Bueno, acá les dejo el primer capítulo de mi nuevo fic, que como adelanté antes, se va a centrar en la relación Cyborg-Raven.

Pronto voy a actualizar "Niñeros", y a subir un capítulo extra de "De nuevo en tu mente", pero realmente quería empezar a subir esta historia, antes que la PC volviera de borrármela -.-

Así que espero que les guste, y espero sus comentarios!

Rae.-

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HERMANOS

(Capítulo 1)

- Soldador.

Una mano se extendió, asomándose bajo el enorme auto azul y plateado. Su palma esperaba recibir la herramienta pedida para poder continuar con su tarea, reparando el destruido eje delantero del coche.

Cinderblock se había ensañado esta vez, y el Auto-T había recibido la peor parte. Por alguna razón, su conductor había sido bastante... ineficaz a la hora de esquivar los ataques del enemigo, y como resultado, todo el eje delantero simplemente se desprendió.

- Soldador.

La mano se abrió y cerró un par de veces, indicando dónde debía apoyarse la herramienta.

El grupo se sorprendió al ver el estado de su vehículo. Nunca había quedado tan... hecho pedazos, básicamente. Cyborg había estado realmente distraído, no había duda de ello. Cuando la batalla terminó, él simplemente se quedó maldiciendo y pateando un neumático.

Él nunca pateaba a su bebé.

*flashback*

- ¡Cyborg!

Raven había optado por ir de copiloto mientras Robin se adelantaba en su moto y los otros dos titanes volaban hacia el destino. Pensó que sería mejor, y le ayudaría a ahorrar energías para la pelea.

Mala decisión. Muy mala decisión.

Sus manos ibas sujetándose del tablero, el asiento, la puerta, el techo, lo que sea que le permitiera mantener algo de estabilidad frente a las curvas cerradas y las frenadas estrepitosas de su compañero. Su cerebro estaba alerta y listo para formar un campo de energía cuando el coche se desviara y fuese a incrustarse contra un edificio. Sí, "cuando", porque para Raven, las posibilidades de salir ilesa de ese viaje eran simplemente nulas.

- Déjame conducir.

- Ni hablar, Chica Oscura; ya casi llegamos.

Raven pudo ver a Cinderblock a la distancia, y decidió tele-transportarse hasta allí. La batalla ya había comenzado y a ella le tocó estar detrás del grupo, encargándose de mantener edificios en pie y civiles a salvo.

Por el rabillo del ojo pudo ver al auto-T doblando en una esquina y tomando la avenida donde estaba el equipo, finalmente. Sin embargo, ella no fue la única de divisarlo.

Cinderblock se la agarró contra el vehículo y, por alguna razón, los siempre precisos movimientos de Cyborg eran toscos e improvisados, volviéndolo un blanco fácil. La hechicera formó pequeños campos de protección para el coche con su mano izquierda, mientras la derecha mantenía los pilares de un enorme hotel en posición, evitando un derrumbe.

'Ahorro de energía mi trasero', maldijo por lo bajo.

Cuando el auto finalmente se detuvo -porque ahora carecía de eje delantero- Cyborg bajó empuñando su cañón sónico. No obstante, luego de lanzar un único rayo, Cinderblock se encargó de inutilizar temporalmente su arma.

La pelea seguía, y el equipo se estaba agotando.

- ¡Cyborg! -gritó Robin en cierto punto, mientras esquivaba ataques-. ¡Dime que ya lo reparaste!

- Estoy en eso, ¡estoy en eso! Rayos, ¡no me presiones!

Cyborg intentaba reparar su brazo, pero los gritos de su líder los interrumpían, sin contar que su compañera lo movía de acá para allá telekinéticamente, esquivando ataques enemigos.

- ¡Diablos, Chica Oscura! ¡Quiero mantener el desayuno en mi estómago!

- Pues lo siento, pero no estás prestando atención.

Raven terminó por depositarlo dentro del auto y corrió a ayudar a sus compañeros, aunque ya era tarde: Cinderblock había huido.

Los cuatro titanes caminaron hacia el auto agotados, sólo para ver a Cyborg de pie a un lado, pateando el neumático mientras soltaba algunas maldiciones.

