Anuncio de responsabilidad: Todos los personajes pertenecen a Andrew W. Marlowe, a pesar de que han encontrado su propio camino a mi corazón.


Eran las siete y media de la mañana. Beckett había puesto la alarma del despertador al volumen mínimo para que Castle no se despertara cuando sonara. Con el mayor cuidado posible, la detective se levantó de la cama y caminó silenciosamente hasta el cuarto de baño. Se había duchado la noche anterior, de modo que sólo tenía que vestirse, cepillarse los dientes y arreglarse el pelo. Se maquilló un poco con rapidez y, cuando hubo terminado, regresó al dormitorio y lo cruzó sigilosamente, caminando de puntillas en calcetines hasta la puerta que abría directamente a la sala de estar. Estaba absolutamente convencida de que conseguiría escabullirse sin que Castle se enterara, pero justo en el momento en que su mano se cerró alrededor del picaporte y lo empujó hacia abajo, la voz del escritor rompió el silencio y la detective se sobresaltó, su corazón dando un vuelco en su pecho.

—¿Adónde vas?

Beckett suspiró y se volvió hacia él con una mirada audaz en el rostro y mostrando una postura desafiante. Castle estaba recostado contra el cabezal de la cama, con los brazos cruzados sobre su pecho desnudo, y no parecía nada contento. Kate cuadró los hombros, decidida a ganar esta ronda, y dio un par de pasos hacia él.

—Voy a la comisaría —le respondió, confiada.

—No, no vas a ir —dijo él, en un tono frío y duro.

—Sí voy a ir.

Beckett se dio la vuelta y se dirigió de nuevo hacia la puerta.

—Kate —Castle advirtió, levantando la voz.

—Rick, ¡estoy bien! ¡Dije que este sería mi último caso y mantendré mi promesa!

Castle se inclinó hacia delante sobre sus muslos.

—¡Ayer no estabas bien! ¡Has estado...! —Pero ella no se quedó ahí para escucharlo; giró sobre sus talones y salió del dormitorio—. ¡Maldita sea, Kate! ¡Espera!

Castle saltó de la cama para ir tras ella pero se enredó las piernas con las sábanas en el proceso. Brincando y dando un par de patadas en el aire, se deshizo de la tela alrededor de sus pantorrillas y salió corriendo del dormitorio para alcanzar a la detective. Para cuando llegó al salón, la puerta principal ya se estaba cerrando tras ella. El escritor salió al pasillo; Kate estaba a unos metros de distancia, esperando delante del ascensor.

—¡No te subas a ese ascensor! —le ordenó él, levantando un dedo amenazador, mientras una profunda arruga aparecía entre sus cejas.

—¡¿Vas a decirme lo que puedo y no puedo hacer?! —exclamó Beckett irritada, su voz aguda haciendo eco en el alto techo del corredor—. ¡¿Crees que iría a trabajar si no me encontrara bien?! ¡No puedo quedarme quieta sin hacer nada!

Las puertas del ascensor se abrieron y ella se subió a él.

Beckett —bufó Castle con los dientes apretados—, vuelve a entrar en casa o te juro que...

—¡¿Qué?! ¿Me llevarás a rastras tú mismo? —le espetó ella, su mano apretando el botón del vestíbulo.

—¡Sí! —gritó él y corrió hacia ella, pero las puertas se cerraron antes de que pudiera detenerlas—. ¡Maldita sea, mujer! —Golpeó su puño contra las puertas cerradas y se apresuró a entrar en el loft.

Cogiendo su móvil, llamó a Esposito. El detective contestó al segundo tono.

—Hey, Castle. ¿Qué pasa?

—Kate acaba de marcharse del loft. Debería llegar a la comisaría en 20 minutos.

—Creí que se quedaría hoy en casa —dijo Espo, sorprendido.

—Yo también lo creía, pero ya la conoces. Es una cabezota testaruda —gruñó Castle, frotándose la cara con una mano—. ¿Podrías tenerla vigilada hasta que llegue yo?

—Por supuesto, hombre.

—Gracias. Estaré allí en media hora —informó Castle, abriendo el grifo de la ducha.

—De acuerdo. Nos vemos.

El escritor se duchó y se vistió rápidamente. Quince minutos más tarde, cogiendo todo lo que necesitaba, salió por la puerta.


—Hola, chicos —saludó Beckett al entrar en la zona de oficinas abierta, pero no recibió respuesta.

