Hola!! Aquí os traigo una nueva historia (si, ya sé, primero acaba las que tienes hechas y luego sube otras) Pero es que estoy algo trabada con "Como críos" que es la que toca (quiero hacer algo divertido para el tercer capi, ya que el cuarto..., pero no se me ocurre nada para Lavi...)

Bah, el caso. Se que hay muchas historias de este tipo (creo que al menos he leído 3, contando la de dagmw) Pero esta es mi versión Mi idea era hacer 4 o 5 capis como mucho... Ya se verá...

DGM no me pertenece.


Absoluto silencio. Ni más ni menos.

Un tétrico silencio reinaba en todo el edificio. Ni siquiera el grupo científico armaba su jaleo habitual.

Komui les habían dado permiso a todos para hacer lo que quisieran. La mayoría de los habitantes del edificio optaron por dormir. Era mejor estar descansado para lo que se avecinaba al día siguiente.

Hasta a los buscadores se les dio el día libre, que muchos aprovecharon para ir a visitar a los seres queridos que les quedaban; otros volvieron a su ciudad natal, rememorando momentos mejores; y otros ni siquiera salieron de la Orden, pues no tenían otro lugar al que acudir.

Los exorcistas no eran ninguna excepción. Por primera vez en mucho tiempo, todos y cada uno de ellos (incluido Cross) estaban reunidos bajo el mismo techo. Cada cual pasaba las últimas horas de tranquilidad como mejor le pareciese optando, casi todos, por seguir el ejemplo del resto de habitantes, ganando unas más que merecidas horas de apacible sueño. Curiosamente, Cross fue de los primeros en caer dormido (solo superado por Lavi, que cayó redondo en el medio de la biblioteca) aunque no sin antes saquear todas las existencias de la Orden de alcohol.

Los hermanos Lee habían desaparecido a eso del mediodía, encerrándose en una habitación, tratando de pasar el mayor de tiempo posible el uno junto al otro.

Era el mismo sentimiento por el que ahora pasaban otros dos jóvenes, a los que el destino parecía odiar y maldecir a cada momento. Pero les daba completamente igual tener o no el destino en su contra.

Estar en el mismo espacio, respirando el mismo aire, compartiendo la misma cama era todo lo que necesitaban. La habitación donde ahora descansaban era su pequeño santuario. Uno que nada ni nadie podía profanar.

El mayor dormía placidamente. Su cabeza descansaba sobre la almohada, quedando su rostro a escasos centímetros del sedoso pelo de su amante, Rodeaba a este con su brazo sobre su pecho, de manera protectiva, abarcando la mayor parte de su torso descubierto, compartiendo su calor.

El menor, sin embargo, estaba despierto. No podía conciliar el sueño. Cómo hacerlo sabiendo lo que les esperaba dentro de unas pocas horas?

Allen tenía los nervios a flor de piel. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía. Un desierto rojo, teñido por la sangre de víctimas inocentes, de sus compañeros… de Kanda… Y una malévola risa resonando por aquél desolador paisaje.

Sacudió la cabeza para borrar esa imagen de su mente. No podía dejarse llevar por la inseguridad. Y mucho menos ahora!!

Instintivamente, giró sobre sí mismo para quedar cara a cara con quien compartía su cama. Sabía que, si el rostro que tenía Kanda cuando dormía, tan relajado, tan sereno, no lograba tranquilizarle, nada lo haría. El abrazo que le estaba dando Kanda mientras dormía no hacía más que aumentar la sensación de seguridad.

Allen alzó una de sus manos hasta tocar el rostro de Kanda. Era tan suave y cálido que no parecía lógico que perteneciese a una persona con un temperamento como el de Kanda. Allen le apartó unas cuantas hebras de pelo de la frente para obtener una mejor visión de su cara, y continuó acariciándole dulcemente.

Sonrió cuando, a modo de respuesta, Kanda, aún dormido, frotó su rostro con la mano de Allen al más puro estilo de un gato complacido.

- Todo irá bien. Lo conseguiremos.- susurró levemente a su amante dormido. Después se acercó un poco más a él, hasta ser capaz de darle un casto beso en los labios.- Seguro.-

KYUKYUKYUKYU

Todo estaba sumido en un profundo caos. Había cuerpos y ruinas allí donde alcanzaba la vista. Auténticas torres de humo se alzaban hacia el cielo, originadas por algún fuego que se resistía a extinguirse.

