Hola people. Después de un fic mágico como fue Believe y de uno familiar, con muchos altibajos, y donde al final triunfó el amor, volvemos con un fic algo diferente por lo intenso que es. Es pura poesía en prosa, donde lo que va a predominar son los pensamientos y sentimientos, sobre todo, los de Emma en un principio. La relación de las chicas se fraguará muy a fuego lento, como un guiso.

Es portugués, su título lo voy a dejar en portugués, porque quizás sea la palabra más difícil de traducir de esa lengua. Se llama Saudade, su autora es Faela2. Tiene 29 capítulos. Espero que os guste al menos un 25% de lo que a mí me enamoró, con eso me doy un canto en los dientes.

Sinopsis: Cuando la vi por primera vez deslizándose por el Café, mi tiempo paró y mi vida comenzó a girar de forma diferente. Me hechicé por unas miradas rabiosas y sonrisas sinceras. Una nostalgia inconveniente me dominaba y no conseguía entender. Después de algunos meses presa en la estática de sus pasos, pude escuchar su nombre y todo cambió.
Mi mundo comenzó a llamarse Regina Mills.

Por otro lado, dentro de poco también comenzaré con un fic, esta vez volvemos al francés. Un fic extenso, creo recordar que tiene 31, los capítulos son largos y la historia bastante intensa, mucho drama. Es de profesora y alumna, pero no será la típica, os lo prometo.

Regina Mills

¿Ya sintió el anhelo?

No aquel anhelo esperado, aquel que le hace estremecerse pensando en una cita, que le hace contar los segundos para sentir un toque. Que le hace sonreír, creer que el humo de una ciudad atestada le recuerda a ella.

Ese no.

Estoy hablando de aquel anhelo incómodo, aquella sensación de abstinencia que hace que el tiempo te asuste y todo lo que quiere es olvidar. Le deja agitado, irritado y el aire parece más pesado. Siente el pecho doler y su piel arder por un dolor sin sentido. Mira el reloj a cada segundo y sus pensamientos son invadidos por la imagen de alguien indeseado o demasiado deseado.

Es ese dolroos anhelo el que siento.

Lo peor es el hecho de no conocerla, siento un anhelo mortificador de un "¿Mi pedido está listo?" Encantadoramente grosero. De una sonrisa que nunca fue mía. Echo de menos sus abrazos sin nunca haberlos sentido. Por más extraño que parezca, echo de menos lo que nunca he tenido. Cierro los ojos e imagino, solo imagino lo inalcanzable.

Estoy parada junto a un edificio intentando esconderme de un temporal que insiste en buscarme. Mis pies están congelándose y no logro saber dónde no está mojado, mis músculos están doloridos, los contraigo en un intento ridículo de no sentir frío. Mis cabellos están chorreando, haciendo que mi cuerpo grite por el frío.

Llevo menos de dos minutos intentando conseguir un taxi, a las 23:49 en el centro de Boston, creyendo que un motorista me vería abrazada a los ladridos, pararía y me llevaría al calor de mi frío apartamento. Puede parecer patético, pero en medio de los espasmos de mi cuerpo cansado y congelado, pienso en ella. Mis momentos se dividen en vivir y pensar en Regina Mills. En un soleado domingo percibí que pensaba más en ella de lo que vivía, y eso fue desolador.

En los domingos- mi día libre- yo podía pensar y eso nunca me trajo consuelo. No después de ella. Cuando me vi hechizada por su imagen, mis domingos se resumían en crear planes de una vida que solo se veía en los cuentos de hadas. Comencé a odiar los domingos. Mi día libre me dolía. Dormía mucho, leía a veces y escribía lo que nunca creí tener.

Quería los lunes.

Quería a Regina Mills.

Cuando dejé de encontrarme con mi imagen preferida, los domingos me trajeron la aburrida añoranza. Esa añoranza que me esfuerzo tanto en explicar, aunque la explicación no me traiga beneficios.

Ella no hablaba conmigo y supongo que mi existencia le es de una indiferencia devastadora y mi ausencia tan corriente que ni le haría alzar una ceja desconfiada.

Recuerdo el primer día que la vi. Siempre he servido café y no recuerdo una época en mi vida que no lo hiciera.

A veces mi madre me decía que había nacido preguntándole al médico si quería un o dos terrones de azúcar. Mi madre me hacía reír entre las ojeras de soledad.

