Perdido en el tiempo.

Capitulo 1.

La noche se presentaba calurosa, aún acercándose primeros de septiembre. Hacía un bochorno agobiante, que dejaba sumidos en la desesperación a todos los habitantes del castillo, acostumbrados al mal clima de aquella región irlandesa, donde llovía prácticamente todo el año.

Albus Dumbledore, director del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, miraba aburrido hacia el frente, con los ojos vagando de un lugar a otro del Gran Comedor. No daba ninguna muestra de estar pasando calor, a pesar de su larga barba blanca y su gruesa túnica de invierno, color gris oscuro con estrellas blancas, una de las más serias y formales que el viejo loco poseía.

Los compañeros, sentados a su lado, se encontraban serios, sin decir ni una palabra.
Sólo Severus Snape, antiguo maestro de pociones, se permitía algún que otro bufido, presa de un sudor pegajoso que le cubría el rostro. Más acostumbrado al frío de las mazmorras, el calor agobiante le irritaba.

Nadie hablaba, sabedores de lo que estar a 30 de agosto implicaba. Albus, siempre alegre y sonriente, se sumía todos los años, ese mismo día, en las tinieblas de sus recuerdos, sintiendose culpable por la muerte de aquel que había querido como un nieto: Harry Potter.

Albus se fijó por primera vez en la noche en el hombre que estaba sentado a su lado. Frío y distante, el joven Draco Malfoy se mostraba impasible. No parecía tener muestras de calor, ni de aburrimiento, como los demás ocupantes de la mesa, sino que permanecía recto en su silla, comiendo tranquilamente y con toda la elegancia que le caracterizaba.

Ese era el primer año de Draco como profesor de Hogwarts, más específicamente, de pociones. Sustituía a su padrino, Snape, quien por fin había conseguido el puesto que más ansiaba: profesor de defensa contra las artes oscuras.

Albus sonrió tenuemente al contemplar al joven muchacho. Con veintidós años, era uno de los profesores más jóvenes que había tenido el colegio. Y, sin embargo, estaba convencido de que realizaría bien su trabajo.

Draco era un muchacho que siempre ponía empeño en lo que hacía, intentando ser perfecto, el mejor. Muchas veces, lo conseguía. Había estudiado la maestría en pociones algo más rápido que sus demás compañeros de clase, pues las pociones era algo que le apasionaba. Quizás, Severus Snape había tenido mucho que ver en eso.

-¿No irás a las fiestas del pueblo? Eres joven, deberías divertirte cuando puedas.- Habló por primera vez en el día el Director de Hogwarts, con una débil sonrisa que no ocultaba para nada la tristeza que le consumía por dentro. A pesar de la propuesta, se alegraba de que el muchacho no hubiese decidido ir al pueblo.

-Tenía trabajo que repasar. Además, son unas fiestas demasiado escandalosas.- Repuso Draco, sonriendo a su vez al anciano.

-Si...- Dijo Albus mientras su vista volvía a perderse de nuevo al final de la sala.- Pero todo el mundo está contento.- Hizo una pequeña pausa, sus manos apretadas levemente y los ojos empañados.- Voldemort cayó. ¿No es así? ¿Por qué no iba a estar todo el mundo feliz y contento?

Los demás profesores retiraron la mirada, incapaces de decir nada. Por un lado se sentían mal por ser participes de esa felicidad de la que había hablado Albus, pero... ¿cómo no sentirse así? Voldemort, después de años y años de torturas, muertes, familias destrozadas... Por fin había caído. Todos hubiesen esperado otra cosa: un triunfal vencedor al que adorar como a un héroe. Y, sin embargo, la realidad había sido otra, se habían topado con dos muertes a la vez, pues Harry Potter, aunque había vencido, había caído también.

Debían estar contentos por todas las personas que no morirían en manos del mago tenebroso, pero era verdad que habían perdido a una persona muy especial.