Kanda miraba a todos lados en busca de algún signo de vida de sus compañeros. Todas sus esperanzas estaban puestas en encontrar sano y salvo (al menos salvo) a cierto exorcista peliblanco.

No es que él mismo estuviera en muy buena forma. A decir verdad, estaba destrozado (sus ropas estaban raídas, su cuerpo lleno de heridas, algunas aún sangrantes, y necesitaba de Mugen como apoyo para seguir caminando), pero al menos estaba vivo. Tras cuatro días de interminable lucha, él seguía vivo. Y viendo lo que había a su alrededor, eso era decir mucho.

Un súbito movimiento a su izquierda le hizo ponerse en guardia. Dejó escapar un suspiro de alivio al comprobar que se trataba de Lavi, que todavía sangraba más que él.

- Vaya… tienes un… aspecto lamentable, Yuu.- logró decir entre respiraciones forzosas. Incluso en este tipo de situaciones, Lavi se permitía bromear.

Desde el punto de vista de Kanda era algo admirable. No, mejor, penoso.

- Mira quien fue a hablar.- le espetó

- Tú siempre tan amable, eh?... Y el resto?-

Kanda negó con la cabeza. Lavi hizo un leve gesto de comprensión antes de ponerse a mirar a todos lados, llamando a todos los compañeros que creía que seguían vivos. Al fin de cuentas, en los primeros días había visto como caían uno tras de otro muchos de ellos.

Bookman murió en el segundo día, a manos de Lulubell, y Lavi no había parado hasta encontrarla y vengar a su tutor y maestro. Las marcas de las lágrimas aún eran perceptibles en su rostro.

La verdad era que el panorama era desolador. Había habido muchas bajas (demasiadas) en ambos bandos, y Kanda se estaba empezando a poner muy nervioso. El hecho de que no hubiera ni rastro de ningún aliado ni enemigo le llevaba al borde de la histeria.

Al menos, para bien o para mal, la única persona que le importaba en ese momento había resultado ser el soldado profetizado como el "destructor del tiempo" por lo que, si no había noticias de él, eso significaba que seguía vivo. Solo Dios sabe la que montarían los Noah o el Conde en el momento que lograran hacerse con la vida de Allen.

Justo cuando ambos jóvenes estaban a punto de llegar a su límite, dos fuerzas chocaron simultáneamente, provocando una onda expansiva que arrasó con todo lo que había a su alcance.

Cuando Kanda creyó que era seguro dejó de protegerse con sus brazos y abrió los ojos. Tuvo que parpadear varias veces para poder acostumbrarse a la luz cegadora que había ante él y tardó unos segundos en enfocar con claridad.

Lo que vio le dejó sin palabras. Y no era el único. Por el rabillo del ojo pudo ver como se iban acercando unas pocas personas vestidas de negro, por lo que supuso que eran sus compañeros. El grito ahogado de Miranda se lo confirmó.

Lavi, que se las había ingeniado para llegar hasta su lado, no podía ocultar su asombro. El único ojo que tenía visible brillaba al compás de la luz que desprendía la figura que tenían ante ellos.

Un ente alado, con forma femenina, se hallaba flotando en medio del aire. Todo su cuerpo parecía estar hecho de cristal, que brillaba intensamente con una luz blanca pura.

Todos los presentes creyeron reconocer aquella figura: la Inocencia de Lenalee.

Sin embargo, había algo diferente en esta ocasión. No solo aquella Inocencia había adoptado una forma "humana", al contrario que otras veces, sino que ahora parecía estar rodeada de un halo blanquecino a su alrededor, como si de una capa se tratase.

Pero lo que de verdad hizo que a Kanda se le encogiera el corazón fue la condensación de cristales que había en lo alto de aquella figura alada, que adoptaba la inconfundible forma de una corona. Una corona que él conocía a la perfección.

- Allen?-

Una fuerte explosión hizo que todos se pusieran en guardia. De entre los escombros acababa de aparecer un Conde muy, pero que muy, enojado. Tampoco es que estuviera en su mejor momento, pero tenía muchas menos heridas que cualquiera de ellos.

Sin embargo, a pesar de estar rodeado de enemigos, y sin ningún aliado cerca, el Conde centraba su atención en el ser que se hallaba encima de él.

