Disclaimer: los personajes pertenecen a Harry Potter y, por consecuencia, a la extraordinaria J.K Rowling.
Capítulo 1
Ya habían pasado más de dos meses desde que me encontré a James Sirius Potter a las afuera de esa librería. Las cosas con Harry cambiaron con el pasar de los días, pues en un principio era cauteloso, podía sentir su mirada inspeccionando cada uno de mis movimientos y palabras para con el niño. Pero después de darse cuenta que realmente no le haría nada y que mi interés en ese pequeño era sincero, se relajó lo suficiente como para mantuvieramos una relación cordial por el bien de James.
James era un niño dulce, tierno e inteligente. Yo no era muy dada a los niños, siempre me habían parecido mocosos llorones y desordenados, pero desde el nacimiento de Scorpius no pude evitar que mi corazón se ablandara, no cuando el niño rubio era una pequeña copia de Draco, más dulce y tranquilo, más adorable a mi parecer. Pero al ver a James, al ver sus ojos llorosos, algo en mi pecho se estrujó lo suficiente para endulzarme hasta límites que me darían vergüenza admitir, y por más que Harry me pedía que no le cumpliera todos sus deseos, no podía negarme al ver sus ojitos brillar con ilusión. Cada día se volvía más mi debilidad, pues no me podía imaginar un solo viernes sin poder verlo, sin escuchar su risa ruidosa o sus reacciones, era tan tranquilo estar a su lado a pesar de que nunca se estaba quieto, pero ver su inocencia, su vitalidad, su fuerza, era espectacular, y siempre me preguntaba cómo es que cabía tantas cosas buenas en un cuerpo tan pequeño, como alguien tan chiquito, que sin proponérselo podía cambiar la vida de alguien.
Oh. Lo cambios. Los cambios nunca son del todo buenos. Había mantenido mi acercamiento con los Potter lejos de mis amigos, no quería ni imaginar lo que dirían ellos, o los Weasley, los pelirrojos me lanzarían un rayo verde sin pensarlo dos veces, y a pesar de que podía enfrentarme a todos ellos, no saldría viva si decidían atacarme todos justos. Y mis amigos, ellos simplemente se enfurecerían, me recriminarían por estar cerca de él, de Harry, el motivo del porque somos repudiados a donde fuéramos, ahora que las amenazas y los insultos bajaron de intensidad después de algunos años, pero las miradas de repudio no lo hacían todavía. Harry Potter no tenía la culpa de eso claramente, él fue una víctima más de las circunstancias, como nosotros, como Draco al ser marcado, como Theo y Blaise fueron obligados.
A veces miraba la piel de mi antebrazo izquierdo esperando ver la calavera y una serpiente negra, pero no había nada ahí, estaba la piel limpia y libre de deudas, según la ley mágica, pero todo lo que hice me marcó la piel por debajo, como si la sangre se me hubiese convertido en tinta, en palabras acusadoras por todo lo que iba haciendo. Había ayudado a mis amigos de muchas maneras, a veces torturando, secuestrando, envenenando, nunca maté, pero todo lo demás me condenaba; condena que pagué con la mitad de mi herencia al ministerio. Pero lo había hecho por ellos, aunque jamás permitieron que me marcaran, y cuando mi padre casi me obligaba, Blaise lo aturdió con un poderoso hechizo, para dejarlo fuera de combate por dos días, después de eso, un certero obliviate por parte de Theo hizo el resto. Cómo no ayudarlos después de eso. Ni siquiera me preocupé al ver caer a mi padre, no lo merecía después de todo, y Draco sólo me sacó de ese lugar, apelando al contrato que había entre nuestras familias, quitándome definitivamente de la tutela de mi padre.
Pero nada de eso Harry fue culpable, solamente nosotros, él no era el culpable que el maniático de Voldemort quisiera gobernar el mundo mágico, que matara a sus padres o que lo marcara como su rival cuando era apenas un bebé. No, no tenía la culpa, pero en esta historia él era el bueno, la representación del bien y la esperanza, y nosotros éramos y todavía somos el otro lado de la moneda, lo malo y la crueldad. Así que estar cerca de los Potter era como cruzar la línea, a travesar la frontera del orden de la naturaleza, de aquello que nos impusieron desde que nacimos, y entrar en otra dimensión que no me era permitido. Pero como poder negarme al ver a James, quien con su pequeña mano llena de esperanza y travesura, me llamó para cruzarla, y yo acepté sin dudar, haciendo que el orden de las cosas se fuera al demonio.
Aun así, todo era incorrecto. James no sabía lo que hacía, no sabía que a la que le ofreció la mano en algún momento ofreció a su padre para que lo mataran en el comedor del colegio, que uno de sus amigos insultaba a su tía cada vez que la veía, que a los tres los encerraron en los calabozos de la mansión Malfoy. Que aquella que lo tomó en brazos para que dejara de llorar, habría matado a sus familiares si se hubiesen atrevido tocar un solo cabello de sus amigos, pues sus amigos eran todo lo que le quedaba. Sí, él no sabía nada de eso, pero todos los demás si lo recordaban. James y Harry vivían fuera del mundo mágico, James asistiría a una escuela de niños muggles hasta que llegara su carta de Hogwarts. Nunca pisaba el mundo mágico con ellos, tenía temor que el niño escuchara una de esas palabras con la que la gente me insultaba, él no lo merecía, a pesar de que aquella tarde, cuando lo vi por primera vez fue en el Callejón Diagon, nadie dijo algo malo, estaban por demás sorprendidos para hacerlo, pero eso no pasaría una segunda vez, y no quería eso para él.
