Instinto
Resumen
El milagro del amor humano, es que, sobre un instinto muy simple, el deseo, se construyen edificios de los más complejos a los más delicados sentimientos. Frase de André Maurois
Capítulo 1 Castas.
Apenas traspasar la puerta de cristal del hospital Ash siente un dulce aroma. Uno que hace años creyó se había extinto por completo y que sin embargo, ahí estaba, encrespándole los sentidos porque su instinto le dicta salir corriendo en busca del origen de este y saciarse hasta donde pueda, aunque su lógica le grite que solo se trata de un miserable engaño, porque es imposible que uno de ELLOS este vivo, y para su suerte se encuentre precisamente en ese hospital.
Observa a su alrededor, los demás parecen no percibir el veleidoso aroma, es en momentos como ese que da gracias por pertenecer a una de las castas con los sentidos más desarrollados. Un depredador dominante y para rematar la ecuación, un Alfa, un líder nato.
Ash tuerce la boca y piensa de manera agria, que aunque cualquiera de los miserables que pululan por el hospital, llamase paciente o médico, pudieran percibir el aroma que le enciende el pulso, pocos o casi ninguno, incluso podría ir más lejos y meter en el mismo saco a toda la ciudad, podría identificarlo, pero él sí.
Y no le cabía la menor duda de lo que eso representaba era: problemas.
Chasqueo los labios con disgusto antes de con un gesto realmente imperceptible mostrar sus filosos colmillos dejando escapar un gruñido bajo muy típico de los de su especie. Su nariz mucho más sensible que la de cualquiera se arrugo.
—¡Oi! Ash —gritan al final del pasillo y el rubio platinado sin volverse sabe de quién se trata.
El hombre de cabello morado y corte mohicano camina a su encuentro luciendo su tipa ropa de jeans desgastados y ese horrendo chaleco amarillo chillón que Ash detesta en secreto. Por lo regular Shorter es alguien muy animado, pero el día de hoy su mal humor es palpable y parece a punto de estallar, y no puede evitar preguntase ¿Qué? O ¿Quién? Lo ha hecho enfadar, aunque ya se hace una idea del motivo de su mal genio.
Ash saluda escuetamente, eleva las cejas e intenta sonreír lo mejor que pude sin lograr siquiera curvar sus labios hacia arriba, pues el aroma… el bendito aroma parece irse diluyendo, se evapora en el aire y todo su ser ruge dentro de él como animal hambriento, casi puede sentirlo salivar.
Se le agua la boca y la saliva, la de su boca real se escurre por la comisura de sus finos labios sin poder hacer algo por remediarlo. Sus manos se tensan y sus uñas filosas crecen unos milímetros ídem a sus colmillos que cosquillean en la ansiedad de hincarse en carne blanda.
Shorter lo observa y su mal humor desciende significativamente al notar el malestar de su amigo.
—¿Todo bien? —pregunta sabiendo de ante mano por el rostro desencajado del rubio que nada está bien. Porque Ash es de permanecer tranquilo hasta en la situación más desesperada.
Con rapidez Ash lleva su mano derecha a su rostro, se sujeta la cabeza con fuerza en un intento de controlarse. Todo él se estremece ante la urgencia bestial que gana terreno y entonces, para su vergüenza sale disparado por el corredor empujando a cuanto se le atraviesa.
Lo miran como a un demente peligroso, pero eso a Ash lo tiene sin cuidado, el gruñido en su interior es cada vez más fuerte y apremiante.
Sus pupilas se han dilatado, sus facciones se endurecen dejando asomar los nobles rasgos de su casta porque poco a poco está perdiendo el control sobre sí mismo. Su olfato lo guía como si en medio de sus fosas nasales tuvieran una argolla de la que tira con dolorosa fuerza una cuerda invisible. Y maldice la estreches y longitud de los pasillos blancos del nosocomio.
Gruñe desde la base de su garganta con deseo atávico mientras más se aproxima a su objetivo. Puede sentir su proximidad como un sediento puede percibir la frescura de un oasis en medio del desierto. No toca, se limita a patear la puerta fuera de su camino para entrar, sin consideración alguna al consultorio de Yut-Lung Lee, quien se pone de pie del otro lado de su escritorio con el sorpresa dibujada en sus facciones.