- Maldito seas. Es que siempre tienes que entrometerte?.- se quejó, mientras trataba de adecentar un poco sus ropajes.- Justo y cuando pensé que ya había acabado contigo, apareces justo a tiempo para salvar a tu querida amiguita.- el Conde dejó escapar un suspiro de frustración.

A los ojos de cualquiera parecería que estaba hablando solo, pero todos los exorcistas que quedaban ya se habían dado cuenta de a qué (o mejor dicho, a quien) se estaba dirigiendo.

- Quien lo hubiera dicho, eh? Dios y sus malditos trucos. Como se supone que voy a encontrar el Corazón si este estaba partido en dos?- la sonrisa nunca abandonaba su rostro, pero era evidente que estaba cabreado.

Todos se sorprendieron ante esa revelación pero, mirando el ser que había ante ellos, no era difícil comprender a lo que se refería el Conde. Ahora que lo pensaban fríamente, estaba claro que aquello era el resultado de mezclar las Inocencias de Allen y Lenalee.

- Bueno, creo que será mejor que acabemos con esto de una vez. No crees, Allen Walker?-De la nada, la espada del Conde apareció entre sus manos.

Como si hubiese estado esperando esas palabras durante todo este tiempo, el Corazón empezó a brillar y su forma cambió a algo más parecido a un ave que a un humano, aunque seguía teniendo las marcas de la corona.

La energía que desprendían ambos contrincantes indicaba claramente que este sería el último ataque por ambas partes. Era el todo o la nada.

Todo ocurrió en unos segundos. Ninguno de los presentes se atrevió a parpadear, por miedo a perdérselo. El Conde y el Corazón chocaron, provocando al aparición de cientos de rayos de energía que destruían todo lo que tocaban. Ninguno aceptaba al idea de perder terreno contra en otro, por lo que presionaban con todas sus fuerzas para hacer retroceder a su enemigo.

Kanda tenía el corazón en un puño. La ansiedad y el miedo empezaban a apoderarse de él. Y, por primera vez en toda su vida, empezó a rezar. No por el mundo, ni por el fin de la guerra. Lo único que ocupaba sus pensamientos en esos momentos era la seguridad de la persona más importante para él.

"Por favor, Allen, sal de esta con vida... Te lo ruego…"

De repente, todo acabó. Sucedió casi tan rápido como había empezado. Ambas fuerzas habían logrado traspasar al defensa de su rival y asestarle un golpe certero.

Ante el horror de todos, la forma de ave que había adoptado el Corazón empezaba a disolverse.

El Conde, por otra parte, permanecía espaldas a él, espada en mano. Contra todo pronóstico, empezó a reírse. Su risa, malvada y estridente, se hizo cada vez más y más intensa, hasta el punto de dañar los oídos de los supervivientes, hasta que, sin previo aviso, cientos de pequeñas cruces blancas aparecieron por su cuerpo. Y este explotó.

Nadie era capaz de creérselo. El Conde había explotado delante de ellos, y lo único que quedaba de él eran las cenizas que iban desapareciendo en al oscuridad de la noche.

- Ha… ha acabado? Hemos… ganado?- la tímida voz de Chaoji preguntó, rompiendo el incómodo silencio.

Como si esas palabras hubiesen roto un hechizo, todos los que habían logrado sobrevivir empezaron a gritar de júbilo. Muchos se abrazaron entre sí, incapaces de contener las lágrimas.

Lavi se desplomó en el suelo. Una agria sonrisa se dibujó en su cara.

- Lo conseguimos, viejo. Lástima que no pudieras verlo…-

La única persona que no participaba en la festividad era Kanda, que no había apartado los ojos ni un momento del Corazón. Si todo había acabado, donde estaban entonces Allen y Lenalee? Que había pasado con sus cuerpos?

Como si le hubieran leído el pensamiento, de lo que quedaba de la figura del Corazón surgieron un par de pequeñas luces, que se dirigieron al suelo. Kanda se acercó a ellas y, cuando llegó al lugar donde habían aterrizado, sintió como el calor inundaba de nuevo su cuerpo.

Allí estaba Allen, tumbado de forma protectora sobre Lenalee. Parecían que estaban inconscientes, pero eso no importaba. Lo único importante es que estaban vivos. Y que, gracias a ellos, el mundo se había salvado.

Kanda se agachó para recoger a Allen entre sus brazos. El chico estaba lleno de heridas, y su uniforme estaba destrozado. Pero, por lo demás, parecía estar bien.

