¡Hola a todos! Hoy vengo con ración doble, aunque algunos supongo que ya habrán leído muchos parte de mis One-Shots por que los he ido publicando en un foro, pero quiero tenerlos aquí también todos.
Pienso ir subiendo hasta llegar a los treinta, de ahí el titulo ~ ! y después seguiré recopilandolos en otros temas ~, más que nada para no sobrecargar este :)
Empiezo por el que creo que ha sido el más popular de mis Shots, y creo recordar que KR me dijo que debía subirlo si o si, así que va de primero! ~
Solo diré que empieza como una pequeña carta y acaba con una misteriosa resolución ~!
No es mi decisión
"Fui al lugar donde me citó apenas consciente de lo que me esperaría, a mi parecer, se trataba simplemente de una charla amistosa entre dos grandes compañeros y amigos, pues habíamos estado juntos en los peores momentos de nuestras respectivas vidas.
Ella, Ai Haibara, me esperaba en el rincón del parque más alejado, con aquella expresión fría y poco amigable que la caracterizaba en su nuevo cuerpo de adulta, clavando sus ojos en mí. Cuando la conocí hace un año, su mirada llegaba a incomodarme demasiado, pero ahora, incluso me parecería raro no verla seria, soltando una de sus tantas bromas que lograban picarme de sobremanera, nosotros funcionábamos así. Eso era justamente lo que me esperaba cuando la saludé aquella tarde de principios de verano, pero por desgracia, no lo hizo.
Simplemente se quedó callada lo que me pareció una eternidad, desviando la mirada hacia unos abetos próximos, esperando el momento para soltar lo último que yo me esperaba oírle decir, una simple frase que me heló la sangre: "Yo... Te amo".
Ordené y desordené en mi mente aquellas palabras una y otra vez, intentando buscarle verdadero sentido. Haibara enamorada de mí es como un cielo verde, como una manzana violeta, un sinsentido que nadie que nos conociese podría llegar a decir. Estuve un buen rato poniendo en orden todos mis recuerdos mientras ella se limitaba a observar mi pleno estado de shock poco sorprendida, ¿Qué hacer?, ¿Qué decir?
Nadie mejor que ella aguantó mis delirios de hombre enamorado, nadie excepto ella conocía mis verdaderos motivos para desafiar una y otra vez a mi sistema inmunólogico tan solo para sacar una sonrisa a esa chica de ojos violáceos que me volvía loco, ¿Y nunca se atrevió a decirme que le molestaba?, ¿Qué le dolía?, tan solo se limitaba a negarme esa pequeña felicidad una y otra vez.
No puedo negar que me sentí culpable, pero nadie manda en el corazón y si ella tenía que cargar con su amor hacía mi, yo destilaba amor hacia Ran por cada poro de mi piel.
Me decidí pues a responderle, a decirle que aquello debía ser una equivocación, una mala jugada del destino. Su mente simplemente estaba cometiendo un error, pero su sonrisa, tan franca y sin pudores, hizo añicos mis vanos intentos por mantener la cordura.
Tras unos segundos que se me hicieron eternos, decidió hablar de nuevo, pero si en aquel momento llegase a saberlo, hubiese preferido que de su boca no hubiera salido aquella especie de ultimátum que me recordó demasiado a las películas, cuando los protagonistas deben decidir a cual elegir como si de una rifa se tratase, simplemente patético.
Yo debía entonces elegir... elegir entre la noche y el día, entre la paz y la guerra, entre la rosa y la espina. Concretamente, entre dos seres tan distintos como especiales a su manera, ¿pero realmente alguien tiene un poder de tal calibre?
Si tenía algo claro en mi mente en aquel momento, es que la duda en el amor es la propia falta de él, y elegir por ti mismo a quien amas se convierte en una hazaña imposible de realizar.
Decidió darme tiempo para pensar, y me dejó allí solo, con el fantasma de su ultima sonrisa, y mi decisión tomada desde antes de habérmelo dicho, bueno, tal vez estaba ya tomada desde antes de haber nacido.
Yo no tenía nada que decidir, no había ni una sola elección que yo pudiese tomar, ni una sola duda, nunca la hubo. La seguí por el parque y detuve su caminata, dispuesto al fin a decirle claramente todo lo que pensaba.
