Disclaimer: Los personajes de Death Note no me pertenecen.

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LA PROMESA DE RYUZAKI.

Prólogo

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5 de noviembre de 2004.

Llovía a cántaros afuera.

El cielo se había envuelto bajo un manto de color plomo y el sol había desaparecido por completo; podía verlo por la única ventanilla de aquella fría habitación.

Era la escena perfecta para recibir a la muerte.

Agudizó el oído. Las campanas sonaron increíblemente esa mañana, pero ya no podía oírlas. Sólo el sonido de la lluvia repiqueteando sobre el techo era lo que llegaba a sus oídos.

Caminó lentamente hacia la azotea, alejándose de la agitación que comenzaba a invadir la central, decidiendo que allí adentro jamás podría oírlas nuevamente.

Abrió la pesada puerta y sin cambiar de expresión se aventuró al exterior. Las frías gotas de lluvia otoñal caían como una ráfaga sobre su pálido rostro, empapándolo como a su ropa; hacía frío, pero no importaba. Estaba demasiado deprimido como para que le importase; incluso podría decirse que, tal vez, estaba triste.

Cerró los párpados con fuerza, llevándose las manos a las bolsas de sus gastados jeans y volvió a agudizar el oído tanto como pudo.

—Todavía no las oigo…— susurró al vacío, bajando la vista hacia la ciudad cubierta por aquella capa de agua; hacia aquella ciudad que ignoraba lo que acababa de suceder, que ignoraba su malestar, que lo ignoraba todo… pero eso no era relevante; así debía ser.

—Ryuzaki, ¿estás bien?— la suave voz de Watari llamó su atención, haciéndolo voltear parcialmente hacia él.

—Ya no puedo oírlas, Watari…

No volteó del todo a verlo, no hacía falta.

—Entiendo…— el anciano se acercó a él para abrigarlo bajo su gran paraguas negro—. No debes estar aquí, así, bajo la lluvia— lo reprendió paternalmente—. Podrías enfermarte.

—Eso no sucederá— aseveró— no tengo el tiempo suficiente... Además, estoy muy triste Watari…— suspiró, cansino— las campanas han sonado mucho hoy… tal vez hubo una boda o una misa…—reflexionó un segundo— ¿por qué ya no puedo escucharlas?

Ladeando el rostro con curiosidad se alejó del anciano para volver a colocarse bajo la lluvia.

—No lo sé, L…— suspiró, cansino también—. Sólo quería informarte que no hallamos al Shinigami Rem, pero si su Death Note sobre una pila de arena.

Ante lo último el joven detective se giró hacia su mayordomo, quien, volviendo a cubrirlos a ambos bajo su sombrilla, sacó un cuaderno negro de entre sus ropas. L tomó el objeto con la punta de los dedos y comenzó a pasar las páginas como si buscara algo hasta que se detuvo en una hoja y sus inexpresivos ojos adquirieron un ligero brillo, como cuando alguien devela un misterio, pero su impasible rostro no mostró ningún cambio.

—Estaba en lo cierto— Suspiró, volteando el cuaderno hacia Watari; el anciano ajustó sus lentes y leyó con total claridad el nombre que allí estaba escrito con letra puntiaguda y ocupando una hoja entera: Light Yagami.

—De modo que hemos descubierto al asesino de Yagami-kun— dijo el nombre con cierto pesar en la voz.

—El Shinigami salvó mi vida…— suspiró una vez más, girando nuevamente hacia la vista de la ciudad, adquiriendo un gesto pensativo—. Aunque sólo lo hizo para que Misa-san estuviera a salvo…— calló durante unos segundos, mientras la lluvia seguía cayendo sobre ellos— Él me había dicho que mi tiempo de vida se agotaba… aunque no creí que fuera tan pronto…

—L…

El aludido negó suavemente con la cabeza y volvió a girarse hacia él, mostrándole una lastimosa sonrisa.

— Watari, ¿recuerdas que te dije que quería vivir un poco más en este mundo?— el hombre asintió con calma— Pues el Shinigami lo hizo posible… Qué suerte, ¿no?— comentó ladeando la oscura mirada, provocando que unos cuantos mechones de cabello mojado cayeran sobre pálido rostro, escurriendo gruesas gotas de agua.

El mayordomo sólo asintió en silencio; algo muy extraño ocurría con L, y aunque Ryuzaki era alguien prácticamente indescifrable, casi podía atribuir todo su malestar a la muerte del hijo del jefe Yagami.

—Por cierto L, la familia del joven Yagami aún no sabe de su fallecimiento. ¿Quieres que sea yo quien…?

—Infórmales, por favor—. Lo interrumpió— Pero no lo olvides: Yagami Light fue un héroe, debes encargarte de que su familia sepa eso.

— ¿Estás seguro?

El detective, extrañamente, lanzó un profundo y expresivo suspiro.

—Watari… morir tontamente y morir en valentía son dos cosas muy distintas… como morir por tus crímenes o defendiendo una causa justa…— pronunció con frialdad— Una palabra puede hundir a una noble familia en la deshonra. En el caso de Light creo que le debo eso a su padre… incluso, tal vez, a él mismo— informó llevándose el pulgar a los labios— Asegúrate también de desaparecer el expediente de Amane-san; no es muy ético, pero una promesa es una promesa—. Hizo una ligera pausa antes de continuar, perdiendo sus inexpresivas pupilas en el horizonte— El único Kira siempre ha sido Kyosuke Higuchi y asegúrate de que TODOS en la brigada sepan eso, por favor.