Y no deseaba por nada en el mundo que los Weasley se enfadaran o que mis amigos lo hicieran. Era mejor que todo volviera a tener el mismo orden, y que esta epifanía se acabara de una vez. Así que lo mejor era que me volviera al lugar al que pertenecía, que era del otro lado de la línea, de los indeseables y malos sangrepuras, y dejar a los buenos aquí, con James siendo el niño más importante y maravilloso para todo el mundo, la razón de la esperanza de tiempos mejores, hasta para aquellos que eran como yo.
Como cada viernes, en que James insistía en que viniera a cenar y Harry decía que era bienvenida a su casa, al terminar la cena acompañaba al niño para que se lavara los dientes, las primeras veces Harry caminaba detrás de nosotros, pero al bajar su campana de alarma, dejaba que sólo yo lo hiciera, alegando que James parecía a gusto con eso. Ayudaba a que se pusiera el pijama, mientras Harry se adentraba en su oficina para terminar el trabajo restante y tener el fin de semana solo para su hijo. Acobijé al niño y esperé a que se durmiera, cosa que hacia mientras le acariciaba el cabello y el sonido de su voz se perdía, era demasiado hablador, así que era necesario dormirlo pues sino podía hablar hasta por horas.
Cuando noté que se había quedado profundamente dormido, besé su frente y salí sigilosamente de su cuarto acordándome de dejar la puerta un poquito abierta, ya que le temía un poco a la oscuridad y la luz del pasillo lo tranquilizaba.
Caminé de nuevo por aquellos pasillos, pensando una vez más porque era de un solo piso esta casa, era grande, muy grande, y también acogedora y bonita, no a lo que he visto en toda mi vida, pero me parecía agradable sin dudarlo. Cuando llegué de nuevo a la sala tomé mi bolso y luego me dirigí al despacho de Harry, toqué suavemente y hubo inmediatamente una suave respuesta.
—Adelante.
Abrí la puerta y detrás de su escritorio se encontraba él, concentrado en unos papeles, después de varios viernes ya conocía esta rutina en él. Harry seguía siendo tan atractivo como siempre, el entrenamiento de auror había hecho que su altura aumentara y los músculos de sus brazos se marcaran por debajo de toda ropa. Era realmente increíble mirar que aquel intento patético de héroe, más o menos agraciado, se convirtieran en realidad en un hombre tan imponente.
—¿Ya se durmió? —preguntó él mientras me hacía una seña para que tomara asiento en el sofá que se encontraba enfrente de la chimenea.
Él se levantó de su silla y sirvió té de una tetera sobre una mesita que estaba cerca de un gran librero. Se sentó a mi lado y me dio una de las tazas.
—Sí, ya está completamente dormido —le dije, antes de sorber un poco de mi té. Sonreí por el sabor, era de manzana con canela, un té que me tranquilizaba antes de dormir.
—Gracias —me sorprendió escuchar eso, no había hecho algo por lo cual él tenga que agradecerme.
Lo miré a sus ojos y él sonreía. La luz era un poco baja en ese lado, así que el fuego de la chimenea brillaba en su cabello, arrancándole tonalidades rojizas, herencia de su madre, y que Jame compartía y que yo notaba cuando salíamos a comer y el sol le daba en la cara.
—¿Por qué? —le pregunté confundida.
—Por todo esto, Pansy, por pasar tiempo con mi hijo cuando no tienes ninguna obligación. Él se ve más feliz, no es que antes no lo fuera, pero he visto pequeños cambios, como si algo lo tranquilizara.
Merlín, porque se le ocurría agradecerme por eso, cuando debería ser yo la que tenga que agradecerle por permitirme estar cerca de su hijo y haber perdonado todo mi pasado, mis ganas de que lo mataran en algún momento, aunque no lo deseé en realidad, tenía miedo, simplemente era eso.
Pero esto debía acabar, mi pasado siempre me perseguiría y James no tenía que conocer el lado feo de la historia, la parte mala de mi vida.
Me levanté dejando mi taza en la pequeña mesa de centro y caminé a la ventana más cercana.
—Harry, de eso precisamente quiero hablarte —le dije.
Había un cielo sin estrellas, y la luna brillaba como una diminuta escarcha a través de las nubes negras.
—¿Qué pasa? —preguntó él. Lo miré de reojo y seguía sentando, frunciendo el ceño.
—Tengo que alejarme de James —le dije, y mi voz sonó tan dura como siempre.
—¿Pero por qué? –preguntó él y escuché sus pasos acercándose, el sonido de una taza sobre la mesilla.
—No es bueno que yo esté cerca de él.
Mi voz tembló, carraspeé. Apreté los labios disgustada, era mejor que pensara que era por aburrimiento o cansancio.
—¿Por qué lo dices? James te aprecia —dijo confundido.
Me volteé a ver esos ojos verdes esmeralda dorándose por el fuego de la chimenea. Estaba estudiando, analizándome como en un principio, pero ahora no era por ser sospechosa de algo, estaba preocupado, podía sentirlo.
—Dime Harry, ¿Qué pasara cuando la familia Weasley se entere y se oponga a que yo esté cerca de James? ¿Qué pasara cuando se enteré de los horrores de la guerra? Yo no estaba de tu lado, ¿lo recuerdas? Estaba con tus enemigos.
—James es mi hijo y yo tomare la decisión. La guerra algún día la conocerá y si, tal vez se entere de tu posición, pero él te ha conocido a ti, no la chica de diecisiete años asustada. James no será prejuicioso, es por eso que yo mismo lo saqué del mundo mágico, quiero que crezca libre de culpas o adulaciones de esa sociedad que, a pesar de todo, parece no avanzar, siguen culpándose unos a otro por lo que pasó, sin darse cuenta que ya se acabó todo, las pérdidas duelen, pero ellos parecen no aceptar que todos se equivocan —respondió él con mucha convicción, y lo vi tan apasionado por ello, que no pude evitar admirarlo.