Kanda aferró su cuerpo contra su pecho en un fuerte abrazo. Sentía como si su vida dependiera de aquel momento, como si, si en aquel momento soltaba a Allen, lo perdería para siempre.

Un movimiento entre sus brazos le indicó que Allen estaba despierto. Aflojó un poco su abrazo para ser capaz de ver la cara del menor. Allen abrió ligeramente los ojos, encontrándose con la cálida mirada de Kanda. Durante unos momentos permanecieron así, mirándose el uno al otro.

No necesitaban más.

- Lo conseguiste, Moyashi. Nos has salvado a todos.- dijo finalmente Kanda, con una voz suave y llena de cariño, poco propia de él.

Allen se permitió sonreír, pero sus ojos le traicionaron, pues empezaron a surgir lágrimas de ellos.

- … muchos…. Han sido muchos…. los sacrificios… Muchas vidas se han perdido. Y aún más… se han arruinado por esta causa…-

Solo Allen sería capaz de sentirse culpable justo nada más acabar con su mayor enemigo y salvar al mundo. Pero eso era precisamente lo que había logrado enamorar al frío exorcista: esa ingenua calidez.

- Todo ese sufrimiento ha sido necesario. Así es la guerra- trató de razonar Kanda, mientras trataba de tranquilizar a Allen a través de sus caricias.

- Pero es tan injusto…- Allen intentaba limpiarse las lágrimas de la cara. No obstante, en cuanto apartaba las manos, nuevas lágrimas caían por su rostro.

No era justo que todas y cada una de sus vidas se hubiesen tenido que arruinar para ganar una guerra. Por que se les había negado de esa manera la posibilidad de una vida normal?

De repente, la tierra empezó a temblar, destruyendo el ambiente de felicidad que inundaba al resto de exorcistas supervivientes.

Múltiples grietas empezaron a surgir en el suelo y muchas áreas se derrumbaron.

- Que demonios pasa ahora?- gritó Cross, el único general que había quedado en pie, aunque había tenido que sacrificar el poder de María para ello.

Para sorpresa de todos, el cielo empezó a partirse. Una sustancia brillante empezó a arremolinarse ante ellos, formando lo que parecía una constelación de minúsculas estrellas.

El brillo verdoso de todas aquellas partículas reunidas les indicó que se trataba de Inocencia.

Sin previo aviso, las armas de todos empezaron a brillar al unísono. Pronto, los exorcistas comenzaron a alarmarse, según veían como el brillo de sus Inocencias se dirigía hacía aquella nube de partículas.

Curiosamente, el brazo de Allen fue el primero en dejar de brillar. Para horror de su propietario, y del que le sostenía entre sus brazos, su brazo izquierdo empezó a desaparecer.

- Pero que?-

Acto seguido, todas y cada una de las armas en las que había residido la Inocencia desaparecieron, dejándoles a todos con las manos vacías y con la boca abierta.

"Habéis cumplido bien vuestro cometido, exorcistas"

Una voz cálida, femenina, resonó en el interior de cada uno. Era la primera vez que la oían, pero les resultaba extrañamente familiar.

"Es hora de reparar el daño causado"

- El daño causado? A que te refieres con eso?- gritó Cross, al viento, pues no sabía muy bien a donde dirigirse.

"Habéis luchado arduamente. Mas, para conservar el equilibrio de las cosas, ahora que ya no queda amenaza alguna sobre el mundo, nada de lo ocurrido debe saberse jamás."

-Qu-que quieres decir con eso?- el horror en la voz de Lavi era más que notable. Todo por lo que había tenido que pasar para conocer la historia de la Orden y ahora le prohíben difundirla?

"Todas y cada una de las personas relacionadas con la Inocencia, el Conde y los Noah olvidarán los sucesos acontecidos y desaparecerán en el olvido"

- Como dices!? – si antes estaba alarmado, ahora estaba realmente aterrorizado. Lavi no se podía creer lo que estaba oyendo. No podía ser cierto!!- me estás diciendo que todos perderemos nuestras memorias? Después de todo lo que hemos sufrido, así es como nos lo agradece "el poder de Dios"!?

