Hola, hola, Luna de Acero reportándose. Bueno estamos participando de un concurso, así que la temática es sobre fantasía, mezclado con mucho floclore japonés. Espero les guste, serán como mucho tres capítulos, el primero es introducción, si les quedó alguna duda sobre algo, déjenme la pregunta en sus comentarios o reviews que estaré respondiendo lo más pronto que pueda. El concurso termina el 30/07, así que espero tener la historia completa para entonces (por favor échenme porras!). Una vez que finalice esto, retomaré con ESCLAVO NATURAL, besos!

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen son e Isayama Hajime.

Advertencias: Algo de angs, muerte de personaje secundario (por ahora), modificaciones a la leyenda original.

UN AGRADECIMIENTO MUY ESPECIAL A LA PRECIOSA RIVAIFEM QUE ME AYUDÓ CON LA PORTADA!

Por cierto pasen por su perfil y denle una oportunidad al poliamor entre Erwin x Hanji x Levi de su nuevo fic: "Nuestra manera de amar", que no tiene desperdicio, es precioso!

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"No era más que un zorro, semejante a cien mil otros.

Pero yo le hice mi amigo, y ahora es único en el mundo".

Antoine de Saint-Exupery - "El Principito"

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Corrió ligero en medio de las piedras, la oscuridad y el bosque. Sentía el calor de su sangre deslizándose por sus patas traseras, y aunque sabía que probablemente lo más certero que tenía delante de su nariz era la muerte… no se detendría…

Mejor morir en la boca de ese viejo *kuma (*oso), que dejar que ellos lo devoraran. Su astucia le había permitido escapar esta vez, pero no creía que fuera suficiente para hacer que sobreviviera. La lengua le colgaba por un costado, y sentía que se iba haciendo más pequeño. Sintió ganas de llorar, con seguridad esa maldita parte humana que lo condenaba por la eternidad.

Cruzó la cascada por detrás, metiéndose en el agua, al menos así podría disipar su rastro un poco, y se dejó arrastrar por la corriente, tragando agua de tanto en tanto, pataleando por mantener el hocico afuera, respirando entrecortadamente, la energía lo abandonaba. No supo cuánto tiempo estuvo a la deriva. Pero en algún momento, cuando ya no sentía sus extremidades por el frío y el agotamiento, se arrastró a la orilla. Tambaleándose caminó sin rumbo, hasta que al fin se arrojó a una hondonada. Estaba lleno de barro, pero no pudo importarle menos. Se entregó al dolor de su cuerpo mutilado y cerró los ojos para esperar mansamente que se lo llevara la parca.

"Kami-sama… Oinari… Kami-sama…"

Sus pensamientos se diluyeron del todo, mientras su pupila cedía mansa. Desearía haberse muerto de una sola vez, pero sabía que agonizaría unos días, tal vez llegara a una semana debido a su naturaleza mágica. El flujo de la sangre no se detuvo, pero ahora apenas si se escurrían unas cuantas gotas desde los huesos pelados. Su boca estaba semi abierta, respirando dificultosamente. Doscientos cuarenta y ocho años luchando, para terminar como carroña para cuervos. Que decepción.

Al tercer día escuchó una voz muy dulce, como si su madre lo llamara, con seguridad el fin estaba cerca, y admitía sentirse agradecido que el calvario no se extendiera más de lo posible. El sol ya estaba alto y la resolana le nublaba un poco la visión.

La vio encima de él, pero no era su madre. Lo primero que le impactó fueron sus enormes ojos verdes llenos de bondad, el majestuoso kimono blanco, con hojas de bambú impresas en tonos plateados y grises era una maravilla, resaltaba su cabellera roja, color fuego, lisa y brillante hasta la cadera. Cerró su ojo malo y la miró con el otro. No podía huir, ni esconderse, maldito instinto que lo ponía tan vulnerable en ciertas situaciones.

Más ella le acarició las orejas con suavidad, las largas uñas blancas perfilando el pelaje negro cobrizo.

—Pobre criatura –dijo con esa voz que parecía el viento filtrándose entre las cañas blandas de las totoras, esas que crecían en la orilla del lago de las ranas cantoras-. Te llevaré, conmigo, pequeño *kitsune (*zorro).

No recuerda mucho, excepto sentirse liviano como una pluma por un largo rato. Se acurrucó contra su pecho, se sentía cálido y confortable, incluso gimió bajito, y esa diosa le regaló una brillante y hermosa sonrisa.

