Disclaimer: Hetalia y sus personajes son total propiedad de Hidekaz Himaruya.

Advertencias: Posible aunque no intencional OoC. Basado en el Escuadrón 731, no hace falta decir mucho más.

Notas: Escribo esto con el mayor respeto posible, por amor a la Historia, a la escritura y a la obra de Hidekaz.


EL ESCLAVO VERDE


«Amistad es amistad.

Historia es historia.»

Los hombres tras el Sol.


Capítulo I: Negro

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Febrero de 1945, Harbin, China.

Hace ya mucho tiempo que el olor de la tierra era parecido a la pólvora y al metal oxidado. Pero esa mañana, Wang Yao podía asegurar que incluso desde su cama de paja, provenía olor a guerra. Estaba más que acostumbrado, a su corta edad, a esa sensación que le calaba los huesos, pero que no era ni por si acaso parecido al miedo.

Andar por los caminos de tierra, pasando entre siembras de arroz y percatarse de los trozos de metal enterrados entre la arena, daba a pensar, de forma inmediata, que las siembras eran poco fructíferas en estas regiones de China. Porque era cierto, esos elementos químicos no son propios de los que se necesitan para que una siembra resulte adecuadamente, sin embargo, la granja de sus padres, el señor y la señora Wang, podía hacer florecer arroz aunque debajo de una película de tierra estuviera infestado de pólvora. Las plantas se habían acostumbrado y adaptado a ese suelo con olor a guerra, y ya el hecho de cenar significaba un símbolo más de los conflictos con la nación del Sol Naciente.

Yao era hijo único, con diecinueve años, un campesino, al igual que su padre, que no aspiraba a unirse al ejército como los demás jóvenes de su edad. Queremos cortar algunas cabezas niponas, decían. Él sólo rodaba los ojos y continuaba con el camino a su casa, unos cuantos metros más allá de la sastrería del pequeño pueblo de la ciudad. Contaba con educación secundaria, aprobado con máxima distinción, siendo éste su mayor orgullo. Su anhelo era estudiar Historia y dedicarse de lleno a la historia nacional, para luego enseñar la misma en la universidad de la que se graduaría. Sus padres le apoyaban y hacían lo posible por juntar una cantidad específica de dinero para que Yao pudiera estudiar sin ningún problema. Por supuesto el joven chino también ponía de su parte en ello, ayudando sus padres en su tiempo libre y ocupándose personalmente de vender el producto en algún puesto cerca de casa.

Pero volvamos a la mañana específica en la que Wang Yao pudo oler la pólvora incluso antes de despertar, creyendo que era parte de algún extraño sueño. Se sintió extraño, como ya hemos dicho, y frunció el ceño. Miró por la ventana pequeña de su casa y todo parecía estar en completa normalidad.

Fue a desayunar, donde sus padres lo esperaban. Los saludó a ambos y se sentó a la mesa, donde cogió un plato con arroz y dos palillos.

—¿Dormiste bien? —Preguntó su madre, ladeando un poco la cabeza al ver cómo Yao tenía, aún, el ceño fruncido, con las cejas casi tocándose.

—Sí, madre—Contesta él, con el respeto que les pertenece a sus padres por derecho, pero no puede mantenerse así de sereno por mucho tiempo. Entonces recuerda su sueño. Había pólvora, sí, y sangre. La tierra estaba cubierta por ella, como si los ríos y los lagos se hubieran transformado. Las manos le tiemblan un poco y se le caen los palillos—. L-lo siento. No, madre, no dormí muy bien, desperté extraño hoy.

—¿Algún sueño extraño? —Pregunta su padre ahora. Los ojos del hombre mayor, son rajados como los de Yao, pero con los párpados un poco más caídos. Sus labios son finos y agrietados, y casi no se mueven al hablar.

—Sí, padre.

—¿De qué se trataba? —Pregunta, llevándose un poco de arroz a la boca.

Yao titubea un poco antes de contestar.

—Recuerdo ver mucha sangre sobre la tierra, sobre el asfalto, sobre el pasto y los caminos. Había olor a pólvora. Veía el pueblo, este pueblo, pero no había nadie habitándolo. De hecho, era como si ni yo mismo hubiera estado ahí mientras veía todo eso.

Sus padres se miraron, su padre dejó de masticar el arroz y su madre suspiró.

—Así terminará Harbin. La gente comenzó a desaparecer hace tres años, sin ningún tipo de explicación. La guerra es así, Yao. Ya nos tocará a nosotros desaparecer también.

