Tortuosa melodía.
Las suaves notas que desprendía aquel esplendido instrumento llenaban el magnífico aunque solitario parque, pero a pesar de la belleza y sublimidad de la melodía esta llevaba impregnada la tristeza y la melancolía del intérprete de cabello azulado; cualquiera que tuviera el honor o la desdicha de escuchar tan desgarradora sinfonía podría sentir de una manera tan palpable y aterradora lo corrompida y rota que estaba la pobre alma del joven que tocaba con tanta parsimonia. Con la vista perdida en el infinito y las manos moviéndose instintivamente sobre las cuerdas del inmaculado violín de manera mecanica como si lo hubiera hecho tantas veces atras que no necesitaba concentrarse apesar de ser la primera vez que tocaba esa canción después de tanto tiempo, sus ojos vacíos y sin vida alguna hacían dudar de su cordura, pero no, aquel apuesto muchacho no estaba loco ni mucho menos, sencillamente estaba destrozado; su esbelta y elegante postura se balanceaba con el pacifico ritmo de la composición a pesar de él no parecer consiente de esto y su revoltoso cabello negro-azulado se mecía y tapaba parcialmente sus masculinas facciones y sus ojos cobaltos; el exiliado músico, perdido en su propio mundo agónico donde con su música intentaba calmar a sus bestias internas y acallar los gritos de su enfermiza conciencia. Porque esa era su forma de escapar, de no pensar ni de sufrir, simplemente tocando las melodías que su ser no conocía, aquellas armonías perdidas en algún lugar de la nada rogando por ser tocadas por las talentosas manos del joven atormentado; hasta el día en el que descanse y sus manos, ya frías y tiesas, pierdan la capacidad para seguir moviéndose, que su vacío cuerpo deje de existir y su desolada y cansada alma perezca.