"Bella criatura hecha de cristales, que el sol multiplicas en tus ojos de joya. Hermosa diosa de manos suaves, corazón cálido y amable, si en tus brazos muero, no renegaré de mi destino inefable".

El kitsune deliraba, siempre mirando con su ojo bueno, las orejas gachas, la cola colgando. La bella doncella lo colocó sobre un almohadón en su santuario, luego de lavarlo apropiadamente en la cascada de los ecos vacíos, allí donde el silencio era necesario.

Observó al zorro, excepto la punta de su cola que era blanca, aunque se notaban los reflejos rojizos sobre su lomo, predominaba ese manto negro que era tan poco común. Atendió sus heridas, con una flauta tejida con telarañas y pétalos de sakura, la joven con su música tranquila logró que cicatrizaran. Ese *hanyo (*mitad demonio-mitad humano), estaba sufriendo demasiado. En su generosidad y amabilidad, no podía entender quien habría disfrutado de mancillarlo así.

Poco a poco la energía regresaba a la kitsune, fueron lentos y largos días, en donde el sopor de la tarde le perlaba el cuerpo de transpiración. La doncella lo refrescaba con compresas frías y lo alimentaba con *onigiris tibios (*plato japonés a base de arroz, por lo general armados en forma triangular) mezclados con algas verdes y rojas, se quedaba largas horas a su lado, sin hablar, sin tocar, simplemente dejándolo compartir su presencia.

Luego de tres semanas el kitsune ya podía mantenerse en pie. Aún dolía profundamente allí donde le habían arrancado dos de sus tres colas. Pero lo más humillante que otra vez volvía a tener el cuerpo de un niño. Se sentó bajo uno de los cerezos a recibir los tibios rayos del sol sobre su cuerpo. Maldita maldición, tan indigno, pero se haría fuerte, se haría fuerte y se los tragaría a todos, ya verían.

— ¿Estás bien? –le preguntó la diosa, a lo que el kitsune respondió con un fuerte *gon gon (*gritillo de los zorros salvajes), ella se acercó con pasos suaves como siempre hacía, el zorro agachó sus orejas y se dejó acariciar. Cerró sus ojos. En casi doscientos cincuenta años no recordaba haber sentido algo como eso, era incómodo, pero a la vez agradable, por lo que gruñó, pero a la vez se quedó quieto. Ella era una diosa, a ella se lo iba a permitir-. Crecerán de nuevo, precioso, ya verás, sólo ten paciencia. Pero estás muy desprotegido, y débil. Si me lo permites te enseñaré a defenderte. ¿Qué dices? Recuperarás tus habilidades de transformación, y te enseñaré nuevos trucos, pero debes jurarme que no los usarás para hacer daño.

El *gon gon le salió irritante y la diosa sonrió feliz.

—Está bien, al menos promete que intentarás no usarlo para hacer daño. Esa es una maldición, ¿cierto? –dijo tocando el contorno del ojo rubí. El zorro chilló de nuevo-. No, no es feo, es hermoso, como tú, te queda muy a juego. Un precioso ojo rubí, no conozco a nadie que tenga uno, eso es porque eres especial –el kitsune la miró curioso-. No te avergüences de él, a mí me encanta. Yo creo que esas distinciones son marcas que *Kami-sama (*Dios) dejó cuando creó nuestros cuerpos. ¿Quieres ver la mía?

El hanyo chilló otra vez, la diosa aflojó su kimono y dejó caer la tela perezosamente por su piel levemente morena, el kitsune abrió grande sus ojos al ver una marca más obscura sobre gran parte de su espalda, con una gloriosa forma de flor de loto.

— ¿Lo ves? Ambos tenemos algo que nos distingue del resto –luego se ajustó el kimono y el zorro saltó a su falda-. No está mal ser diferente, pequeño. No está tan mal…

—0—

El kitsune miró a la luna desde su cueva. Mototo, el *tanuki (*mapache), estaba acurrucado a su costado roncando. Y él no podía dormir, recordaba y recordaba los tiempos buenos, la era tranquila, esos treinta años que pasó junto a su diosa, donde aprendió tanto sobre la vida de los humanos, su forma de hablar, de comer, de moverse. Había pasado demasiado tiempo sin practicar, pero es que recordar esos tiempos… le producía extrañas sensaciones.

