HOLA A TODOS; EL SIGUIENTE, AUNQUE NO LO PAREZCA, ES UN TERRYFIC. DEBEN TENER MUCHA PACIENCIA PUES TERRY DEMORARA MUCHO EN HACER SU APARICION.

ME REITERO EN MIS DOS PROMESAS:

1. ES UN TERRYFIC

2. EL FINAL SERA SATISFACTORIO

ASI QUE PASE LO QUE PASE, ¡NO DEJEN DE LEER HASTA LA ULTIMA ORACION DEL EPILOGO! CONFIEN EN MI...

ESTA TERMINADO, SON 16 CAPITULOS, UN PROLOGO Y UN EPILOGO

TAMBIEN PUEDEN LEER MI OTRO TERRYFIC "DECIR ADIOS, UNA HISTORIA DE CANDY Y TERRY", ASI COMO MIS OTROS TRABAJOS, AQUI EN FANFICTION..GRACIAS POR SU APOYO

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PRINCESA DE LA NOCHE

Por Astrid Ortiz

(Eiffel)

CANDY CANDY es una historia original de Kyoko Misuki, 1976, y producido para televisión por TOEI Animation, 1977; FINAL STORY es una historia original de Kyoko Misuki, 2010. Este fic fue creado sin fines de lucro y sólo para fines de entretenimiento.

PROLOGO

Las enclaustradas paredes de la histórica recámara eran testigo silente de la procesión interior que llevaba el nuevo miembro de la dinastía, quien en sólo unas horas se había ganado el desprecio de algunos y la disimulada admiración de otros; pero si de algo estaban seguros los habitantes de Anatolia, era que el paso del recién llegado príncipe a través del sólido imperio otomano no sería tan atropellado como el de sus predecesores, sino todo lo contrario, pues debido a las circunstancias casi inverosímiles de su aparición, además de su soslayada prepotencia e intolerables manerismos típicos de los occidentales, el joven a quien sus hasta ahora desconocidos hermanos veían con ojos de intruso ante la absurda amenaza de ser despojados de sus posibilidades de heredar el trono de sultán, se había convertido, sin proponérselo, en un icónico personaje que andaba en boca de todos, en especial ahora que se encontraba a sólo unos minutos de ser reconocido ante el gran Consejo como el hijo perdido de Mehmed Reshad V, actual soberano del país.

Contrario a la antigua tradición, había ordenado a la servidumbre, sin contemplaciones, que le permitieran vestirse y arreglarse por sí solo antes de partir rumbo a la ceremonia. Apenas había arribado al palacio Topkapi, el cual, a diferencia de la época de gloria en la antigua Constantinopla, estaba desierto a excepción de los sirvientes y una que otra joven seleccionada por Mehmed para servir al hijo pródigo en calidad de concubina. Desde que Abdulhamid fuera electo sultán tiempo atrás, las actividades políticas, así como todo el harén, habían sido movidos al seguro y más hospitalario palacio Yildiz; no obstante, y con el propósito de "limpiar" al nuevo príncipe de las horribles costumbres que había adquirido en aquel otro país, el actual sultán había decidido enviarlo directamente a Topkapi, donde aún se encontraba operando la escuela para capacitación de miembros de la realeza. Pero a diferencia de sus hermanos, quienes una vez terminadas las lecciones regresaban a sus respectivas moradas, entre éstas Yildiz, y el séquito de mujeres que allí habitaba, él apenas abandonaría el amurallado y exclusivo Topkapi, habiendo de pernoctar, pues, en la soledad del dormitorio más apartado de todo el harén. Tal y como dictaban los antepasados de la familia, había sido confinado a lo que se conocía como los Kioskos Gemelos: una de dos estructuras casi idénticas donde aquellos príncipes que estuvieran bajo amenaza de daño o muerte a manos de sus rivales de sangre en disputa por el poder se mantenían aislados, y en adición eran protegidos, en parte, por un grupo de concubinas consideradas por sus amos como favoritas, y cuyo hospedaje estaba ubicado justo al lado de aquella jaula llena de lujos donde cada príncipe en cautiverio aguardaba con paciencia el momento de su salida. Y aunque las reglas habían cambiado un poco y el protegido en cuestión ya no tenía que pasar el día entero en el encierro, en raras ocasiones le era permitido atravesar los portales de Topkapi, lo que alargaría aún más las horas a este muchacho cuyo mayor deseo era mantener ocupada su mente para olvidar ciertos sucesos acontecidos poco antes de su llegada a Anatolia, sucesos que se mantenían frescos en su alma a pesar de su esfuerzo en arrancarlos de sus venas, aunque tal vez… con esta encomienda que jamás hubiera imaginado, pues su plan original había sido muy diferente, cabía la posibilidad, si no la certeza, de que este giro inesperado que había tomado demarcara de igual manera la distancia emocional que tanto necesitaba, por muy poco que durase, pues tenía previsto, según lo acordado, que en tres meses daría la estocada final, el tiro de gracia con el cual las cosas volverían a quedar en su lugar… no como antes, pero al menos cada pieza permanecería en su sitio, y deseó con todas sus fuerzas no padecer la tentación de mover una sola de esas fichas.

