Título: Tinte índigo
Ranking: M
Sumary: Cuando el hilo rojo del destino no sea suficiente tíñelo de un tinte índigo. Aún más fuerte que el rojo del amor nos atará el azul de la tristeza.
Advertencias: Pedofilia/Lenguaje Fuerte/Incesto(Queda a elección del lecor)/Otros
Pareja: InuYashaxKagome
Disclaimer: Todos los derechos de creación de InuYasha son de la maravillosa Rumiko Takahashi. Y yo sólo experimento con sus personajes, tratando de recrear una historia lo mejor desarrollada con la poca experiencia que poseo en construcción de personajes. Mayores explicaciones en las notas de autora…
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Prólogo
"Abrazando todos nuestros amados recuerdos
que se pierden entre la niebla,
sólo en sueños bailaremos tú y yo.
En cuanto a la felicidad...
Aún no la puedo entender"
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¿Cuántas veces las mismas palabras le habían rasgado los oídos?
¿Cuántas veces la misma oración sin sentido se habría repetido?
Las sombras negras pasaban una y otra vez, desfilando frente a él con sus sonrisas siniestras llenas de falsa melancolía y comprensión. Sus labios meciéndose en una descarada burla hipócrita, tratando de volver a la mentira en una incomprensible verdad.
Siempre susurrando un "lo siento" antes de poder entrar…
Él no deseaba verlos realmente. No quería sentir correr al miedo por cada fibra de su cuerpo y dejar caer los lamentos de su boca. Convertirse en el desgraciado ser que cada persona en ese pequeño sitio creía que ahora era, sin oportunidad alguna de poder escapar.
Alguien con el aspecto descuidado y ojeras cayendo debajo de sus parpados, luciendo exactamente cómo estaba ahora, ubicado bajo el marco de la puerta de su casa, recibiendo cada vez a más y más gente que poco se enteraba de lo inútil de su gesto de lástima.
No volvería.
La ira bullía lentamente por sus venas y su mente emprendía el arrebatado camino que su desenfreno sugería, aumentando las ganas de descargarse contra lo que fuera. Enfrentarlos a todos, buscar una forma de escape o desahogo.
¡Morir apaleado a golpes o matar a alguien del mismo modo! Lo que sea, lo que fuera, lo que alguien le sugiriera o le pasara por la mente. Todo con tal de no llorar...—Lamentamos mucho tu pérdida, hijo... —Musitó otro de los comensales.
Dios realmente debía odiarlo. Tanto o más como él lo hacía en estos momentos. Tanto o más como la estaba empezando a odiar a ella, por largarse sin decir nada y dejarlo a la deriva. Porque entre tantos, entre todos...—Debes estar destrozado por la tragedia...
¿Porque lo tenía que joder a él?
Kikyou se había vuelto una maldita por morir de esa manera.
No podía evitar la desesperación y el tomar sus cabellos negros con el vago anhelo de arrancárselos de la cabeza. Arrastrar cada idea y pensamiento del mismo modo en que salían. Tenía tantas ganas de echar a patadas a cada uno que le recordara con su cara de compasión la desgracia.
Engulló en su pecho el asfixiante sentimiento de inferioridad.
Los cantos de la multitud, lamentos, sollozos y dulces palabras de suave tacto acompañadas a cada palabra que despedazaba todos sus intentos anteriores de tener buenas intenciones. —Ella era tan joven aún, es una verdadera lástima...
No, no iba a soportar mucho más. Él tenía que hacer algo...
Pero mucho antes de tener la oportunidad de actuar una muy pequeña mano le jaló con suavidad la camisa. Extrañado, su mirada descendió hasta encontrarse con un cuerpo muy pequeño, demasiado pequeño. —InuYasha, por favor... —Esos ojos. Esa mirada. La única persona que se le acercaba con tanta confianza y lo encaraba de manera sincera y directa sin temer a las consecuencias directas.
—Kagome —Sentenció con sequedad.
La niña de esa mujer despreciable, que se había atrevido a abandonarlo.
Finalmente su desquiciada mente parecía reconocerla. En medio de la locura pasajera y el delirio inoportuno del dolor, su voz era apenas un consuelo que los distraía de todos los demonios a su alrededor. —Perdón —Masculló, tragando cada maldición que antes pensó. Quizás era odiosa, pero no merecía su actitud. — ¿Tienes miedo? —La dulce niña asintió débilmente y sonrió mientras las lágrimas resbalaban filosas por sus mejillas.
Su tenue sonrisa le provocó un escozor en el pecho. Se distrajo de sus pensamientos destructivos enredando sus grandes manos sobre el sedoso cabello negro que tenía a su alcance.
Era ella, podía aspirar el dulce aroma a vainilla y jazmín, el calor de su cuerpo y cuán frágil y pequeña se volvía entre sus brazos; era su hija, de él y esa mujer que murió.
Nunca la había maltratado, pero solía pelear a menudo por la pertenencia de su consorte, la pelinegra solía ser tan territorial cómo él y sus caracteres no estaban hechos precisamente para congeniar entre sí.
Era algo desagradable, el cómo era idéntica a su madre en tantos aspectos, pero igual le amaba. De un modo extraño y retorcido pero en el fondo la quería, aunque pocas veces lo demostraba.