Era martes y nevaba bastante. Ella entró con su abrigo negro, dándole golpecitos, intentando quitarle los copos de nieve- después de un tiempo sentí envidia de aquellos específicos copos. La vi entrando a cámara lenta y eso no fue muy profesional. Dejé de escuchar al mundo y volví a mí cuando la escuché decir palabrotas que no recuerdo. Solo recuerdo su voz ronca ofendiéndome de una manera linda.

El motivo de ese encantamiento instantáneo aún es un misterio. Sencillamente me enamoré en aquellos míseros segundos de una mujer maravillosamente desconocida.

Me pidió un macchiato aquel martes y muchos otros. Después de un tiempo, percibí que esperaba ansiosa a que dieran las 7:55. No sé exactamente cuando comencé a mirar el reloj y la puerta con manos trémulas.

Reparaba en cada expresión buscando una mínima muestra de atención en mí, atención que nunca vino, y si lo hizo, no estaba yo concentrada la suficiente. Tal desatención no me impedía fijar mis ojos en cada paso y cada movimiento. Conocía el ruido de sus tacones puntiagudos, su cabello peinado y sus colores sombríos.

Aprendí a distinguir su humor. Café solo no era buena señal y cappuccino eran días perfectos. En uno de esos días "cappuccinos", puedo jurar que la vi sonreírme, no fue una sonrisa como tal, fue algo menos que la habitual menos seria. No estoy segura, pero empecé a soñar con aquella imaginaria sonrisa.

Aprendí que no le gustan las personas lentas. Comenzaba a golpear el suelo con el pie y a revirar los ojos. Ponía cara irritada y yo siempre sonreía. Me gustaba esa expresión irritada.

La lluvia ha disminuido, voy a caminar hasta mi apartamento. Son 12 manzanas, estoy encharcada. Solo quiero un baño caliente y una copa de vino barato. Caminar y pensar me distraen. Es graciosa la forma que intento abrigar mis manos en mis pantalones congelados. ¿De verdad creo que me voy a calentar?

Durante cinco meses la estuve llamando "La mujer del abrigo". Sus abrigos eran hermosos y empecé a asociarlos con su estado de espíritu. Negros, vinos, rojos, azules. A ella le gustan los tonos oscuros y a mí también empezaron a gustarme. Un día su estridente balckberry estaba imposible. Gritaba como una niña mimada pidiendo dulces en un supermercado. Ella atendió:

"Regina Mills"

Bajé la cabeza y sonreí como siempre hacía cuando aprendía algo nuevo. Ahora la mujer del abrigo tenía un nombre. Regina Mills. Saber su nombre dejó todo peor. Se hizo más real en mi mente. Ahora en mi cabeza solo tenía a Regina Mills.

Creaba historias de su vida, de sus días, de sus rutinas. Creaba amigos, jefes, trabajos, peleas, hijos, pero nunca creé un marido. Hasta el día en lo conocí.

Robin.

Fue un viernes de septiembre. Ella entró distraída, sonriendo a un hombre que yo no veía. Yo solo la veía a ella. Ella estaba sonriendo, ella nunca sonreía y aquel día la encantadora sonrisa no era para mí, su sonrisa nunca sería para mí. Incliné un poco la cabeza, encontré sus manos entrelazadas. Él hizo el pedido, él entregó el dinero y fueron los dedos gruesos y fríos de él los primeros que sentí. Vi la alianza en su dedo. Vi la alianza en el dedo de ella.

"¿Cómo es que nunca había reparado?"- pensé

Estaba demasiado distraída en mi mundo lleno de abrigos, cabellos negros, voces roncas, cicatrices sexys que no vi la alianza dorada en la delicada mano izquierda.

Me sentí traicionada aquel viernes. Me sentí traicionada por alguien que nunca me ha dado un "hola" amable. Por alguien que repetía las mismas frases directas y secas, sin ni siquiera importarle quien las escuchaba. Mi satisfacción en verla alegre se evaporó junto a mi humor en aquel día. George- mi jefe-me preguntó por mi cambio de humor y le mentí. "Estoy en esos días". Yo sabía que él no dudaría, ni me haría preguntas que yo no respondería. ¿Cómo explicar la sensación de traición que estaba sintiendo por alguien que ni sabía mi nombre?

