Tres años habían pasado. Tres años, y las cosas han cambiado un poco. Su hija ya tiene cinco añitos, el cabello igual de horroroso que el suyo, pero con una intensa tonalidad rojiza. Ella era la versión femenina de su padre. En esos tres años, su hijo ya había nacido. Era el retrato de ella, pero con el cabello pelirrojo. Solo tenía dos añitos, no era consiente de lo que ocurría. Aún.

Porque cuando crezca, tal vez en uno o dos años más, seguro reconocerá que está frente a la tumba de su padre, y no sabía cómo será ese momento.

Rose era grande cuando todo sucedió. Ella sabía lo que pasaba. Ella sabía que su padre, el hombre que la cargaba, que le daba la comida en la boca, que la encaprichaba siempre, que la hacía dormir y la despertaba con el desayuno en la cama… ya no podrá hacer eso nunca más. Ella sabía que su padre estaba muerto. También sabía que lo hizo por ella. Por protegerla y criarla en un mundo mejor. Ella sabía que murió para atrapar a esos hombres que han secuestrado a millones de bebés, y lo hizo para que rosie no creciera con miedo.

Lo hizo para protegerla, y lo irónico es que ella no podría estar más protegida en ningún lugar que no sea entre los brazos de su padre.

No podía creer que él haya muerto sin saber que ella estaba embarazada. Habían estado intentándolo un tiempo, pero no lo lograban. Y cuando por fin ocurrió… él no estaba presente.

Aunque eso no es del todo cierto. Por supuesto que estuvo presente. Podía sentirlo a su lado cuando el test de embarazo dio positivo. Incluso pudo sentirlo presionándola para que hiciera el test mágico, porque no confiaba e la medicina muggle. Obviamente ella obedeció, y sintió su alegría cuando el test mágico también dio positivo.

Muchos la miraban con pena cuando les contaba eso, creían que estaba alucinando o que su cerebro creaba situaciones así para recompensar su dolor. Pero ella siempre fue muy racional. Incluso en momentos así, ella fue racional. Sentía el ambiente, lo sentía claramente. Sabía cuando Ron estaba a su lado.

Sabía que Ron hubiese querido que ella fuera feliz con otro hombre. Sabía que Ron hubiese querido que lo olvidara, lo conocía muy bien como para tener la certeza de eso. Pero ella era feliz así.

Arrastró a sus padres jubilados hasta la madriguera. Se instaló ahí con sus hijos y vivió con Molly, Arthur, su madre y su padre. Eran una familia. Estaba en el hogar de Ron, cada cosa ahí le recordaba a él, y eso le gustaba. Lo sentía aún más presentes, y así sus hijos crecerán conociendo a su padre.

Ella había tomado una decisión, y Ron lo sabía.

Cada vez que un hombre se acercaba a coquetear con ella, sentía sus celos. Los sentía claramente. Era igual que cuando eran adolescentes y Víktor se acercaba a ella. Sonreía triunfante al sentir su presencia y negaba al hombre que se acercaba. Cando ellos se dan por vencidos, sentía la complacencia de Ron. Lo sentía presente siempre.

En el cumpleaños de sus hijos, en su cumpleaños, en su aniversario de primer beso, en su aniversario de primera cita, en su aniversario del día en que le pidió matrimonio, en su aniversario de bodas…

Incluso en el aniversario de su muerte…

No era la única que lo sentía. Cuando ella y sus hijos hacen un picnic en la tumba de Ron, en el jardín de la madriguera, ellos también lo sienten presente. Hugo más que nadie.

Ron era un gran padre. Murió siéndolo. Y un excelente esposo.

Ella dormía en el que fue su cuarto. No había cambiado nada de ese lugar. Los posters de los Chudley Cannons aún la sobresaltan de repente, las paredes anaranjadas siguen haciendo que el lugar parezca un horno y su cama sigue igual de rechinante e incómoda. Pero a ella no le molesta.

Recordaba cuando hacían el amor en esa cama y luego dormía entre sus brazos. Estar ahí era el mejor lugar del mundo. Entre sus brazos.

Lo extrañaba mucho. Extrañaba que le llevara el desayuno a la cama, extrañaba sus cenas sorpresa, su preocupación hacía ella y los niños, sus abrazos, sus labios…

Pero las cosas así estaban bien. No perfectas, pero bien.