Mañana tendría que rastrear al infame humano que había profanado el templo. Lo había visto, usó conjuros y se llevó dos de los del clan. Aunque no le concernían, le dolía sobremanera que hubiera roto la fuente y hubiera quebrado la estatua. No había necesidad de tanto daño. Hacía años que los kitsunes habían dejado en paz a los poblados de la zona, incluso si eran demasiado osados terminaban con el cráneo destrozado por las rápidas *serpientes de fuego (*balas lanzadas con armas de fuego a pólvora en bolsa), o mutilados por las trampas. Sí, el tofu era apetitoso, pero no valía la pena arriesgar sus patas.

Lo observó durante una semana completa. El kitsune se tomaba su tiempo a la hora de las venganzas, y eso le había permitido salir victorioso la mayoría de las veces.

Al séptimo día lo vio llegar con un niño de la mano, ¿sería su cachorro? Sentado a la vera del camino, prendió una pipa y fumó tranquilo, ya había escuchado suficiente, y era un buen descubrimiento lo del mocoso.

Después del mediodía sintió los pasos ligeros acercarse y miró de reojo. Llevaba un parche sobre el ojo malo, y su aspecto emulaba al de un anciano decrépito, arrugado y débil, pidiendo limosna a la entrada del pueblo.

El niño respiraba demasiado fuerte, tanto que le molestaba, aburridamente levantó la mirada y se quedó muy quieto, como un deja vu, estuvo frente a dos maravillosos ojos verdes, ojos que le recordaban a su amada diosa. Mentiría si dijera que no le afectó un poco. El niño lo observó mucho rato, como si quisiera aprenderse la forma de sus arrugas. "Mira cuanto quieras, grillo inútil", pensó el zorro, "mi disfraz es perfecto".

— ¿Tienes hambre? –preguntó el infante acercándose demasiado. Luego salió corriendo echando una polvareda detrás de sus pasos, ¿qué le sucedía a ese cachorro molesto? Al poco rato volvió agitado con unos cuatro onigiris entre sus brazos. Se los dejó ordenadamente frente a su cuerpo, sobre una hoja limpia de plátano-. Están buenos –le dijo sonriente pero el kitsune no tocó la comida-. No tengas vergüenza. Yo me iré y te dejaré comer tranquilo… ¿te falta un ojo? –preguntó antes de irse mirándolo con la boca abierta.

El kitsune levantó el parche con la parte de atrás de la pipa y el niño abrió sus ojos muy grandes y la boca también al ver el ojo de color. Luego volvió a taparse.

—Adiós *ojiisan (*abuelo), tienes un ojo muy bonito –le susurró por lo bajo y se retiró.

Más tarde el kitsune se comería los onigiris en la tranquilidad de su cueva, le compartió uno a Mototo, que si no lo volvería loco, martirizándolo por no compartir, y engulló el resto. Sabían un poco dulce y le hizo sentir nostalgia. Bien, se comería al humano grande, pero al cachorro lo dejaría vivir por tener un corazón bondadoso.

—0—

Zeke llegó ese día otoñal a la casa trayendo una preciosa mujer consigo. El pelo pesado, lacio y negro como el azabache, caía hasta su cintura, un largo flequillo le ocultaba la mitad de la cara, como si quisiera esconder una cicatriz, no se podía apreciar, pero lo poco que se veía quitaba el aliento. Tenía facciones delicadas, como una figura de porcelana fina, prácticamente no hablaba en absoluto. Sólo se limitaba a responder escuetamente lo que Zeke le pedía. Se movía casi sin hacer ruido, como una sombra y todo el tiempo estaba limpiando o arreglando alguna parte de la casa, como si evitara tener contacto con nadie.

—Eren, ella es Sakura, y dentro de dos lunas se convertirá en mi esposa legítima –le anunció su rubio hermano al pequeño que no dejaba de mirar a la mujer con mucho asombro-. Será como una madre para ti, y te pediré que la respetes como tal. Al fin no quedarás solo cuando salga de expedición.

—Sí, onii-chan –dijo el pequeño mirando con algo de timidez a la mujer.

Lo cierto es que Zeke se ausentaba por largos períodos de tiempo, dos o tres días. Volvía con las pieles de zorros, comadrejas, mapaches, osos pintos y liebres. Luego las vendía por una buena cantidad de dinero en el pueblo. Apenas se iba, la mujer se sentaba en el dintel de la puerta, no tenían vecinos cercanos, por lo que la vida en la casa era bastante silenciosa y aburrida.

