N. del A.
Bienvenido/a a mi fanfic. La salida de emergencia está en ése botoncito rojo situado a la izquierda (o a la derecha) de la ventana de tu navegador de internet. Esta historia es fruto de mi frustración, así que no esperes una gran obra ni mucho menos. Llevo años con ella, pero no ha sido hasta hoy que me he decidido a publicarla. Esta historieta es el típico tópico fanfiquero, no os voy a engañar. Es mi manera de canalizar la frustración que me produjo el final de Avatar y el deseo de profundizar y mostrar mi visión (que seguramente no coincida con la de muchos) de la Princesa de la Nación del Fuego. Porque aunque haya shipperío a saco, esta historia es un tributo a Azula y espero hacerle justicia al personaje, aunque sea a mi manera.
Esto puede considerarse como un "alternative timeline" porque no me salgo del Avatarverse, pero sí modifico su línea temporal. Vamos a ver, entiendo el porqué lo hicieron y tal, pero no me creo que Aang domine los elementos en un par de mesecillos escasos (ni siquiera a nivel n00b) cuando sus encarnaciones pasadas tardaron más de media vida en hacerlo. Sólo hay que ver la edad que tiene Roku cuando acabó su entrenamiento. Así pues, retraso el advenimiento del Cometa de Sozin unos cuantos añitos más, para darle tiempo al chavalín a desarrollar sus poderes, porque si lo que quiere es poder tirar a un morlaco como Ozai, no lo va a tener precisamente fácil. Para que os hagáis una idea de donde empieza todo el berenjenal; ¿recordáis el episodio aquél en el que Azula se queda colgando de un acantilado, aferrada a su pasador clavado en la pared con el pelo al viento? Pues a partir de eso. Por lo tanto, los cuatro episodios del final no existen aquí y son ostensiblemente IGNORADOS. Obviamente han pasado unos cuantos años tras eso; Azula está destinada a las fronteras (del Reino de la Tierra) por orden de su padre, Sokka es un miembro de pleno derecho del Loto Blanco y se dedica al espionaje entre sus muchas actividades, Zuko is on the run, Toph y Aang viajan juntos recorriendo el mundo...y aquí empieza la historia.
Disclaimer; Avatar, the Last Airbender no me pertenece y yadda yadda.
Pese a que era temprano, en el campamento de las tropas de la Nación del Fuego reinaba el bullicio. Las tropas llevaban mucho tiempo asediando sin descanso la ciudad-fortaleza de Qin, la más grande que había en la península oeste de la Reino de la Tierra. Una vez conquistada, sería un importante bastión para poder continuar la invasión del país, un punto estratégico que no podían permitirse perder bajo ningún concepto.
En la comodidad de su tienda, la princesa Azula redactaba un esmerado reporte dirigido a su padre. Era un ritual que llevaba a cabo al menos una vez por semana, cuando no estaba ocupada dirigiendo a sus generales o esquematizando estrategias para acelerar la rendición del baluarte. A pesar de que su ejército llevaba una clara ventaja, la princesa no se sentía satisfecha, pues ella siempre había preferido vencer a sus enemigos frustrando sus complots y volviéndolos en su contra, no sitiando ciudades y fortalezas.
Pero no tenía otro remedio si quería satisfacer las ansias de conquista de su padrec y recuperar así su favor.
Azula suspiró irritada cuando uno de los capitanes entró apresuradamente en la tienda.
-Creí haber dejado bien claro que no quería que se me molestase- dijo con un tono de voz suave que sin embargo conseguía estremecer al más valiente.
-Lo sé, Alteza- masculló el capitán haciendo una reverencia ante ella -Pero se trata de algo urgente.-
-Y dígame, ¿qué puede ser tan urgente como para que me interrumpa?- dijo ella, dejando el pincel que estaba usando a un lado y levantándose con un grácil movimiento.
-Se trata de un emisario del Reino de la Tierra- el hombre hizo una pausa al ver que ella le miraba, inquisitiva.
-¿Se trata acaso, del general enemigo brindándonos la capitulación?
El hombre titubeó.
