Hola!...les traigo una nueva historia.

Los personajes originales le pertenecen a Keiko Nagita y Yumiko Igarashi, los nombres de los personajes extras son reales con algunas modificaciones.

La idea de ésta historia es mía.


CAPITULO I: "LA BODA"

Las campanas de la Catedral de Chicago lanzaban al aire sinfonías de antaño en sus constantes tañidos; el viento se encargaba de esparcir a la lejanía los sonidos ancestrales anunciando el feliz acontecimiento que ese día se llevaría en el sacro lugar. La fila de magníficos carruajes y vehículos lujosos desfilaban por las concurridas calles, invitados ingresaban lentamente hacia el interior de la iglesia para ocupar los asientos que habían sido seleccionados con anticipación. Una fastuosa boda se llevaría a cabo bajo los más altos estándares de elegancia y distinción.

Los minutos fueron pasando, el momento se aproximaba y la feliz novia haría su esperada aparición por la elegante entrada decorada con miles de rosas y flores de la estación; todos los presentes se encontraban sentados en las imponentes bancas de cedro talladas por los más respetables ebanistas de la ciudad.

Dos pares de ojos maliciosos se cruzaban miradas acompañadas de un par de sonrisas perversas, clara señal de malos augurios. El tiempo transcurría lentamente sin que la ceremonia diera su inicio, los invitados empezaban a desesperarse dando pie a las más escandalosas murmuraciones que sin ninguna propiedad se dejaban escuchar.

Un año de compromiso matrimonial entre la pareja había transcurrido demasiado rápido, desde que fuera decidido el Destino de dos jóvenes que unirían sus vidas por una aparente eternidad.

Dentro del vehículo nupcial se encontraba la novia que aguardaba para salir al encuentro con el futuro; perdida en sus recuerdos repasaba los acontecimientos de un año atrás, ese día en que había aceptado el compromiso matrimonial.

¿Estas segura de haber tomado la decisión correcta? —preguntó el hombre de cabellos cortos y rubios.

Sí, no hay nada más que pensar —respondió la joven de rostro pecoso y rizos dorados, en conformidad.

Recuerda que no debes sentir ninguna clase de presión —argumentó el caballero, tomando sus manos.

Sabes que nunca hago nada si en verdad no quiero —afirmó ella, sonriéndole con ternura.

También sé los motivos por los que pudiste haberla tomado —comentó él, caminando para darle la espalda.

Qué más da —aceptó la joven, con resignación encogiéndose de hombros.

No pequeña las cosas no son así, no puedes tomar decisiones a la ligera cuando de ello depende tú futuro —afirmó el rubio, con preocupación.

Es él o cualquier otro, me da igual; a la tía abuela le ha parecido un buen candidato dentro de su "larga" lista —admitió con un ademán enfatizando la palabra con una extensa afirmación.

¿Candy, por qué tanta resignación? —La cuestionó girándose para verla a los ojos.

Porque ya no hay nada más qué hacer y tú lo sabes —replicó ella, caminando hacia el ventanal que daba al jardín para ocultar su mirada triste.

Lo haces porque Terry ha anunciado finalmente la fecha de su boda, ¿verdad? —La inquirió el rubio Patriarca, serio y caminó hacia ella.

Para qué preguntas Albert si ya lo sabes —admitió la joven rubia, con tono de molestia.

Candy no puedes estar hablando en serio, lo dices como si fuera una venganza y no te importara en lo que se convertirá tú vida —La cuestionó Albert, molesto tomándola por los hombros para girarla y verla de nuevo a los ojos.

Por unos instantes ambos sostuvieron sus miradas llenas de molestia y frustración, ya no ocultaban el verdadero motivo por el que la rubia había aceptado el compromiso de matrimonio con Gerard Miliken. Un joven de familia muy adinerada de rostro medianamente atractivo de veinticuatro años, carácter noble y poco tímido, cabellos castaños claros, ojos celestes y con una cuenta bancaria millonaria que heredaría de sus padres; el mejor regalo que podrían obsequiarle había comentado la señora Elroy con agrado, al pensar en las inversiones que harían con los futuros consuegros de su sobrino mayor.