Eren se escabullía al bosque y se internaba por largas horas, a la mujer nunca le interesó si había posibilidades de que se perdiera, simplemente no lo tomaba como una responsabilidad. Luego se limpiar se quedaba fumando y fumando, y por más que Eren intentara hablar ella nunca contestaba. A lo sumo le dirigía una filosa mirada con ese bonito ojo de color verde oliva.

Cierta tarde el niño agazapado entre las paredes de la casa la escuchó chillar muchas veces en diferentes tonos un *gon gon, como si fuera un animal, e incluso creyó escuchar las respuestas a lo lejos. Armándose de valor la enfrentó a la hora de la oración, cuando el sol ya se había ocultado y la casa se sumía en frías penumbras.

—Tú no hablas como una mujer –le dijo el niño con firmeza en su mirada, el kitsune lo observó por largos minutos, su penetrante ojo color oliva lo escrutaba, como una garras de acero que intentaba abrir su pecho. Más el pequeño no se inmutó en lo absoluto, le sostuvo la mirada con estoicismo-. Tampoco hueles como una mujer… hueles a *yako (*zorros de campo, malvados y traviesos).

—Tú… hueles a carne fresca y sabrosa… -respondió la dama mientras se relamía con hambre y sus colmillos blancos y filosos asomaban por los labios color granada. Corrió su flequillo con esos ademanes estudiados y finos, para mostrarle como su ojo malo destellaba pequeños brillos de un rojo sangre. Eren retrocedió un paso, intentando no ceder al miedo.

— ¡Eres tú! Tienes un rubí por ojo, y una maldición por corazón –las palabras se desprendieron de los suaves y acolchados labios rosas del niño, casi sin intención, sin conocer el significado profundo que portaban. Agachó la cabeza y un leve sonrojo se pintó en sus mejillas-. Me gusta… yo quiero tener tu ojo, quiero que sea mío.

—No te acerques, ni intentes delatarme, grillo sin talento. Este kitsune masticará tus huesos sin permitir que mueras, no lo obligues.

— ¿Lastimarás a mi hermano? –preguntó casi con timidez, tan contrastante con la ferocidad de su resolución anterior. El kitsune se acercó hasta la pequeña figura y se puso en cuclillas para intimidarlo con su feroz mirada. Eren tembló, pero no se movió de su lugar.

—Tú hermano es brujo-cazador, debe pagar por sus ofensas. Profanó ese templo sagrado, y ahora este kitsune cobrará su deuda.

— ¿Cu-cuál… cuál es tu nombre? –preguntó el niño tiritando un poco.

—Yo no necesito estúpidos nombres como los asquerosos humanos. Tch, asquerosos.

—Se-señor zorro… si usted… si usted perdona a mi hermano… yo… haré lo que sea. Las… las leyendas dicen que la carne de niño –dijo el infante subiendo su remera celeste y mostrándole su abdomen, mientras los ojitos se le ponían brillosos-, es sa-sabrosa y bl-blanda… A usted… le va a gustar mucho más… Tómeme como ofrenda, por favor, señor zorro. Pero no le haga nada a mi hermano.

El kitsune se alejó de repente, como si la presencia del niño le quemara, y lo estudió con seriedad. Por un breve momento recuerdos fugaces habían cruzado por su mente, guardados por tantas décadas, que casi parecían haber desaparecido. Se tocó la barbilla con sus afiladas uñas, como sopesando la situación, y una vez repuesto de la sorpresa inicial, volvió a acercarse a ese rostro que estaba a punto de llorar.

Sacó de entre su quimono una pequeña hoja verde, averiguaría hasta qué punto ese niño podía aguantar.

— ¿Este niño dice que entregando su cuerpo como ofrenda para salvar al infame hermano, ah?

El niño asintió varias veces en forma lenta.

—Entonces… este kitsune lo devorará ahora, deberás aplacar mucha, mucha hambre.

—Está bien, señor zorro –dijo el chiquillo casi con resignación, mientras se sacaba la parte de arriba de su pijama, el kitsune puso la hoja en su cabeza, y recitó el hechizo de transformación. Una gran humareda se produjo, que dejó al pequeño tosiendo con fuerza, pero acalló un chillido llevándose sus pequeñas manos a la boca cuando se percató de que tenía al frente.

