MILO x CAMUS
EL CAZADOR DE TORMENTAS
(PRECUELA DE "EL FAVOR")
1
El Santuario estaba regido por Shión, Caballero de Aries y Maestro de Mo. Dohko, Guerrero de la Constelación de Libra, le ayudaba, cada vez que se acercaba a Grecia desde su auto—impuesto retiro, a solucionar los problemas que pudieran surgir en los diferentes lugares de entrenamiento.
Aquella tarde—noche, Shión, en cena frugal con su amigo, le comentó que a Grecia había llegado un nuevo aspirante a Caballero de Oro: Camus, de Acuario. Y probablemente compartiría lugar de entrenamiento con Milo, el aspirante a la armadura del Escorpión.
—Son totalmente opuestos —Shión miró al techo, meneando la cabeza— Milo es divertido, ingenioso y seductor. Camus, por el contrario, es frío, con un gran autocontrol y muy serio. Sus labios parecen no saber sonreír.
—Aristeo es un hombre excesivamente firme para ser mentor, Shion.
—Lo sé, pero confío en que estar entre nosotros le venga bien para rebajar la soberbia de la que hace gala. Lleva mucho tiempo de retiro con ese muchacho.
—Chocará con la maestra del joven escorpión. Confío en que ella, hará uso de su buen criterio a la hora de limar asperezas— Dohko apuró su bebida.
—¿Perséfone?— Es la reina de la diplomacia... cuando se lo propone.
—Confiemos en que la vida nos sorprenda al mostrarnos las maravillas que albergan los corazones de estos jóvenes de increíbles poderes, Shion— Dohko rió someramente.
—Todo son acertijos para tí, Dohko.
Y ambos comensales terminaron su cena.
Milo vio desembarcar a Camus en el puerto del Pireo y una gran curiosidad le invadió. ¿Cómo sería el discípulo del duro Aristeo? Probablemente alguien tan aburrido y arisco como él. Siguiendo con la mirada el camino de maestro y aprendiz, y girando una pequeña hierbecilla con sus labios, esperó, apoyado en una de las columnas del Templo del Escorpión, a que los dos pasasen por su Casa. Su maestra, Perséfone, les daría la bienvenida y todo continuaría como siempre.
—Bienvenido a mi humilde templo, Aristeo, custodio del Templo de la Vasija— oyó Milo a su espalda. Se giró rápidamente para clavar una rodilla en el suelo y saludar respetuosamente a Aristeo, el hombre más recto que existía en la Orden del Zodíaco, aunque sus ojos se cruzaron fugazmente con los de su discípulo, Camus.
—Perséfone, me honra compartir el mismo techo y el mismo rango con una guerrera como tú— contestó Aristeo, cumpliendo con el protocolo.
La maestra de Milo asintió con la cabeza y los dos recién llegados pasaron a su lado.
Cuando Milo vio al aprendiz de Aristeo, se quedó muy impresionado. Camus poseía una belleza tal que podía eclipsar cualquier cosa en el lugar donde él estuviera presente. El aprendiz de Acuario devolvió la mirada a Milo, sin inmutarse, como un ángel oscuro que pasara por la casa del Escorpión Celeste sin darle importancia al ser que tenía enfrente. Milo incluso hizo ademán de alejarse, al chocar con la frialdad del otro, aunque se quedó en su sitio, visiblemente deslumbrado.
Camus continuó caminando, sin girar la cabeza, al lado de su maestro, ya de camino al templo de Sagitario.
Aristeo, una vez lejos de Milo y Perséfone, agarró con firmeza el hombro de su discípulo y le susurró al oído algo que a Camus le hizo más daño que la mano de su maestro.
—Sé que en tu país de origen, Francia, las relaciones personales son más ambiguas que lo sagradamente establecido y que la gente no voltea la cabeza cuando estas relaciones salen a la luz. Pero estás a mi cuidado, entregado por tus padres a la orden del Zodíaco, y además, pisas la tierra sagrada del Santuario de Athenea, la Diosa Virgen. Recuérdalo.
Camus afirmó con la cabeza y miró hacia el suelo.
Las puertas de la Casa de Acuario ya estaban ante ellos.
Que su maestro notara la desazón que sintió al ver al aspirante a la armadura del Escorpión hizo que Camus se sintiera horrorizado. Quizás para otros, el aprendiz de Acuario podría parecer un joven sin sentimientos, pero Aristeo se daba perfecta cuenta de todo.
"Tendré que ser más cuidadoso ante mi Maestro a partir de ahora"
Milo siguió con la mirada a Camus hasta que el joven francés desapareció de su campo de visión. Sabía que los recién llegados tendrían que mostrar sus respetos al Patriarca, y esperar que éste les dejara pasar un tiempo en el Santuario. El interés despertado en Milo no pasó desapercibido para su maestra, Perséfone, que se acercó al joven y le susurró al oído algo que al aspirante a la armadura del Escorpión no le hizo ni pizca de gracia.
—Dime, mi joven y apuesto discípulo, ¿Crees que este muchacho recién llegado será el que no caiga rendido a tus pies?
—Maestra, con el debido respeto, no sé de qué me estáis hablando...
—No te hagas el idiota, Milo. Conozco tus trucos mejor que tú mismo. Eres hombre y mujer a la vez, hombre en lo despiadado, mujer en lo astuto, hombre en lo audaz, mujer en lo apasionado... ¿Crees que no sé de las correrías nocturnas que haces por el Santuario? Dohko me ha comentado que no sabe de dónde sacas fuerzas para aguantar los entrenamientos que te obligo a hacer, que, todo sea dicho, cumples a la perfección.
—Maestra, mi único deseo es ser Caballero del Escorpión Celeste.
—Tu único deseo... a la vista, claro está.
Y la risa de Perséfone se perdió entre las columnas del Templo del Escorpión, mientras Milo empezaba a maquinar cómo podría volver a ver al joven recién llegado.