Me siento tan patética pensando en eso.

Llegué a mi minúsculo apartamento ese viernes y lloré dentro de la apretada bañera, sintiendo que el agua me hería. En aquel momento no existía solo Regina Mills en mis sueños. Existían Regina y Robin en mis pesadillas.

Después de ocho meses, admití que estaba enamorada de un fantasma que vagaba en mi cuerpo. El primer paso es admitirlo, ¿no? No sirve de mucho.

Le conté a mi mejor amiga-Ruby-mi pasión platónica y ella me dijo

-Invítala a salir

Reí hasta que mi pálida piel se puso roja y mis costillas me dolieron. Me eché en el suelo riendo todavía. Esa posibilidad nunca había pasado por mi cabeza, y aunque pasara, nunca lo haría. Me escondo detrás de una barra y de mis gafas de pasta negras. No consigo decirle un Hola más alto para que ella repare en mí, y para dejar todo más absurdo, está casada.

Invitarla a salir, todavía lo encuentro divertido.

Tuve momentos alegres.

Era verano y ella entró dos minutos atrasada. Estaba al teléfono y estaba radiante. Sus ojos avellanas brillaban y tuve la impresión de que el sol solo la miraba a ella, igual que yo. Escuché la palabra promoción y sabía que sería cappuccino. Podría adelantarme para causarle una buena impresión. ¡No!

Aprendí que con Regina Mills siempre se debía esperar. Antes de aprender sobre sus días y pedidos, había corrido para preparar un macchiato, yo ya había creado toda la escena en mi cabeza, hasta vislumbré una sonrisa orgullosa y un "muchas gracias" sincero. Me equivoqué completamente, era un día de café solo. Pensé que me tiraría el macchiato caliente a mi cara. Aprendí a esperar y aquel día esperé a que ella hiciera el pedido. Las apuestas estaban a todo vapor en mi cabeza. Ella pidió

-Un cappuccino, por favor

Yo solté un "¡Eso!" más alto de lo que debía, ella se quedó mirándome asombrada y un poco asustada. Fue la primera vez que me miró durante más de dos segundos. Claro que pensaba que yo estaba loca, no importa. Estaba alegre por ella. Adoraba los días cappuccinos.

Recuerdo el mejor de los encuentros. Ella entró concentrada en su móvil como siempre y de su boca soñada salió una espontanea carcajada. Una carcajada que hizo que todo mi vello se pusiera de punta y que deseara que el tiempo se detuviera en aquel instante. Quería congelar aquella abierta sonrisa, aquella sonrisa que nunca antes había tenido. Fue única. Yo sonreí ante una felicidad que no era mía, una felicidad desconocida cuyo motivo no me importaba, nunca me importó.

Ella me miró y vio mi rostro abierto, me sentía una idiota. La sonrisa desapareció de la misma forma en que había surgido, instantáneamente. En aquel momento, tuve la certeza de que su mente se echó para atrás por estar delante de una loca. Me lanzó una mirada irritada. Ella mal sabía cuánto conocía yo esa mirada y cuánto me gustaba. Su intento de reprenderme nunca funcionaba. Adoraba sus intensas expresiones.

Una vez, entró con gafas oscuras y con tono bajo. Su teléfono no gritó aquel día. Empecé a pensar en la posibilidad de que hubiera llorado e inmediatamente culpé a su marido. Me puse roja de enfado y lo único que se me pasó por la cabeza fue abrazarla. Mi cuerpo se tensó, le di la espalda para preparar su pedido. Además de patética soy cobarde.

Creaba situaciones inexistentes y creía en ellas. Mi imaginación era lo único que me acercaba a ella. Que hacía que me transportara más allá de aquel mostrador protector.

Ningún otro cliente me hizo esperar el día siguiente como ella.

El día en que George me llamó y me informó de que me cambiaría de turno protesté, grité, me negué. El turno de noche no tenía a Regina Mills y todo estaría aburrido. Él no me dio elección. Necesitaba a alguien de confianza para cerrar la cafetería, se sentía viejo y cansado. No puede negarme, no más. Necesitaba el trabajo y él me necesitaba a mí.

Acepté.

La primera semana fue terrible. Miraba la puerta como todos los días. Ella no entraría, yo lo sabía, pero no conseguía evitar apasionarme de nuevo por cada paso.