Una bestia babeante, enorme, que llegaba hasta el techo con su cabeza imponente. Sus garras rojas y su boca gigante, llenos de filosos dientes, lo hicieron retroceder hasta dar contra la pared, esta vez las lágrimas se deslizaron raudas. El corazón de la criatura latiendo sin parar, parado en puntas de pie, agarrándose con sus uñitas a la pared de cartón y papel de arroz.

— ¿Tan rápido este grillo se arrepiente? –preguntó el kitsune sin mover sus labios, solo un vapor caliente se abría paso entre sus fauces. Eren no podía responder del miedo, por lo que negó con la cabeza.

La bestia se acercó resoplando y puso su terrible hocico frente a él, el niño pudo sentir la fría nariz oscura contra su pecho.

—Entra a mi boca y deja que te engulla, niño-ofrenda –dicho lo cual abrió su hocico muy grande. Eren sollozando bajito se quitó las medias gruesas y se arrastró por la pegajosa y caliente lengua. Una vez sobre ésta, era un lugar algo estrecho por lo que se recostó un poco, el kistune cerró sus fauces con ferocidad, produciendo un sonoro "clac", al chocar los dientes tan duramente. Pudo sentir como tiritaba, pero el pequeño no se arrepintió, ni tampoco rogó por piedad.

Resopló y lo escupió a un costado. El niño tosió un poco y se quitó algo de saliva de la cara, mirando con curiosidad al ente. Se quedó con la boca redonda como un tazón de caldo, al ver como se deshacía esa forma horrible y enorme, y solo quedaba el cuerpo de un joven, que no aparentaba más de 16 o 17 años. Estaba desnudo y su piel resplandecía suave, como si la luna hubiera bajado a visitar a los mortales. Mantenía el ojo rojo cerrado y lo miró con el otro, un leve vellón negro le descendía por la columna y terminaba en una esponjosa cola negra con la punta blanca, al igual que dos pequeñas orejas puntiagudas y finas se le notaban por encima de la cabeza, una largas y filosas uñas blancas le resaltaban en las manos. Eren se acercó gateando, maravillado con la visión que tenía frente a él.

—Usted es muy hermoso… aunque recién… recién parecía un monstruo terrible –le soltó con la voz un poco temblorosa aún-. Señor zorro, ¿por qué no me devoró? ¿Tengo mal sabor acaso?

Levi se sentó sobre el tatami rojo y se quedó observando desde arriba a ese humano tan interesante. Luego de pensarlo un poco tomó una decisión.

—Este kitsune, te ha perdonado la vida, es demasiado generoso. A cambio debes tu completa sumisión, así desde ahora el grillo será el sirviente de este yo, hasta que decida liberarlo. No será pronto, porque… este kitsune ha perdonado a hermano infame y a grillo inútil… grillo tener una deuda grande con este kitsune –Luego procedió a levantar el kimono del suelo con ceremoniales movimientos-. Ese grillo debe bañarse, y reflexionar sobre la benevolencia de este kitsune. Vil criatura, grillo sin talento, mientras conserve el secreto, mi presencia no tomará represalias con la casa de tus ancestros –dijo abriendo sus manos y señalando alrededor.

—Mi hermano… mi hermano dice… que hay que tener mucho cuidado con las promesas de los kitsunes, que ustedes son tramposos.

Levi lo miró de nuevo aburridamente.

—Tu hermano habla con sabiduría, pero éste kitsune no ha mentido. No a Eren, grillo sin talento.

El niño sonrió feliz y le hizo una *ikei (*reverencia), con el máximo de los respetos.

—Señor zorro, yo obedeceré sus órdenes de ahora en adelante, siéntase libre de pedir lo que quiera.

—Este Eren habla ligeramente, sopesa tus palabras grillo. Sé cuidadoso, o caerás por su peso.

—Lo tendré en cuenta –luego se perdió por los pasillos oscuros de la casa, directo a bañarse como le dijera el zorro. Levi bufó aburrido.

Mototo se descolgó del techo y entró velozmente para atacar la cocina.

—*Tanuki (*mapache) *baka (*tonto).

—Mototo, Mototo, nunca te lo aprendes, mmm, que ricas galletas –habló mientras se metía varias dentro de la boca-. ¿Por qué estás con ese aspecto? El niño te va a descubrir.

—Ese Eren ya sabía. Tiene el "don".