La noticia de que Terence Graham daba a conocer la fecha en que contraería matrimonio con su prometida de largos años de espera, Susanna Marlowe de profesión anterior actriz, había sido el detonante para tan desacertada decisión. Candy después de seis años de haber desaparecido del ojo público tras la ruptura con el famoso actor; refugiándose en el Hogar de Pony volvía nuevamente a la ciudad de Chicago dispuesta a olvidar definitivamente al castaño. En actitud de rebeldía hacia sus verdaderos sentimientos aceptó la propuesta de la tía abuela Elroy, dejarse educar y asignar un futuro prometedor al encontrar el candidato predilecto para tan magna unión.

Tanto Candy como Gerard, estaban de acuerdo que al principio no habría amor suficiente y todo sería lo que se acostumbraba entre los jóvenes de su alcurnia "un matrimonio arreglado", pero la atracción del joven hacia la rubia parecía hacerlo más sencillo. Las fuertes esperanzas de Gerard, que en un futuro no lejano se convirtiera en amor verdadero, lo habían llevado a considerar seriamente la proposición.

No sería un matrimonio distinto al de mis padres, le comentó Gerard sonriendo al recordar la buena vida y felicidad que había compartido con ellos. Esto lo había dicho cuando el compromiso se había formalizado un año atrás entre él y la joven pecosa.

No obstante, ella sabía de antemano que todo aquello sería poco menos que una farsa descarada de su parte, el sentimiento de resignación era más fuerte que sus razonamientos y de los de su hermano del alma Albert.

Todo aquello había pasado por la cabeza de Candy, durante ese enfrentamiento de miradas que sostenía con su cómplice del corazón, esos recuerdos eran como una ráfaga de aire que se cuela por los ventanales para llevarse los pensamientos más secretos y sombríos.

Y allí estaba en ese momento del presente a sus veinticuatro años, vestida de novia sin mucha emoción esperando la señal en que debía bajar del vehículo para hacer la más larga y desesperanzadora de las caminatas de su vida. Aquella que la llevaría hacia un futuro por demás incierto y aunque prometedor en cuanto a beneficios económicos, incierto en los asuntos del corazón. No había vuelta, la promesa había sido hecha y ella no daría un solo paso hacia atrás, ¿para qué?, si el amor de su vida en un mes estaría en las misma condiciones en que ella se encontraba en ese momento. Que más daba casarse sin amor, era eso o quedarse "solterona" como muchos la habían tildado.

Era claro que su amor pertenecía a otro, pero el joven quien sería su futuro esposo era un hombre de buen corazón que había logrado ganarse en poco menos de un año su estimación y aprecio con pequeños detalles y mucha paciencia.

"Razón suficiente para no abandonar el barco", pensó al sentir el apretón de manos que Albert le daba en señal de apoyo y confianza.

Los pocos minutos que debían esperar estaban convirtiéndose en demasiados, el rubio preocupado por la larga espera, se dirigió a la joven que veía por la ventana hacia afuera con un poco de preocupación.

Espérame aquí pequeña, iré a ver qué es lo que pasa —Le informó Albert, soltándole la mano. La joven asintió en señal de aceptación.

El rubio abandonó el vehículo y personalmente decidió indagar el motivo de la tardanza. Con pasos discretos y actitud pasiva entró a la Catedral y se dirigió hacia el lado derecho para no pasar por el pasillo central y llamar la atención, en su trayectoria observó a los cientos de invitados que con rostros de disgusto comentaban sin discreción la falta de etiqueta de tan suntuosa boda.

A la lejanía el rubio divisó la figura de Archibald Cornwell que hablaba con la Matriarca de la familia quien mostraba un rostro adusto y actitud amenazadora, un escalofrío corrió por todo el cuerpo de Albert, al observar el altar donde debía encontrarse el futuro esposo completamente vacío. La ausencia del novio y su padrino activó sus sentidos, era claro que algo no estaba bien debía informarse qué era lo que sucedía, continuó en su andar hasta llegar y quedar de espaldas a su sobrino, la pareja parecía discutir en silencio.

¿Qué es lo que pasa, Archibald? —preguntó el rubio, atrayendo la atención de ambos.

¿Qué haces aquí tío, dónde está Candy? —respondió con asombro con una nueva pregunta, obviando la primera que el rubio hiciera y dándose vuelta para verlo.

¿Dónde está Candice? —Secundó la señora Elroy, al decir esto dirigió su mirada hacia la entrada principal.