—Tú mismo lo has dicho, esa sociedad no ha avanzado, no perdonan, y no quiero que él escuché lo que me dicen. No lo merece, no tiene por qué mancharse. Y los Weasley, ellos serán los primeros —declaré. Él negó algo disgustado por haber dicho eso— No lo quieres ver, pero en el fondo sabes que así será. Pero olvidémoslo un momento. ¿Qué pasara cuando tu consigas una pareja? No creo que a tu pareja le guste la idea de que tu hijo aprecie más a otra persona.
Esa era otra cuestión que me atormentaba, ¿Qué pasaría cuando Harry encuentre una pareja? ¿Otra mujer que quiera ser la madre de James? Quererlo y cuidarlo como yo lo hago, consentirlo como me gusta hacer.
—Yo no tengo ninguna pareja, Pansy —dijo él.
—Pero en algún momento la habrá —le susurré muy bajo.
Pude ver en sus ojos que no tenía ningún argumente con el cual debatir eso, ya que siempre cabía esa posibilidad. Para ser sincera eso era lo que más temía, que él encontrara a otra mujer, que él se enamorara y que yo no fuera más que prácticamente la niñera de su hijo.
—Yo… yo —desordenaba su ya de por si desordenada cabellera— James te aprecia.
—Y yo no digo lo contrario Harry, yo igual aprecio a tu hijo, pero debes de entenderme, tú me estas entregando el amor de James, me estas permitiendo que yo día a día lo quiera un poco más. ¿Pero que pasara cuando la familia se oponga?, porque no creo que lo acepten y me hagan una fiesta de bienvenida. O cuando el mundo mágico se entere que el hijo de su héroe aprecia a una mortifaga…
—No lo eres, no eres una mortifaga —dijo mirando la piel de mi brazo.
—Hice cosas —murmuré. Miré lejos de sus ojos, para no ver la acusación o el reproche.
—Y pagaste tus deudas, si a esa vamos, yo maté también…
—Salvaste al mundo.
—Te salvaste a ti.
—Es imposible llevarte la contraria.
—Sólo si la otra parte es igual de terca —dijo.
Sonreí un poco y él también lo hizo.
Apreté de nuevo los labios.
—Harry, si sigo a su lado llegara el momento en que terminare amándolo y él tal vez me quiera un poco más, y los dos vamos a sufrir cuando tengamos que separarnos. Así que lo mejor es cortar la relación desde ahora, el niño pronto me olvidara y ustedes podrán continuar con su vida —terminé de decir. Mis ojos ardían. Apreté los parpados para quitar la molesta sensación.
Me duele tanto no ver a James, no verlo sonreír, no ver esa mirada picara cada vez que hará una travesura o su cara de inocencia cuando toma dos galletas de chocolate del paquete sin que su padre le dé permiso.
—Pero ten por seguro que yo no lo olvidare.
—Te entiendo. Es difícil para ti —me dijo él con una sonrisa de comprensión— Tan solo te pido que te despidas de él, claro sin contar los verdaderos motivos.
—Lo hare —¿despedirme?, eso será muy difícil. Pero James lo merecía— Te parece si los veo mañana en el parque a las tres.
—Claro, ahí te veremos.
Tomé mi bolso, necesitaba con urgencia salirme de esa casa.
—Pansy —escuché que me llamaba cuando ya estaba abriendo la puerta. Me giré lentamente— Gracias por todo —dijo él depositando un suave beso en mi mejilla, yo tan solo asentí y salí rápido de ese lugar.
La noche se me hizo muy corta, para ser completamente sincera ni siquiera dormí. Juro que no quería separarme de él, de ellos, estas últimas semanas habían sido un bálsamo de alegría en mi vida.
Me levanté y me vestí lentamente. Tomé sin ánimos el café amargo de cada mañana, me observé en el espejo y ahí está, esa mascara fría y perfecta que expresa que todo iba de maravilla, esa mascara que nadie puede penetrar, que no permite que nadie vea las emociones que están apretándome la garganta.
Llegué al parque, y si, hoy en Londres muggle se puede apreciar la calidez del sol. Las familias realizando un picnic hacen que en mi pecho se alojé un sentimiento amargo. Pues nunca he tendido eso, una familia, y estoy segura que nunca podre tenerlo. No como quisiera en realidad.
Vi a lo lejos a mis dos tormentos, cerca de la fuente. Observé al pequeño James con su mirada frenética revisando todo el parque mientras Harry lo ve con una sonrisa un tanto triste. Apresuré el paso y cuando el niño me vio, me regaló esas enormes sonrisas que ablandan mi corazón y mi mascara de antes de salir de casa, no sirve para nada.
Sonreí. Él se levantó de la banca de piedra y corrí. Yo abrí mis brazos para recibirlo y me agacho para quedar a su altura.
—Hola, Pansy, me alegra que hayas venido —me dijo él mientras me abrazaba con fuerzas.
—Hola, James, también me alegra verte —contesté mientras traba de arreglarle ese desastroso cabello que posee.
—Te extrañé —confesó él volviendo a abrazarme, y yo no quería soltarlo.
—Yo también te extrañé.
Acaricié la sonrojada mejilla con mi pulgar y me levanté. No quisiera alejarme de él, pero si yo hubiese sido distinta, que mi pasado no abrumara tanto, quizá podría merecer estar a su lado.
—¿Qué quieres hacer? —le pregunté.
Quería distraerlo, que disfrutara este día tanto como yo quería hacerlo.
—Quiero un helado de chocolate con chispas de chocolate —dijo él con una sonrisa radiante.
