Nishinoya no se lleva muy bien con el modelo de enseñanza de su escuela. Es que estarse quieto escuchando los discursos premeditados de sus profesores, con la nariz fría en invierno o un rayo de sol dándole en el ojo en primavera, no lo contentan. Hace las tareas, a veces ayuda a sus compañeros con algún que otro trabajo pero no recuerda haberse matado estudiando, nunca. Si se sacara un porcentaje de lo que más le ocupa la vida, seguramente el 70% serían cosas referidas al voley.

Entrenar, jugar, partidos, charlas, sus compañeros. Todo lo lleva al voley, al voley y a Asahi.
Con el pelo salvaje domado en un rodete, la barba desprolija pero cuidada. A Yuu se le corta la respiración cuando lo ve de lejos por los pasillos, en los recreos, al momento de rematar.

Es que a veces siente que su deber en ese espacio es solo el defenderlo a él, el salvar la pelota para que su estrella brille cada vez más y más. El brillo que, cada vez que lo recuerda, lo hace sonreír entre las mantas. Una imagen de ensalmo que le llena el alma como si fuera sedante.
La sonrisa de Asahi, las cejas bajas de preocupación, la bondad siempre presente. Nishinoya lo admira desde la punta más alta de su flequillo rubio hasta la uña del dedo gordo del pie.

Un día normal, con entrenamiento completo y sin interrupciones, mientras recogen la red se da cuenta de que el año próximo su estrella no va a esta más ahí.
Tiembla corazón, las rodillas se doblan y los pulmones lo obligan a soltar el aire en un suspiro. La mirada perdida, una pregunta entre los labios.
-¿Noya, está todo bien?
La voz lo reconforta, es el sonido de un río en las profundidades de la montañas. El cuerpo vuelve a la vida.
-Si.

Luego de que todo está ordenado salen a correr, da unas vueltas con sus compañeros de equipo y se desvía despidiéndose de ellos. Ya ha avanzado varias cuadras cuando escucha pasos a sus espaldas, decide detenerse esperando que lo pasen. Que lo dejen solo a él y sus pensamientos sin onomatopeyas legendarias.
Una mano se posa en su hombro, lo cubre todo, emana calor pero no resulta molesto. Nishinoya se sobresalta, nota que está conteniendo la respiración e intenta relajarse al reconocer la mano.
- Asahi-san ¿Que haces acá?
La imagen real es mucho mejor que la que Noya evoca constantemente. Con el rodete bajo casi deshecho, los labios entreabiertos y la mirada fija en él.
Que los continentes se choquen, porque me derrito aquí mismo.

El "As" del Karasuno recupera el aire perdido en la carrera y se pasa una mano por la frente.
- Dijimos que íbamos a repasar tácticas...
Ni un solo movimiento, silencio total, un auto pasa por su lado y los ilumina con las luces traseras.
-Ah... Vienes a casa.
Suena más a pregunta que afirmación, Asahí no sabe si responder o no.
-A donde si no.
Noya sonríe.

Retrasemos el fin del mundo, si es por él me quedo en un bloque.
-Bien, vamos entonces.
E inician una conversación que tira y empuja la pregunta que se está guardando entre la paleta izquierda y el canino. Juega con la lengua, saborea la duda, teme la respuesta que puede obtener.

Cuando se decide por hablar, ya han llegado a su casa. Se traga la pregunta y abre la puerta intentando pasar página. El primero en entrar es el invitado, y Yuu no puede evitar fijar sus ojos en los músculos de la espalda.
Desea que el temblor que siente sea solo un movimiento de placas tectonicas y no sus piernas al borde del colapso.

En un bloque, en un bloque. Por él, por Asahi.

Inhala, exhala y entra a su casa. Sereno.