- Viejo, ¿estás... pateando a tu bebé? -Chico Bestia no cabía en su asombro.

- No estoy de humor, Bestia -respondió secamente el mayor.

- ¿Cómo está tu brazo, amigo Cyborg?

- Hmp, lo reparé, pero demasiado tarde.

- Oye, no te culpes. Cinderblock nos tomó con la guardia baja, a todos -el líder se puso al hombro la tarea de levantar los ánimos-. La próxima vez, le patearemos el trasero. Raven -la aludida alzó el rostro mínimamente bajo su capucha-, ¿podrías llevar a Cyborg y el auto a la Torre? No parece que esté en condiciones de andar... ninguno de los dos.

Ella simplemente asintió, pasando junto al petirrojo sin mirarlo, y armó un enorme círculo de energía que absorbió instantáneamente a los dos Titanes y al vehículo.

*end flashback*

- Sol-da-dor.

Los calambres empezaban a hacerse presentes en el brazo que llevaba unos siete minutos extendido. La extremidad volvió a ocultarse bajo el auto, para empujar el cuerpo de su dueña y sacarlo de su escondite.

Raven se deslizó fuera del capó del auto, se levantó del suelo y se quitó la gafas protectoras, para luego limpiarse las manos con un trozo de gastada tela. Volteó a ver a su compañero y se estremeció.

Cyborg estaba de pie, con la batería del auto en una mano y una llave en la otra, mirando la mesa frente a él. Sus movimientos habían quedado suspendidos, su cuerpo en stand-by, su ceño profundamente fruncido y su boca formando una fina línea - tan fina como la que los gruesos labios del joven afroamericano podían formar.

- Cyborg... ¿Cyborg?

El mayor pestañeó un par de veces, el hechizo roto, y giró hacia la ocultista. Ella de pie con su mano en alto, claramente con intención de tocarlo para sacarlo del trance.

- ¿Huh? Hey, um, ¿qué ocurrió con ese eje?

- Ocurrió que necesitaba un soldador.

- ¿Y por qué no lo pediste?

Raven frunció el ceño y se cruzó de brazos.

- Muy bien, ¿qué ocurre?

- ¿Huh?

- No encendiste tu hip-hop ni hablaste de idioteces en los veinte minutos que llevamos aquí. Dejaste que Cinderblock destruyera el auto, y casi te transforma en chatarra y repuestos hace rato -se acercó más, desanudando sus brazos, y cambió el ceño fruncido por una mirada analítica-. Estás muy... distraído.

- Rae-Rae, no sé de qué estás hab-

- Por favor -ella alzó una mano, frenando al titán-, no insultes a mi inteligencia. Algo te ocurre, lo siento. Tu mente está perturbada por algo.

- ¿Cómo lo sabes? -preguntó en un susurro.

- Émpata -explicó sencillamente-. Despides emociones negativas, muchas de ellas. Frustración, confusión, miedo, tristeza. Llevas así desde el mediodía, dándome jaquecas con tu despliegue emocional.

El mayor dejó caer su cabeza hacia adelante con resignación. Sus manos soltaron los olvidados objetos y se empuñaron a ambos lados de su cuerpo.

Luego de despedir un enorme suspiro, se giró con convicción hacia Raven, sosteniendo sus dos pequeñas manos entre las propias.

- Raven, yo... -la miró fijamente a los ojos, provocando que la hechicera tragara duro-. Necesito pedirte algo.

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Los papeles y carpetas formaban rascacielos de proporciones magníficas por todo el lugar. Y allí, entre esa ciudad de papel, el petirrojo se encargaba de llenar un nuevo archivo con los eventos del día.

Llevaba dos horas allí, ¿o tal vez tres? No estaba del todo seguro, pero tampoco le importaba. Era su deber, su obligación, y más allá de eso, la parte obsesiva de su personalidad -que él prefería definir como "meticulosa"- lo obligaba a permanecer en ese cuarto, con apenas la luz de una lámpara sobre el escritorio, revisando historiales y cotejando archivos.