—Entonces vamos por un helado —le dije. Y tomé su mano— Hola, Harry —mi voz sonó un poco tensa.
—Hola, Pansy —saludó él con una sonrisa de medio lado.
Nos quedamos viendo, y la cercanía que habíamos creado se convirtió en una gran distancia, hasta el doble de lo que había en un principio.
—Quiero un helado —exigió James con entusiasmo, sacándonos de nuestro analices visual.
—Vamos —le dije sonriendo.
—Por lo que yo recuerdo, James está castigado y no puede comer helados —dijo Harry deteniendo nuestra caminata.
—¿Castigado? —dijo James con una voz que denotaba inocencia pura.
Sonreí, si el niño no era un griffyndor en el futuro, sería un gran slytherin sin dudarlo, aunque a Harry se le descompusiera la cara al escucharlo.
—Sí, castigado, o ya se te olvido que agarraste algunas de las bromas de tu tío George para poder realizar travesuras en la escuela —recriminó su padre, y él tan solo bajó la mirada con una sonrisa, de seguro nada arrepentido con lo que hizo.
—Oh, vamos, Harry, yo también quiero un helado —intenté convencerlo y le hice un guiño a James que él devolvió con algo de dificultad— Te prometo que será el último —susurré, él ya sabía a lo que me refería. Aceptó sin decir más, y los tres fuimos por nuestros helados.
Cuando terminamos los helados, Harry empezó a enseñarle a James manejar bicicleta, mientras yo organizaba todo para comer, sacando las cosas que Harry había llevado en una canasta. Extendí una manta debajo de un frondoso árbol, saqué los platos de comida que él había metido, y la fruta fresca. Cualquiera que nos viera pensaría que somos una familia más haciendo un picnic.
Que dura realidad.
Ellos regresaron y los tres empezamos a comer. Después de un rato le envíe una mirada a Harry y él la interpretó de la mejor manera. Ya había llegado el momento, no podía atrasarlo más.
—James —llamé. Él niño levantó la mirada de su plato de frutas.
—¿Qué pasa? —preguntó con una sonrisa.
Observé como Harry se acercaba más a él, preocupado.
—Tengo que decirte algo.
—¿Qué cosa?
—Yo vine a despedirme —le dije y su sonrisa desapareció.
—¿Despedirte? ¿Pero por qué? —preguntó, dejando el platito de lado que Harry apartó de su lado.
—Porque yo tengo que irme.
Vi como sus ojitos se llenaron de lágrimas.
—¿Te vas de viaje o algo así? ¿Cuándo regreses podré verte? —preguntó esperanzado, acercándose un poco a mí.
—No, no me voy de viaje —mi voz se estaba dificultando, como si algo se me hubiese atorado en la garganta— Yo tengo que alejarme de ustedes y eso es lo mejor.
Claro, pero primero tenía que convencerme a mí misma de que esa era la verdad.
—¿Hice algo mal? ¿Te moleste? —preguntó él, afligido.
—No, tú no hiciste nada malo, tú eres un niño muy bueno —me acerqué a él y envolví sus pequeñas manos con las mías.
—Entonces mi papá te pidió que te fueras —observó a su padre con enojo.
—No, tú padre no me ha pedido nada, James esta es mi decisión —le dije con voz firme.
Él quitó sus manos de las mías, pero lo que más me sorprendió fue ver como las primeras lágrimas bajaban por sus mejillas sonrojadas y su boquita tembló un poco.
—Tú no me quieres —susurró con voz temblorosa.
Si le decía que no lo lastimaría más y si le decía que sí, ya no tendría escapatoria y tendría que quedarme, cosa que ya deseaba, pero era más por su bien.
—James —lo llamé, asombrada por esa conclusión a la que había llegado, y me sentí molesta por eso, como era posible que un niño de cinco años pudiera pensar tan rápido que no lo quieren.
Yo no sabía que decir. Harry se acercó a su hijo y lo abrazó.
—Yo entiendo, tengo cinco años y no soy tonto, tú no me quieres, por eso te vas —dijo escondiéndose en los brazos de su padre, por vergüenza no me atrevía a ver los ojos de Harry.
—James, por favor, déjame explicarte —le pedí tratando de tocarlo, pero él me esquivó y empezó a lanzar manotazos.
—No me toques, así como tú no me quieres yo tampoco te quiero, vete, vete, no quiero verte —me gritó él y sentí como se me apretaba el pecho ante esas palabras. Él lloraba escondiendo su carita en el pecho de su padre.
—James por favor —le pedí nuevamente.
—No quiero escucharte, te odio, ya no quiero verte, te odio —gritó él.
Esas palabras habían dolido, más que el rechazó de mi padre por no haber sido hombre o porque no accediera a sus órdenes.
—James.
—Vete, vete, te odio, no quiero verte nunca, jamás —gritó él aún más fuerte.
Me levanté con las piernas temblorosas, como si una roca me apretara los tobillos. Vi los ojos de Harry, no sabía que decir, y él tan solo asintió y trató de consolar a su hijo. Me alejé de ellos, sintiéndome una basura por todo esto, por hacerlo llorar por mí. No merecía las lágrimas limpias de un ser tan bueno.
Encontré un callejón solitario cerca del parque, y corrí para poder desaparecerme. Llegué a mi departamento sintiéndome rota y desesperada.
—Esto es lo mejor, esto es lo mejor para James —murmuré enfrente del espejo, quitando de manera furiosa las lágrimas que caían a mis mejillas.
Me tiré a mi cama, enterrando mi cara en la mullida almohada. Patética, así me sentía, pero tan solo a una tonta como yo puede pensar que estando a lado de un hombre como Harry no terminaría enamorada, y del niño más hermoso del mundo no terminaría amándolo.