Voy a hacerles una vez más la pregunta, ¿qué es lo que pasa? —respondió Albert, ignorando las anteriores de sus interlocutores.

Tío —Archie, tragó saliva y dio un profundo suspiro dándose valor—, Gerard y su padrino aún no llegan y creo que no vendrán —dijo palideciendo.

¡Qué! —La exclamación de Albert, se escuchó hasta en las primeras filas.

Sus padres dicen que salió con unos amigos a celebrar anoche, llegó de madrugada y por la mañana lo vieron en su habitación cuando se vestía, les pidió que se adelantarán y que luego los alcanzaría. Ahora nadie sabe dónde están —Le informó Archie, con el rostro molesto.

¡Cómo puede ser posible eso! —respondió el rubio, levantando más la voz—, alguien debe saber ¿qué rayos les ha pasado? –dijo entre dientes muy molesto.

Sus padres enviaron al chófer a buscarlo, pero los empleados dicen que salió vestido y listo para la boda —afirmó Archie, llevándose la mano a la frente.

William, ¿qué vamos a hacer? —preguntó seria y preocupada, la tía abuela Elroy.

Por lo pronto, impedir que Candy baje del vehículo y después ya veremos —respondió Albert, tomando aire para relajarse.

Del otro lado de la iglesia los padres de Gerard veían consternados toda la situación, el joven no era un irresponsable y su actitud les desconcertaba. Discutían padre y madre sobre las posibles razones de su ausencia y en un momento de silencio Gerard Miliken padre observó al rubio Patriarca conversar con su familia del otro lado, tomó a su esposa de la mano para caminar hacia donde estaban y unirse a la incómoda conversación del grupo.

William —la voz de Gerard padre, interrumpió el resto de la conversación.

Gerard —respondió Albert frunciendo el ceño—. ¿¡Qué le pasa a tú hijo, dónde rayos está!? —preguntó furioso.

Lo ignoro William, no sé qué es lo que sucede, lo vimos emocionado mientras se cambiaba nos aseguró que nos alcanzaría pronto, en verdad estoy muy apenado por toda ésta situación —Se disculpó el hombre avergonzado.

Esa disculpa no me sirve de nada —replicó Albert, caminando amenazadoramente hacia el hombre mayor.

William, tranquilízate —dijo la tía Elroy, a la vez que lo tomaba del brazo para detener su andar.

Voy a pedirle a Annie que salga y acompañe a Candy —Intervino Archie, se volvió a ver a su esposa que estaba a pocos metros y se veía desconcertada.

Si hazlo –Aceptó Albert, con una mirada severa dirigida a Gerard padre—, no podemos permitir que Candy entre a la iglesia y quede más en ridículo de lo que ya está —afirmó sin poder relajarse.

Archie asintió y con una mirada solicitó la presencia de su esposa en el lugar donde se encontraban reunidos. La pelinegra ojiazul con cuidado se levantó de su asiento ayudada por su padre, con siete meses de embarazo el cuerpo ya no era tan ágil, caminó hasta donde se encontraba su esposo y se unió al grupo.

¿Qué es lo que pasa, Archie? —Dirigió su pregunta de preocupación, al joven ojos de color avellana.

Por favor Annie quisieras salir y acompañar a Candy en el auto, impídele que baje hasta que sepamos qué vamos a hacer —comentó Archie, con un suspiro de preocupación.

¿Por qué Gerard aún no llega?, todos murmuran que dejará a Candy plantada —preguntó y afirmó Annie, observando el rostro de cada uno del grupo.

No lo sabemos, Annie —respondió Albert, pasándose la mano por el cabello—, pero te aseguro que lo voy a averiguar y cuando lo encuentre lo enviaré directo al hospital —amenazó el rubio, empuñando su mano.

Por favor, William —suplicó Margareth, la madre de Gerard hijo—, todo esto tiene una explicación te lo puedo asegurar mi hijo jamás haría algo así, debe tener una excusa —añadió con preocupación.

Margareth –Intervino la abuela Elroy, severamente—. Estas vergüenzas no tienen explicación.

Será mejor que salga con Candy —añadió Annie, empezando a caminar. Justo en ese momento en que la pelinegra daba los primeros pasos, se escuchó la voz de la matriarca.

Es demasiado tarde —afirmó la tía abuela Elroy, que se encontraba de frente a la entrada cuando sus ojos observaron la silueta de la novia ingresar por la puerta principal.