Todo el equipo sabía que él estaba ahí, y se habían resignado al hecho de que no lograrían sacarlo. Robin lo sabía, sabía muy bien que sus amigos estaban preocupados por él y su salud mental. Le insistían con que se lo tomara con calma, que buscara un poco de tiempo para relajarse. Desde aquel episodio de Slade y los químicos que implantó en su sistema nervioso, todos habían quedado seriamente preocupados por él. Raven, especialmente.

Ella había navegado en su mente, un lugar tan oscuro y retorcido que Robin seguía impresionado por el hecho de que ella hubiese logrado salir de ahí sin mayores secuelas. La hechicera siempre había asegurado que su propia mente no era un lugar que otros pudieran ver; pues la mente de Robin era un reflejo de sus obsesiones y oscuridad, y no le habría sorprendido que ella saliese totalmente traumatizada de ahí.

La puerta de la sala de investigaciones de abrió, dejando que la luz del corredor llenara el lugar.

- Diablos, Rob, quedarás ciego si sigues trabajando a oscuras.

Robin no volteó, ni siquiera alzó su birome del papel.

- Hmp, supongo que la baticueva me acostumbró a esto. ¿Qué ocurre, Cy?

- Yo, uh, vine a decirte algo.

- Te escucho.

Mentira. Su mente estaba total y completamente enfocada en la tarea frente a sus ojos. Su cerebro, bien entrenado por Batman, tenía la capacidad de procesar lo que oía y archivarlo en un pequeño rincón de su mente sin desviar su atención de lo que le importaba, para luego recordarlo cuando tuviera tiempo.

- Sé que no es cierto -respondió el mayor con molestia; rayos, lo conocían muy bien-. Como sea, quería avisarte que yo me iré por unos días.

El cerebro de Robin le puso un "alto" repentino a la escritura, mientras una vocesilla en su cabeza le llamaba la atención.

'Oye, niño listo, deberías oír esto. Parece que tu segundo al mando se va'.

Robin finalmente hizo rotar su silla de escritorio, observando a Cyborg por primera vez.

- ¿Eh? ¿Por qué?

- Tengo algunos asuntos que resolver en casa, ya sabes.

- Claro.

No. En realidad no sabía, ni él ni nadie sabía sobre el pasado de Cyborg. Robin había investigado en diversas bases de datos, pero no había información sobre él previa a los dieciséis años. Era como si Cyborg hubiese nacido a esa edad; cosa que, de cierta forma, era verdad.

Lo poco que Cyborg les había contado sobre él era que tuvo un accidente de adolescente -del cual tampoco tenían detalles-, y que lo habían salvado creándole un cuerpo androide.

¿Lugar de nacimiento? ¿Padres? ¿Familia? ¿Historia? ¿Nombre real? Nada. Y aunque una parte de Robin respetaba eso -puesto que entendía mejor que nadie la importancia de la identidad secreta-, su parte de líder estaba desesperado por descubrir cada detalle sobre la vida previa de Cyborg.

- Bien, entonces llama al resto del equipo a la sala. Les avisaremos de tu viaje y hablaremos sobre cómo organizarnos en tu ausencia.

- Genial. Gracias, Rob.

- Ni lo menciones.

El hombre robot desapareció por el corredor al grito de "¡TODOS A LA SALA!", mientras Robin salía del pequeño cuarto.

Cuando finalmente llegó al comedor, el resto de los titanes estaban allí. Chico Bestia se hallaba en el sofá, moviéndose en todas direcciones mientras presionaba fervientemente los botones de su control de consola, pretendiendo superar el récord impuesto por Cyborg en algún videojuego. Starfire estaba de pie en la cocina con un enorme tazón que contenía alguna masa mucosa de un color violáceo, y parecía no estar teniendo mucho éxito al mezclarlo, puesto que a su lado se veían los restos de cinco batidores quebrados.

CRACK.

- Oh, plutsnerg nak -gruñó la tamaraneana.

Y ahí va el sexto batidor.

Robin casi pasa por alto a Raven. Casi.