—Comprendo. Eso haré.

—Procura hacerlo— abrió los ojos como platos— Por cierto, Watari. Amane-san también debe creer eso, y contrata a alguien para que la cuide las 24 horas; ella es muy impulsiva y de seguro atentará contra su vida al enterarse de la muerte de su novio. Ah, y alista todo para regresar a casa cuanto antes; nuestro trabajo aquí terminó.

—Así será, L—. Guardó el Death Note en su abrigo— Sólo algo más— el detective volteó ligeramente la cabeza, una vez más, dándole a entender que lo oía— ¿Qué quieres que haga con el Death Note?

—Destrúyelo.

El mayordomo asintió en silencio por última vez para después retirarse chapoteando ligeramente sobre los pequeños charcos de agua con cada paso que daba; pero antes de entrar en el edificio observó una vez más al detective. Podía decirse que conocía a L mejor que nadie, sin embargo, nunca lo había visto actuar de esa manera. Sabía que Ryuzaki era una persona terca que odiaba perder tanto como adoraba la victoria, por eso no se explicaba porque habiendo derrotado a Kira actuaba tan extraño; eso no era para nada normal, aún para alguien tan excéntrico como él. Cada vez estaba más seguro de que L en verdad apreciaba a Light, o por lo menos lo consideraba como un igual, por eso se veía tan deprimido.

Aunque Quillish Wammy fuera la única persona que conocí la perfección parte del perspicaz muchacho de mirada intrigada seguía siendo todo un misterio, incluso para él.

Un último vistazo rápido y se adentró en el edificio nuevamente. Dejaría que Ryuzaki decidiera por si mismo volver adentro, después de todo, tal vez era imposible que L se enfermara, pero, mal que le pesara, él ya era un anciano y no podía arriesgarse a un resfriado.

El detective lo oyó irse.

Sin inmutarse elevó la vista al cielo y cerró los párpados una vez más. Podía oír perfectamente el agua cayendo sobre los pequeños charcos que se habían formado en el techo de la Central; el sonido del viento, las gotas que golpeaban suavemente su rostro y se escurrían por su cabello, los sonidos de la ciudad y ocasionalmente los truenos en el cielo… pero no las campanas.

—Todavía no puedo oírlas, Yagami-kun, no puedo…— susurró a la nada, llevándose una mano a la oreja derecha—Acaso… ¿tú puedes oírlas?

Repentinamente miró a su lado, en donde la esbelta figura de Light estaba de pie junto a él con su expresión estoica y su porte ligeramente arrogante de siempre, con ambas manos en las bolsas de su pantalón color café. Él parecía estar allí, vivo, pero la lluvia no lo mojaba, es más, parecía no tocarlo.

—Las oigo—. Contestó Light secamente y Ryuzaki sonrió.

— ¿Suenan muy fuerte? Yo ya no puedo oírlas…— refunfuñó, haciendo un mohín infantil.

—Están llamándome…— Susurró el castaño, volteando para caminar en dirección contraria, con L observándolo en todo momento.

— ¿A dónde vas, Yagami-kun?— preguntó mientras se mordía el dedo pulgar— ¿No quieres quedarte un rato más aquí, conmigo?

—No puedo…— repuso su ex enemigo, con voz serena— mi tiempo aquí terminó—. Declaró en tono solemne, dándole la espalda.

—Oh, ya veo…— bajó la mirada, pensativo— es muy triste, pero se acerca la hora de decir adiós, ¿verdad?— Light no respondió— Entonces, ¿volveré a verte?

—Tal vez, algún día…— contestó en un suspiro, deteniendo su marcha un instante.

—Y cuando ese día llegue… podré volver a oírlas, ¿cierto?

—Sí. Pero aún falta tiempo para eso, Ryuzaki.

—Oh…eso no está bien…— murmuró con tristeza.

—La vida no es justa— contestó Light.

—Eso creo… pero me gusta pensar que a veces lo es.

L sonrió brevemente.

— Se agota el tiempo— Anunció el joven Yagami, con voz apagada.

— ¿Tan pronto?— bajó la mirada y suspiró— Entonces, creo que debo dejarte partir de una vez, ¿no?

—Así es, L.

—De acuerdo…— suspiró de nueva cuenta— sólo dime algo más…— bajo la mirada otra vez, dubitativo— ¿duele?

—No realmente. Pero sientes el momento exacto en el que ya no formas parte de este mundo.

—Interesante…

—Debo irme.

Light volteo hacia L para enfrentarlo una vez más. Por última vez castaño contra ónix, pero en ésta ocasión no había odio ni provocaciones en sus pupilas; la batalla había terminado y ya sabían quién era el vencedor. Antes de partir definitivamente Light sonrió. No con sarcasmo o superioridad, sólo sonrió sincera y encantadoramente, como L nunca lo había visto sonreír; lucía como un ángel. Él suspiró levemente y correspondió a la sonrisa alzando una mano en señal de despedida, viendo como poco a poco la silueta de Light Yagami se desvanecía entre las gotas de lluvia, sin perder de vista aquella sonrisa de despedida hasta el último momento.

Quería creer que Light dejaba éste mundo sin resentimientos, eso era lo mejor.

—Nos volveremos a ver algún día, Light—. Murmuró, lanzando un último suspiro, dirigiendo una vez más la melancólica mirada hacia la ciudad— Y entonces podré volver a oír las campanas.

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Continuará...

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