Sí, todo fue un sueño. Como es que en un principio pensé que podía estar en su familia cuando mi pasado estaba más corrompido que un bar, como es que pensé por un momento que mi pasado no afectaría, que sólo era un momento insignificante. Lo pensé demasiado tarde, pensé demasiado tarde en lo que pensaría James al escuchar mi pasado.
Me quedé dormida de tanto llorar, ¿Por qué? ¿Por qué me dolía tanto esta separación?, entre Harry y yo nunca hubo nada, pero a James, Merlín, a ese niño de mirada traviesa me tenía atrapada con su sonrisa.
—Ya, James, por favor ya no llores —traté de tranquilizarlo, meciéndolo entre mis brazos.
Quería odiar a Pansy por causarle este dolor a mi hijo, pero sus razones eran buenas, su pasado no me importaba, lo conocía, y así como muchos, cometió errores, pero si yo pude perdonarla, porque los demás no. Cuando la miré cerca de mi hijo la primera vez temí que le hubiese hecho algo, pero pude ver en su semblante un cambio drástico, seguía siendo fría y orgullosa, pero parecía más tranquila, más amable, y con James a lado se transformaba por completo. Y con esta separación, a ella también le dolía, lo vi en su mirada.
—¿Por qué, papi? ¿Por qué Pansy no me quiere? —preguntó James con la voz sollozante.
—James, ya no llores, bebé —le dije apretándolo un poco más.
No creí que le doliese tanto, pero tal parece que sí.
—Yo si la quiero, yo quiero a Pansy, pero ella me odia —dijo él con su voz ahogada por el llanto, y lloró más fuerte.
—Pansy no te odia, mi amor —le dije.
—¿Entonces porque se fue? —preguntó viéndome directamente a los ojos.
—Porque… —qué podía decirle, no sabía cómo decirle algo tan delicado, era demasiado pequeño para entenderlo—No lo sé.
Él volvió a llorar, hasta quedarse completamente dormido. Como estábamos en la parte más alejada del parque, la tarde pasó, el frío empezó a aumentar y la gente poco a poco se fue retirando. No me fue difícil sacar mi varita para guardar todo, encoger la bicicleta y desaparecerme. Cuando puse los pies en el suelo del salón de mi casa, me dirigí a su habitación, que estaba delante de la mía, y metí a James a la cama.
Me dolía ver a mi hijo así, pero que más podía hacer, Pansy tenía razón, los Weasley nunca la aceptarían, la sociedad apenas los toleraba a todos ellos, y yo no podía apartar a James de su familia, mi familia, y tampoco estaba dispuesto que siendo un niño escuchara todos los insultos dicho por esas personas. Tampoco planeaba apartarlo para siempre, no deseaba hacerlo ignorante de la guerra, sólo cuando tuviera la madurez requerida le diría todo, para que sepa que hay errores que no se deben volver a repetir.
Después de ese episodio del parque, la actitud de James decayó, ya no quería jugar, ni reía como siempre, no deseaba ir a visitar a sus abuelos ni pasear con sus primos, ni siquiera quería ir a la tienda del tío George, a pesar de mi promesa por comprarle algo del lugar. Yo no sabía qué hacer, él simplemente no hablaba, y lo más sorprendente fue que su maestra me llamó.
—Señor Potter, podría decirme que es lo que pasa con James, a pesar de que me vuelve loca con sus travesuras —soltó una risa suave la regordeta mujer, y yo sonreí intranquilo, ya imaginándome que ese era la razón de su llamado— Me preocupa verlo tan decaído, no habla con sus amigos y ni siquiera trabaja en clases.
Después de eso trate de hablar con él, pero él simplemente se quedó callado, y como si fuera un niño grande, solito se sentó en la mesa e hizo su tarea, cuando normalmente tengo que ser yo quien le ordene hacer sus deberes. Yo le traía sus galletas y helados favoritos, pero él ni siquiera les prestaba atención, y si los probaba de casualidad, los dejaba a un lado sin decir nada y hacía otra cosa.
Mentiroso es aquel que dijo que los niños fácilmente se olvidan de todo, ya había pasado dos semanas y James seguía igual. Mi desesperación aumentaba y por eso mismo no podía concentrarme en el trabajo, ni siquiera la aparición de Parkinson en nuestras vidas me había distraído tanto como su partida y el deseo de James volviera a ser como antes. A veces lo escuchaba llorar en su cuarto y por más que hacía el intento de consolarlo, él simplemente no quería, se apartaba de mí con enojo, como si me culpara de algo. Y claro, a mi lista había que añadirle los reclamos de Molly de no llevar a su nieto, cuando era él quien no quería ver a nadie.
Una semana más pasó, y yo mantenía la esperanza de que un día se levantara y se olvidara del asunto, de que Pansy había aparecido de la nada y se había esfumado de igual manera.
Me paré de la cama y después de lavarme los dientes, darme una merecida ducha y vestirme con el uniforme de auror, me dirigí al cuarto de James, listo para llevarlo a la escuela y luego irme a trabajar.
Entré y lo primero que hice fue abrir la ventana, pues él podía quedarse otra vez dormido si no veía el sol. Me acerqué a la cama, y James estaba envuelto en todas las sabanas, algo raro ya que siempre lo encontraba destapado.
—James, ya es hora de levantarse —le hablé y empecé a moverlo suavemente.
Un gruñido fue toda su respuesta.
—James, tienes que ir a la escuela.
Le quité todas las sábanas y cuando vi su cara sonrojada supe que no estaba bien: su frente tenía una capa de sudor y su cabello se pegaba a los contornos de su cara. Lo toqué y el niño ardía en fiebre. Rápidamente le quité todas las sabanas y él se quejó. James se removía inquieto y no sabía que darle, no había comprado más pociones, además de que no podía darle cualquiera sino sabía que tenía.