Desde el otro lado de la sala, Ryan y Esposito la estaban mirando con idénticos ceños fruncidos y una expresión de desaprobación. Ella les devolvió el gesto mientras se quitaba la chaqueta, no sintiéndose para nada incómoda o intimidada.

—Se supone que tendrías que estar descansando —recriminó Ryan en voz alta desde su mesa de trabajo. Se levantó y él y su compañero se acercaron hasta ella. Espo se detuvo detrás de la silla de Castle y se cruzó de brazos. Ryan se sentó en el borde del escritorio de la detective y añadió—: Has estado teniendo contracciones desde ayer.

—Castle ha llamado, ¿verdad? —Beckett adivinó. La expresión en el rostro de los chicos les delató—. Ya me lo suponía. Claro que ha llamado… Bueno, para vuestra información, sólo son contracciones de Braxton Hicks. Estoy bien —anunció la detective, puntualizando las dos últimas palabras.

Los chicos iban a decir algo más pero ella los silenció con una mirada amenazadora. Ryan suspiró, metiéndose las manos en los bolsillos, y Esposito lanzó las suyas al aire, rindiéndose.

—¿Ha llegado la orden de arresto? —preguntó Beckett, cambiando de tema mientras se sentaba en su silla con su gran barriga de embarazada.

—Hace tres minutos —informó Espo, alzando un sobre manila que había encima de la mesa de la detective—. Estábamos esperando a que llegaras tú.

—De acuerdo. Traedme a ese hijo de perra para que le pueda extraer una confesión y después irme a casa y haceros a vosotros, hombres, felices.

Los dos detectives asintieron, cogieron sus chaquetas de sus sillas y se dirigieron al ascensor. Cuando pasaron por el lado de Kate, Esposito vaciló, frenando y volviéndose hacia ella.

—Estaré bien —le aseguró Kate antes de que él pudiera decir nada—. Estoy en un edificio repleto de policías. ¡Ahora iros! —Y les despidió con la mano.


Mientras esperaba a que regresaran los chicos, la detective se tomó el desayuno con una taza de té —la cafeína le había sido prohibida durante el embarazo. No había tenido una sola contracción desde las tres de la madrugada, se encontraba perfectamente y sentía al bebé moverse dentro de ella, como siempre, dándole patadas debajo de las costillas de vez en cuando.

Terminándose el resto del Earl Grey con un último trago, Kate se recostó hacia atrás en la silla y se frotó suavemente el vientre con una mano mientras repasaba el documento que sostenía en la otra. Pero al cabo de unos minutos dejó de leer los antecedentes del sospechoso cuando sintió una figura grande cerniéndose sobre ella a su lado.

—Los chicos están deteniendo al tipo ahora mismo —murmuró la detective en una voz monótona, sin mirarle—. Haré que confiese y luego puedes llevarme a casa.

—¿Podemos hablar? —dijo Castle fríamente. Ella dejó los papeles sobre la mesa, pivotó su silla, levantó la vista hacia él y esperó—. ¿En privado? —añadió el escritor.

—No hay nadie más alrede...—empezó a decir Beckett.

—Bien —masculló él y se sentó en su silla, colgando su chaqueta sobre el respaldo. Apoyó los brazos sobre sus rodillas y respiró profundamente para calmarse antes de mirarla a los ojos—. Kate… esto no es saludable —murmuró. Ella estaba a punto de interrumpirle pero él le lanzó una mirada que la silenció—. Estás de 37 semanas. Tendrías que estar en casa, descansando. Me estoy muriendo de preocupación constantemente —dijo Castle, sus facciones reflejando ansiedad.

Puede que Castle tuviera razón, pero Beckett llevaba varias semanas con el caso y necesitaba atrapar a este tío. Había matado a cinco mujeres y ella se iba a asegurar de que acabara entre rejas de por vida.

—Te lo acabo de decir. Le vamos a arrestar y a cerrar el caso hoy mismo.

—¡No importa! —gritó Castle y enseguida miró a su alrededor por si alguien los estaba mirando. Sus puños estaban tan fuertemente apretados que tenía los nudillos blancos. Se acercó más a ella y, tratando de no volver a alzar la voz, siseó entre dientes—: Tendrías que haber dejado de trabajar hace semanas.

—Hay muchas mujeres embarazadas que trabajan hasta su trigésima octava semana —la detective defendió en el mismo tono.

—¡Sí, pero no son policías! Estás rodeada de estrés todo el tiempo —argumentó Castle, poniendo una mano sobre su vientre hinchado—. Eso no bueno ni para ti ni para el bebé.

