Esbozó una sonrisa que denotaba más que satisfacción. Los ojos de su compañera se cerraron y un gesto similar asomó por la comisura de sus labios, orgullosa.
El aire olía a sangre, pero no les importó. El metal ya era amigo de sus organismos, y mucho más de sus narices, que ya estaban acostumbradas a percibir el fétido aroma.
Aroma de muerte.
-Ken chan¿A esto se le llama 'diversión'?- preguntó la pequeña niña, sentándose sobre el embadurnado suelo. El mencionado, sin dejar de sonreír, negó con la cabeza.
-Esto es matar el tiempo, Yachiru. El pez gordo apenas va a aparecer. – la última frase la murmuró más para el que para la niña. Ésta, lo miró con sus ojos grandes, desconcertada.
-¿Pez gordo¿Cómo los que comimos en el río en la mañana, Ken chan¿También tendrá sangre? - Inocencia. Desconcierto e inocencia que hacían que la chiquilla se viera adorable. Kenpachi se inclinó sobre la pelirrosa, y le acarició los cabellos de extravagante color. Ella se dejó hacer.
-Algo así, Yachiru. Y si, tendrá sangre. Pero este pez gordo se llama shinigami. O mejor, 'Capitán shinigami'. – Hizo una pausa - y tiene algo que quiero.
-¿Piensas quitárselo, Ken chan?- Kenpachi miró al frente. Tras esa barrera blanca se alzaba el Sereitei, una panda de shinigamis y diversión interminable lo aguardaban.
-Así es, Yachiru. Y la sangre no volverá a tocarte jamás.