La aburrida añoranza me incomodaba más que nunca y no sabía cómo hacer para que pasara. Necesitaba verla. Necesitaba sentir aquel perfume que no concibo lejos de ella. El ruido de la puerta me torturaba. La buscaba en cada cliente.

Aún la busco.

Me arrepentí por las palabras no dichas. Me arrepentí del oscuro miedo a una pregunta.

Me arrepentí de que las frases "¿Cómo está hoy?", "Estoy muy feliz por usted", La eché de menos ayer", solo hubieran vivido en mis pensamientos. Pensamientos que estaban abarrotados de frases y sentimientos escondidos por la inseguridad.

Hoy hace un mes del turno de noche. Un mes sin Regina Mills.

Aún quedan siete manzanas y tengo la terrible sensación de ser seguida por aquel coche negro. Se acerca y mi cuerpo se estremece.

El coche se detiene.

Yo me detengo.

Estoy paralizada por el miedo y no consigo reaccionar. No sé cuánto tiempo caminé despreocupada pensando en la mujer que no me conoce.

El vidrio comienza a descender y espero lo peor. Aquel momento de la vida en que el miedo te deja tan vacío que ninguna reacción te viene a la mente y el miedo te consume.

El aroma conocido me invade y siento la nostalgia de nuevo henchirme. Cierro los ojos intentando aprovechar al máximo el momento. Creo que tengo tanto miedo que mi cerebro me ha traído ese perfecto recuerdo olfativo, así puedo consolarme en esta calle oscura, en esa noche helada y en este momento solitario.

-¿Srta. Swan?

Definitivamente me he vuelto loca. Estoy embriagada por el aroma hasta el punto de escucharla dentro de mí. No evito sonreír. Su voz…

-¿Srta. Swan?

Abro mis ojos y la veo.

Ella está mirándome intentando entender cuándo la tempestad lavó mi locura. Pensé que ella ya estaba acostumbrada.

No consigo responder. Había echado tanto de menos aquel rostro, aquellos ojos, aquel lápiz de labios.

Dejé de sentir la lluvia en mi cuerpo. ¿Está esperando que diga algo? ¿Está esperando que prepare su macchiato en medio de la calle? ¿De la lluvia? No sé qué decir. Mi lugar perfecto está frente a mí y no consigo moverme.

Espera un momento…¿Sabe mi nombre? Mi cabeza recibe una chispa de sorpresa.

-¿Sabe mi nombre?

Mi perplejidad es tan aterradora que no noto la pregunta saltando de mis labios.

Ella sonríe

Me sonríe a mí.

-Entre, la llevaré

Ella ignora la última pregunta como si hubiera sido la mayor imbecilidad.

¡Qué difícil es pensar o hablar respirando ese aroma! Imaginé millares de veces un diálogo que no contuviera bebidas con cafeína y en ese momento no consigo respirar.

Me esfuerzo para volver a sentir mis pies en el suelo y por primera vez en la noche el frío me ayuda a volver a la realidad. Siento cada musculo obedecer el comando, abro la puerta del coche, entro y me siento, abrazada por manzanas azucaradas.

-Muchas gracias

Ella me encara por algún motivo que, esta vez, no conseguí descifrar, después me sonríe por segunda vez. Ella nunca me había mirado por tanto tiempo y me siento invadida por sus ojos.

-He echado de menos su macchiato este último mes, Srta. Swan

Ella pone el coche en marcha y yo no consigo apartar la mirada de mi ilusión favorita. Me pierdo en la imagen y tardo algunos metros en silencio para darme cuenta.

"Ella me veía"

Su asiento de cuerpo me trae consuelo. El calor del interior, completamente invadido por el aroma que yo tanto amo, me envuelve.

Estoy mirando por la ventana de su Mercedes negro sin saber qué hacer.

Ella aumenta la calefacción del coche sin apartar la mirada de la carretera vacía, creo que por reflejo a mi temblor. No tengo frío, no recuerdo cómo sentir frío en este momento. Estoy temblando y cada vello de mi cuerpo está de punta por estar cerca del motivo de mi pesada añoranza.

El "viaje" dura dos minutos, ¡cómo quisiera vivir en el otro lado del mundo! ¡Cómo quisiera prolongar esa sensación de tranquilidad!