—Padre, ¿por qué crees que desaparecen? —Pregunta inocentemente Yao.

—No lo sé. Hay rumores de algo terrible, esperemos que sólo sean malas lenguas.

—¿Qué cosa?

El hombre no respondió, como si Yao jamás le hubiera preguntado. Siguió comiendo arroz mirando la mesita de centro como si fuera todo un mundo.

Yao miró a su madre, pero ésta tampoco le dio ninguna respuesta. Ni siquiera lo miró y, como condenada a un silencio que no deseaba, se levantó y sacó los platos desocupados.

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Yao ara la tierra con la fuerza bruta de sus brazos. Justo al costado de las siembras, donde está el camino de tierra, observa unos soldados, con un uniforme que hasta ahora sólo había visto dibujados en pancartas en los centros del pueblo y en los puestos comerciales. No les alcanza a observar el rostro, pero adivina que son más alargados que los de los suyos, que son más redondos y de expresiones mucho más amenas. Tampoco les alcanza a escuchar la voz, pero alcanza a oír murmullos duros y planos, tan toscos como rocas.

Con el cuerpo congelado y los ojos bien abiertos, observa cómo los soldados se llevan un puñado de campesinos. Hombres y mujeres, niños, ancianos, quienes suben al vehículo militar con el rostro caído y a pasos calmados pero obedientes, seguidos de unos soldados. El último, antes de subir, le da una mirada a Yao. Desde su lugar, alcanza a observar un poco de sus rasgos. Sus ojos y su cabello son negros, tan negros como las plumas de los cuervos, como el destino que los campesinos vislumbran desde que irrumpieron en sus casas y los obligaron a abandonar el pueblo.

Yao frunce el ceño en señal de extrañeza al sentir la mirada fría del soldado de colores tan oscuros sobre él. No se siente intimidado, ni mucho menos atemorizado, pero sí se siente raro, como si el soldado hubiera querido decirle algo más que "No mires si no te incumbe". El vehículo comienza a moverse cuando el soldado sube, y se va alejando cada vez más por el camino de tierra hasta que los ojos del soldado ya no lo observan.

Pero el cielo se oscurece de pronto, aún siendo demasiado temprano para que anochezca, y Yao tiene la sensación de que por el resto del día, el negro permanecerá detrás de él.

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Un día, el mismo vehículo, los mismos soldados (incluido el de ojos y cabello negro), llegaron a su casa. Irrumpieron con violencia, tomaron a sus padres y los arrastraron hasta la carroza, y a él lo mantuvieron un rato sobre sus rodillas. Era ese mismo soldado, que no parecía inmutarse por el quejido que Yao soltó cuando otro soldado jaló su cabello largo hacia atrás y lo obligó a levantar la mirada hasta ese oscuro iris delante de él. De rostro sereno, como tallado en piedra, con un cinturón ciñendo su cintura mientras sostenía una katana.

—Señor, ¿qué hacemos con él? —Preguntó el soldado que tironeaba su cabello, en un idioma que no entendió del todo, pero que reconoció inmediatamente como japonés.

—Mañana lo vendré a buscar, yo solo—Respondió él, con mirada neutra, mas Yao no podía mirarlo con más odio. El soldado desenvainó su katana y la ubicó delante del cuello del chino, como una amenaza. Tanteó su rostro un poco, las mejillas, en un contacto tan suave como frío, sin la menor intención de verlo, si quiera, como una persona—. Me será particularmente útil.

—Entendido, Honda-san.

Honda, pensó Yao. Su apellido es Honda, uno de los más comunes en Japón. Pero, ¿y su nombre? Y lo que es peor, ¿a qué se refería con "serle útil"? ¿Qué iba a pasar con sus padres?

La puerta se cerró detrás de Honda y Yao quedó solo en casa, con el corazón en la garganta, el negro detrás de él y un nombre en la cabeza que no podría olvidar jamás, aún después de estar muerto.


Siempre he pensado que China y Japón, en una misma historia, con una relación, es por demás una idea atractiva. Personalmente, me gusta muchísimo la pareja, pero en esta ocasión intento retratar algo mucho más crudo de la Historia Oriental, en la Segunda Guerra Chino-Japonesa y la Segunda Guerra Mundial. Intentaré escribir esto de la manera más respetuosa posible, e intentando no caer, por supuesto, en una relación sentimental retorcida considerando el contexto que está ya por demás planteado.

Muchas gracias por leer.

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