Disclaimer: Si los personajes fueran míos, estaría ganando mucho dinero en vez de publicar acá y también habrían muchas más escenas homo en la serie, así que…solo me pertenece este fic, lo demás es de Charlaine Harris.
True Death
Setecientos años. Es muy fácil decirlo, pero pocos tienen el placer o la tortura de vivirlos. Más aún si tienes compañía. Muchos les preguntaban cual era su secreto, ambos sonreían cómplices de un maravilloso crimen sin dar una respuesta.
Cuando todavía se podía llamar a sí mismo "humano" Russel Edgington jamás creyó en el amor eterno. Ni en el amor, ni mucho menos en lo eterno.
Luego conoció la eternidad en carne propia. La eternidad le dio lo que cualquiera desearía, llevándose consigo aquellos días soleados que tanto adoraba.
Olvidó, varios siglos después, que el azul fue inventado por el cielo, el amarillo por el sol y el verde por las plantas.
Tanto poder, tanta gloria, tanto control de alguna forma tenía que pagarlos ¿verdad? Pero no importaba. A la final, no importaba nada.
La noche que lo conoció, creyó que solo se trataba de un bocadillo. Un bocadillo moreno, de labios perfectamente definidos que se curvaban en una sonrisa inquietante. Esos ojos grises se posaron en él por primera vez, pero algo en su interior le dijo que los volvería a ver varias veces.
El solía matar a sus presas la primera noche. A él lo dejó vivo.
En materia de revolcones, solía acostarse solamente una noche y dejarlos horas después. Con él se quedó hasta el amanecer, cuando ya no podía soportar la sangre escurriendo por sus párpados y fosas nasales.
En cuanto a parejas, le había durado más una caja de cereal que un novio. Él se había quedado con él a pesar de su indiferencia, de su amargura, de su soberbia a veces tan inclemente.
Porque, a pesar de todo, se necesitaba algo más que sexo, infidelidades, peleas, reconciliaciones que los rescataran de la aplastante y dictatorial rutina que muchas veces los embargaba. Ambos necesitaban algo más allá de todos los condimentos existentes para mantener viva su relación a pesar de estar tan muertos por dentro.
Y Russell volvió a recordar, en medio de aquel mar de sangre coagulada, que se trataba de aquel imposible en el cual jamás creyó hasta el día que se topó con esos ojos grises.
Porque gris se había vuelto lo poco que le quedaba de alma. Y a cada lágrima de sangre su Talbot se la llevaba consigo, dejándolo sin nada. Casi nada. El odio no era cualquier cosa. Para un vampiro desalmado, menos.
Acababa de conocer la verdadera muerte al perderlo. Podía hacer lo que le viniera en gana. Ya no tenía nada que perder.