El rostro de Ash prácticamente ha perdido sus rasgos humanos dejando al Lince que habita en el tomar el control.
Su respiración agitada aumenta deseando tragar lo más posible del aroma que lo ha arrastrado hasta ahí y sus pupilas se estrechan como cualquier felino cuando tiene en la mira a su presa. Se relame los labios con descaro y lujuria, porque en esos momentos Aslan Jade Callenreese se ha desvanecido para dar paso a Lynx.
—¿En dónde está? —pregunta en un lenguaje atrofiado por la voz ronca y los gruñidos felinos que emanan de su boca.
—Tendrás que ser más específico Callenreese, de otra manera… —dice Yut-Lung con sonrisa solaz y adornando sus palabras con movimientos de sus delicadas manos.
Ash completamente fuera de sí, toma de la bata al médico para de un movimiento rápido estamparlo contra el escritorio con fuerza brutal. Un movimiento que hace jadear al galeno.
—A mí no me engañas, puedo olerlo —acota con firmeza y sus ojos centellan. —Y si no me lo entregas, voy a destrozar este lugar hasta encontrarlo —amenaza haciendo crecer sus uñas hasta que estas rasgan la delicada piel blanca del Lee.
Yut-Lung ha quedado mudo ante el arrebato bestial de Lynx, había escuchado historias, muchas referencias al descontrol que sufrían los depredadores al ser expuestos a ESA fragancia, pero… ¡Dioses! Nunca pensó que los altera a ese grado, cuanto menos al siempre hermético, frio y táctico Ash Lynx.
Lee conocía desde hacía años a Ash, un hombre de sonrisa fácil, aunque claramente falsa, de modales medidos y de carácter pragmático sin embargo, a quien tenía delante distaba mucho de la descripción antes mencionada.
Y había bastado tan poco para alterarlo de aquella manera. Porque estaba casi complemente seguro que la fragancia era apenas un 0.001% del aire que respiraban.
—Solo contéstame una cosa —se atrevió a decir Yut-Lung en apenas un susurro. —¿Desde qué distancia lo oliste?
—Lo percibí desde el mismo momento en que puse un pie dentro del edificio —bufo Ash rechinando los dientes y abriendo las aletas nasales. —Ahora… ¿En dónde está?
Yut-Lung apunto con la mirada a la puerta subsecuente, y Ash pareció dudar, aun así soltó al galeno y se lanzó contra la perilla para abrir la puerta de golpe. Como un hombre que se ahoga y saca la cabeza para tomar aire con desesperación.
Justo en medio de la sala de intervención quirúrgica se encuentra eso que los últimos minutos lo ha vuelto loco, sus pulmones se hinchan tragando con ansiedad y desesperación. Se acerca paso medido sin retirar la vista de su objetivo y sin medir consecuencias está listo para dejar libre a su instinto que le pide enterrar sus garras en la piel blanca, bañar su boca con el sabor de su sangre y carne.
Quiere destrozarlo entre sus colmillos hasta saciarse, sentir su alma y su esencia misma sobre su paladar mientras su piel se empapa de algo aún más delicioso que su sudor. Y sin embargo a escasos centímetros se detiene, parpadea un poco y recobra parte de su compostura ante la imagen que contempla.
El muchacho frente a él luce tan jodidamente hermoso y frágil que de alguna manera logra descontrolarlo. Su parte animal grita por ser saciada, aruña con fiereza mientras que su razón parece dudosa de siquiera ser merecedor de contemplar aquel espectáculo.
Fina piel nacarada por la transpiración brilla cual seda más exquisita, cabellos negros como ébano se esparcen sobre las sábanas blancas de la mesa de operaciones y rasgos finos como la escultura más hermosa se mantienen ecuánimes bajo el embrujo de Morfeo. Pero lo sabe, Ash sabe que animal se esconde bajo tan delicioso disfraz y no puede menos que ronronear ante la expectativa de que lo elija entregarse a él por convicción.
—Puede ser el último de su especie. Ash… —murmura Yut-Lung acercándose cautelosamente por detrás a Callenreese. —No soy el indicado para protegerlo, ni quiero hacerlo, en cambio tu…
Ash da la vuelta, regresa sobre sus pasos al despacho de Lee sin querer creer que el médico le está proponiendo convertirse en el custodio de ese muchacho cuando a todas luces él fue el primero en olerlo y desear saltarle encima para devorarlo de una y mil maneras.
