila y aplaudirle en sus presentaciones y ella era no más que una bailarina de apoyo.
Extrañaba esas horas donde tras un día de trabajo podían sentarse a hablar en un café sobre todo lo que les había pasado, y ella usaba trajes bonitos de tafetán con falda ancha a las rodillas resaltando su gracia al caminar, al levantarse y al moverse. Hasta su voz poseía esa belleza rara que le había atrapado incluso ahora.
Extrañaba ver su rostro iluminado cuando le dijo el sí al comprometerse, y más aún cuando poco después le dijo el sí definitivo en el altar.
Extrañaba esos días, donde podían ser libres.
Ahora era diferente. Ella era la Prima Ballerina del Ballet Bolshoi, una, sino la más importante empresa de ballet en el mundo, y su éxito era innegable. Viajaba por todo el mundo agraciándolo con su belleza, y cada vez que se presentaba se hacía más famosa y con eso crecía su prestigio. Mientras, él se convirtió en entrenador de los más grandes prodigios de Rusia en el patinaje artístico, dos de ellos de talla mundial, y todos le consumían el tiempo. Él también viajaba, cada que había competencias asignadas, acompañaba a sus estudiantes por su deber de profesor y también por el cariño que le tenía a cada uno.
Eso hizo que el tiempo juntos se redujera. Él viajaba pensando en ella, esperando terminar pronto para verla, sin embargo, cada vez que él regresaba, ella tenía que partir.
El trabajo se fue haciendo más y más exigente, de su lado y del de ella. Poco a poco dejaron de llamarse y cuando se dieron cuenta, sus conversaciones se habían reducido a mensajes de buenos días y buenas noches con cortos intervalos de algo que difícilmente podría llamarse conversación, las llamadas eran incluso más escasas que los textos que mutuamente se enviaban.
Los tres meses se convirtieron en cuatro, en cinco, en seis. Poco a poco, algo iba faltando. Poco a poco, algo se moría.
Una noche, ella le llamó.
La voz de alerta se encendió en su cabeza al escuchar su voz quebrada por las lágrimas, diciéndole que no podía soportarlo. No era justo para ella, ni tampoco para él. Ambos habían elegido el amor por la carrera por encima del amor que se tenían mutuamente.
El motivo de su llamada, el anuncio del divorcio. Tardó un momento en procesarlo.
Todo se había reducido a esto. No podía negárselo, no. No podía amarrarla, porque en ese momento, aceptó lo que se había negado a sí mismo por años, la idea que le pesaba tanto en el corazón, y que había estado latente por más tiempo del que era sano soportar, y cuyo desenlace inevitable había retrasado tanto como había podido.
La idea de que ya la había perdido.
Fin
