AN: Este es mi… se podría decir headcanon y decidí publicarlo a modo de mini fic. Inicialmente iban a ser puros textos, sin ningún plot, pero mientras escribía salió esto y ya hasta sé cómo va a acabar. Aún no sé si será un texto por capítulo o dos o tres, así que ando volada en eso. Esta primera primera parte tenía que ser media angsty así que espero se lea así.
Desclaimer: Todo lo que reconozcan le pertenece o a ACD o a Mofftiss, yo sólo soy dueña del corazón shipper.
Molly llevaba treinta minutos mirando el teléfono móvil que estaba posado sobre la isla de la cocina.
Treinta minutos desde que Sherlock había salido de su departamento para poner en riesgo su vida indefinidamente mientras desmantelaba la red que había dejado Moriarty, dejando nada más que dicho teléfono.
Treinta minutos en los que Molly repetía una y otra vez en su cabeza las palabras que él le había dicho.
-Ahora soy un hombre muerto, Molly. Para John, la señora Hudson, Lestrade e incluso Londres yo ya no existo. Pero tú, tú sabes que aún estoy vivo -depositó un pequeño teléfono gris sobre la isla de la cocina y lo empujó hasta el extremo donde estaba la patóloga- Tiene mi número incorporado. Úsalo sólo cuando creas conveniente, si es posible sólo para emergencias y no se lo muestres a nadie ¿entendido? a nadie.
-¿Por qué haces esto?
-Tú sabes que estaré fuera. No quiero que te estés preocupando al no saber nada -alzó los hombros- Me parecía lo justo. Pero no prometo responder siempre, estaré muy ocupado. Y como ya dije, sólo úsalo cuando lo creas necesario.
Rodeando el borde de la isla de la cocina Molly llegó hasta estar frente a él. Apoyó una mano en su hombro, se puso en puntas y depositó un pequeño beso en su mejilla. Tal cual había hecho él hacía unos meses en la noche de Navidad.
-Gracias.
Después de la décima vez Molly decidió que ya debía dejar de repetir esa escena y volver al mundo real. Cogió el pequeño teléfono cuya única función era enviar y recibir textos, lo guardó en el bolsillo de su albornoz rosa pálido y se encaminó a la sala. Ahí se sentó en el medio del gran sofá, tomó el control remoto y encendió el televisor, poniéndolo en el canal de noticias.
Cambió al siguiente, y al siguiente, tratando de evadir los reportes, pero todos tenían el mismo titular: Sherlock Holmes se suicida tras acusaciones de fraude.
Cinco imágenes de Sherlock se repetían en simultáneo en un pequeño recuadro en la esquina de la pantalla mientras los periodistas discutían la razón de tan trágico incidente. Había tanta hipocresía en sus palabras que Molly no pudo tolerar seguir escuchándolos, por lo que apagó el televisor.
Fue entonces —cuando se dio cuenta de que ya no había marcha atrás— que una solitaria lágrima cayó por su mejilla, las demás siguiendo su camino. Por primera vez Molly se permitió soltar todas lágrimas que había estado conteniendo valientemente desde el día anterior.
Lloró ahí mismo, con el teléfono que Sherlock le había dado en la mano. Lloró en la ducha, confundiendo sus lágrimas con el agua mientras pensaba en los riesgos que Sherlock tendría que correr. Finalmente lloró en su cama, en el lado en el que él había dormido profundamente la noche anterior.
Cuando era niña su mamá le dijo en varias ocasiones 'Cariño, si sigues llorando ya no tendrás más lágrimas para llorar en el futuro. Se te van a acabar.' Al parecer su mamá se había equivocado, porque no importaba que fueran las ocho de la noche y hubiera pasado todo el día llorando, las lágrimas parecían no acabar.
A la mañana siguiente —cuando se miró al espejo— agradeció que Sherlock no estuviera ahí para ver el desastre el desastre en el que se había convertido la dulce Molly Hooper.
Tres días habían pasado desde la muerte de Sherlock —la falsa muerte de Sherlock— y nada había mejorado para cierta patóloga. Molly podría decir que estos habían sido unos de los días más difíciles de su vida. Sí, ella sabía la verdad, sabía que Sherlock seguía vivo y que volvería, pero no podía con la culpa y la mentira. Sentía que estaba siendo consumida, y esto recién estaba empezando.