Se dedicó a mirarla, buscando entender sus razones para refugiarse con la persona ciertamente menos cuerda del lugar. El color oscuro de sus ojos estaba tan atormentado, y seguramente solo un pedazo de imbécil como él era capaz de causarlo. Uno de sus fuertes brazos la tomó y aferró a su cuerpo, anclándola a su corazón ennegrecido. Buscando en la mirada infantil la salvación al dolor que imploraba; admirando el tenue reflejo de sus orbes chocolate trasbocando la escala del negro y profesar el malestar de su dulce y frágil alma.
Era lo único que le quedaba de Kikyou. Era el reflejo idéntico que miraría cada segundo de cada día, atormentándose con el recuerdo de la pelinegra.
De cabello negro y oscuro cayendo habilidosamente por sobre sus hombros y magnificando su presencia de
la misma manera. Con tenue sonrisa angelical intentar otorgar el consuelo que a sus ojos trasparentes como cristal aún no llegaba. Su amada y adorada persona especial. Su esposa.
Cuanto le dolía no tenerla. Cuanto le hería estar hoy presente en el día de su funeral con su pequeña hija cargada en brazos, tan parecida a ella.
Pero se hizo de fuerzas sin saber de dónde las obtuvo. Aún quedaba un recuerdo de ella que debía cuidar con el corazón y todo su ser, envuelta en la tibia calidez de su pecho.
Se recordó que debía amarla. No era culpa de la niña. Tenía que quererla como algo más que a un juguete al que solía abandonar y cuidarla más allá de cargarla por las noches al cuarto de su madre para después olvidar su existencia. —Kagome, dile adiós a mamá.
—No. —Susurró tiernamente. Él la miró confundido. —Sólo será hasta luego, papá. —Su comentario cargado de ridícula inocencia e hizo sonreír. Ahí estaba esa dulce niña siendo mucho más fuerte y madura que él al aceptar dejar descansar tranquilamente a un ser amado. A un ser que les sería tan necesario.
Y aquél por el que peleaban, que los enfrascaba en rencores adultos y sentimientos inmundos de codicia y dominio.
Esa era su Kagome agitando la mano fervientemente con una amplia sonrisa en el rostro, cortada un poco por el dolor. Y también era su mocosa infantil no logrando evitar que las lágrimas salieran más copiosamente de sus ojos mezclados entre lo alegre y triste. —Tú también papá…—Emitió con su voz aguda, tragando el amargo sabor de cada letra. —Sólo dile hasta luego.
—Tienes razón. —Avanzó dos pasos con ella, con la flor de campanilla china favorita de su esposa y la coloco sobre el cuerpo antes de hacer un gesto. A los pocos instantes varios hombres llevaban cargando el ataúd de exhibición del cuerpo para cromarlo como ella lo pidió. —Sólo será hasta luego, Kikyou... —Ambos siguieron el camino de los hombres hasta que se perdieron al dar vuelta en la esquina del recinto. InuYasha ladeó el rostro hacia su pequeña y sonrió con ternura. —Sólo... solo... espero que así sea. —
Y entendiendo el dolor de ese hombre a quien tanto amaba, la ingenua e inocente criatura depositó un beso casto sobre los labios masculinos que ardieron al contacto.
Un dulce sabor del néctar prohibido, que sin saberlo despertó el ansia de más.
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N/Kou: Tadá… Y así fue como dos semanas, se convirtieron en dos años…
Primero que nada, antes de empezar a explicar cómo se desarrolló una odisea en el lapso de esos dos años, déjenme decirles que fue difícil volver a comenzar. Muy, muy difícil. No son los mismos de aquél tiempo, personas se han ido, otras vuelven. Es un pequeño secreto algo tonto, pero empezar a escribir esto fue como un terapia para superar mi rechazo a todo lo que tenga que ver con sexualidad (si, aunque parezca increíble) así que cuándo me decidí a editar me di cuenta del desastre de trama que estaba haciendo y por ese tiempo también perdí mi computadora con todos los datos, así que duré año y medio sin hacer gran cosa en .
Me atoré porque no sabía cómo retomar el hilo de aquello tan pesado que quería plantear, y sinceramente les diré que no estoy segura de este prologo. Intenté eliminarlo y pasar directamente al primer capítulo, pero considero que las partes que incluí, (quizás no tan elegantemente sutiles como deseaba y si estupideces que pasan desapercibidas) le dan mucho más sentido.
Siempre fue mi idea el que el incesto quedará a elección de ustedes, por mi lo es, pero verán al final que ustedes pueden pensar que no son padre e hija si es más cómodo.
InuYasha desde el principio no ve a Kagome como su hija, sino como una mocosa indeseable a la que quiere y cuida. Eso lo explicaré paulatinamente. Debo decirles que los siguientes capítulos si han cambiado más en comparación al prólogo, que no es tanto. Por lo que serán más extensos que los originales (siete capítulos los volví tres xD)
Dependiendo de su respuesta respecto al prologo será la próxima actua. No es chantaje, solo es para ver quien sigue aquí, quien se fue y si es tan extraño y confuso como yo lo creo que es, si no gusta pues me dedicaré a editarlo hasta que salga decente, en fin, que me extiendo. Muy pronto haré una remodelación de "Galletas" y "Era amor" así que pendientes. Por cierto, ¿quién sabe de qué va el foro de ¡siéntate!?
Bye, bye.