—¿Le estas pidiendo a un león que cuide a una oveja? —cuestiona Ash con sarcasmo marcado y un tanto mareado por las emociones desbordantes que acaba de suprimir. Se sostiene del respaldo para centrarse. Recomponer su postura y volver a ser él.
—No, —corrige el médico. —Le estoy suplicando a un Lince que cuide del último Conejo fértil del mundo.
Ash gruño dejando ver sus colmillos afilados y su mirada lacerante.
Hacia milenios los animales vivían regidos por sus instintos, sin embargo, la evolución termino por convertirlos en lo que son ahora. Seres que caminan en dos pies… criaturas que esconden bajo un disfraz humanoide su verdadero ser. ¿Por qué? Porque es más fácil relacionarse cuando ignoras si tienes delante a una presa o aun depredador.
Ha funcionado, ahora habitan en grandes orbes, tienen empleos y se ganan la vida dependiendo a su esfuerzo y habilidades. Empero, no por ello las castas han dejado de importar.
Hay especies que siempre tendrán mayor estatus debido a su rareza, como por ejemplo la de Ash Callenreese quien pertenece al clan de Linces de New York. O Yut-Lung Lee quien es descendiente de una de las últimas serpientes gigantes de Asia. También están las especies que ya se han extinto debido a su fragilidad, como el cerdito miniatura, las ovejas Hampsshir, y por supuesto la raza de conejos como el que se encuentra inconsciente a una puerta de distancia.
Los conejos Jersey Wooly se distinguían por ser pequeños de cabeza audaz y piel de lana, además de su naturaleza dócil y gentil. Caber mencionar que esta última fue su desgracia pues más de uno se aprovechó de ella y terminaron por desaparecer, o eso creyó Ash.
Y aunque los instintos de caza estaban siendo reprimidos hasta casi desaparecer, eso no quería decir que en circunstancias específicas, como el ser bombardeado con el aroma de uno de los eres más exquisitos sobre el planeta, no pueda despertarlos de golpe como le había ocurrido y entonces solo Dios sabría en que terminaría todo.
—Es una tontería… No puede ser real… —murmura Ash tapándose la boca y la nariz se deja caer en el sillón para pacientes del consultorio y menea la cabeza con fuerza, como si esa acción alejara toda la bruma que le nubla el razonamiento.
—Ash. He hecho todo lo que está en mis manos, yo y otros tres amigos lo hemos mantenido oculto, pero… como puedes ver su olor cada vez es más fuerte y pronto.
—Pronto tendrás a media ciudad buscándolo —exclama Ash levantándose de golpe para comenzar a caminar en círculos como fiera enjaulada.
—No si antes de eso puedo encontrarle pareja —taja Yut-Lung convencido de que esta en lo correcto.
—Estás loco. ¡Los Jersey Wooly están extintos! ¡Extintos!
—¿Pues entonces que hace uno en mi cama de operaciones? —ataca el chino con la esperanza de acortar tanta negación.
—Ok. Hay uno ahí… pero es el último. No hay ninguno de su especia para que puedan procrear… y aunque así fuera, tuvieron su final porque eran débiles y el sabor de su carne es exquisito. No va a durar, algún ricachón te paragua una obscena cantidad de dinero y podrás poner tu hospital como tanto has deseado. Nos olvidaremos de este asunto como si eso que está ahí nunca se hubiera cruzado en nuestras vidas.
—Ash… no estoy proponiendo que tenga una pareja de su misma especie. Lo que busco es que su pareja le seda su aroma y casta. De esa manera podría en teoría pasar desapercibido para los demás.
—Estas loco.
—No. No del todo… Te estoy ofreciendo algo, la decisión de tomarlo es tuya.
Ash apretó los labios hasta casi hacerlos desaparecer, luego peino su dorado cabello hacia tras y giro la vista hacia el pequeño conejo que dormitaba sin saber nada de lo que estaba pasando.
—¿Tiene nombre? —pregunto el ojiverde.
—Eiji Okumura.
¿Fin?