Corrí rápidamente al salón y después de lanzar los polvos a la chimenea, me arrodillé.
—Consultorio de Sandra Wells —dije metiendo la cabeza a la chimenea.
—Hola, Harry —me saludó Sandy, ella a veces ayudaba a los aurores cuando estos salíamos heridos en algunas ocasiones en algunas misiones, era uno de sus pacientes más frecuentes, así que nos habíamos hecho amigos.
—Hola, Sandy, necesito tu ayuda, podrías venir a mi casa —le pedí con desesperación.
—¿Qué pasa Harry? Te noto nervioso.
—Es James, tiene mucha fiebre.
—En un minuto estoy allá.
Corté la comunicación y me alejé.
Y como lo prometió, un minuto después ella llego. Inmediatamente fuimos al dormitorio, y James seguía hecho una bolita entre tantas sabanas, acostado en posición fetal y apretando la cara lo más que podía en la almohada. Ella lo revisó con rapidez y yo la ayudé a enderezarlo para que pudiera hacerlo con más facilidad. Después de realizar los hechizos de diagnóstico correspondiente, le dio unas pociones que el niño se bebió con una mueca de asco. Lo acosté de nuevo y me levanté de la cama.
—Sandy, ¿Qué tiene mi hijo? —pregunté nervioso revolviéndome el cabello.
—Nada malo, Harry, James tan solo está resfriado —dijo ella con una sonrisa, acariciando el húmedo cabello de James —Deberías cambiarlo de ropa, las pociones lo harán dormir un poco más. Cuando se levante dale de comer una sopa de verduras o de pollo, y que tome muchos líquidos. Aquí te dejo la receta, con tres pociones más él se pondrá bien. Una poción diaria.
—Gracias, Sandy —le dije realmente agradecido, ella sonrió simplemente y guardó todo de nuevo en su maletín.
La acompañe de nuevo al salón donde tomó la chimenea para regresar a su consultorio.
Escribí rápidamente una nota, informándole a mi jefe que no podría presentarme hoy, a lo cual él contestó que me tomara los días que quisiera. En realidad, era un poco incómodo que se me dieran tan fácilmente los permisos, aunque tampoco abusaba de ello.
Volví al cuarto de mi hijo, me senté en la cama y acaricié su rostro. No sé cuánto tiempo llevaba ahí, y James dormía pacíficamente, o eso creía.
—Pansy, no te vayas… —dijo entre lágrimas.
Me sorprendió escucharlo, pues también ahorita sintiéndose mal la añoraba.
—James, despierta —le pedí, pero él seguía removiéndose para que no lo tocara.
—Pansy, ven, yo te quiero —gimió, apretando la cara por completo en la almohada.
—Hijo, por favor levántate —lo removí un poco.
—Déjame, papá, yo quiero a Pansy —me contestó él, molesto otra vez.
Ya no podía seguir viéndolo así, ya no quería que él, mi bebé, continuara sufriendo. Ya no soportaba más esta situación. Y si él quería a Pansy a su lado, pues que se jodiera el mundo, hasta ella si es que no quería regresar. Así que armándome de valor llame a Dinky, nuestra elfina.
—Se le ofrece algo, señor Potter —dijo ella haciendo una diminuta reverencia.
—Quédate con James por favor, no te despegues de él, volveré en media hora —le ordené.
Dándole un último beso en el cabello a James, salí de la habitación.
Salí de mi casa, ahorita mismo Pansy Parkinson me escucharía, le reclamaría los estragos que ha hecho, que nadie le dio el derecho de salir de nuestras vidas tan sólo porque piensa que es lo mejor para todos, eso es demasiado Gryffindor para esa serpiente, demasiado amable para ello, o cruel y astuto como toda serpiente, si es que ya no quería estar al lado de mi hijo. Cree que puede venir, hacerse querer por mi hijo y luego irse como si nada. Yo le demostraría a esa mujer que no puede hacer eso, la traería con o sin su consentimiento, aunque luego me acuse de secuestro.
Con un movimiento de varita me desaparecí, llegué enfrente del edificio donde trabaja Pansy. Por lo que tenía entendido esta empresa fue fundada por los cuatro principales Slytherin, Draco Malfoy, Theodore Nott, Blaise Zabini y Pansy Parkinson, unieron parte de sus fortunas para este proyecto. O lo que quedo de ellas, siendo Malfoy el mejor acomodado. Así que las probabilidades de encontrarme con alguno de ellos eran muy altas, pero no me importaba.
Entré al edificio y me dirigí inmediatamente a la recepción. Pero para mí mala suerte ahí se encontraba Malfoy revisando unos papeles y con un portafolio negro en su mano izquierda. Me acerqué a ese lugar, sabiendo que tenía que pedir indicaciones.
—Buenos días —saludé amablemente.
—Buenos días.
Él se dio la vuelta y contestó sin reprimir la mueca de molestia, mirándome con repulsión por estar ahí.
—¿Y a qué se debe la presencia del héroe en esta humilde empresa? —preguntó de manera sarcástica y como siempre, arrastrando las palabras.
—Quiero hablar con Pansy Parkinson —le solté sin querer caer en sus provocaciones.
—¿Para que buscas a Pansy? —preguntó de manera desafiante, odiándome más que nunca con la mirada. Era obvio que la protegería, que se mostraría igual a mí si uno de ellos llegara a preguntar por Hermione.
—Amor, no seas tan curioso.
Se escuchó la suave voz de una mujer. Miré a su dirección, percatándome de la pequeña y estética figura, con cabello dorado como la miel y ojos verdes, pero uno distinto a los míos, como de pasto en primavera. Parecía una doncella, como de un cuento. Ella llegó, se puso a lado de Draco y tomó la mano del rubio. Sí, ella ha de ser Astoria Malfoy
—Buenos días, señor Potter —saludó extendiendo su mano.
