Este fic se lo dedico con todo mi cariño a Sorg-esp y a Cris Snape por abrirme las puertas a la sorg-expansión sin reservas, por hechizar mis lunes por la mañana y porque son las únicas culpables de llenarme la cabeza de Cecis y Armarios. ¡Gracias!
El Potterverso es propiedad intelectual de J. K. Rowling y la expansión a la magia hispano-portugesa es producto genuino de la asombrosa (a la par que meticulosa) imaginación de Sorg-esp
DIME CON QUIÉN ANDAS
Prólogo
Agosto de 2003
Cuando Caradoc Dearborn se detuvo ante la vieja y elegante puerta de madera del número 62, en la calle Lagasca, le asaltó un extraño presentimiento. Elevó la vista unos metros por encima de su cabeza y, por un segundo, le pareció ver dos tirabuzones de pelo dorado detrás de una cortina de gasa blanca, más allá del enrejado de acero negro de un balcón, en la tercera planta del edificio. Habría sido un reflejo del sol de medio día… Suspiró, clavó los pies en la puerta y llamó al timbre del 3. º A.
No le gustaba trabajar en verano y menos en Madrid, que hacía las veces de horno crematorio la primera quincena de agosto, pero Clara estaba de siete meses y presumía que iban a necesitar algo de dinero extra para cuando llegara el bebé, de manera que había atendido la llamada de Jesús Lozano de la Fuente. Además, Ricardo lo había animado (nunca estaba de más codearse con las altas esferas de la justicia mágica) y convencido para dejar a su esposa y a Darío en Toledo y presentarse sin más tardar en la vivienda del famoso oídor.
—¿Sí? —contestó una voz femenina por el pequeño altavoz del contestador automático.
—Buenas tardes, soy John Doe. Creo que me están esperando…
—Un segundo.
Al cabo de un segundo exacto, escuchó una extraña vibración acompañada de un pitido, empujó la puerta y esta se abrió automáticamente. Dejó atrás el pequeño recibidor en un santiamén, y saludó al portero, a mano derecha, que leía un libro arrimado al aire acondicionado. Había ascensor, pero a Caradoc no le importó en absoluto subir las escaleras; en un abrir y cerrar de ojos, estaba delante de una puerta y un timbre nuevos. Solo que, en esta ocasión, no le dio tiempo a llamar porque le abrió enseguida una joven alta y delgada vestida con pantalón largo de raso y camisa blanca de manga corta. Con la vista fija en la agenda de su móvil azul eléctrico, se dirigió a él en tono monocorde:
—Señor Doe, don Jesús le recibirá en su despacho. Sígame.
Caradoc arqueó una ceja, pero contestó:
—Muy bien.
Ella le hizo pasar y lo guió de camino a un salón ampliado mágicamente, suelo de baldosas negras, mobiliario ciertamente sicodélico y decoración minimalista, todo ello en una escala de grises poco acogedora. La casa en conjunto le resultó algo desconcertante y fría, como buen inglés, amante de los suelos enmoquetados, las paredes revestidas de tela y cuadros parlantes y los colores cálidos para compensar las tristes tardes lluviosas de invierno.
Un pasillo interminable dobló cuatro esquinas por lo menos en un laberinto imposible para desembocar por fin en un espacio abierto con suelo de parqué, paredes en color crudo y un bonito balcón triple con vistas a la calle. Apoyado en el borde de un escritorio alto de caoba, un hombre joven de poca estatura y aspecto serio, leía unos documentos detrás de unas gafas de montura plateada y rectangular. Vestía de traje y corbata y calzaba un par de zapatos de charol tan pulcros que Caradoc habría jurado sin temor a equivocarse que los acababa de estrenar.
—Ha llegado el señor Doe —informó mujer de móvil y el hombre apartó sus documentos para mirarla primero a ella y después a Caradoc, no sin dejar entrever cierta curiosidad.
—Muchas gracias, Eugenia —murmuró—. ¿Sería tan amable de dejarnos solos?
Eugenia se despidió con un asentimiento de cabeza y se marchó por donde había venido sin decir una palabra más. Caradoc se sintió repentinamente incómodo.
—Buenas tardes, señor Doe. Permítame que me presente. Soy Jesús Lozano. Puede llamarme Jesús o como prefiera —lo saludó por fin el caballero, con una sonrisa afable y le tendió una mano que Caradoc no tuvo inconveniente en estrechar—. Me alegro de que haya podido venir.
—Encantado, señor Lozano.
—Lo mismo digo. ¿Qué tal está?
—Muy bien, gracias. ¿Y usted?
—No puedo quejarme, gracias a Dios —respondió el señor Lozano—. Bueno, no me andaré más por las ramas. Le he llamado porque me gustaría que mi hija diera clases de magia de apoyo durante este curso a partir de la semana que viene.