Annie levantó la vista y con horror observó ingresar a la rubia, Albert, Archie, Margareth y Gerard padre se giraron para corroborar la afirmación de la anciana mujer.

¡No! –exclamó Albert, mientras se llevaba ambas manos a la cabeza.

¡Rayos esto no puede estar sucediendo! —dijo Archie, golpeando la frente con su mano.

¿Candy, qué hiciste? —Sollozó Annie, con las manos en las mejillas.

No hay quién detenga ya su caminar —añadió la tía abuela, con mirada de desilusión.

Lo siento tanto —agregó Gerard padre, a la vez que bajaba la cabeza con vergüenza.

Pobre niña —afirmó Margareth, con triste llevándose las manos al corazón.

La mirada dirigida a la entrada del grupo llamó la atención de los invitados, así como los primeros comentarios que se dejaron escuchar en los que se encontraban en las bancas cercanas a la entrada, al ver ingresar a la novia.

Candy desesperada de la espera y al ver que Albert no volvía, decidió salir para saber lo que sucedía, quizás ya la estaban esperando y se les había olvidado darle la señal. Bajó del vehículo ayudada por el conductor que insistía esperara un poco más; la ansiedad y la incertidumbre le ganó a la joven,por lo que recogió la cola de su hermoso vestido de chiffon y seda finísima. En un estilo completamente fuera de la moda de los años veinte a petición de la abuela Elroy, con corte estilo Reina Victoria y algunas pequeñas modificaciones de ajuste al cuerpo, conservando el inigualable escote en los hombros. La joven rubia lucía como una princesa de cuento de hadas, bella y resplandeciente.

Un pequeño remolino se hizo en el atrio de la iglesia arrancándole el velo de encajes que lucía alborotando sus rizados cabellos de oro, el chófer corrió de inmediato para alcanzarlo y caminó detrás de la rubia que iba decidida, en su corazón presentía alguna mala jugada del "Destino" al acercarse.

Con templanza y decisión puso sus pies en la entrada y avanzó ante la mirada de sorpresa y admiración de los primeros invitados que encontró, su paso no se detuvo ante los comentarios que empezó a escuchar sin darse tiempo a tratar de entenderlos, a mitad del recorrido se detuvo al observar al fondo el pequeño grupo y con asombro vio el lugar vacío donde debía esperarla su flamante prometido.

Por unos segundos se quedó paralizada esperando lo peor; cerró los ojos intentando darse valor para lo que ya empezaba a sospechar, con nuevos aires prosiguió su camino y con cada paso podía observar mejor el rostro de sus familiares, sin tomar en cuenta las miradas de burla y desconcierto que le dirigían los invitados a sus lados, siguió avanzando con ese valor y tenacidad que la caracterizó desde niña. Las lágrimas empezaron a acumularse en sus hermosos ojos, amenazaban con salir a torrentes pero ella apretó los puños y levantó la frente en señal de dignidad y con pasos más rápidos apuro la caminata.

En ese momento un estruendoso trueno se escuchó rugir por toda la Catedral, estremeciendo de temor a los presentes al haber sido atraído por alguno de los árboles cercanos que rodeaban el lugar. Candy no se inmutó ante el estallido, nada parecía intimidarla en su recorrido hacia el altar el cual deseaba que pronto se acabara. A pocos pasos de llegar al frente, la figura de una mujer de cabellos pelirrojos y mirada de fuego caminó al centro para hacerle el encuentro.

Dime Candice, ¿qué se siente ser abandonada en el altar? —Sonrió con malicia, Eliza Lagan.

La rubia ignoró el comentario pero detuvo su caminar y observó con ojos de interrogación al rubio de ojos azules y mirada dulce que la veía con tristeza, movía la cabeza en señal de negación dejando implícito con ello que no habría boda.

La pelirroja avanzó más hacia el frente para encarar a la rubia y continuar con su mordaz burla.

Ya bájate de tú nube Candice, creíste que podías aspirar a mucho y mira cómo has quedado en ridículo frente a toda la Sociedad de Chicago —Soltó unas sonoras carcajadas de burla a la vez que la tomaba del brazo para continuar con su crueldad.

La rubia le dirigió una mirada asesina a la pelirroja y con las lágrimas a punto de salir le habló.