—Buenos días, señora Malfoy —saludé estrechando su mano con la misma cordialidad que expresó ella.
—Si desea ver a Pansy, le recomiendo subir al piso cinco, Relaciones Publicas, pregunté por ella a su secretaria —dijo amablemente, mientras que Malfoy bufó molestó y le envió a su esposa una mirada de reproche que ella ignoró dándole una sonrisa.
—Gracias, señora Malfoy.
—De nada.
Prácticamente corrí a los elevadores. Llegué al piso indicado y busqué a la secretaria. Una joven muchacha de cabello rubio me recibió.
—Buenos días —saludó ella con una sonrisa, que trate de devolver.
—Buenos días, ¿podría decirle a la señorita Parkinson que estoy aquí? —le pedí a la joven.
—Claro que sí.
Se levantó y camino a la puerta que estaba a un lateral de su escritorio. Tocó suavemente y luego abrió.
Ya habían pasado tres semanas que había dejado de ver a James y a Harry. Como extrañaba los días junto al travieso niño, no estar con ellos los viernes, pero la vida tiene que continuar. El trabajo me mantenía ocupada, trabajaba horas extras, salía más con los chicos y me acerqué un poco más a Scorpius, pero aun así no podía mantener mi mente lejos de ellos.
Estaba en mi oficina revisando unos papeles cuando escuché que tocaban la puerta dos veces.
—Adelante.
—Disculpe, señorita, pero a fuera está el señor Potter y quiere hablar con usted —anunció la chica.
Elevé una ceja sin saber que decir, pero no podía evitar recibirlo, así que asentí.
—Dile que pase.
Ella se retiró, yo me levanté y di unos pasos hasta colocarme enfrente del escritorio.
—Puede pasar, señor Potter —escuché decir a mi secretaria.
A mi casi se me va el aire al ver a Harry después de tantos días, como si su imagen de mi recuerdo no le hiciera justicia a este momento.
—Hola Ha… Potter —dije sin saber cómo llamarlo ahora.
—¿Sabes, Pansy?, yo siempre soy una persona pacifica —dijo.
Su voz era fría, transformada en el mejor sonido desinteresado, pero aun así me llamaba a ponerle atención. Lanzó un hechizo silenciador a mi oficina, moviendo apenas la muñeca con la varita entre sus dedos. La verdad no sabía si enojarme o tener miedo ante este hecho
—Pero tú, tú eres una persona demasiado cruel —acusó y en sus ojos había rencor.
Sus palabras me dolieron, aunque no era algo a lo que no estuviera acostumbrada a escuchar.
—¿De qué hablas, Harry? —me atreví a llamarlo por su nombre ya que él había utilizado el mío.
—Habló de que entras a la vida de las personas sin permiso, te haces ver como una persona realmente buena, te haces querer y luego te vas, dando como pretexto un futuro que es incierto, donde tú y James sufrirán —reclamó, y se acercó a pasos cortos, guardando la varita de nuevo— ¿Sabes? Eso no se hace, fuiste muy cruel al alejarte así de mi hijo, alejarte de nosotros con excusas baratas. Pero claro, tú continuas con tu vida como si nada, diciendo que es lo mejor, algo muy Gryffindor he de decir, das la orden de que cada quien siga su vida como si nada hubiera pasado.
Me sentía molesta, mejor dicho, me sentía furiosa, cómo se atrevía a decirme todo esto, cuando yo también he sufrido por esta separación, por no estar cerca de él.
—¡No tienes ningún derecho venir aquí a decirme todas estas cosas! —le grité.
—¿Pero tú si puedes meterte en la vida de los demás? —preguntó de manera fría.
—No sé lo que pretendes al decir todo esto, pero es mejor que te retires —me di la vuelta para volver a mi lugar.
—Pues no, no me iré sin ti, tú te vienes conmigo —sentenció él sosteniéndome del brazo y haciéndome girar con un movimiento brusco.
—Ya no iré a ningún lado, Potter, y menos contigo —le dije furiosa.
Sentía mis mejillas arder por el coraje. Y la adrenalina subió por completo, y sin pensarlo dos veces, saqué mi varita con mi mano libre y la coloqué en su barbilla. No pensaba hacerle nada, tan sólo era para demostrarle que podía defenderme muy bien. Él ni se inmutó y tomó mi mano, haciendo que bajara la varita de nuevo. No le di importancia, la guardé otra vez, y me alejé un paso, de nada servía amenazarlo si él estaba confiado que no le haría nada.
—Pero antes de irte dime ¿a qué ha venido toda esta palabrería cuando tú ya habías aceptado mis razones? —le pregunté curiosa soltándome de su agarre.
—Tienes razón, yo acepté tu decisión pensando que esto no nos afectaría tanto, pero sé muy bien que tanto James como tú lo están pasando mal. ¿Acaso no extrañas a mi hijo? —preguntó él con voz suave, dejando en el olvido su tono anterior.
—Lo extraño como no tienes idea —le dije girando el rostro.
—¿Entonces? ¿Por qué te alejas? —preguntó, buscándome mi mirada con sus ojos. Lo miré de nuevo.
—Tengo miedo de no ser buena para él —susurré.
—Eso no tiene sentido.
—Lo tiene para mí. Tengo miedo de amarlo y que luego él deje de hacerlo por todo lo que hice antes. Que en algún momento me obliguen a alejarme de él por eso mismo, que le cuestionen su cariño hacia a mí.
—No te alejes, porque yo te puedo asegurar que James no lo hará, y yo no lo permitiré tampoco.