"Precisamente por ello. Vuestras vidas han estado llenas de sufrimiento. Incluso ahora, que la guerra ha cesado. Ese es el motivo por el que se os otorgará otra oportunidad de encauzar vuestras vidas. Esta es vuestra recompensa"

- Que recompensa ni que ocho cuartos!! Si de verdad quieres hacerme feliz. Devuélveme a Bookman!!- Lavi estaba tan furioso que no se daba cuenta de lo que ocurría a su alrededor. El repentino grito de Miranda fue lo único que logró devolverle a la realidad. – Miranda!!-

Decir que la mujer estaba asustada era quedarse corto. Su cuerpo había comenzado a desaparecer, como si de una montaña de arena se tratara.

Marie corrió a su lado pero, cuando quiso cogerla, el cuerpo de Miranda se deshizo entre sus manos. Ya no quedaba rastro de la exorcista alemana. Sus partículas fueron a reunirse con la nube de Inocencia, que parecía estar recibiendo esas partículas de todas partes del mundo.

Pronto otros empezaron a seguir sus pasos. Por suerte para Lenalee, aún estaba inconsciente cuando terminó por desaparecer, por lo que no tuvo que pasar por aquel mal trago.

Por su parte, lo único que llegó a hacer Lavi antes de desaparecer fue reírse de manera cínica.

Sin embargo, nada del griterío de sus compañeros habían logrado apartar su vista de la persona que yacía entre sus brazos. Kanda observaba horrorizado como el pequeño cuerpo de Allen comenzaba a deshacerse.

- Allen… no… No me dejes!! No te vayas!!- tristes lágrimas empezaron a brotar de los ojos del samurai. El pecho le dolía de tal forma que pensaba que el corazón se le iba a hacer añicos. Lo peor de todo es que Allen se limitaba a mirarle, con una sonrisa triste en la cara, más preocupado por el bienestar de su amante que del hecho de estar desapareciendo.

- No digas bobadas, nunca te voy a dejar.- comentó, mientras le limpiaba suavemente las lágrimas a Kanda con la mano que le quedaba.

- Pero… estas desapareciendo!! Yo no… yo quería… quería pasar el resto de mi vida contigo, maldición!- gritó Kanda, aferrándose a la porción del cuerpo de Allen que todavía estaba materializada.

- No te preocupes. Ya la has oído, se nos va a dar una nueva opción para vivir nuestras vidas.-

- Ni siquiera sabemos a dónde vamos a ir a parar. O si nos vamos a volver a ver alguna vez!!-

- Acaso lo dudas?- el tono firme y seguro con el que habló Allen paró al momento el llanto del mayor. Kanda se incorporó lo suficiente para mirar a los ojos a Allen. Ya apenas le quedaba la parte superior del torso. Y él mismo había comenzado a desaparecer.

Sin muchas otras opciones, Allen hizo todo lo que pudo por incorporarse hasta ser capaz de rozar sus labios con los de Kanda.

- Es una promesa, entonces? No pienso parar hasta encontrarte, allí a donde vayamos.- añadió Allen, con la voz más dulce que pudo lograr. Sintiéndose desaparecer por completo, volvió a juntar sus labios con los de Kanda, que le devolvió el beso con pasión. – Te amo, Yuu-

Al menos, lo último que probaría de este mundo serían los dulces labios de Kanda.

Nuevas lágrimas recorrían su rostro según observaba como las partículas que antes formaban el cuerpo de su compañero se reunían con las del resto. Pronto pudo ver como sus propias manos desaparecían ante él.

Ya solo quedaba Kanda, el resto había desaparecido. Sin embargo, no se sentía solo, pues sabía que, allí donde estuvieran el resto, al menos Allen le estaba esperando.

- No importa donde vayas ni como luzcas. Te seguiré y te encontraré, sin dudarlo, hasta el lugar donde volvamos a despertar, Allen- el viento arrastró lo que quedaba del cuerpo de Kanda, mezclándolo con la inmensidad del cielo.

Tan pronto como todo había empezado, terminó, sin dejar rastro alguno de los exorcistas ni de la Orden sobre la faz de la Tierra. Ni siquiera serían recordados en las interminables páginas de la historia.

KYUKYUKYUKYU

El verano llegaba a su fin, pero el calor de sus días aún perduraba en el ambiente.

Un joven adolescente caminaba por la calle a primera hora de la mañana, claramente molesto con algo, pues su gesto era serio.

No es que le molestara el otoño (ni mucho menos). Más bien era que odiaba lo que esa estación representaba: la vuelta al instituto.