—Ooooohhh, hace más de cien años que no he visto a un humano con verdaderos dones, todos sólo fingen. ¿No te delatará?

—Eren prometió conservar el secreto. Este kitsune se aseguró de ello.

—Uuuuyyy, no quisiera saber cómo le hiciste, onii-chan es aterrador cuando quiere.

—Tanuki baka –dijo terminando de ajustar el kimono y sentándose en el tatami, luego buscó la pipa y la prendió para fumar tranquilamente.

Qué similares eran, los ojos de ese grillo inútil y de su diosa, casi podía decir que hasta tenían la misma calidez. Su ojo dolió, extrañaba a su diosa, ya no la vería jamás.

Para cuando Eren regresó, el kitsune estaba acurrucado en un rincón. El pequeño fue hasta la cocina y preparó rápidamente dos tazones de arroz junto a gruesas rodajas de tofu rebozadas en huevo, pan y ajo, las cuales fritó diligentemente. A pesar de sus 10 años, el niño sabía cocinar como un experto. Cuando terminó se acercó con mucho respeto y dejó la bandeja a los pies del kitsune.

—Su sirviente, señor, le trae la bandeja con la cena, espero sea de su agrado.

El zorro tomó el plato junto con los *hashi (*palillos para comer) y con mucha tranquilidad fue comiendo poco a poco, masticando lento.

— ¿Ese grillo tiene hambre? –le preguntó mirándolo con su ojo bueno.

—No, señor, ya cené bien antes.

—Entonces no mirar… -lo pensó un poco y frunció el ceño-. El grillo mira con demasiada atención.

—Lo siento –dijo el niño bajando la mirada, luego sonrió tibiamente-. Gracias por estar aquí, señor zorro. La casa casi siempre queda vacía y no me gusta estar solo por las noches, pero con usted aquí… yo me siento bien.

—Los grillos ya deben dormir –le dijo con seriedad.

—Oh, sí, eso haré. Buenas noches, señor zorro. Prometo hacer un suculento desayuno mañana. Gracias por su generosidad –y luego de otra ikei, se retiró. El kitsune terminó de comer hasta el último grano de arroz, había sido un platillo sabroso. Hizo buen negocio, se felicitó mentalmente, tener un grillo de sirviente le sería útil.

¿Y ahora qué? Ya no le servía casarse con el grandote. Salió en la obscuridad y se trepó al techo, desde allí contempló la luna que ahora estaba delgada, pronto sería la luna negra y debía andarse con cuidado. Tal vez si lograba que el grandote se enamorara… no tendría que hacer nada, aunque estaba un poco de inseguro de los pasos a seguir para lograr eso. ¿Cómo se enamoraba a un humano? Recordaba vagamente las lecciones de la diosa, siempre le había dicho que no iba a necesitar de esos trucos.

Suspiró sentidamente. Todo era su culpa, la diosa le confesó su amor, y creyeron por un breve tiempo que podrían escapar a la maldición, pero al final el presagio se cumplió y con él su diosa de piel acaramelada se fue de este mundo para jamás regresar. Había prometido volver a él, pero eso nunca sucedió, el kitsune pensó que tal vez tenía que ver con su hechizo oscuro. El mismo que le convirtió su ojo en sangre.

Se lo había arrancado muchas veces, sufrió y gritó probando su suerte una y otra vez, pero apenas dormía un poco se despertaba con el ojo completamente restituido. Recordaba las odiosas palabras de esa *nogitsune de cinco colas (*versión maligna de los zorros):

"Quede para siempre, esta maldición en ti, que cualquier criatura viviente,

que llegue a amarte, en la luna llena su vida pierda horriblemente.

Tus pares siempre te encontrarán abominable,

y tu vida completa será desolada hasta tu muerte.

Y para que no olvides este juramento, por la eternidad,

en tu ojo derecho llevarás la marca de la maldad"

Agonizó entre estertores y dolores indescriptibles por siete días, y al fin casi moribundo, los tormentos pasaron, recuerda haberse quedado mirando su reflejo por mucho tiempo. Como si no fuera suficiente humillación ser un *hanyo (*mitad humano-mitad demonio), ahora cargaba con una maldición. Efectivamente el clan lo abandonó a su suerte, su padre, el gran Yuto, Kitsune Mayor de 7 colas, le dio completamente la espalda. De nada valieron las promesas hechas a su madre, las rompió sin importarle.