—Tú eres el que me estresa —musitó ella por lo bajo, apartándole la mano—. Déjame que...

—¡Oye, Beckett!

Kate levantó la cabeza y vio a Ryan y a Esposito avanzando por el pasillo lateral, guiando al sospechoso esposado hacia la sala de interrogación. Ella se puso en pie, cogió la carpeta con los antecedentes de encima de su escritorio y se alejó, siguiendo a los chicos. Castle la alcanzó a la puerta de Interrogatorio 1 y la agarró de la muñeca.

—Kate, por favor —le suplicó con gravedad; toda su ira y frustración se habían desvanecido.

Los otros dos detectives esperaban detrás de ella.

—Esposito, tú entras conmigo —dijo Beckett, sin apartar los ojos de Castle, y luego le habló a él directamente, en voz baja y tensa—. Si te quieres quedar, puedes mirar desde Observación con Ryan.

Y con eso, la detective entró en el cuarto donde el sospechoso aguardaba. Esposito articuló un «Lo siento» antes de entrar tras ella y cerrar la puerta.


Castle se apoyó contra la mesa en la sala de observación y miró a través del espejo de dos direcciones cómo Kate forzaba al sospechoso a confesar. El tipo no parecía que fuera a quebrar en un futuro próximo. Mantenía sus manos esposadas sobre la mesa, sus dedos tamborileando la superficie y su mirada fija en un punto invisible encima de la cabeza de la detective.

—¿Cómo lo llevas? —Ryan preguntó en voz baja.

Castle exhaló un largo suspiro antes de responder.

—Me vuelve completamente loco —farfulló cansado—. Las dos últimas semanas ha estado imposible. —Hizo una corta pausa en la que soltó otro suspiro—. Está tan exigente, y se queja por todo. «Tus manos están muy calientes, tus pies están muy fríos, respiras demasiado fuerte» —Castle imitó el tono de voz de Kate.

Los dos hombres dirigieron sus miradas al cristal cuando oyeron a Beckett golpear su mano con fuerza sobre la mesa. El sospechoso se sobresaltó ante su ferocidad.

—Está enfadada conmigo todo el tiempo —continuó Castle—. Según ella, todo lo que hago, lo hago mal. Ya sea por hacer demasiado o no hacer algo. —Y suspiró otra vez—. Me alegra que ya casi se haya terminado, porque créeme… ¿Beckett embarazada? No es encantadora.

—Tiene mucho carácter —Ryan simpatizó con él—. Espero que con Jenny no...

—¡Castle!

Los dos oyeron el grito de Kate y sus ojos volaron al espejo. Castle la vio gruñir e inclinarse hacia delante, ambas manos aferrando su vientre hinchado. Salió corriendo de Observación, abrió de golpe la puerta de Interrogación y se agachó en el suelo frente a ella.

—Kate, ¿qué ocurre? —le susurró con urgencia.

Esposito y Ryan sacaron al sospechoso inmediatamente de la pequeña habitación y se lo llevaron a una celda. Sentada en el borde de la silla, Beckett respiraba en jadeos con los dientes apretados. Castle le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y bajó la cabeza para poder verle la cara. Los ojos de Kate estaban fuertemente cerrados y su rostro desencajado por el dolor.

—Esto no… es nor-mal… —masculló ella, su voz tan ahogada que Castle casi no distinguió las palabras.

—Kate, ¿qué pasa? —volvió a preguntar él, tratando de mantenerse centrado y no ser dominado por el pánico. Colocó una mano sobre la matriz y la sintió dura bajo su palma—. ¿Es una contracción? ¿Te duele?

Los chicos regresaron, seguidos de la capitana.

—¿Qué está ocurriendo aquí? —exigió Gates pero nadie respondió.

Kate levantó la cabeza y miró al escritor, revelando las lágrimas que corrían por sus mejillas. Luego volvió a inclinarse hacia delante con un gruñido.

—Oh, dios —exhaló Castle ahogadamente y gritó por encima del hombro—: ¡Chicos, necesitamos una ambulancia! —Gates se hizo paso y se arrodilló junto a él, pidiendo que la informara, pero el escritor se concentró en la detective—. Kate, cariño, nos vamos al hospital. —Le acarició la mejilla, secándole las lágrimas—. Te vas a poner bien.

—Castle —Ryan intervino—. Podemos llegar antes si os llevamos en uno de nuestros coches.

El escritor miró a Gates y ésta asintió.

—Llamaré para informar de que vais para allá.