Por el rabillo de su ojo izquierdo la vio, sentaba en la esquina de la mesa, con un enorme libro frente a sus ojos. No obstante, no parecía estar leyendo. Mientras su mano izquierda mantenía el tomo erguido frente a ella (cosa bastante impresionante, considerando el tamaño y peso del mismo), la derecha estaba sobre la mesa, sus dedos tamborileando en la superficie de madera. Sus ojos viajaban de alguna palabra específica en el texto al gigantesco ventanal en la sala. Subían y bajaban una y otra vez, como si estuviese esperando algo.

O a alguien.

Cuando Cyborg finalmente llegó a la sala, los ojos de Raven se clavaron en él y lo siguieron hasta que pasó el sofá, desconectando la televisión en el proceso.

- ¡Oye, viejo! ¿Por qué hiciste eso?

- Deja de quejarte, Verdesito. ¡Muy bien, equipo! Tengo un anuncio.

- ¿Qué ocurre, amigo Cyborg? -preguntó Starfire mientras se sentaba junto a Chico Bestia.

- Les quería avisar que me iré de la ciudad por unos días, para resolver algunos asuntos personales en casa.

- ¿Qué tipo de asuntos, amigo Cyborg?

- Personales, Star -repitió él, dejando en claro que no daría detalles al respecto.

- Lo que sea que tenga que hacer -acotó Robin, caminando hasta quedar junto a su compañero-, lo importante es que nosotros deberemos ocuparnos de sus tareas; cubrirlo para que él pueda irse y no depender de su ayuda. Bien, yo me encargaré de las comidas y las cámaras de seguridad; Star, tú ayudarás con las reparaciones de la Torre; Chico Bestia, tú harás la limpieza de la cocina cuando sea su turno y verificarás las computadoras periódicamente. Raven, tú te harás cargo del auto-T y la sala médica. Cyborg te enseñó algunas cosas, ¿cierto?

Cyborg se mordió la lengua en ese momento, antes de rascar nerviosamente su nuca.

- Hey, Rob, Rae... de hecho, ella...

- Yo iré con él.

El grupo volteó a ver a la ocultista, ahora de pie tras el sofá.

- ¡¿Qué?! -gritó BB.

Robin se mantuvo en silencio. ¿Raven acompañaría a Cyborg? ¿Por qué no él, o Chico Bestia, o Star? ¿Desde cuándo ellos dos eran tan cercanos?

Es decir, Raven conocería el pasado de Cyborg, después de todo. ¿Qué tan cercanos eran ellos, realmente?

Por un momento, el petirrojo tuvo que detenerse a pensar qué le molestaba más: el hecho de que Raven conocería la historia de Cyborg, o el hecho de que los dos estarían solos, quién sabe dónde o por cuánto tiempo, acercándose más y más.

No. Sacudió levemente su cabeza y volvió a la realidad, encontrándose con toda una escena armada por sus compañeros.

- ¡Amigo Cyborg, yo también deseo acompañarte en tu viaje personal!

- ¡Viejo, soy tu mejor amigo! ¡¿Cómo que ella te acompaña y yo no?!

- No y no. Tengo mis motivos para querer que ella me acompañe, así que ¡aguántense! -sentenció él, haciendo que los dos dejaran de quejarse.

- ¿Y tú qué opinas de ir con él? -Robin miró a Raven, o lo que se suponía que era Raven bajo esa capucha.

- Si no estuviera de acuerdo, no iría. Creo que eso es obvio.

Él simplemente asintió, antes de ver cómo su compañera se tele-transportaba fuera de la sala. Robin escuchó cómo Cyborg advertía sobre un baño de sangre si alguien ponía sus manos -o patas- sobre el auto-T antes de decidir ir a entrenar.

Salió de la sala con la inexorable necesidad de descargarse contra algo, aunque no sabía por qué. Tomó las escaleras e incontables corredores hasta que, al doblar en una esquina, se topó con su compañera gótica, que salía del cuarto con un bolso en las manos.

- ¿Ya se van?

- Cyborg dijo que quería irse pronto; sólo preparo todo.

- Ah...