—Y si… —no pude terminar mi frase.
—Y yo que creía que todas las serpientes tenían como cualidad la seguridad en sí mismas, he estado equivocado toda mi vida— dijo él con burla.
—Potter, eres tan sensible —le reproché y lo escuché reír.
—Pansy, necesito que vengas a mi casa —dijo de repente cambiando su semblante a uno preocupado.
—¿Qué pasa? ¿Le pasó algo a James? —pregunté, sintiéndome nerviosa.
—James está enfermo. Desde que te fuiste él no para de llorar, no quiere comer, no juega, te extraña mucho y ahorita tiene fiebre y lo único que hace es llamarte.
Sentí dolor en el estómago, como si me hubiese golpeado algo muy duro.
—Vienes aquí a darme un discurso, cuando lo primero que debiste decir fue que James está enfermo —le reclamé. Lo tomé del brazo y él tan solo me observó de manera interrogante. Se me olvida que los leones son un poco lentos— ¿Pero qué esperas, Potter? Llévame con James —le apuré para sacarlo de su confusión.
Inmediatamente sentí el suelo bajo mis pies, corrí hacia la puerta y sin esperar a Harry abrí. Corriendo llegué a la habitación, donde la elfina se presentó de manera protectora y un poco asustada por la manera en que entré, pero al verme, se apartó y me dejó pasar.
Me acerqué a la cama y me senté en ella. Acaricié los cabellos oscuros de James y pude escuchar que sollozaba débilmente. Me sentí miserable ante eso.
—Déjame, papá —dijo él.
—James —le dije muy bajito depositando un beso en su cabello.
—¿Pansy? —preguntó él, dándose la vuelta.
Sus ojos estaban rojos al igual que sus mejillas, me acordé de aquel día en que lo encontré, pero esta situación era diferente, yo soy la culpable de su llanto.
—Aquí estoy, James —susurré con la voz baja, tratando de sonreír.
—Pansy —medio gritó él mientras se lanzaba a mis brazos. Su cuerpo seguía demasiado tibio, pero no me importó, lo abracé de vuelta— Te extrañé.
—Yo igual te extrañé, como no tienes idea —le dije mientras acariciaba su cabello.
—¿Me odias todavía? —preguntó él cuando se separó de mí, sus ojos mostraban tristeza y miedo.
—¿Odiarte? ¿De dónde sacas eso? Yo no podría odiarte nunca —aseguré besando su mejilla repetidamente y él tan solo empezó a reír.
—¿Entonces por qué te fuiste? —preguntó.
Yo lo abracé y lo senté en mi regazo, igual que cuando lo conocí. Como explicarle a este niño que fue por cobardía, por tener miedo a sufrir, por temer a su posible odio, por vergüenza a lo que dirían los demás, por creer que era lo mejor, para no quererlo más y que me duela más que ahora, pero que fue demasiado tarde, ya estoy sufriendo al separarme de él, sufriendo igual que él.
—Porque soy muy tonta —dije. Él entrecerró sus ojos y frunció el ceño.
—Tú no eres tonta, tú eres muy inteligente —contestó él con una sonrisa.
—Gracias, pero esta vez sí fui muy tonta —le respondí dándole un beso en la mejilla. No podía decirle la verdad, pero si una parte de ella— Escúchame bien. Yo me aleje de ti porque no quería quererte —él bajo su carita. Con mis dedos levanté su rostro —Pero fue muy tonto porque fue demasiado tarde, porque yo ya te quiero —sus ojos se abrieron y brillaron como un par de estrellas, maravillándome más con todo lo que reflejaban sus ojitos— Yo tenía miedo de quererte más y que alguien en un futuro me alejara de ti y yo no quería que tú sufrieras cuando eso pasara, pero creo que me equivoque, ya que tú si estas triste al alejarme. Creí que esto era lo mejor para ti, pero ahora me doy cuenta que no es bueno ni para ti ni para mí. ¿Me entiendes? —le pregunté.
—Si te entiendo… ¿entonces ahora si me quieres? —preguntó, agachando su carita, escondiéndola casi en mi cuello.
—Te quiero, te quiero mucho, muchísimo —besé varias veces su mejilla mientras lo abrazaba con fuerzas.
—¿Entonces ya no te vas a ir? —me preguntó débilmente viéndome directamente a los ojos.
—Al menos que tú me lo pidas, no, no me iré —prometí. Él me regaló una sonrisa enorme.
—Pues yo no quiero que te vayas, así que te quedaras conmigo. Yo igual te quiero mucho, Pansy.
Me abrazó con fuerzas. Vi hacia la puerta y ahí estaba Harry, recargado en el marco con una sonrisa en los labios. Su rostro parecía tranquilo y a gusto por la situación, así que supe que estaba de acuerdo con todo esto, que él lo aprobaba y que nos defendería de lo que vendría más adelante.
—No, nunca me alejare de ti, James—le dije envolviéndolo entre mis brazos.
Y moviendo tan solo mis labios le dije a Harry lo que sentía por su hijo, que quería a James mucho. Él tan solo asintió satisfecho.
Sí, me alejé pensando que era lo mejor, pero fue tarde; me aleje para no quererlo, para protegerlo de todo, pero ahora lo quiero más que a mi vida, en dos meses el niño se adueñó de mi corazón y ahora él es mi vida, siento que la perdería si lo pierdo a él. Tal vez el destino me pase una factura demasiado fuerte por esta situación, pero eso ahora no me importaba, lo único que quería era estar junto a James y no soltarlo nunca.
Él futuro ante mis ojos quedaba muy lejos, porque, así como mi vida cambio hace casi tres meses al conocer a James, no sabía lo que pasaría mañana, tal vez dé otro giro.