—Bueno, no veo por qué no. ¿Cuántos años tiene?
—¿Charo? Siete. Siete añitos recién cumplidos hace nada.
—Ah... —A Caradoc le cambió la cara—. Mire, no le quiero engañar. Me parece un poco pronto para recibir clases de apoyo...
—Es que, verá, mi hija tuvo graves problemas de salud el año pasado y se tuvo que ausentar del colegio durante los dos últimos trimestres, así que tiene que empezar segundo de primaria sin haber aprobado primero. Además, le coincide con el comienzo de sus estudios de magia y pensamos que va a ser demasiado para ella si no obtiene algo de ayuda extra—explicó—. Por eso se nos ocurrió que podría dar clases particulares.
—Entiendo.
—Es una niña muy dulce y bastante despierta. No le daría ningún problema, se lo aseguro.
—¿Cuántas horas cree que necesita?
—Pues habíamos pensado que bastaría una hora diaria ahora en verano (cuando a usted le venga mejor) y a partir de septiembre, quizás cuatro a la semana. En cuanto al dinero, habíamos pensado en cien euros la hora, si a usted le parecía bien.
—¿Cien euros la hora? —Caradoc abrió los ojos como platos y a punto estuvo de desencajársele la mandíbula.
—Bueno, si cree que es poco, podemos pagarle ciento cincuenta...
Caradoc enmudeció por un momento. Si cien euros la hora era ya un salario que superaba con creces sus expectativas (aunque saltara a la vista que los Lozano se lo podían permitir), no digamos ciento cincuenta... No obstante, se sintió obligado moralmente a declinar la segunda oferta y al estrechar las manos una segunda vez, dieron por cerrado el trato. Mientras el señor Lozano rebuscaba en un archivador el contrato ya redactado, Caradoc empezó a sospechar que tal vez hubiera alguna trampa: había sido demasiado rápido y demasiado fácil. Iba a trabajar con una niña de siete años relativamente dócil por un buen sueldo y dentro de un horario flexible. Parecía perfecto, así que alguna pega había de haber... Se disponía a preguntar cuando, de repente, escuchó una vocecita a su espalda que lo obligó a darse la vuelta:
—¡Hala! ¡Qué señor tan largo, papá!
Charo sonreía en la puerta y no era una niña. Era un ángel. Regordita, de mejillas sonrosadas, cabellos dorados llenos de bucles, una camisa blanca inmaculada y una faldita de tul... parecía que se había escapado de un cuadro de Sorolla. Caradoc pestañeó, aturdido y ella se echó a reír como si aquel señor largo le pareciera la mar de gracioso. Al señor Lozano, por otra parte, también le cambio la cara. De repente, aquel joven de treinta y pocos años tan serio se deshizo, como si fuera de mantequilla. Para él, no había cosa más linda sobre la faz de la tierra que aquella muñequita vestida de azul.
—¡Mi vida! ¡Ven con papá!
La niña corrió a los brazos de su padre que la abrazó con fuerza y levantó sus pies del suelo para después darle una florecita morada de caramelo.
—Toma, princesa, una violetita que he guardado para ti.
—¡Una violetita! Me encantan. Qué rica… Y qué bonita —Charo la cogió con el pulgar y el índice y la miró bien—. ¡Pero se deshará si me la como! ¡Pobrecita! —De pronto, la pequeña se entristeció—. Pobre violetita.
Caradoc se sintió un completo estúpido y un sentimental, pero se le encogió el corazón. Debía de tener algo que ver con que iba a ser padre dentro de poco, quiso pensar. Sacudió la cabeza y se dispuso a seguir contemplando, de hito en hito, cómo el señor Lozano se desvivía en atenciones con la criatura, que no paraba de hacer monadas, una tras otra, como si para ella fuera tan natural como respirar.
—Mira, Charo, te presento a John Doe. Va a ser tu profesor de magia particular.
La sonrisa de Charo fue como una caricia de sol en una tarde de otoño.
—Hola, John Doe. Es usted muy largo. Y tiene un nombre muy raro.
—Charo, el señor Doe es inglés. Por eso te parece raro su nombre.
—¡Ahhhh! —exclamó la niña. Acto seguido, preguntó—: ¿Qué es inglés?
—Inglés significa que viene de Reino Unido, un país en el norte de Europa.
—¡Ahhhh! —repitió ella—. ¿Y qué es Europa?
—Es un continente, mi vida. España y Portugal están en Europa.
—¿Y qué...?
—Anda, nena, vete a jugar con tus muñecas —la interrumpió su padre, que la dejó en el suelo—. Y dile adiós al señor Doe.
Ella, obediente, se atusó la faldita, se acercó a Caradoc, lo miró con algo de timidez y susurró:
—Adiós, John Doe.
—Adiós, Charo.
Dicho aquello, la pequeña hizo una pequeña reverencia de princesa que hizo reír al maestro y se fue corriendo.