-No.
-Pues entonces, ¿para qué me molesta? Yo no trato con mensajeros- dijo haciendo un aspaviento.
-Pero Alteza, se personó en el frente a primera hora de la mañana, y nuestros hombres le han escoltado hasta aquí. Dice que tiene órdenes estrictas de hablar sólo con vos.
Azula pasó de largo a su capitán y se quedó cerca de las telas que servían de puerta de acceso a su tienda. Pasando sus finos dedos por ellas, las entreabrió un poco para observar el exterior del campamento. Localizó enseguida al supuesto emisario, puesto que sus ropas verdes destacaban bastante entre la marea de rojo y negro que eran sus hombres.
Soltó la tela con un gesto brusco.
-Órdenes estrictas, ¿eh?- Azula hizo una mueca de disgusto. -Capitán Liang, encárguese de él- su tono de voz fue seco.
-¿Le ejecutamos Alteza?- preguntó.
-¡Oh, no!- exclamó ella. -En absoluto. Lléveselo, déle ropas nuevas y comida caliente- Azula observó que el capitán le miraba extrañado, pero éste no se permitió ninguna vacilación. -Seguro que andará hambriento. Antes de traerlo ante mí, asegúrese de darle una vuelta por nuestro campamento.
El capitán miró a Azula extrañado, pues ése no solía ser el trato que se les daba a los mensajeros. Ella percibió la inquietud del hombre y le inquirió suavemente:
-¿Alguna duda, Capitán?
-En absoluto Altezah contestó haciendo una reverencia. -Se hará como vos mandáis.
-Puede retirarse, capitán Liang.
Después de que el capitán saliese, Azula volvió a mirar por las rendijas de las cortinas de su tienda, observando como éste escoltaba al sorprendido mensajero por el campamento.
-Antes de derrotar al enemigo físicamente, hay que destruir su espíritu- murmuró.
Quién sabe, a lo mejor hoy sería un día interesante.
Azula esperó al mensajero sentada en el puesto de mando, mientras sus dedos jugueteaban con un mechón de sus cabellos. Cuando el capitán se personó ante ella acompañado del contrariado mensajero, la princesa se irguió en su asiento.
El emisario se postró con una torpe reverencia, y acto seguido se presentó:
-Princesa Azula, mi nombre es Gong Zan y vengo en representación del general Zhang. Se ha visto impresionado por vuestra habilidad en combate y me ha enviado para informaros de que se encuentra dispuesto a negociar una capitulación- el hombre tragó saliva, visiblemente nervioso.
-Y bien, ¿qué me ofrece tu general?- preguntó, mientras cruzaba las manos sobre su regazo.
El mensajero se levantó, sacó una carta del cinto, y prosiguió a recitar estoicamente todas las peticiones por parte del Reino de la Tierra, entre las que se encontraban la de liberar a todos los prisioneros de guerra en posesión de la Nación del Fuego, el que no se saqueara el bastión y se permitiera el exilio de los civiles que aún quedaban rezagados.
Azula escuchó todas y cada una de ellas, haciendo un gran esfuerzo mental para no freír al emisario del Reino de la Tierra allí mismo. No podía entender los niveles de cabezonería y orgullo de los moradores de ése país, que aún sabiendo que tenían la ciudad perdida, se atrevían a exigir una negociación con cláusulas claramente favorables a ellos. Evidentemente, el general Zhang había pretendido herirla en su orgullo y menospreciar su capacidad como líder de los ejércitos de su nación, en la misma actitud fútil de un pez que da los últimos coletazos al sacarlo del agua.
La princesa sonrió y se llevó una de sus manos a su barbilla, en un gesto pensativo.
-Interesante- se acarició el mentón mientras entrecerraba sus ojos mirando al desafortunado mensajero. -Pero creo que vuestras peticiones son del todoc inaceptables.
Descruzó las piernas y se levantó de su asiento, andando lentamente hacia donde se encontraba el emisario arrodillado en el suelo, hasta que sus botas de punta curvada quedaron a la altura de su cabeza.