Esposito salió corriendo a buscar el coche.

—¿Puedes andar? —Castle le preguntó a Kate. Ella negó con la cabeza con un movimiento seco, de modo que él le pasó un brazo por debajo de las piernas y otro alrededor de la espalda, y la levantó con cuidado de la silla. La detective cerró los ojos y escondió la cara contra el hueco de su hombro. Una de sus manos se cerró en un puño alrededor de la tela de su camisa.

Con ella en brazos, Castle cruzó la zona de mesas —una docena de personas murmuraban y los observaban con miradas confusas y sorprendidas en sus rostros. Ryan estaba manteniendo las puertas del ascensor abiertas y los tres subieron a él.

—Castle —suspiró Beckett mientras descendían—. Tengo miedo. El bebé...

—Shhh... Te vas a poner bien. Tú y el bebé —le prometió él, dándole un beso en la frente.

Llegaron al vestíbulo y Ryan se adelantó para abrirles la puerta de salida. Esposito había traído el coche policial hasta la acera en frente de la comisaría y Ryan ayudó a Castle a meter a Kate en el asiento trasero. El detective se sentó de copiloto y Castle rodeó el coche y se sentó en el asiento de atrás junto a Kate. Esposito encendió la sirena y las luces y pisó a fondo el pedal.

Las piernas de Beckett estaban sobre el asiento y Castle se giró hacia ella para que ésta pudiera apoyar la espalda contra su pecho. Con respiraciones cortas y superficiales para intentar controlar el dolor, Kate encontró la mano del escritor y la apretó con fuerza. Castle atrajo suavemente la cabeza de ella hacia atrás para que descansara sobre su hombro y presionó la palma de su mano contra su frente, apartando su sudoroso cabello hacia atrás y susurrándole palabras tranquilizadoras al oído sin descanso.

—Aguanta, Beckett —dijo Esposito en tono tenso mientras aceleraba el coche, zigzagueando entre el tráfico matutino y esquivando los otros coches—. Llegaremos en tres minutos.

—Lo sien-to, Castle —sollozó Kate—. Siento haberte gri... —Inspiró fuertemente y cerró los ojos—, ...haberte gritado.

Él la hizo callar y apretó sus labios a su sien.

—Todo va a salir bien.


Cuando llegaron al Hospital Bellevue, había un hombre y una mujer en ropa quirúrgica esperándolos fuera, frente a la entrada de emergencias. La sacaron del coche, la tumbaron en una camilla y se apresuraron a entrarla en el edificio. Demasiadas cosas ocurrían a su alrededor, demasiada gente hablando y corriendo por doquier, así que Beckett se concentró en la mano que todavía tenía fuertemente agarrada. Alguien le quitó los pantalones y un residente la examinó mientras un interno le hacía una ecografía. Una tercera persona le ató una correa alrededor del vientre para monitorizar los latidos del bebé.

—¡¿Eso es sangre?! —oyó que Castle exclamaba de repente, muy alarmado—. ¡¿Está sangrando?!

—¿Qué? —Kate dijo sin aliento e intentó mirar por encima de su gran barriga.

El hombre que llevaba el traje quirúrgico, el que la había examinado y parecía ser el que estaba a cargo de la situación, se dirigió a ellos.

—Ha sufrido un desprendimiento prematuro de la placenta. Se ha desprendido parcialmente del útero. El ritmo cardíaco del bebé es algo débil de modo que tenemos que realizar una cesárea de emergencia.

¿Placenta desprendida? ¿Cesárea de emergencia? ¿Ritmo cardíaco débil? No, no, NO. Esto no podía estar pasando. La visión de la detective se nubló pero luchó por permanecer consciente y mantenerse bajo control mientras la llevaban al preoperatorio. Castle no se alejó de su lado mientras la preparaban para la operación y le colocaban una vía intravenosa en el brazo. A él le entregaron también ropa quirúrgica.

—Tú te quedas conmigo, Castle —Kate le ordenó con voz temblorosa—. Él se puede quedar conmigo, ¿verdad? —le preguntó a una enferma que estaba a su lado. La mujer asintió.

Un minuto más tarde se la llevaron a quirófano y le suministraron anestesia. Castle se sentó a su lado, a la altura de su cabeza, y la sujetó de la mano mientras ella se sumía en un sueño profundo.

—Te quiero —balbuceó, sus párpados cayendo sobre sus ojos.

—Yo también te quiero —le susurró él al oído.

Lo último que Beckett sintió fueron los labios de Castle sobre los suyos.


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