Cae la tarde, la luz huye de cada rincón del jardín, dejándonos en penumbras.

La poca luz no me permite distinguir más que el contorno de tu rostro; la punta de tus cabellos, moviéndose suavemente, enmarcando tu rostro y tu figura, suavemente recostada contra los sales. El viento suave nos acaricia y contra el cielo ensombrecido, los árboles se mueven al ritmo lento de la brisa.

Los sales con sus negras ramas enmarcan el crepúsculo, danzando silenciosos, sin descanso; como si proclamaran que están existen, que están vivos.

Sólo faltaría que llamaran mi nombre, pero entonces yo gritaría el tuyo.