Draco aún podía recordar el furor del día aquel, en el que había ocurrido la batalla final. Él había estado en la lucha. Había demostrado su traición a su Señor en el último momento, a pesar de que había pactado con Dumbledore varios meses atrás: el le pasaba información, y Dumbledore le protegía después de la guerra, a pesar de que estuviese marcado.
Todo el bando de la luz había gritado de emoción cuando el hechizo mortal había impactado de lleno en Voldemort. Todo el júbilo había desaparecido cuando, apenas un minuto después, Potter había comenzado a gritar de dolor.
Tenía fija en su mente la escena de Harry cayendo al suelo de rodillas, llevándose una mano a la cabeza, para después desintegrarse en una fuerte explosión.

Ni si quiera había habido un cuerpo al que llorar, no había rastro del chico que vivió. Al menos, a todos les quedaba el consuelo de que Voldemort había caído, y de él si que había un cuerpo al que mostrar desprecio.
Incluso el ministerio había tenido que tomar parte y guardar el cuerpo del señor oscuro en un lugar seguro, pues todo el mundo mágico había enloquecido momentáneamente e intentaba destrozar con sus propias manos, aunque sólo fuera una parte del cuerpo, a aquel que había sido uno de los magos mas temidos de la historia.

Había habido una gran expectación en todos los magos y brujas del mundo. Nadie entendía que había pasado con el cuerpo de Harry, y, sin embargo, todo el mundo estaba demasiado feliz como para echar de menos realmente al niño que vivió.

Sólo los íntimos del muchacho, habían llorado su perdida.
Después de la batalla final Draco había estado ingresado varias semanas en la enfermería. Ahí había podido ver claramente la actitud de los amigos de Harry.
Granger, quien también había sido ingresada, no dejaba de llorar, siendo consolada por su pelirrojo novio, Weasley, a pesar de que este se encontraba en casi peor estado.
Sirius Black también había pasado por la enfermería, a ver su amado Lupin. El moreno no había abierto la boca en ningún momento, limitándose a coger al otro hombre de la mano, sin responder a ninguna de las palabras dulces que salían de sus labios.
Dumbledore, por su parte, se había encerrado en su despacho por varios día, en los que no había salido ni si quiera para comer. Había sido McGonaggal la única capaz de hacerle salir de su ensimismamiento.

¿Y él? Ni si quiera el mismo Draco estaba muy seguro de cómo se había sentido en esos momentos. Había estado sólo, sin nadie a su lado. Había mirado a lo lejos a los amigos de Harry, viendo como ellos sufrian, siendo incapaz él de llorar su perdida. En aquel entonces, le había parecido algo horroroso. No entendía cómo alguien como Harry podía haber muerto. Se suponía que él tenía que sobrevivir.
Al menos así se lo había jurado el muchacho, momentos antes de la batalla final.

"Volveré. Tenemos que aclarar la situación" Le había dicho mientras se vestía rápidamente y le dejaba a él tumbado en la cama del nº 12 de Girdmauld Place.

Pero no volvió, y no pudieron aclarar nada.

Ahora, varios años después, se decía que, aunque hubiese regresado, no hubiese habido nada que aclarar. Sólo había sido un polvo. Un buen polvo final para el chico que vivió. El primer polvo de Draco.
De todos modos, sólo con un polvo, a alguien no le da tiempo a amar y, decididamente, Draco no se había enamorado.

Aún así, le hubiese gustado que Harry hubiese seguido vivo. Habían congeniado bien como amigos... Había sido él quien le había convencido para unirse a la luz. Había sido él quien le había apoyado en todo. Había sido el quien había estado a su lado continuamente cuando volvía de "las fiestas" mortífagas; cuando se pasaba llorando toda la noche al sentirse culpable por haber matado a algún niño.

Si, podría decirse que le había echado de menos. No obstante, había salido adelante, como todos, agradeciendo el sacrificio que había hecho el joven.