Había considerado no asistir al funeral. Se había pasado toda la mañana caminando de un lado a otro en su habitación, la mirada fija en el vestido color negro de corte evase hasta las rodillas que había colgado la noche anterior detrás de su puerta. Llegando a la conclusión de que su ausencia no pasaría desapercibida y podría levantar un par de sospechas se metió dentro del vestido, cogió su cardigan negro con pequeñas flores amarillas y tomó un taxi en dirección al cementerio.
Al llegar se dio cuenta de que no había mucha gente. Greg, una muy arrepentida Sally Donovan, Mike Stanford, la señora Hudson, John, Mycroft Holmes y un par de vagabundos (que habían asistido de encubierto) formaban el pequeño grupo de personas que rodeaban el barnizado ataúd marrón.
Al llegar hasta ellos Molly intercambió una breve mirada con el hermano mayor de Sherlock y ambos asintieron a modo de saludo. No podía creer cómo él podía estar tan tranquilo en esta situación. Claro que él sabía sobre todo el plan, pero al menos un gramo de empatía con los demás asistentes hubiera sido bueno. Era como si no fuera consciente del daño que le estaban causando a los amigos de su hermano.
La ceremonia fue rápida y sin el típico protocolo religioso, después de todo Sherlock no había sido —no era— ningún creyente. Tras unas sentidas palabras de parte de la señora Hudson —que los puso a ella y a John a llorar— y unas más breves del detective inspector pasaron a sellar la tumba. No mucho tiempo después de eso todos se habían retirado, dejándola junto a un muy destrozado John y una muy apenada Martha Hudson.
Molly los observó desde la distancia mientras dejaban un par de flores.
Era una mala persona, le estaba causando mucho dolor a dos de los mejores seres que había conocido, ellos no se lo merecían. Molly sabía que tenía el poder de acabar con su sufrimiento, podría acabar con la pena con sólo cuatro palabras. Él está vivo, volverá. Pero Sherlock había depositado su confianza en ella, y una vez perdida la confianza jamás se volvía a recuperar.
'Es por su bien, estoy haciendo lo correcto' se repitió muchas veces como un mantra, tratando de convencerse a sí misma; mientras ellos creyeran que Sherlock estaba muerto estarían a salvo de cualquier amenaza.
-¿Te encuentras bien querida? -le preguntó Martha dejándole un momento de privacidad a John- Te noté muy callada hoy.
-Lo siento. Es sólo que toda esta situación me resulta muy abrumadora.
-Oh, dulzura. Te entiendo. Aún no me hago la idea de que no volverá a estar en Baker Street. Extrañaré sus gritos, sus prácticas de violín en las madrugadas y hasta sus extraños experimentos en la cocina. Yo nunca tuve hijos ¿Sabes? Lo conocí desde que tenía apenas veinticuatro años, nada diferente a lo que era ahora. Él fue como el hijo que nunca tuve. Nunca lo hubiera admitido pero sabía que se preocupaba por mí.
Ante esto Molly permaneció en silencio, limitándose a darle una pequeña sonrisa empática. ¿Qué podría decirle? ¿Lo sé, era una gran hombre. Es una lástima que ya no esté con nosotros? No quería seguir mintiendo.
-Imagino que para ti debe ser igual de difícil. Solían pasar horas juntos en ese laboratorio. Recuerdo un par de ocasiones en las que mencionó lo capaz que eras en comparación con el resto de trabajadores del hospital. Dijo que lo notó desde un principio.
El labio inferior de Molly empezó a temblar y un nudo se formó en su garganta.
-¿Es- Eso dijo?
-Bueno, ya sabes cómo es… cómo era Sherlock. Con sus propias palabras, pero sí.
-Yo… no lo sabía.
-No era algo que Sherlock admitiría querida, él no era así. Tantas veces lo escuché decir Preocuparse por el resto no es una ventaja Hudders, pero eran palabras vacías. Él siempre se preocupó por nosotros, es por eso que hizo lo que hizo.
Una sonrisa agridulce ocupó el rostro de Molly, quien pasó un brazo por los hombros de la pequeña mujer que tenía al lado y recostó su cabeza en la de ella.
A muchos metros de distancia, oculto entre los árboles y las sombras una alta figura había observado con atención cada minuto de su entierro.
Era arriesgado haber venido (algunos de los reporteros que se encontraban fuera del cementerio podrían verlo), pero estas eran sus últimas horas en Londres y necesitaba despedirse en silencio.
Sin darse cuenta pasó un mes desde la noticia de la muerte de Sherlock. Los canales ya no pasaban reportajes de él, los fanáticos pararon que llevar flores a Baker Street y los trabajadores de Barts dejaron de mencionarlo por puro morbo en los pasillos.