Quiero hablar, necesito hablar. Necesito decir cada palabra que me atormenta y no consigo dejar de temblar al mirar hacia ella. ¿Acaso será miedo ante su reacción?

¡Cobarde!

Me esfuerzo para mirar aquella imagen única y sus líneas parecen tan tranquilas. No veo irritación, nerviosismo, decepción. Veo un semblante sereno y me calmo al mirarla. Es tan interesante percibir cómo su humor me afecta, como su irritación me irrita, su tristeza me desmonta, su alegría me hace sonreír y su serenidad me serena.

La velocidad del Mercedes es reducida y aprieto los ojos en desesperación. Tengo tanta certeza de lo que necesito hacer, pero no consigo reaccionar. En el momento en que descienda de ese coche, mis oportunidades de volver a verla se disolverán en esa lluvia insistente.

El coche para y mi corazón se agita. Quiero cometer una locura y abrazarla. ¿Cómo haré eso si no consigo ni abrir la boca para agradecerle por esa noche inolvidable de dos minutos? De nuevo siento el deseo de congelar el instante que me invade.

Ella me mira aún con el motor encendido. Su mirada me muestra lo que ella espera. Ella espera que yo abra la puerta y me despida, agradeciéndole la ayuda. Yo solo quiero quedarme algunos segundos más admirando a Regina Mills. Admirando a la dueña de mis tormentos.

-Creo que hemos llegado. ¿Es este su edificio?

Creo que ella ha dicho eso solo para forzarme a despertar de mis devaneos.

De nuevo siento mi mente agitarse por la sorpresa. ¿Cómo conoce mi edificio? Ya es la segunda pregunta que me sofoca y solo dejo que raspe mi garganta. Solo asiento con la cabeza.

Necesito tomar una decisión y tiene que ser ahora.

-Muchas gracias por la amabilidad, sra. Mills- mi voz salió cansada, estoy reluctante en apartarme

-Fue un placer, srta. Swan

De mi boca sale una sonrisa triste, no sé si ella se ha dado cuenta. Claro que ella no se ha dado cuenta. Abro la puerta de ese lugar seguro y la racha de viento helado me abraza. No es este abrazo el que ahora quiero. Vuelvo a recordar cómo es sentir el frío cortante. Las palabras "Srta Swan" martillean en mi mente y ya no consigo aguantarme. Reúno todo el coraje de mi cuerpo y consigo murmurar la pregunta.

-¿Cómo sabe mi nombre?

Ella sonríe y por décima vez en la noche me siento una idiota. ¿Cuántas veces más me sentiré así con cada sonrisa dirigida a mí?

-Está en su placa, siempre lo ha estado.

Mi rostro se pone rojo ante la respuesta. ¡Claro! ¿De qué otra forma sabría mi nombre? Me siento cómo hace un año, montando fantasías sobre situaciones imposibles y reacciones improbables. Odio mi fértil imaginación.

Cierro la puerta con menos delicadeza de lo que pretendía. Espero que el coche se vaya y vuelvo a sentir las gotas rodando por mi rostro enrojecido. Ella baja la ventanilla y puedo vislumbrarla por una última vez.

-Hasta la próxima, Swan

"Próxima"

Aquel coche negro se aparta y yo pienso que la "próxima" es tan improbable que ni mi mente delirante se atreve a considerarlo.

Me odio tanto en ese momento. Estaba en el coche con la mujer que habita mis sueños y no logré hablar. Mi cerebro no consiguió asociar tantas informaciones con su presencia. Todas las frases arrepentidas en mi mente continuarían en el arrepentimiento y me doy cuenta de que no aprendo de mis errores. Pasé noches en blanco formando frases y todas las palabras fueron sutilmente escogidas en un diálogo inexistente. En la primera y única oportunidad, no consigo recordar nada.

He estado en el coche de Regina Mills y no hice nada.

¡Idiota!

He estado en su coche

Espera un momento

¡He estado en su coche!

Comienzo a entender el significado de estas pocas palabras, la sonrisa surge en mi rostro. Claro que yo había pensado con ello, pero solo en mi soñadora cabeza. He estado cerca de ella, no estaba protegida por el mostrador. Estuve a su lado. Ella me vio en la lluvia y paró.

Hasta la próxima, sra. Mills.