Un silencio se instauró; pero no era de esos silencios cómodos que compartían hace tiempo, cuando estaban en la azotea o la sala, a solas, luego de tener alguna charla o mientras leían o pensaban su próximo movimiento en el ajedrez. Era más bien un silencio tenso, de esos que te hielan la sangre. Totalmente incómodo, que reflejaba cuán al demonio se había ido la relación entre ambos en esos últimos meses.

- ¿Algo para decir, Robin? -preguntó la hechicera, esperando que su líder hablara o se moviera del medio.

Robin frunció el ceño levemente. Robin. Ya no lo llamaba por su nombre real, por aquel que sólo ella conocía y tenía el privilegio de utilizar. Hace dos meses que no lo llamaba Dick, Richard o Grayson. Sólo era Robin, con ese tono de "relación meramente profesional". ¿Y la amistad? ¿Dónde había quedado esa cercana amistad entre ambos? ¿Cuándo -y por qué- se había roto?

- No, yo... Te estás acercando más a Cyborg; eso es bueno.

- ¿Y me dices eso porque...?

- Por nada; sólo fue un comentario.

- De acuerdo.

- De acuerdo.

- De acuerdo -y con eso, la hechicera se abrió paso por el corredor hacia la sala, mientras el petirrojo retomaba su camino hacia el gimnasio.

Allí, en medio de la sala, lo esperaba un nuevo saco colgando del techo, totalmente inmaculado. Se quitó los guantes y la capa y no demoró en lanzar puños y patadas al inanimado objeto, haciéndolo mecerse de un lado a otro sin piedad. Es estéreo reproducía algo de rock pesado, una pista que él usaba para entrenar, y Robin sabía que el sonido de sus golpes haría eco por todos los corredores de la Torre si no fuese porque el volumen de la música llegó al extremo de hacer vibrar las ventanas con sus bajos.

Luego de casi una hora de golpear y golpear a su pobre víctima, Robin pudo apreciar cómo el cuero comenzaba a rasgarse hasta que una fina lluvia de arena cayó al suelo.

Bufando con pesadez el petirrojo caminó hasta un banco y una vez sentado, se dispuso a beber agua sin ganas.

Últimamente, todo lo hacía sin ganas.

Cualquiera diría que Robin debía estar feliz; era un gran momento en su vida: su equipo estaba trabajando bien, los criminales eran atrapados, la ciudad los amaba, el alcalde les había entregado premios y menciones especiales. Todo era perfecto, todo marchaba como debía. El viaje a Tokio les había sentado de maravilla, en más de un sentido. Había besado a Starfire; un beso de verdad, el primero que ambos compartían por querer hacerlo, y no para transmitirle lenguajes terrícolas a la tamaraneana. Y aunque aún no había iniciado una relación -Robin no era muy bueno a la hora de expresar sentimientos-, le agradaba saber que era correspondido.

Todo iba bien, todo iba más que bien, excepto por un detalle. Y era que aquella relación que supo crear con Raven, esa amistad tan cercana, se había ido al caño en los últimos dos meses. No entendía qué había ocurrido: un día pasaban toda la noche sentados en el sofá hablando sobre los días circenses de Dick Grayson, y al otro no había diálogos entre ambos. Un día le sonreía, le lloraba, se abría a él, y al siguiente ni siquiera le permitía ver su rostro.

Porque si había algo que le molestaba aún más que el hecho de que ya no lo llamara por su nombre, era que llevaba 65 días sin ver su rostro. Sí, los contaba. Desde que volvieron de Tokio, Raven procuró estar siempre con la capucha puesta. ¿Por qué? Robin había logrado que ella tuviera suficiente confianza como para no usar esa molesta capucha frente a él sin importar las circunstancias; mostraba mejor sus emociones, sus debilidades, pero también cuánto confiaba en él. Y ahora, en cambio, tenía que hacer un enorme esfuerzo por recordar detalladamente los rasgos de su pequeño rostro.

'Pero frente a Cyborg no usa la capucha'.

Oh, perfecto. Si algo le faltaba, era que su mente le hablara. Era cierto: frente a Cyborg no usaba su capucha. De hecho, en el garaje ni siquiera usaba la capa, por miedo a arruinarla con aceite.