Será mejor que me sueltes, Eliza —Le advirtió empuñando su mano.

Qué creíste "huérfana miserable" —Le dijo Eliza con desprecio acercándose al rostro de la pecosa y aun sujetándola—, ¿qué serías feliz? —La cuestionó con una sonrisa sarcástica—, estas pagando lo que le hiciste a Neal —Concluyó con una mirada fría de maldad.

Por última vez Eliza, suéltame —La rubia, ignoró el comentario anterior comprendiendo todo. La pelirroja no se amedrentó y le lanzó una nueva amenaza.

¿Y si no qué? —La retó Eliza, la sujetó con más fuerza y zarandeó un poco.

Te lo advertí, Eliza —respondió Candy, soltando las lágrimas de frustración y enojo que había contenido, extendió su mano y levantándola a la altura del rostro de la pelirroja le estampó con todas las fuerzas que la ira le otorgaron, una bofetada que tiró al suelo a la joven sorprendida e indignada soltando el brazo de la rubia.

Ante el asombro de todos los presentes que hicieron una sonora exclamación, Candy se limpió las indiscretas lágrimas que sin permiso habían brotado y se giró para quedar de frente de nuevo a la entrada, levantó el rostro con valentía y haciendo acopio de sus fuerzas empezó su andar de vuelta a la salida con pasos lentos y seguros. Un nuevo y escandaloso relámpago iluminó y rugió sin que la joven lo escuchara. Ante la mirada atónita de los presentes, Candice White Ardley pasó frente a sus ojos con una serenidad jamás vista antes en situación similar.

"Esa chica es una verdadera dama", se atrevió decir una mujer anciana que la vio pasar.

La entereza de la joven rubia, era digna de admirar por muchos de los invitados que en señal de apoyo se levantaron y le aplaudieron al pasar, muchos murmullos malintencionados de burla fueron acallados con aquella actitud. Mientras, ella continuaba su avance con el dolor interno que corroía su humanidad, nadie era capaz de detenerla, era un momento en que sólo ella podía encontrar la paz a su desventura. La humillación no pesaba tanto como lo hacía su desilusión, la impotencia de no poder alcanzar algo que desde siempre se le había negado sin saber ¿por qué?

"¿Era acaso que estaba destinada a ser siempre una alma caritativa, buena y generosa, pero en soledad?", se preguntó a sí misma en su caminar. "Este es el precio que he pagado por mi soberbia", se dijo en un murmullo. "Dije que no importaba quién fuera, que me daba igual y ahora lo he pagado", meditó con tristeza. "Sólo era una transacción en dónde yo salí perdiendo", pensó al sonreír con amargura.

Estaba próxima a terminar de salir de la iglesia, cuando el joven Patriarca reaccionó ante toda la situación y con pasos apresurados tomó el pasillo central para darle alcance, a sus espaldas escuchó la voz chillona de la pelirroja.

Déjala tío, tiene su merecido —dijo Eliza, sobando su mejilla y levantándose del suelo.

¡Cállate, Eliza! —Le ordenó la tía abuela Elroy, con una mirada severa caminando hacia la joven.

Segundos después de salir por la puerta Candy, otro trueno se escuchó y tras de éste la inesperada lluvia inició de forma torrencial, era como si las nubes soltaran sus lágrimas en complicidad con el abatido corazón de ella, lloraban por aquella joven que con desolación e incredulidad se dejó caer de rodillas a mitad del atrio dando rienda suelta al caudal de lágrimas que había contenido, permitiendo que la lluvia lavara y borrara su sufrimiento externo.

Albert llegó a la puerta y con angustia observó a la rubia pecosa desgarrarse de tristeza hincada en medio del solitario lugar, bajo las torrenciales gotas de lluvia que caían sin piedad sobre el cuerpo que se sacudía por la intensidad de su llanto. Pidió a un par de invitados le ayudarán a cerrar las enormes y pesadas puertas de la entrada, impidiendo que los curiosos acrecentarán su morbo y observar a la joven que sin cohibirse, dejaba descargar la maraña de emociones que le oprimían dolorosamente el pecho.

Con precaución y sin importarle arruinar su costoso traje, se aproximó a Candy tomándola por los hombros para obligarla delicadamente a levantarse, ella se resistió sin ser agresiva retirándole las manos, con mirada de súplica levantó la vista con los ojos irritados por el llanto y las gotas de lluvia que se colaban por su párpados.