Por lo demás, nadie había mostrado verdadera pena. De vez en cuando se había oído algún "pobre Potter" y muchos cotillas habían ido al acto de celebración que se había realizado con motivo de la entrega de la Orden de Merlín primera clase que se le otorgaba a Harry, recogida en este caso por su padrino.

A partir de ahí, todos los días 30 de agosto se celebraba una fiesta para conmemorar la caída del señor oscuro. Irónicamente, siempre había alguna mención al chico que vivió, deseándole paz allí donde estuviera.

Malfoy sacudió su cabeza y siguió comiendo. Era un día feliz para algunas personas, muy triste para otras...

Miró a Dumbledore, sin poder evitar preguntarse del por qué de la actitud del viejo. Bien que había mimado siempre a Potter, pero simplemente era su profesor. No debería sentir más tristeza que la de los restantes maestros.

"Se siente culpable de la vida que le dio al muchacho" Le había dicho Severus ese mismo día. "Recuerda que, pase lo que pase, lo mejor es que hoy tengas la boca cerrada"

"No será para tanto" Había contestado él, con su típica sonrisa de superioridad, de la cual se sentía orgulloso.

El alzamiento de ceja de Severus fue suficiente para hacer que él frunciera el ceño.

"Créeme. El primer año se enfado tanto cuando uno de los profesores salió del castillo para ir a la fiesta, que no le dejo entrar en dos semanas, a pesar de haber empezado las clases. Se pasó el pobre toda la noche en la verja, lloviendo a cantaros que estaba, por que no entendía que le pasaba a la puerta. McGonaggal se apiadó de él y fue a explicarselo. A partir de ahí, nadie se atreve a hablar siquiera"

Y, tal y como le había aconsejado, no había abierto la boca hasta que Dumbledore le había hablado a él directamente. Para colmo, aunque no lo hubiera demostrado, la pregunta le había confundido.

Albus le miró fijamente y le volvió a sonreir levemente.
Aunque no se lo dijese a nadie, ver a Draco ese día le estaba perturbando. Pensaba en Harry, en que tendría la misma edad que el muchacho, muchacho que ya era todo un hombre. Si sólo hubiese cuidado mejor de Harry...

Una luz les cegó a todos un momento. La luz, que provenía del fondo del Gran Comedor, se hacía cada vez más intensa. Dumbledore entrecerró los ojos intentando ver lo que pasaba. Los profesores a su lado se movieron inquietos.

De repente, un grito ensordecedor, proveniente de aquella luz, les heló a todos la sangre. Tan rápido como había llegado, el destello desapareció, al igual que el grito.
Y, a pesar de que era imposible aparecerse en Hogwarts, allí, a lo lejos, todos pudieron ver como un cuerpo caía desplomado.

De un salto, Dumbledore se puso de pie. Demostrando que no había perdido su agilidad, aún con todos sus años, en sólo unos segundos se acerco al cuerpo que estaba tirado en el suelo.
Alzó la varita, sabiendo que podía ser cualquier atacante.

Su cuerpo tembló cuando vio que era un chico. Un chico de cabello negro revuelto. Se acercó al cuerpo y, casi con miedo, giró al muchacho para ponerlo boca arriba.
Sintió que se mareaba y Severus, que acababa de llegar, tuvo que sujetarle por la espalda.

-No puede ser.- Dijo Snape cuando vio el chico que yacía en el suelo, por detrás del cuerpo de Dymbledore.

Draco llegó también corriendo. Se asomó para ver a la persona que yacía a sus pies, y su corazón se detuvo unos segundos.

-Harry.- Murmuró en voz baja. Miró a Dumbledore, como si quisiese que este le confirmara que sólo era una broma de mal gusto.

La cara pálida de los otros dos hombres le dijo que no era una broma.
Dumbledore se volvió a agachar y tocó el cuerpo casi con miedo de que desapareciera. Llevó su mano al cuello, buscándole el pulso.

-¡Está vivo!-Gritó. Y, a los pocos segundos, en el Gran Comedor se armó un gran alboroto.