La preciosa mujer era muda, pero no por eso menos amorosa y agradable con el pequeño. Recuerda cuando era cachorro y vivía con ella, compartieron 70 hermosos años, hasta que ella partió de este mundo dejándolo bajo el resguardo de Yuto. Eran otros tiempos olvidados y felices. Parecía que a medida que crecía esa felicidad se alejaba y se alejaba. Muchas veces pensó en terminar su existencia, pero él no sería como su padre, él no rompería su promesa de vivir y luchar. Algún día volvería con sus dos ojos sanos, con las 9 colas ondeando detrás de él, y su padre debería pedirle disculpas apropiadamente. Todos lo harían.

Había estado haciendo un excelente trabajo, hasta que esos demonios-cazadores lo atraparon, todo por salvar al idiota de Mototo. Con conjuros sellaron su transformación, e hiriéndolo con bala de plata, lo tomaron entre cuatro y le arrancaron dos de sus preciosas colas, que tanto esfuerzo le había costado conseguir. Se las robaron… y casi muere en el proceso de escapar. Su diosa lo salvó. Su diosa se apiadó de su existencia, su diosa… la única, después de su madre, que de verdad lo amó… el kitsune bajó la mirada con tristeza.

"— ¡No, Isabel! ¡No debes decir! ¡No! –exclamaba exaltado el zorro, transformado en semi humano.

—No temas, te salvaré de esa maldición –le dijo con la sonrisa más luminosa que hubiera visto-. Todo estará bien, pequeño zorro mío –exclamó abrazándolo con fuerza-. Te amo, te amaré para siempre, no habrá fuerza que nos separe.

— ¡Isabel! –dijo tomándola de los hombros mientras la miraba preocupado-. Este kitsune, está maldito, ¿lo ves?, ¿lo ves? –Hablaba señalando su ojo rojo-. Este kitsune, fuuushh, arrancó, una, dos, todas las veces, no desaparece –chilló lastimeramente-. No desaparece nunca, ese nogitsune diabólico dijo: la maldición hasta la muerte. No amor, nada de amor, o en la luna llena perderá la vida, ¡no, Isabel!

La abrazó con fuerza, respirando agitado, la mujer sonrió candorosamente y lo tomó de las manos llenas de filosas garras, lo miró a los ojos y le habló con dulzura.

—Debes practicar más el idioma, pequeño zorro mío. Y no te preocupes, tengo un libro que nos ayudará a liberarte. Entonces podremos vivir juntos y a gusto, ¿me aceptas, entonces?

El kitsune bajó las orejas y la miró asustado. Ella lo tomó delicadamente de las puntas de las orejas, para así recibir el primer beso de toda su vida. En casi 250 años nunca había besado antes y fue como si una llamarada se le hubiera metido a las entrañas por la boca.

—Este kitsune… ahora tiene dueña… -Dijo abrazándola con sentimiento.

Muchos más descubrimientos vendrían después de ese íntimo contacto. Pero la felicidad, aunque intensa y total, duró exactamente 18 días. Aunque lo intentaron por muchos medios, incluso con ayuda de las sacerdotisas de la región, la maldición permaneció intacta, y en la noche de ese décimo octavo día, los ojos de su diosa, esos preciosos ojos verdes como las colinas cuando el verano las seduce y las fertiliza, murió en sus brazos al quedarse dormida.

Su cuerpo se deshizo en una arena de brillantes colores dorados, danzaron un tiempo alrededor de él, y al fin se alzó al cielo para llevarse el alma pura y bendita.

—No amor… nunca más amor para este kitsune… -pronunció en esa cueva, que ahora se sentía vacía y solitaria."

Ya habían pasado más de cien años, pero a veces dolía como si hubiera sucedido recién. Bueno, no debía desviarse de su objetivo tenía que lograr que ese tal Zeke se enamorara. De por si había aceptado casarse, no podía ser demasiado difícil. El bastardo había profanado el santuario de su diosa, ese que él le construyó y mantuvo durante todo este tiempo. Y aunque le había prometido a Eren que no lastimaría a su hermano, no sería su culpa si él se enamoraba y la maldición obraba efecto… tal vez era una treta y sin romper su palabra lo mismo se estaba saliendo con la suya, pero bueno, ¿qué esperaba? Después de todo… sólo era un zorro…

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By Luna de Acero… emocionada