Despierto.
Sola en mi habitación. Otra vez.
Las paredes blancas y la cama adoselada son lo primero que mis ojos ven, puesto que nadie duerme a mi lado.
Él no ha vuelto.
Y no lo hará, eso es más que obvio.
Pero no me siento perdida sin él. Es, francamente, un alivio para mis nervios.
Y para mi alma.
Saber que debo mi vida a servirle como fiel esposa. Fiel a su causa y a la que debería ser mi causa.
Sobrepasa todo lo que soy.
Me siento en el borde de la cama, esperando.
Puedo oír cómo los sirvientes ya corren de un lado a otro, haciendo preparativos para un "desayuno familiar" que no disfrutaré en lo absoluto.
Porque sólo es así por nombre. Jamás tomo mi té con tostadas en compañía de alguien más que mi sombra y el crepitar de la chimenea del comedor.
Me arreglo, tomo mi varita y bajo por la Gran Escalera, esperando no encontrarme a nadie en el camino. No tengo ganas de que me sonrían de manera hipócrita; fingiendo que somos una familia feliz, cuando es un secreto a voces que a quien yo llamo esposo no me toca desde hace meses.
Debería sentirme tranquila y orgullosa de tener mi espacio, dice mi hermana, es mejor de esa manera, según su experiencia. Pero no es así para mí.
No estoy hecha para ser ignorada.
Y es aún peor cuando mi hijo está en el medio.
No poder decidir entre el deber y mis deseos.
No sólo soy esclava de lo que él dice, sino que estoy condenada a hacer de mi hijo una marioneta más "útil" para los propósitos de su "Amo".
Quisiera alejarme de este infierno, pero no podré jamás.
Las marcas en mi muñeca no me dejarían.
Al igual que no dejarían que Severus lo dejara solo.
Me siento en mi sillón preferido del saloncito, luego de dar por concluido mi desayuno.
Tomo el ejemplar del Profeta que, en secreto, aún leo.
No hay nada sobre mi hijo.
Suspiro y doy gracias entre murmullos.
Al menos es un día más en el que puedo estar segura de que él no se ha tornado un asesino.
Porque esa es su misión. Y, por agradar a su padre, iría de aquí a Albania de rodillas.
Es su forma de ser.
Y es la finalidad de su existencia.
Servir a quien sirve y preservar la línea pura de sangre junto con la lealtad a quienes matan para sentirse superiores.
Superioridad.
Estúpida quimera para aquel que es mestizo y se cree de linaje impoluto.
Mi hijo no tiene nada de impuro, y, sin embargo, debe servir de cebo para satisfacción de aquel que juega ajedrez con humanos, sin dar cara.
Reviso mi correspondencia y hay una carta de él.
"Está decidido. Lo haré hoy. Es mi deber y me enorgullece mi misión. Me repugna tu juramento con Snape. Pero, sobre todo, me avergüenza tu debilidad. No sé cómo mi padre puede llevarte aún del brazo, con nuestro apellido a cuestas, sabiendo que no eres más que un mal necesario."
D.
Leo la carta una vez más y, con una lágrima resbalando por mi rostro, me digo "este es mi hijo amado, que ha crecido con mi ausencia de compañera. Aquella ausencia le mostró el camino adecuado para convertirse en el hombre que su padre quiso de él.
En un mal necesario que necesitaría el Señor Tenebroso para no macharse las manos.
Es el principio del fin.
El comienzo de lo que será un ser humano marchito, que espera lo que jamás llega, y ama en secreto a quien le hiere porque es lo único que hay.
El inicio de lo que será una réplica exacta de mí misma.
Al menos eso me hace sentir un poco mejor.
Ser su madre no ha sido en vano.
Se parecerá a mí, Cissy, al menos en una cosa: jamás será lo suficientemente feliz como para darse cuenta de que su vida valía más la pena cuando no era necesario.
Por eso sigo sentada en mi sillón preferido, mientras reviso el resto de mi correspondencia.
Ya no me necesitan más.
Draco ha emprendido ya su camino a la grandeza.
Será un digno Malfoy.
