El Poketrix

Aviso: Lenguaje coloquial, expresiones hechas y, en menor medida, insultos. Humor negro.

Prólogo:

Y ahí estaba ella, bajando las escaleras metálicas de su cutre bloque de apartamentos. Se sobresaltó cuando, de forma habitual y casi rutinaria, saltó el perro ladrando con fuerza para alejar a los intrusos. Se conocían desde hacía dos años, el perro y ella, y sin embargo este la trataba como una completa desconocida de la cual había que salvaguardarse. En tiempos anteriores, ella se hubiera tomado aquellos ladridos como una cadena de insultos incomprensibles hacia su persona. Ahora y gracias a su buena práctica en vocabulario canino, ella ya sabía que lo que aquellos gruñidos querían decir era: ¡Que te jodan! ¡Suerte en el instituto! ¡Que te jodan! ¡Ojala lo pases bien!

Se alejó de su bloque y caminó por la Avenida Central, llamada así la calle más grande de su pobre pueblucho: Fuerteabrazo, que, puestos a decir, de avenida no tenía nada, pero el pueblo sí que era famoso por sus fuertes abrazos, sobre todo si estos los daban los policías, teniendo en cuenta la simpatía criminal.

Aunque tampoco es que fuera culpa de los criminales. No, en realidad, era culpa de la propia sociedad que vivía en Fuerteabrazo. Desde niños, la vida les había enseñado que a las personas buenas le ocurrían cosas malas. No podías ofrecer limosna a un vagabundo sin temer que este llevase un cuchillo escondido en su polvoriento y zarrapastroso abrigo, en cambio, si te robaban, atracaban o cualquier otra cruel singularidad típica de los malhechores, éste pasaba a ser tu problema.

Una vez, en el colegio, ella sufrió el llamado bullying y, etre otras cosas, la insultaban, la pegaban y la robaban. ¿Y qué hacían los profesores? Unos miraban el precioso cielo azul que se cernía sobre ellos (aunque éste verdaderamente estuviera nublado, cosa habitual) y otros… Bueno, no había otros, porque en realidad todos preferían mirar el hermoso cielo azul (aún si no estaba azul) que cumplir con su verdadero deber. Una vez a ella, tras ver a unos compañeros tirar su estuche a la basura, decidió rebelarse y luchar por lo que consideraba justo. ¿Qué ocurrió entonces? ¡Se hizo justicia! ¡Los profesores comprendieron que no podían dejar que un alumno ejerciera el trabajo que a ellos les correspondía y castigaron a los abusones!

Eso es lo que le hubiera gustado que pasase.

Pero la realidad es que aquellos niños, de ojos y orejas ignorantes a la valentía de aquella chiquilla, la metieron el estuche por el culo.

En sentido metafórico, gracias a dios.

Pero eso la había enseñado a no fiarse de nadie que viviese en ese pueblo. Y ahí residía su sueño. Cuando acabase la institución, se marcharía de Fuerteabrazo y se iría a vivir a la gran ciudad. Por lo menos allí tendría alguna posibilidad de seguir adelante, de abrirse un nuevo camino y labrarse un nuevo futuro.

Dicen que cuando se cierra una puerta se abre una ventana. Lo que nadie sabía era que en ese pueblo, las ventanas tenían clavos en lugar de pestillos y que, en caso de que estas se abrieran, darían paso a una caída de nueve metros hacia el duro asfalto.

Se paró frente al paso de cebra, miró hacia un lado y hacia el otro, y cuando se hubo asegurado de que por allí no pasaba nadie conduciendo a trescientos quilómetros por hora, cruzó. Justo entonces, a mitad de trayecto, vio algo que la llamó la atención:

Su cola desprendía una fuerte llama roja que no paraba de arder. Sus ojos, de un azul grisáceo, como el cielo nublado tan habitual en su villa, la miraban fijamente. Y su cuerpo, completamente anaranjado, excepto por la parte central de su tronco, el cual era amarillento, parecía arder a grandes temperaturas.

-¿Qué eres? –Preguntó ella.

-Soy un charmander. –Respondió la criatura. Su mirada afilada delataba intenciones no muy bien intencionadas. –"Niñita", ayer te escaqueaste de mi. Espero que no se te haya olvidado pagarme las diez pokemonedas (1) que me debes. –Amenazó el charmander.

Ella reconoció esa voz. Brickman Burster, un abusón conocido desde el colegio, el cual le había cogido especial carillo a ella, llamándola "Niñita" cuando quería obtener algo, normalmente dinero. Pero había algo en el. Quizá fuera su disfraz muy bien elaborado y realista o quizá fuera porque Brickman Burster medía dos metros de alto, muy en contra posición a los 0'6 metros del llamado "charmander".

-¿Brickman Burster? –Dijo ella, por muy raro que pareciese la situación, solo para asegurarse de que no se había equivocado de persona.

-En carne y hueso. –Respondió la lagartija. –"Niñita", no juegues con mi paciencia y págame ya.

A ella le dieron ganas de reír. Una lagartiga de 0'6 metros la estaba amenazando para que le diese su dinero.

-Piérdete, Burster. –Dijo la chica.

El charmander no se movió del paso de cebra. Hinchó su pecho y escupió un lanzallamas. La chica saltó hacia atrás, se dobló el tobillo y su cuerpo se balanceó a un lado, evitando las llamas por pura casualidad.

-Descuida. –Dijo él con brusquedad. –Me perderé en cuanto…

Y no pudo terminar la frase. Quizá porque se había quedado sin palabras. Sí, tendría sentido. Es decir, cualquiera se hubiera quedado sin palabras si a ese cualquiera lo hubiera atropellado un coche que iba a toda velocidad. La chica se quedó patidifusa. El cuerpo de Brickman Burster, el auténtico cuerpo de Brickman Burster, yacía en la carretera sin moverse. A su lado un reloj bastante grande y de color rojo se había desprendido de su muñeca.

Tenía dos opciones. Llamar a una ambulancia o aprovechar para robar a Brickman Burster. Pero ella era una chica de buena fe. Era alguien incapaz de hacer un mal a nadie.

Y por supuesto, eligió la segunda opción.

No por nada, Brickman Burster era una persona cuyos objetos personales no merecían caer en manos malvadas. Y las manos de ella no eran malvadas. Además, Brickman Burster había muerto, llamar a una ambulancia era una idiotez y ella no era una idiota. Así que rebuscó en los bolsillos de Brickman Burster, se llevó la cartera, las llaves de su moto, su móvil –al cual se aseguraría de quitarle la tarjeta y cambiar el número –y, cuando se dispuso también a coger el reloj con la evidente intención de venderlo en algún mercadillo, éste saltó y se le enganchó a su muñeca izquierda.

Pegó un brinco, soltó un chillido y soltó el resto de pertenencias de Brickman Burster al ver como aquel extraño aparato se acomodaba entre los pliegues de su piel y cambiaba su color a al negro. En la pantalla del reloj se podía vislumbrar un montón de operaciones –como los de un ordenador –dentro del reloj. Al cabo de un rato se escuchó un: "Configurando", y en la pantalla del reloj aparecieron diez figuras a la velocidad de la luz. Luego, ella pudo ver su nombre. Vió su nombre.

Se quedó completamente callada cuando leyó:

El/la propietario/a de este Poketrix es: Máni Inari

Aclaraciones:

Pokemonedas: La moneda de curso legal utilizada en este universo.

¡Gracias por leer! ¡Nos vemos, pokeamigos!