La primera semana que Molly volvió al trabajo (después de ausentarse tres días) fue bombardeada de preguntas de parte de doctores, enfermeros e internos que jamás en su vida le habían dirigido la palabra. No podía entrar a ningún lugar del hospital sin ser abordada por algún curioso en busca de respuestas. Todos con las ganas de saber cómo había sido el enigmático Sherlock Holmes mientras vivía. Molly siempre se limitó a responder 'No es algo de lo que quiera hablar ahora, permiso' para luego volver a la morgue.
Ella agradecía que todo eso había acabado ya, porque así como hoy podía salir a la hora de su refrigerio sin ser seguida por algún médico con la pobre excusa de invitarle el almuerzo.
Ahora Molly se encontraba en un pequeño café que quedaba a unas cuadras de Barts, con un té negro y unas galletas frente a ella mientras jugaba con el pequeño teléfono que llevaba siempre en el bolsillo de su abrigo.
Hoy —como todos los días desde que que Sherlock se había marchado— se encontró preguntándose qué estaría haciendo, si comía bien, si dormía bajo un techo o si estaba herido. Muchas veces estuvo tentada de enviarle un texto, pero no se sentía lo suficientemente valiente como para hablarle sin una buena excusa. Sin embargo hoy no era uno de esos días.
Por primera vez —después de haber tecleado el mismo mensaje en tantas ocasiones— presionó el botón de enviar, con el corazón acelerado y pocas esperanzas de recibir una respuesta.
Hola Sherlock. Soy yo, Molly. -M
Dos, cinco, siete y hasta diez minutos pasaron sin recibir respuesta alguna. El té se enfrió, los comensales entraron y salieron, los sesenta minutos de refrigerio llegaron a su fin, las autopistas del día fueron hechas, su turno acabó y la cena se perdió.
Ningún texto en respuesta había llegado y la preocupación junto con la ansiedad empezaron a dominar su cuerpo.
No fue hasta la una de la madrugada —cuando por fín estaba consiguiendo dormir— que un zumbido en la mesa de noche al lado de la cama la despertó, esfumando los primero rastros de sueño.
Con manos temblorosas Molly tomó el teléfono y leyó el mensaje.
¿Es esta una emergencia, Molly?
No estaba firmado, era lógico.
En un microsegundo la tranquilidad invadió el cuerpo de la patóloga como no lo había hecho en el último mes. Aún así, la respuesta la extrañó, no era exactamente lo que estaba esperando, pero considerando de que era mejor que nada sonrío y con dedos temblorosos se apresuró a responder.
No. Sólo quería saber si estabas bien. Gracias por tomarte el tiempo de responder. -M
Dos minutos después el teléfono volvió a vibrar.
Lo estoy. Pero recuerdo haber dicho que sólo usaras el teléfono en caso de emergencias.
En realidad, dijiste que lo use cuando lo crea conveniente. -M
Molly podía imaginarlo rodando los ojos y se sintió feliz, genuinamente feliz. Era muy tarde y probablemente tendría que tomar muchas tazas de café al día siguiente, pero para ella, lo valía.
¿Cómo está todo en Londres?
Molly podía leer el significado tras ese mensaje ¿Cómo están los demás?
John aún se encuentra bajo el shock y ha empezado a asistir a terapia. Hudders no piensa rentar tu departamento (tus cosas están tal cual las dejaste), ella te extraña. Lestrade y Donovan recibieron una sanción, pero ya están de vuelta en SY. -M
¿Y tú?
Molly pensó en una respuesta. Podría ser sincera y decirle la verdad. Que la morgue y el laboratorio sin él se sentían más grandes y vacíos, que extrañaba tener a alguien quejándose de los distintos suéteres coloridos que usaba, que su vida había vuelto a ser tan monótona como lo había sido antes de conocerlo o que de vez en cuando lloraba en su habitación.
Estoy bien. -M
Pero no lo hizo.
Tengo que trabajar en la mañana, adiós Sherlock. -M
Hasta luego, Molly Hooper.
Antes de guardar el teléfono envió un último mensaje.
Por favor, ten cuidado. -M
Finalmente, dejó el teléfono debajo de su almohada y en menos de tres minutos se halló en un profundo sueño.
Como siempre, espero que no se haya leído muy OOC. Siento que aceleré mucho la última parte, pero en fin. Gracias por leer xx