La vida ya era aburrida de por sí, acaso era necesario hacerlo más notable aún creando la cansada, aburrida y predecible rutina de tener que ir a las mismas clases, en el mismo edificio, viendo a la misma gente, durante no-se-sabe-cuantos meses seguidos, años tras año?

Chasqueó la lengua según notaba como se acercaba a su destino.

Las enormes puertas de la valla que rodeaba su escuela estaban repletas de alumnos que hablaban entre sí, esperándose unos a otros o vete a saber tu lo que.

Sin duda alguna, lo que más le molestaba de volver al instituto era la gente. Por que tenían que ser tan ruidosos, incluso siendo tan temprano?

Su cabreo estaba más que justificado pues, siendo él quien era, era casi inevitable que, cada vez que pasara al lado de un grupo compuesto por chicas, estas empezaran a gritar como estúpidas colegialas (lo que eran) y a lanzarle miradas de, lo que ellas creían que era, provocación (ni mucho menos tenían el efecto deseado, claro está. Más bien todo lo contrario)

Es que el paso de los años no les ha enseñado que con él ese tipo de cosas no funcionan?

Al ver como una chica corría escandalizada y casi tan roja como un tomate solo por el hecho de haberse chocado (intencionalmente o no, a saber) ligeramente con él le decía que no. No había forma humana de que aprendieran.

Y claro, como era principio de curso, habría caras nuevas. Nuevas presas a las que aterrorizar y enseñarles quién manda y el lugar que les corresponde a cada uno de ellos.

El joven no pudo reprimir una sonrisa malévola al pensar en esto. Aquellos que le conocían, y sabían de su humor, al verlo, se apartaron de su camino enseguida.

El hecho de que, desde hace unas noches no había sido capaz de conciliar el sueño como Dios manda, no ayudaba a su estado de ánimo.

- Malditos sueños… Espero que me dejen tranquilo de una maldita vez- murmuró por lo bajo, sin importarle lo más mínimo si alguien le oía y pensaba que estaba loco. Que se atreviera a enfrentarse a él si tenía agallas!

Lo que más le mosqueaba de aquellos sueños era que, a la mañana siguiente, era incapaz de recordar nada. Estaba perdiendo horas de sueño y ni siquiera sabía la razón!!

El joven estaba tan enfrascado en sus pensamientos que no se fijó en la persona que acababa de aparecer por la esquina. Como resultado, ambos chocaron. Como aquella persona era más pequeña que él, obviamente, acabó en el suelo, mientras que él solo tuvo que retroceder unos pasos para recuperar el equilibrio.

Perfecto. Que mejor manera de empezar el día (y el curso) que aterrorizar a un novato despistado?.

Porque estaba claro que ese tipo era nuevo (su cara no le sonaba y él tenía buena memoria para las caras, aunque no para los nombres)

El mayor se fijó en el chico que yacía en el suelo, quejándose del dolor de la caída. Tenía una melena lisa, de color canela, que le llegaba hasta los hombros. La verdad es que ese pelo bien podría haberle pertenecido a una mujer (sabía que era un hombre por la voz, y la falta de curvas en su cuerpo)

- Mira bien por donde andas, novato!- le espetó.

Sorprendentemente, el chico no se asustó. Más bien se sorprendió de oír su voz. Alzó la cara de repente y nada pudo preparar al mayor para lo que vio, y sintió.

Unos enormes ojos plateados, llenos de curiosidad y sorpresa, se encontraron con sus ojos oscuros, provocando que le recorriese un escalofrío por la espalda. Ambos chicos se quedaron mirando unos segundos hasta que, todavía más impredecible para él, el chico le sonrió dulcemente.

- Si, lo lamento, ha sido culpa mía.- dijo, con la voz más suave que jamás había oído en su vida. Sin saber por qué, una extraña calidez inundó su cuerpo según observaba como aquel chico recogía sus cosas.

El chico se despidió de él educadamente, sin abandonarle nunca la sonrisa.

Él se quedó allí, en medio del pasillo, petrificado. Que demonios se supone que acababa de pasar?

El timbre que anunciaba el comienzo de las clases le sacó de su ensimismamiento. Se dirigió a su clase correspondiente, mientras un inusual gesto de confusión adornaba su cara.

Algo le decía que este año su rutinaria vida iba a cambiar por completo.

Y siempre hacía caso de su intuición.