Candy —La suave y dulce voz de Albert, la llamó con ternura buscando su mirada.

¿Por qué? —preguntó ella, desconsolada con voz poco audible.

El joven la observó deseoso de poder darle una respuesta que apaciguara su aflicción, ninguna palabra salió de sus labios que estaban sellados por una venda de incertidumbre que aún no lograba asimilar.

¿Por qué? —Volvió a preguntar tomando al rubio de las manos y bajando la cabeza.

No lo sé pequeña, pero daría lo que fuera por no verte llorar —respondió el Patriarca, con lágrimas en sus mejillas que se confundían con la lluvia.

¿Por qué Albert, qué fue eso tan malo que hice en la vida que me castiga de ésta forma? —Lo cuestionó con sus rubios rizos regados por su rostro y soltándole las manos.

No digas eso pequeña —Negó Albert, moviendo la cabeza con tristeza y nuevamente intentado hacerla levantar de aquella incómoda posición. Ella se negó.

¿Por qué la felicidad se me niega siempre, tan mala he sido para merecer tanto dolor? Mis padres me abandonaron y por ser huérfana muchos creen que merezco sufrir, ¿qué culpa tengo yo que ellos no pudieran quedarse conmigo? —Su llanto se incrementó de nuevo dejándose caer al suelo por completo.

Candy, por favor levántate —Suplicó Albert, muy conmovido—, ya no sigas llorando me partes el alma pequeña, volvamos a la casa y hablaremos todo lo que tú quieras.

¡No!, ¡¿quiero saber por qué?! —exclamó a gritos golpeando el suelo con sus manos empuñadas—. ¿Qué es eso tan malo que hice, qué? —Continuó rogando encontrar la respuesta, respuesta que llegó casi al instante sin darle oportunidad al rubio de contestar algo, se puso de rodillas, levantó la cabeza y observó a Albert con sus ojos abiertos tanto como la gotas de lluvia se lo permitían—. ¡Es por Terry, Albert! —gritó descontrolada.

¡¿Qué dices?! —respondió el rubio aturdido, la situación se estaba saliendo de control.

Sí Albert, es por él, la vida me castiga por lo que le hice, yo me lo merezco —Gritaba a la vez que se ponía de pie y miraba para todos lados buscando algo.

Candy, tranquilízate —Pidió Albert asustado, intentando aproximarse a ella.

¡Terry, Terry, perdóname Terry, perdóname! —Suplicaba a gritos y sacudiéndose por el llanto incontrolable. De pronto pareció que las fuerzas la hubieran abandonado se detuvo en su loco andar y se desvaneció cayendo en los brazos de Albert, que se anticipó a tomarla evitando que cayera al suelo y se lastimara.

Mi pequeña Candy —Lloraba Albert, desconsolado con la rubia en sus brazos—, ¿por qué tiene que sufrir tanto un alma generosa y buena como la tuya? —Se lamentó llevándola hasta el vehículo, abrió la puerta y depositó a la joven desmayada en el asiento trasero.

Volvió a la iglesia y sin decir ni explicar nada, buscó al conductor de la limusina le solicitó las llaves y salió ante los ojos perplejos de los invitados que permanecían dentro de la iglesia, esperando que el diluvio que caía terminara.

...Continuará...


No es la que tenía pensado subir porque aún no he adelantado mucho. Hace tres días se me cruzó por la cabeza ésta idea y ya que fluyó rápido aquí se las traigo. Es un melodrama...porque soy una dramática sin remedio...al principio sé que van a querer matarme...pero les aseguro que no todo es como parece...al menos no en ésta historia.

Disculpen todos los errores que puedan encontrar pero en verdad que la edición es muy aburrida...por más que uno lea los capítulos cien veces siempre se pasan algunos.

Espero poder actualizar cada semana si todo sale bien...aunque no se los prometo...porque no me gusta prometer algo que no se si voy a poder cumplir...lo que sí puedo asegurarles es que como buena lectora...no me gusta dejar nada inconcluso.

Hasta luego, see you soon, au revoir, arrivederci, freilos o incluso さようなら sayōnara jajaja...(aunque es lo único que puedo decir en japonés)...como más les guste...lo importante son ustedes y que me den una nueva oportunidad para leernos pronto. )

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