Uhm, bueno, prometo que ahora lo dejo, ya que no me condeno al publicar esto(?).
Comenzó como una idea random y de pronto le agarré gusto a escribirlo y bueno, esto... es el prólogo de la historia, que irá en secuencias de flashbacks varios. No tiene mayor ciencia que esa; relatar procesos simples.
Lo de siempre, Digimon no me pertenece, es obra de Akiyoshi Hongo y propiedad de Toei y Bandai.
Abrió la cajetilla y, con desánimo, notó que apenas quedaba un miserable cigarrillo; ¿cómo diablos pretendía estar despierta si se mantenía en vigilia sólo a base de café y cigarrillos? Lo sabía, era un vicio asqueroso que tenía que quitarse de alguna manera, pero no era momento de meditarlo, estaba en finales y más que nunca la llenaban de trabajos y más trabajos; no los culpaba, se titularía en menos de un semestre, ella eligió esa sacrificada carrera donde aún las mujeres eran mal vistas, ¿qué va? Ser una de las cinco mujeres de su clase, lejos de un mérito, era un llamado al esfuerzo, o era la mejor o era fácilmente relegada por considerársele poco apta para la ingeniería, más aún la informática. Miró la hora, eran apenas las dos de la madrugada, le quedaban aún unas tres horas terminando un informe y de ahí, tras una ducha y maquillaje para disimular el pésimo sueño, a la facultad. Incluso trabajar a dos manos comenzaba a cansarla, en una netbook estaba escribiendo su tesis y en una laptop hacía los otros deberes, las asignaturas más duras dejadas para el final, ¡pudo haber intercalado! Todo ese estrés era culpa suya y nada más que suya, pero ella se daría a respetar como una futura ingeniera en informática y redes.
Muy a su pesar sacó el último cigarrillo, encendiéndolo y yendo al balcón de su pequeño apartamento, a esa hora el sector céntrico de Tokio en el que vivía lucía tranquilo, con algún que otro auto circulando por las calles húmedas a causa de la reciente lluvia, esa que llega poco antes de la primavera, esa que arrastra los últimos cristales de hielo lejos de la vista, los cerezos recién comenzaban a florecer y aunque el frío cortaba la piel como cuchillas, apenas vestía un sweater y unos tejanos, en la otra mano llevaba su mug lleno de café bien cargado. Podía observar claramente el vapor del líquido caliente, el vaho de su aliento y cómo rápidamente se le empañaban los anteojos. Si bien sus padres le ofrecieron seguir viviendo en casa, ella se había rehusado férreamente a eso, consideraba que ya entrada en los veintidós años debía valerse por sí misma.
Y así, entre el estudio y su trabajo de medio tiempo en una cafetería no tenía tiempo de pensar ni mucho menos deprimirse, fuera por lo que fuera; que la lejanía de su hogar, que el casi no ver a sus amigos, que el que su novio casi nunca estuviera por su propio trabajo… ¡de seguro para él era mucho más arduo! Pero ella, sin talento alguno, era todo esfuerzo, debía esforzarse mucho más. El cigarrillo seguía consumiéndose en sus labios mientras le daba otra calada, se sentía melancólica, ¡no era momento para eso, no ahora! Se terminó su cigarrillo y entró de nuevo, sintiendo el cambio de temperaturas entre el frío exterior y el cálido interior, eso le recordaba más a su pareja y más sórdido se hacía su sentimiento de soledad, nuevamente se sentaba entre sus libros para ignorar y tirar por el desvío aquella molesta sensación. Dejó el mug, tras cerrarlo, a un lado, mientras sus dedos delgados volvían a prácticamente danzar sobre el teclado de la laptop en lo que transcribía algunos apuntes de su cuaderno, memorizando circuitos y demás tontería, sentía que ya no podía meterle más a su cerebro, pero era un detalle; el agotamiento mental siempre era un detalle, sabía la nociva práctica de rellenar a su cerebro como pavo en navidad, sabía que en cualquier momento acabaría por colapsar y olvidarse hasta de su nombre; pero retroceder nunca, jamás, en ningún momento fue una alternativa, menos para ella, que cuando se proponía algo, ese algo ya no la abandonaba más hasta realizarlo, fuera con fracaso o con éxito, pero… daba miedo fracasar, tirar cinco años de su vida por la borda, cinco preciosos años. Además que si bien físicamente se le veía sola, todos esos seres queridos que siempre la respaldaron contaban con que a ella le fuera a las mil maravillas, que estaría bien.
Bastaba tan sólo pensarlo para que toda duda y todo temor se desvanecieran y poder seguir trabajando de manera aún más ardua. No buscaba halagos ni nada, era más bien un estar bien consigo misma, sentirse suficiente e independiente, demostrarse que Inoue Miyako ya no era la misma jovencita asustadiza y caprichosa de aquel entonces, los años y las circunstancias la habían hecho madurar bastante, aunque la chispa de su carácter jovial y espontáneo, su franqueza y, en parte, su torpeza, eran rasgos que seguían presentes.
No notó cuando la pálida luz del amanecer comenzó a hacerse presente, ella seguía en ese informe, absorta, casi terminando. Eran las seis ya y luego debería ir a bañarse y a desayunar para ir a sus clases, la primera a las siete con treinta, al menos vivía a media hora de la facultad y hasta a pie podía ir. Terminó, guardó todo en un pendrive y tras estirarse largamente, se fue quitando la ropa hasta llegar al baño, darse una breve ducha tibia rematando en agua fría para espabilarse bien y salir sobre la misma a secarse el cabello y ver con qué iría vestida, maquillándose con algo de base y corrector para disimular que no había dormido nada en dos días, pero al menos seguiría manteniendo sus calificaciones cercanas al 100, fruto de su esfuerzo.
