Todo pertenece a la escritora rubia, oh si, bendita sea


Otro día de esos Gringotts.

De esos en que la gente se aglomeraba en la puerta, desesperadamente, donde puedes oír las voces de todos y cada uno de ellos, provocándote dolor de cabeza.

Cuando entraban, yendo una por un lado, otra por otro. Ansiosos por ir hacia su cámara, buscar su dinero.

Personas materialistas, escandalosas, esas que esperes a que salgan tan rápida y atropelladamente como entraron.

La masa de personas parecía no disminuir, y tu trabajo se estaba volviendo monótono.

"Pase por allí" "Usted por allá" "Su cámara queda hacia allí" "Está yendo por el lado equivocado".

Te dan ganas de gritar, o desmayarte hasta que todos se hayan ido, pero claro, no quieres ser despedido.

Ese tipo de días donde estas de mal humor, y te das cuenta de que tu trabajo no es uno de los mejores para calmar el estrés.

La multitud va disminuyendo, lentamente, mientras las manecillas del reloj se mueven con tanta inercia que parece intencional, y tienes ganas de voltear para ver si alguno de tus compañeros hechizó el aparato.

Entonces ocurre.

La puerta se abre, de par en par, como cuando los reyes entraban en los tiempos antiguos.

Y en realidad, tampoco es una situación bastante diferente.

El hombre de cabello rubio platinado e insoldable porte despreciable, camina con alarde por el banco seguido de cerca por su esposa, la cual tiene los mismos aires de superioridad.

Ya sabes quienes son. Por Merlín, todo el mundo mágico lo sabe.

Malfoy. Demasiado ricos. Demasiado engreídos. Demasiado arrogantes. Demasiada bazofia humana caminando libremente.

Recuerdas a tu padre, y su odio hacia Lucius Malfoy, su continua rivalidad y como lo hace sentir inferior.

Sólo puedes rodar los ojos, y bajar la mirada, intentando no prestarles atención. Mientras el resto de tus compañeros se deshace en halagos ante los recién llegados.

Como si tú quisieras gastar tus cuerdas vocales en ese tipo de personas.

Pero levantas la vista. ¿Por qué? No estás seguro. Para seguir odiándolos. Para ver cómo van hacía los pequeños carros, para tomar aún más dinero y creer que son la salvación del mundo porque pueden comprar a todo el Ministerio de Magia.

Sólo para que te den más asco. Y para que tengas que tragarte toda la amargura más duramente.

Sin duda, Bill Weasley es un masoquista.

Los miras de nuevo, de espaldas, con sus cabellos rubios que lanzan chispas bajo las suaves luces provenientes del lugar.

Y no lo esperas, pero ocurre.

Ella se voltea.

Sí. Ella. Narcissa Malfoy. Y te mira de arriba abajo.

Con sus ojos claros bajando lentamente, tomando toda imagen de tu persona, capturándolas en su mente, sin perder de su rostro esa expresión torcida y repugnante.

Y sientes como si tuvieras el cuerpo congelado, no pudieras moverte. Sólo sus impenetrables iris fulminándote sin un segundo de paz.

Piensas que, sin lugar a dudas, esta vez el reloj se detuvo. El tiempo se detuvo. Una simple mirada no puede durar tanto tiempo. No puede hacerte sentir tantas cosas cuando sólo deberías tener asco en medio del pecho.

No debería hacerte temblar, ni querer que dejara de observarte para decirte algo. Para romper su imagen misteriosa. Y ver a la persona detrás…

Su esposo tira de su mano, obligándola a subir al carrito.

Cierto, la bóveda. Cierto, trabajas en un banco.

Sus ojos se alejan de su posición, y vuelven a fijarse hacía delante, en el camino que sigue junto a Lucius.

Se fue, demasiado rápido. Y por alguna razón, te hubiera gustado que se quedara mirándote unos instantes más.