Disclaimer: Basada en la novela de ficción histórica, "Manuel Piar: Caudillo de Dos Colores" de Francisco Herrera Luque. Historia escrita sin ánimo de lucro.

Enloquecer

—Te lo repito una vez más, hijo mío: ¿Esta es la verdadera razón?

El hombre de cabellos rubios y ojos azules, seguía mirando el piso de esa habitación que se había convertido en su celda. En la calle, se escuchaba sólo el barullo de la gente, el piafar de varios caballos, el gorjeo de las aves que pasaban veloces por encima de la casa… todo estaba en alboroto. A las cinco de la tarde, el general en jefe, Manuel Carlos Piar, sería fusilado por el delito de sedición e insubordinación, según la sentencia firmada por el Jefe Supremo de la República. Pero antes de morir, tenía que confesar sus pecados y quien mejor que el padre Remigio Hurtado, para esa noble, pero triste labor. Después de una larga charla, donde el hombre al servicio de Dios había oído unas revelaciones escalofriante, por parte de su confesado, sólo se limitó a hacer una pregunta final.

—¡General Piar! —volvió a reclamarle, con voz más firme—. ¿Es esta la verdadera razón? ¿Hiciste todo esto por causa de la desesperación? ¿Acaso no mediste las consecuencias de tus actos? ¡Sabías que estabas al borde del abismo y no hiciste nada!

Seguía el silencio por parte del interpelado. Sus ojos azules seguían clavados en el suelo.

—¡Por favor! ¡Ya no hay tiempo para usted, mi General!

Finalmente, después de un hondo suspiro, el general simplemente contestó.

—Enloquecí, padre. Eso es todo. Enloquecí…

El padre Hurtado se dio cuenta que esa iba a ser la única respuesta que recibiría, ante su interrogante. De repente, oyó pasos: el piquete de soldados venían a llevarse al reo, para su fusilamiento. Al final, cumplió su deber y después de darle la extremaunción al prisionero, salió de la casa prisión, abriéndose paso entre la soldadesca. No quería ver más… estaba absolutamente asqueado y adolorido, de la situación que estaba ocurriendo en esos momentos. El general Piar no era un santo o demonio, pero tampoco merecía un final como ese; algunos personajes infames iban a colmar sus intereses personales, a partir de la nefasta decisión del Jefe Supremo, sin hablar de la gran pérdida que tendría la República, así dijesen todo lo contrario. Pero no había marcha atrás en esos momentos. En el camino, encomendó a Dios que hiciera su justicia con el infeliz general y que lo recibiera en su mansión divina, como un mártir de una pasiones y egoísmos familiares, que ya no tenían sentido a estas alturas de la vida.

Era lo menos que podía hacer por él.