Había pasado más tiempo del normal en el garaje durante esos dos meses. Esas horas que solía gastar con Robin ahora las pasaba con el hombre metálico o en su cuarto; evitaba la azotea, ver el amanecer o el atardecer con él. Alguna vez, Robin pasó por la puerta de la cochera y pudo jurar que oyó una risilla, esa risilla ahogada que Raven solía guardar para él, pero que ahora recibía Cyborg.

Y aunque él sabía que Cyborg era un gran chico, y confiaba en él (no por nada era su segundo al mando), no podía evitar sentirse... ¿traicionado? No había motivo para sentirse así, pero no lograba encontrar otra palabra. Sentía que Raven lo había cambiado, que había desechado su amistad y había preferido al hombre de metal.

Esa una molestia sentir que, con cada día que pasaba, Robin estaba más y más lejos de recuperar a su Raven.

'¡Woah, woah, woah! ¿Tu Raven?' inquirió la voz en su cabeza.

- Fue un decir; no fastidies -murmuró Robin entre dientes.

- ¿Ahora hablas solo? Estás peor de lo que creí.

Los ojos del petirrojo se ampliaron levemente al sentir la monótona voz de su compañera, que estaba de pie en la entrada del cuarto.

- Supongo que cambié bastante desde la última vez que hablamos -dijo él, esperando que la amatista se sintiera afectada por el hecho de pensar cuánto tiempo había pasado desde su última charla.

- Sí, y no para bien -respondió secamente ella, antes de barrer con su vista el lugar-. ¿Otro saco? Es el octavo este mes, Robin. A este ritmo, no habrá presupuesto para la comida.

Oh, sí. Esos dos meses de frustración habían desatado en Robin un lado más... destructivo, generalmente reservado para sus etapas de obsesión con Slade. Mientras que en los últimos años había roto un promedio de 1 saco cada dos meses, desde que volvieron de Tokio se encargó de "asesinar" 2 sacos... por semana. Es decir, 8 sacos al mes. Es decir, 16 sacos en esos dos meses.

No hay que ser un genio matemático para saber que eso equivale a mucho dinero.

Con un movimiento de muñeca, la hechicera introdujo la arena nuevamente en su contenedor, y luego desató al saco caído para acomodarlo en un rincón con los demás cadáveres, cuidando que la abertura quedara mirando al techo para no volver a volcar su relleno.

- Deja que yo me preocupe por eso.

- Los dos solíamos encargarnos juntos de los presupuestos. Pero ahora tú casi no apareces, y adivina quién debe preocuparse sola por todo eso -Robin la miró con seriedad-. Sólo házmelo fácil y deja de destruir el mobiliario.

Robin volvió a bajar el rostro, rascándose lo ojos con una mano. Sentía una enorme frustración de ver cómo sus conversaciones actuales sólo involucraban reproches y voces frías.

- ¿Qué quieres aquí, Raven?

- Cyborg me envió a buscarte; dice que ya nos vamos.

El petirrojo se puso de pie mientras se colocaba los guantes y salió del lugar, intentando ver el rostro de Raven cuando pasó junto a ella. Desafortunadamente, sólo pudo ver el negro espeso de su capucha y dos ojos cubiertos por una máscara de frialdad. Diablos, en ese momento se sentía capaz de arrancarle su estúpida capa de cuajo, sólo para verle el rostro una vez más.

En algún punto que no supo precisar, ambos acabaron en la sala común. Vio cómo sus compañeros despedían a los dos viajantes, y él se limitó a desearles un buen viaje, sintiéndose enormemente incómodo cuando vio cómo Cyborg tomaba a la gótica por los hombros y le sonreía.

- Muy bien, RaeRae, ¡hora de irnos!

La ocultista envolvió ambos cuerpos en un gigantesco cuervo negro y, luego de un segundo, la sala quedó en silencio y extrañamente vacía.

Robin dio media vuelta en seguida y salió de la sala con dirección al gimnasio, ignorando los llamados de su compañera pelirroja.

Hora de destruir el saco número 17.