Viviendo para sobrevivir.
Tras la muerte de sus padres y de su pequeño hermano, Kagome se cierra ante cualquier emoción o sentimiento. No se permite volver a pasar por aquel dolor jamás. No se permite que ninguna persona vuelva a destrozarle el corazón de esa forma, y dejarla abandonada a su suerte. Ella nació destinada a sobrevivir.
Disclaimer: Los personajes pertenecen a Inuyasha, el manga de Rumiko Takahashi. La historia es enteramente mía.
Prefacio
22 de Junio, 2009
Se paró en frente de las tres tumbas, y nada. No salía una lágrima, ni un sollozo, ni un murmullo. Nada. Habían dicho que era producto del shock, aunque ella no estaba muy segura.
La gente se movía a su alrededor y el cielo, cubierto de una fina capa de nubes grises, largaba una sutil llovizna. Varias personas se habían acercado a ella a expresarles sus condolencias, pero le restó importancia.
No le importaba nada, ni nadie, porque ellos se habían ido. Se habían ido y la habían dejado allí. Sola.
¿Por qué? Susurró. El viento meció su castaño cabello dejando oculta parte de su cara. ¿Por qué así?
No se había dado cuenta que tres pares de ojos la observaban a la distancia, preocupados por ella. No sabían cómo reaccionaría después del shock. A tres días del accidente no habían logrado que comiera, bebiera o incluso dijese alguna palabra. Era como un zombi. Una vez lograron que se levantara de la cama, pero fue por breve tiempo. Después no hubo ningún avance más.
– Se ha quedado sin nada, ¿a dónde va a ir ahora? –musitó la joven de ojos café.
– He escuchado que se iría a vivir con el abuelo, a Nagasaki.
– Eso es bastante lejos –había un matiz de tristeza en la voz del joven de cabello blanco.
– Podríamos sugerirle que se quedase en la casa de alguno de nosotros, ¿no? –expresó la idea el segundo joven.
– Sango tu eres su mejor amiga.
La joven miró a su amiga a la distancia, que seguía parada en frente de las lápidas con tres rosas en su mano. Pudo sentir su dolor, su tristeza. No quería dejarla sola en aquel momento, no podía permitir que se fuera tan lejos.
Volvió la vista hacía sus amigos.
– Hablaré hoy con mis padres, estoy segura de que me dirán que sí. Kagome es como una segunda hija para ellos.
Los tres amigos estaban seguros de que era mejor que se mantuvieran cerca. Sabían bien como era Kagome. Se encerraría en su dolor sin dejar que nadie se acercara, sin dejar que nadie pudiera evitar su caída.
Estuvieron callados un rato, sumidos cada uno en sus desastrosos pensamientos, hasta que Miroku rompió el silencio.
– No podemos dejar que se autodestruya.
Sango asintió pensativa. Inuyasha sólo se limitó a mirarlo.
En el otro extremo, Kagome seguía parada allí, lamentándose en su interior. Si cada pasó marca la memoria y el tiempo nunca vuelve atrás, pensó con tristeza. Como desearía poder cambiar todo esto.
Levantó su cara al cielo y dejó que la llovizna mojara su piel. Visualizó los rostros de su padre y de su pequeño hermano en su mente, y el agujero de su pecho ardió con intensidad. Suspiró. Ya no podía seguir en aquel lugar tan lúgubre, pero sentía que si se iba dejaría atrás a su familia. El mero pensamiento la rompía en mil pedazos.
Besó las rosas que tenía en su mano y las depositó cada una en una tumba. Recorrió con sus ojos los nombres de su familia escritos en las lápidas, y se fue.
Abandonó el cementerio tan silenciosamente que nadie se dio cuenta de su ausencia. Las pocas personas que quedaban no habían notado que la hija de la pareja fallecida se había marchado. Sus amigos tampoco lo notaron. Seguían sumidos en sus penosos pensamientos.
Para cuando se dieron cuenta ya era demasiado tarde. Ese día, ese 22 de junio, fue la última vez que el trio vio a Kagome Higurashi.