-Irás ante tu general y le comunicarás que si no quiere ver su ciudad reducida a ruinas y cenizas llameantes, la capitulación será sin condiciones. ¿Entendido?- dijo con un tono de voz autoritario, dando a entrever que no daba su brazo a torcer.
-¡Capitán Liang!- gritó.
Su subordinado acudió a su lado de inmediato, dispuesto a acatar sus órdenes fuesen las que fueran.
-Escolte al emisario del general Zhang hasta el frente, y asegúrese de que llega sano y salvo a su destino- dicho esto, se retiró a sus dependencias.
Una vez allí, se quitó las piezas pesadas de su armadura, y ordenó a uno de sus sirvientes que le trajese algo fresco para beber. Todo había ido como la seda. El mensajero transmitiría su negativa al general, adornada con unos bonitos detalles de lo que les esperaba si no claudicaban y rendían el baluarte ante ella y sus tropas. La excursión por su campamento que le había concedido al emisario sería suficiente para crear un perfecto efecto desalentador para aquellos estúpidos que aún pretendían plantarle cara a la hija del Señor del Fuego.
Oculto tras su perfecto disfraz de soldado de la Nación del Fuego, Sokka no podía hacer otra cosa que admirar la perfección del plan de Azula. No sólo les había mostrado sutilmente el arsenal del que disponía, haciendo ver a las tropas enemigas que la Nación del Fuego no se había visto mermada durante el asedio, si no que además, sus soldados disponían de los víveres necesarios para su abastecimiento, permitiéndose el lujo de invitar desinteresadamente a uno de sus enemigos a compartir mesa con ellos.
Eso resultaría en un duro golpe a los ánimos de las tropas enemigas, acelerando su ya irremediable rendición ante la Nación del Fuego. Sokka se mordió el labio.
La princesa Azula resultaba una enemigo espantoso y admirable al mismo tiempo. No sólo disponía de talento a la hora de dirigir a sus tropas, si no que sabía como librar una guerra psicológica con su enemigo.
"Derrotar sin luchar siempre fue su especialidad" pensó, recordando lo ocurrido en la ciudad de Ba Sing Se.
-¡Eh tú! Deja de soñar despierto y mueve el culo que hay trabajo que hacer- le gritó uno de sus superiores.
-Ehc ¿yo?- Sokka titubeó, sorprendido. Había vuelto a caer en otra de sus ensoñaciones.
-No, los halcones que tienes al lado, que entienden mi idioma sin problemas- contestó el hombre con sarcasmo. -Hay muchas misivas que enviar, así que ya puedes ir dándote prisa en despacharlas.
Sokka murmuró algo por lo bajo sin que su jefe le oyese, y se puso a hacer su trabajo. Empezaba a pensar que infiltrarse en el ejército de la Nación del Fuego, no iba a resultar como él inicialmente había planeado. Con el puesto que había conseguido sólo podía limitarse a enviar información de tapadillo a su padre y al resto de hombres que aún plantaban cara a las ansias imperialistas de la Nación del Fuego.
Había sido realmente ingenuo cuando pensó que conseguiría información clave de primera mano metiéndose de lleno en las fuerzas militares principales. Tanto Azula como el resto de sus generales eran conscientes de la posibilidad de que hubiese topos, y eran muy cuidadosos en cuanto a sus planes de batalla e invasión. Sokka no podía dejar de reconocer, con mucho enojo por su parte, que se trataba de gente muy curtida en la materia bélica.
Y para colmo de todo, debido al asedio, llevaba semanas sin poder hablar con su contacto de la Orden.
Estaba realmente jodido.
Distraído como estaba en sus reflexiones y lamentaciones personales, no reparó en el hecho de que la mismísima Azula se había personado en su tienda, seguida como siempre por dos de sus agentes Dai Li, a los que mandó esperar fuera.
-Espero por tu bien que no hayas soltado aún a los halcones- dijo ella, dirigiéndose al superior de Sokka.
-Oh no, por supuesto que no Princesa- contestó éste, visiblemente nervioso.