—¿Qué le ha parecido? —le preguntó don Jesús.
—Encantadora. Y muy lista.
—Un poco repipi y muy preguntona, quiere decir —se rió el señor Lozano—. Pero se hace querer, ya lo verá.
—No me cabe duda.
—Tome aquí tiene el contrato.
Caradoc recogió los papeles que le tendió el señor Lozano, les echó un rápido vistazo y firmó sobre el escritorio con un bolígrafo que le ofreció también el dueño de la casa. Enseguida comprobó de que el oídor usaba tinta vinculante, muy utilizada en los documentos jurídico-administrativos en el Ministerio de Magia, pero no le importó; no se dio cuenta de que se había metido en la boca del lobo hasta después de haber firmado, cuando el señor Lozano, mientras le acompañaba a la puerta, le advirtió:
—Por cierto, sería mejor que no mintiera a la niña.
—Por supuesto que no —Caradoc no entendió muy bien aquella recomendación y traspasó el portal del 3. º A sin inmutarse.
—No, no me entiende —rectificó el señor Lozano, dándose cuenta de su error—. Me refiero incluso cualquier tipo de mentirijilla insignificante que se le pase por la cabeza. Incluso las que usted no cataloga como mentiras, pero que, en definitiva, no son verdad. Charo puede detectarlas.
—¿Qué quiere decir? —Caradoc se detuvo en seco y ladeó la cabeza, como si acabara de ser víctima de un hechizo confundus.
—En San Mateo nos han dicho que puede ser una manifestación de magia involuntaria en menores de edad —el señor Lozano se encogió de hombros para quitarle hierro al asunto—. El caso es que sabe con certeza cuando alguien le dice la verdad y cuando no. Bueno, muchas gracias por venir, señor Doe. Que tenga usted un buen día.
Fantásticas noticias para un exiliado político con identidad falsa que pretendía trabajar para un oídor español con un contrato firmado con tinta mágica. El señor Lozano cerró la puerta muy satisfecho y dejó a Caradoc Dearbon, pálido como un muerto y con un palmo de narices.
N.d.a
Sobre los personajes:
Caradoc Dearborn fue uno de los miembros de la primera Orden del fénix al que se dio por desaparecido durante la Primera Guerra Mágica. En un fic de Cris Snape llamado Un nuevo mundo (recomendado encarecidamente), se nos revela que Caradoc huyó y se escondió nada más y nada menos que en España, donde se convirtió en profesor y empezó a desenvolverse en el mundo de la magia española con una identidad nueva: John Doe. Por eso protagoniza el prólogo de Dime con quién andas, aunque las tres protagonistas por excelencia de este fic serán mis tres Marías: María del Rosarío (Charo), María del Carmen (Carmen o Carmentxu) y María del Pilar (o Pilar o Maripili). Las tres aparecieron ya en mi fic No hay mal que por bien no venga, por si a alguien le interesa...
Otros personajes de Cris Snape que haya mencionado en este prólogo son Clara, la esposa de Caradoc, que es propietaria de una tienda de calderos en el barrio mágico de Madrid y madre de Darío, que es, a su vez, el hijo de Ricardo Vallejo, amigo de Caradoc y viejo sinvergüenza. Tanto Darío, como Clara, Ricardo son también protagonistas en De casta le viene al galgo, otro fic fantástico de Cris Snape. En otras palabras, se puede considerar este prólogo un pequeño homenaje a los personajes de Cris.
Por otra parte, Jesús Lozano de la Fuente y su mujer, Teresa Saavedra Cordorniz, así como su pequeña Charo o la eficiente secretaria Eugenia Pérez son personajes enteramente míos.
Detalles de la ambientación:
El número 62 de la calle Lagasca responde a una ubicación real. Se trata una vivienda de color rosado en el barrio de Salamanca, en Madrid y aparecen fotos en google maps para quien quiera echarle una ojeada a la casa.
Detalles de la Sorgexpansión:
1. Oídor: es un juez.
2. Los magos españoles empiezan a dar clases de magia cuando cumplen siete años («la edad de la razón», como dice Sorg), pero se trata de una formación simultánea a la vida escolar muggle, que se imparte los fines de semana y que se complementa en verano en campamentos en Picos de Europa.
3. San Mateo es el hospital mágico de Madrid.
Añadido personal:
La tinta vinculante es una tinta mágica especial para bolis bic y pilot diseñada por la marca Jurink (de mi invención) que obliga a cumplir las condiciones firmadas con ella so pena de acatar sanciones económicas graves en caso de infracción. Es de obligatorio uso para los notarios mágicos y los traductores jurados, pero solo tienen licencia de adquisición estos, elevados cargos del Ministerio y, sobre todo, miembros de los tribunales, fiscales, defensores etc. Es muy cara.
Bueno, ¿qué os ha parecido este comienzo?