Uno, dos, tres, otro día de rutina.
Otro día de rutina, desde otro punto de Tokio, apenas eran las ocho de la mañana, pero ya estaba atareado, era su primer año ejerciendo como policía y realmente las rondas de vigilancia lo aburrían de sobremanera. Qué orientar niños extraviados o madres histéricas por haber soltado la mano de sus hijos en el centro comercial, que gente preguntando direcciones cuando el letrero lo tenían casi pegado a las narices, resolver robos menores o poner en su sitio a merodeadores, el trabajo típico de un recién egresado, encima las cabinas eran incomodísimas; le había tocado turno de noche para colmo y por falta de personal le pidieron otro agotador turno de nueve horas, la novatada le decían sus superiores que estaban allí, riendo. Y a él, como el hombre calmado y amable que solía ser, no le quedaba más que sonreír bobamente y asentir, ¿qué más podía hacer? Tenía gastos domésticos que cubrir, que la renta, que las compras del mercado, que gastos comunes… era lo más cercano a estar casado, si bien por su trabajo y los estudios de ella apenas estaban juntos unos pocos domingos.
Pero si apenas era martes… suspiró, resignado a que sería otra ardua semana de trabajo y más trabajo, de no coincidir con ella aunque vivieran bajo el mismo techo, de tener que conformarse con veinte minutos de tiempo compartido, en lo que ella volvía del trabajo y él se iba al suyo, pero así lo acordaron, trabajar duramente hasta que ambos tuvieran un sustento fijo y, de allí, comenzar a delinear en firme, que qué harían con sus vidas, cuándo sería la boda y todas esas cosas que la gente en relaciones súper estables comienza a plantearse. Después de todo, la vida para los adultos así funcionaba en su mecanismo, así era como todo trabajaba para ellos e, inevitablemente, era un círculo vicioso que ni tanto daño hacía a fin de cuentas, rutina que no quedaba más que asumirla. Suspiró, sabía que Miyako se esforzaba por cuenta propia, ¡él no podía quedar atrás! No es que fuera competitivo ni mucho menos, pero quería compensar todos los sacrificios de ella, aunque sabía que su lugar estaba en su cama, de noche, abrazándola hasta quedarse dormidos.
Mas había que conformarse con todo aquello, ya pronto todo esfuerzo sería recompensado, ¿no? De eso trataba la vida después de todo; el eterno dar y recibir. Bien, era hora de volver a trabajar, de concentrarse en su labor de lleno una vez más. Tras darle un sorbo a su café y terminárselo, tiró el vaso plástico a un contenedor y se puso la gorra de servicio, volviendo al patrullaje de la calle de la estación, mirando el tranquilo entorno, ¿qué peligro podía haber ahí? Tampoco podía objetar, de todos modos, órdenes superiores no se rechistaban y se acataban con un "sí señor".
Qué porquería de semana sería, de todos modos.
El anhelado día domingo llegó al fin, con esa paz y esa pereza que sólo un domingo podía ofrecerles. Ese día ambos apagaban móviles y se quedaban horas y horas en cama, sin siquiera cambiarse de ropa, sólo se quedaban descansando en cama, enredados entre cuerpos y sentimientos, hablando de la semana, hablando del futuro y, si el ánimo y energías daban, haciendo el amor, más que nada un "ponerse al día" y luego vuelta a la pereza dominical, juntos, mirando el techo y riéndose de cosas tontas; Miyako amaba esos días, los amaba porque él reía a su lado. Ken los amaba porque, como siempre, ella estaba allí, callando toda culpa y espantando todos los benditos fantasmas del pasado, era el día en que eran ellos dos y el mundo no existía más.
– Estaba pensando – Comentó él, acomodándose un poco hasta quedar con la cabeza de ella a la altura de su pecho, recorriendo la suave línea de su clavícula hasta su brazo y volviendo sobre la misma. – nuestra relación, desde el momento en que nos conocimos hasta ahora, incluso lo que seguirá en más. Me gustaría volver a Odaiba o a Yamachi, tener una casa grande, tres o cuatro niños haciendo ruido, ¡hasta tener un perro de esos grandes! – Soltó una risa, acto seguido.
– ¿Un Golden Retriever? ¿Un Labrador? ¿Un Cocker Spaniel? ¡Ya saben lo simpáticos que son! – Complementó ella, acomodándose también, apoyada sobre sus codos, con el largo cabello lacio cubriendo su pecho desnudo en delicadas cascadas liláceas, mirándolo de vuelta, con una sonrisa en los labios. – Yo pienso que mientras estemos juntos, todo estará de mil maravillas, Ken…
– Si tú lo dices, Miya… – Volvió a recorrer la línea de su clavícula, como haciendo ahínco en aprenderse de nuevo la suavidad de aquella piel que tan bien conocía. – Bueno, Miya siempre tiene razón.
– No intentes sonar como galán cliché de telenovela barata, Ken… – Volvió a reír, acompañada de las risas de él, atrapado en ese intento de romántico que por ahí vio.
Otra tarde de domingo que se iba así, risas, caricias, planes, recuerdos… y ni a él ni a ella les molestaba repetir la dulce rutina de cada día festivo, eso era un pedazo de cielo, la pequeña fuerza que los ayudaba a conllevar el día a día.
Seguir así, toda una tarde, toda una vida estaría más que bien.
¡Y eso fue el prólogo de la historia! No me costó tanto como creí, apenas dos noches -guiño guiño(?)- y eso... espero reviews ;x; en lo posible diciendo en qué fallé y qué hice bien.
El capítulo 1 lo estoy escribiendo y le faltan correcciones...
He postergado sueño por esto, espero que resulte :'D
¡Gracias por leer!
~ Carrie.