La luz del anaranjado atardecer parecía colarse a través de los azulados vitrales, iluminando de este modo la casi oscura habitación, formando en cada esquina un arcoiris de tonalidades capaces de transformar las más claras y traslúcidas pupilas en atemorizantes esferas azabache, y la más pálida de las pieles en un abrasivo pliegue cobrizo. En su breve recorrido desde Yildiz hasta Topkapi, había advertido cómo ese inusual sol de Estambul matizaba el paisaje de colores naranja, haciendo que sus habitantes lucieran una piel más resplandeciente de lo que suponía que era en realidad, ¿o no? De cualquier manera, el incesante rayo de sol de tono tan intenso como el fuego mismo sería una ventaja para él, pues de esta forma nadie delataría la opacidad de sus ojos denotando su melancolía, o el brillo de los mismos al evocar momentos de alegría, aunque ahora podía dar dicho fulgor por desaparecido… ninguna, ninguna emoción podía ser palpable a través de esos ojos que estaban a punto de experimentar algo que nunca antes había conocido.

Una leve brisa entró al aposento, y con ella se infiltró una serie de risas lejanas, a lo que él apresuró su tarea, haciendo una mueca de tedio. El dormitorio de las concubinas favoritas había sido ocupado por alrededor de cinco, posiblemente seis chicas escogidas por el Sultán para trasladarse de Yildiz a Topkapi, con el único propósito de complacer los más fervientes deseos del hijo que tanto había buscado, y concebir niños lo antes posible. Al pensar en la fecundidad que de él se anticipaba, contuvo los deseos de reír ya que no tenía idea de que en pleno inicio de un nuevo siglo los otomanos aún contaran con los harenes para preservar la continuidad de su linaje, y las esclavas que formaban parte del mismo debían cumplir a cabalidad su función de aparearse con cada príncipe o sultán que así lo reclamase, y con ello la obligación de darle varios hijos, en especial varones. Y aunque no descartaba la idea de dormir con algunas de esas mujeres que se encontraban tan cerca de él, no quería asumir esa responsabilidad, al menos no tan pronto. Primero quería adaptarse a las costumbres imperiales, al estilo de vida del pueblo en las pocas oportunidades que tuviera para dar un paseo fuera de los confines del sarayi o palacio, y al extenso vocabulario del lugar, ya que su manejo del idioma que allí se practicaba era limitado, pues se había criado en otro país, bajo una lengua diferente, aunque se las había arreglado para comprender la mayor parte de las cosas que se le decían, y el Sultán, para facilitar la comunicación, se había encargado de que Topkapi estuviera listo con varios empleados y esclavos de origen extranjero en caso de que el nuevo huésped necesitara expresarse en su nativo inglés.

No podía demorarse más tiempo. Se contempló en el espejo de cuerpo entero, y al verse creyó estar observando a un desconocido. A diferencia de los hijos mayores del Sultán, no llevaría uniforme militar hasta tanto no terminara su educación formal en Topkapi, y por lo pronto vestiría a la usanza de los emperadores, tal y como se mostraba ahora: un caftan negro con dibujos dorados, hecho en seda, quedaba oculto bajo un dolaman de similar color, y en su cabeza estaba colocado, en lugar del típico fez, el exagerado kalpak de un furioso color gris que sólo habría de usar esa vez, tomando en cuenta la importancia que para el imperio tenía el acto de bienvenida a ese mundo tan exótico, un mundo perteneciente a un gobierno que intentaba a toda costa disimular su decadencia, pues sólo sería cuestión de tiempo antes que los otomanos finalmente fueran derrocados, aunque por lo visto aún faltaba mucho para ese final, y lo cierto era que los otomanos continuaban teniendo sitiadas varias naciones vecinas, en aparente complicidad con los países precursores de la gran guerra que afectaba a todos los continentes. Mirando por última vez su llamativa indumentaria, respiró hondo, pensando en múltiples maneras de engañar al Sultán y hacerlo olvidar, aunque sólo fuera momentáneamente, la obsesión de este último en que su vástago llevara a las chicas del harén al kiosko para encargar su descendencia, y de mantenerse firme a la hora de emitir una orden, en particular cuando se tratara de su cambio de ropa y aseo personal. Si quería sobrevivir en el sarayi, y más aún, si quería tener éxito en su proyectado escape, habría de mantener ciertas cosas a raya, intactas, o de lo contrario estaría perdido. Sin olvidar aquello que había dejado atrás, pues más tarde llegaría el momento de retomar su rumbo, abrió la puerta, y decidió abrazar los cambios por su propio bien y el de otros. Con envidiable aplomo, se irguió cual soldado dispuesto a enfrentar su primera batalla, y cerró la puerta tras de él, mientras era dirigido por unos sirvientes a través de los extensos corredores del harén. El Príncipe, el eslabón perdido, había regresado al lugar que le correspondía según dictaminaba la realeza, aunque otro fuera el heredero al ansiado trono, y para disgusto de éste y los otros candidatos, lucharía por su propio espacio y a su modo, haciendo de Topkapi su nueva casa.