"Mierda" Sokka maldijo para sus adentros. Desde que consiguió meterse en las tropas, nunca había tenido la ocasión de verla tan de cerca. Siempre lo había evitado, en la medida de lo posible. No creía que ella fuese capaz de reconocerle después de tanto tiempo, pero con esa mujer nunca se podía estar seguro...
"Calma" se dijo a sí mismo "nunca se rebajará a dirigirse a un soldado de rango bajo."
-Eh, tú- Azula se acercó hacia donde estaba él, entretenido con unos papeles que ordenaba y desordenaba intentando parecer muy afanado en sus tareas, sin conseguirlo realmente -¿Cuál es el halcón más rápido del que dispones?
Realmente, las leyes del Universo conspiraban contra él.
-Creo... creo que éste, Alteza- dijo él intentando no mirarla a la cara.
-¿Crees?- cuestionó ella, alzando una ceja.
-¡Oh! No, no, estoy totalmente seguro- corrigió enseguida él, carraspeando. Seguramente a estas alturas ella le consideraría un idiota incompetente.
-Eso suena mejor- Azula sonrió ladina, y por primera vez Sokka la miró cara a cara.
No había cambiado mucho desde la última vez que la vio, pensó al mirarla. Seguía teniendo esa belleza que él siempre había considerado exótica, y aparentaba ser mayor de lo que realmente era. Llevaba el pelo parcialmente recogido en una pequeña coleta, el resto cayéndole graciosamente sobre los hombros, liso y brillante.
Y al parecer seguía manteniendo esa costumbre suya de resaltarse los labios con carmín, algo que a Sokka siempre le había parecido curioso cuando eran críos. El joven guerrero tragó saliva; la garganta se le había secado de repente.
-Necesito que esto llegue lo antes posible a la Capital- explicó ella, tendiéndole una carta cuidadosamente cerrada.
Sokka extendió la mano para coger el documento que Azula le entregaba, pero se detuvo ante la pregunta que le formuló:
-¿De dónde eres? Tu rostro me resulta familiar.
Sokka hizo un esfuerzo sobrehumano para conservar su semblante tranquilo frente a la Princesa, ya que la más mínima reacción fuera de tono podría desencadenar una serie de acontecimientos que no serían nada agradables para él.
-De las colonias, Alteza- contestó con un hilo de voz y esquivando la mirada ambarina de ella. Usar ese trato de respeto para con ella le rechinaba bastante, pero no podía hacer otra cosa si quería mantener su mascarada.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí?- Azula le miraba de hito en hito, estudiándole.
-Tres meses y contando, mi Señora- respondió Sokka cogiendo algo más de confianza. Si conseguía salir airoso de ese encuentro podría darse más que por satisfecho. Tragó saliva de nuevo, deseando que Azula centrase su atención en otra cosa que no fuera él.
-¿Cuál es tu nombre?
Sokka recordó la última vez que se había inventado un nombre falso perteneciente a la Nación del Fuego, para poder aprender esgrima del Maestro Piandao. Visto el fracaso estrepitoso que tuvo intentando engañar a su maestro, decidió no arriesgarse con Azula. Ella era mucho más peligrosa después de todo.
-Me llamo Li Shang, Princesa- respondió, recordando el consejo que el mismo Piandao le dio, años atrás. Al parecer, Li era un nombre muy común en la Nación del Fuego y no levantaría sospechas.
Azula entrecerró los ojos, entregándole la carta con un gesto que hasta podría pasar por gentil.
-Cumple con tu cometido entonces, Li.
La manera en la que los labios de ella pronunciaron su falso nombre le hizo estremecerse. Sokka le dedicó una reverencia, y procedió a hacer lo que ella le había mandado. Agradeció el poder darle la espalda, y se permitió suspirar aliviado. Lo que no sabía era que ella había seguido clavándole su mirada hasta que se perdió entre las jaulas...
Dedicado a todas aquellas que me habéis apoyado desde que empecé este alocado proyecto, vosotras sabéis quienes sois. Mención especial merecen Kiwipon, Lady Benko, mi esposa Aryblack, Innera, Celeste, y Adarae. Estaría perdida sin vosotras!
