Prólogo

¿Quién era yo? ¿Cómo me llamaba? ¿Dónde vivía? ¿Y dónde me encontraba? Todas estas preguntas se precipitaron a mi mente en el momento en que intente recordar que hacía en aquel lugar. Me hallaba acostada, con toda mi vestimenta roja por la sangre que bajaba por mi cuello, en medio de un pequeño claro, de al parecer un bosque. Al intentar moverme noté un dolor agudo en el cuello. Me llevé la mano instantáneamente, viendo una pequeña herida parecida a un mordisco. Rápida, me corte un poco de la tela de mi vestido y me la puse alrededor del cuello en forma de venda, para cortar la hemorragia. Confusa y asustada como me encontraba, probé de nuevo a recordar algo. Nada, no conseguía recordar nada. Mi cuerpo temblaba violentamente junto a las sacudidas del llanto. Aún tumbada, llorando sin parar, noté como alguien se acercaba a mí. El ruido de sus pisadas se fueron haciendo más cercanas, hasta que lo noté a mis espaldas. No le presté atención y seguí sollozando. Ya no lloraba de desesperación sino por una sensación en mi pecho de vacío, de oscuridad. Una terrible sensación, era como si me hubiesen arrancado el corazón del pecho y lo hubiesen lanzado al pozo más profundo, del cual no iba a salir jamás. Unos fríos y pétreos brazos me cogieron, acunándome, mientras una suave y cálida voz trataba de tranquilizarme.

-Tranquila pequeña, tranquila. Ya todo está bien, nadie te hará daño. Tranquila-me dijo esa voz suave y dulce perteneciente a un hombre.

-¿Eres un ángel?-le pregunte ya más calmada, a punto de entrar en la inconsciencia.

-Los dos lo somos, pequeña mía…-solamente fue un susurro, sin embargo lo escuche perfectamente antes de que la oscuridad me envolviera.