Que era una chica extremadamente inteligente, con sus virtudes y defectos, con sus manías a las que logré acostumbrarme, con sus idas y venidas. Pasamos por mil y un momentos, nos arriesgamos, cooperamos juntos para encontrar la única verdad, para derrotarlos. Buscamos hasta debajo de las piedras la formula del antídoto que nos devolvió a nuestros cuerpos, pasamos desapercibidos entre niños de nuestra edad... ¡hicimos mil y una cosa!
En resumen, Haibara es una chica extraordinaria..."
Aquel joven detective de ojos azules paró de escribir la carta que con tanta ansia intentaba acabar, pues una castaña de pelo corto se sentó a su lado interrumpiendo momentáneamente el hilo de sus pensamientos. Se encontraban en una estación de tren, sentados a la espera del tren que estaba por llegar.
—Al final has venido —Ella rompió el silencio, sin apartar la vista del lugar por donde llegaría el tren. —No sabes cuanto me alegro.
—Por supuesto, te dije que vendría Haibara —Se limitó a responder. —Pero no me has dado tiempo a acabar esto.
—¿Cuando dejarás de llamarme Haibara?, ya no tengo siete años —Dijo como tantas otras veces le había repetido, pero sin poder evitar sonreirle. —¿Qué es eso, un diario?
—Es más bien una especie de carta —Explicó. —Pero no me has dejado acabarla... la he escrito para ti.
La científica se quedó mirándolo con sorpresa, pero decidió no interrumpirlo en su labor.
—En ese caso, acabala, aun hay tiempo.
—Descuida, tan solo me quedaba una frase más —Le explicó mirándola a los ojos, sonriendole con decisión.
Cogió de nuevo el bolígrafo, se sentía eufórico por dentro, pues había llegado el momento de escribir lo que él consideraba su parte favorita, la ley universal que regía su mundo particular:
"En efecto, Haibara es una chica extraordinaria... Pero nunca será Ran."
Colocó la tapa al bolígrafo y guardó la carta en el sobre que tenía preparado. Nunca se imaginó el secreto alivio que sentiría al escribirlo, liberándose al fin de aquel laberinto en el que estaba envuelto sin tener porqué.
Ran, la karateca fuerte y decidida, capaz de tumbar a un luchador de sumo, pero que si veía un fantasma huía corriendo, aquella un poco llorica, pero firme en sus convicciones y fiel a la justicia, la chica más inocente que conocía. Llevaba trece largos años enamorado de ella, desde el primer momento en que vio su sonrisa de niña, aquella que no escondía ningún rastro de maldad, justo la única que poseía una formula secreta que lo hacía vibrar. Había pasado mitad de su vida metiéndose con ella, y otro tanto protegiéndola, habían pasado por cosas indecibles e innumerables, ¿Pero que importaba todo lo malo?, si solo con mirarle a los ojos sabía... que ella era el amor de su vida.
—Espero que así entiendas un poco más como me siento —Intentó explicarle mientras le entregaba la carta.
—Después de este largo año créeme que comprendo bien como te sientes, Kudo —La científica cogió su maleta en cuanto vio el tren llegar. —Pero yo no puedo quedarme aquí, necesito olvidarte y olvidar en general.
Se dieron un abrazo, el primero que se daban tal vez con verdadera sinceridad, sin rastro de bromas ni culpas. Con las cosas más claras que nunca.
—Muchas gracias por todo Kudo-Kun... De verdad —Dijo lentamente, intentado mostrarle al detective lo agradecida que estaba.
—Gracias a ti también, por todo. —Se despidió finalmente, al mismo instante que ella entraba en el interior del tren.
—Hazla feliz —Fueron sus últimas palabras.
Shinichi sonrió, sentía una mezcla entre pena y nostalgia por unos tiempos que ya nunca volverían, pero que guardaría siempre en su recuerdo. No echó a andar hasta que el tren se perdió en la lejanía.
Se había quedado de nuevo solo, pero no del todo, pues cierta chica de larga melena lo esperaba en un coche en la entrada. Estaba medio cabreada, y hacía pucheros todo el tiempo, no comprendía porque la hacían esperar. Shinichi nada más verla sonrió sin poder evitarlo.
Le esperaba una larga vida al lado de aquella karateca, una larga y prospera vida. Buscó en su bolsillo el anillo de compromiso que había guardado tan celosamente, pues había llegado el momento de unir sus vidas en un para siempre, y es que hay cosas en la vida... como el aire que respiramos y el latir de nuestros corazones, que no son nuestra decisión.
