Disclaimer: La trilogía de los Juegos del Hambre pertenece a Suzanne Collins. Mías sólo son las ideas.
NA: Esta es una serie de drabbles independendientes. Sólo tendrán conexión entre sí si yo lo indico.
Espero que os guste.
Peeta, el chico del pan
Han pasado dos años desde que la guerra concluyera, y se puede decir que su situación ha mejorado mucho en los últimos meses para Peeta y para Katniss.
Aunque los dos siguen estando rotos por dentro - y saben que nunca dejarán de estarlo. No del todo - han logrado comprender, incluso Katniss, que les es posible ser feliz a pesar de todo.
Peeta aún tiene episodios en los que regresa a los terribles días que pasó siendo torturado en el Capitolio; pero éstos duran ya mucho menos que antes y son mucho menos frecuentes.
Las pesadillas perduran, pero el dormir juntos les ha ayudado mucho; aunque ambos se despiertan a menudo gritando siempre tienen a alguien al lado que los reconforta y los ayuda a ver que los malos tiempos han pasado.
Debido a lo tormentoso de su pasado, entre los chicos se ha desarrollado una fiera dependencia el uno del otro.
Pasan los días en casa de Peeta, pues para Katniss estar en su casa representa tener que enfrentarse a ver la puerta cerrada del cuarto de su hermana cada día. Y es que a pesar de que lleva más de un año muerta aún no ha reunido el valor suficiente para vaciar las cosas que quedaron en él.
Tampoco ha abierto el cuarto de su madre, que está ayudando a construir un hospital en el Distrito 4, al tiempo que atiende a los heridos que aún quedan y ayuda a la inestable Annie a cuidar de su hijito. Sabe que no volverá a vivir nunca en el Distrito 12, pero quiere que tenga un sitio donde quedarse en caso de que haga alguna visita.
Por su parte, Peeta está reconstruyendo la vieja panadería de sus padres. Katniss está contenta por ello; sabe que el chico ha nacido para hacer eso, y ver la felicidad que desbordan sus ojos conforme el día de la inauguración abierta la llena de dicha.
Así, viviendo juntos y compartiendo cama, los dos pasan prácticamente todo el día el uno al lado del otro. Observándose.
Con el tiempo, Katniss ha descubierto que le gustan muchas cosas de Peeta. No Peeta en conjunto, que también, sino pequeñas particularidades que hacen del chico una persona única.
Por ejemplo, le gustan el azul de sus ojos y lo mucho que pueden cambiar según la emoción que sienta el chico. Y es que cuando Peeta está feliz sus ojos parecen más claros - de un color similar al del mar en un día soleado - y calmados; cuando se aflige por algo, en cambio, el azul se oscurece - como el fondo de una laguna de fondo embarrado- . Probablemente no lo haga, sino que el cambio de color sea una simple ilusión por la forma en la que se dilatan sus pupilas, pero a Katniss le causa esta impresión.
Le gusta también cómo su cabello rubio cae formando rizos sobre su frente. No puede olvidar cómo fueron estos mechones la primera parte de su cuerpo que se atrevió a volver a tocar después de la guerra.
Le gusta el rictus de su cara cuando dibuja un cuadro, y le gusta la habilidad con la que mueve sus manos.
Pero, sobre todo, lo que más le gusta es su voz. Le gusta la forma en la que sabe modularla, de forma que un instante puede estar susurrando palabras de alivio para hacerla olvidar una pesadilla y al siguiente estar tratando de animarla con alguna broma.
Katniss sabe que falta aún mucho tiempo para que los dos estén lo más recuperados que pueden estar - nunca lo estarán del todo - pero, a pesar de todo, afronta cada día con alegría.
Porque sabe que Peeta va a estar ahí, a su lado. En los buenos y en los malos momentos. Para hacerla sonreír y para sostenerla cuando no pueda hacerlo por sí misma. Para hablarle como se le habla a tu amigo más cercano y para besarla como se besa a la persona a la que más quieres en el mundo. Para hornear sus bollos preferidos en la cocina de su propia casa y para obligarla a alimentarse debidamente cuando ella no lo haga. Para hacerla feliz.
Siempre.
