1
"Los planes del Señor de las Tinieblas"
Amanecía un nuevo día en el valle de Godric Gryffindor.
Hacía una mañana soleada, cosa que se agradecía mucho ya que sus habitantes habían tenido que soportar unas temperaturas muy bajas en los últimos días, debido al mes en que se encontraban... octubre...
Pues la verdad era que esta preciosa mañana no dejaba ver los terribles acontecimientos que más tarde sucederían en aquel lugar.
En uno de los rincones del bello Valle de Godric había sido construida una agradable casita, compuesta por dos pisos y un hermoso jardín, muy parecida a lo que podría llamarse una mansión, pero sin llegar a serlo.
En aquel lugar vivía un matrimonio con su hijo pequeño, de tan solo un año. Y Cómo la mayoría de los habitantes de este Valle, eran una familia de magos.
El marido, James Potter, era un importante funcionario del Ministerio de Magia, concretamente trabajaba en el departamento de deportes y juegos mágicos, mientras que su mujer, Lilian, se encargaba de escribir comentarios sobre temas de actualidad, es decir, como pequeñas columnas, para el diario "El Profeta".
Pero lo que sus vecinos no sabían era que ambos pertenecían a una organización secreta, la más importante, que se dedicaba a luchar contra el señor Tenebroso, Lord Voldemort, el mago más oscuro de todos los tiempos. Esta organización era conocida como "La Orden del Fénix" y estaba capitaneada por el hombre más sabio y al cual Voldemort más temía, el director de la escuela Howgarts de Magia y Hechicería, Albus Dumbledore.
Hacía ya más de dos años que se habían casado y exactamente había pasado un año y tres meses desde que naciera su hijo más pequeño, Harry. Un niño que, como todos decían, era exactamente igual que su padre, cosa de la que James se sentía plenamente orgulloso, todo igual, el mismo pelo negro y alborotado, la misma nariz recta y achatada, los mismos labios finos y alargados... excepto los ojos... unos ojos grandes e impresionantemente verdes, como los de su madre.
Sábado por la mañana, día de fiesta pensaréis vosotros, ¿verdad, bueno pues exactamente no es así. Desde la subida al poder de Lord Voldemort, hacía más de 3 años, la gente había tenido que trabajar muy duramente a lo largo de ese tiempo, días de semana, incluyendo sábados y domingos, con cancelación de los partidos de Quidditch, reunión de los miembros de los ministerios de magia de todo el mundo, captura de mortífagos y puesta en marcha de planes contra los ataques del Señor Tenebroso... Si... así vivían los habitantes de toda Inglaterra.
En estos momentos se encontraban en el instante de mayor apogeo de las fuerzas oscuras. Voldemort había conseguido reclutar a muchísima gente y convertirlos en mortífagos. Y aunque la Orden del fénix consiguiese también encarcelar a muchos de ellos, de poco les iba a servir, pues las criaturas que custodiaban la prisión mágica de Azkaban, los Dementores, eran muy poco leales y pasarían a manos de Voldemort en cualquier momento.
La situación se veía muy poco favorable para los seguidores de Albus Dumbledore, y en cierto sentido también para muchos muggles. Desde que Voldemort subió al poder no hizo más que torturar y matar a miles de ellos. Esto también había supuesto una gran alarma mundial, no sólo en el mundo de la magia si no también en su mundo.
Tan sólo quedaba ya una esperanza para ellos, una esperanza que sólo conocían varias personas, incluyendo entre ellas al Señor Tenebroso.
Por ello, nuestros protagonistas, Lily y James, habían tenido más cuidado que nunca. Sabían que Lord Voldemort iría a por ellos, y no les había quedado otra que el encantamiento fidelio, propuesto por el mismo Dumbledore.
Ahora ellos vivían más bien escondidos, sin poder salir a la calle, por miedo, sólo podían aparecerse en los cuarteles de la orden del fénix y en su casa. Sólo podían visitarles los que sabían del encantamiento, aquellos más allegados, Albus Dumbledore y el propio Guardián secreto de los Potter y padrino de Harry, Sirius Black.
El encantamiento había sido realizado solo unos días antes, cuando se descubrió la profecía, aquella profecía que decía cómo podrían derrotar al Señor Tenebroso y hacerlo desaparecer para siempre. Por ello, los Potter habían sido muy cautelosos.
Nadie podía verles, y sabían que su guardián secreto nunca les traicionaría. Estaban a salvo por el momento, pero, encerrados. Así era como ellos se sentían, sin libertad para hacer nada, y deseando que la pesadilla acabara.
Esa era una de la tantas mañanas en que la familia pasaba todo el rato en su casa, esperando noticias, consultando los periódicos, la radio mágica o la televisión de los muggles. Pero nada, seguía sin haber noticias, y es que ya hacía más de tres días que no sabían nada ni de Albus ni de Sirius. Ahora ni siquiera podrían utilizar la red flu o el correo a través de lechuzas, pues todo estaba vigilado, y si daban un paso en falso, serían descubiertos.
En el comedor de la casa de la pareja se respiraba un ambiente de tensión e inquietud. Ambos, Lily y James estaban realmente preocupados.
-Nada, ni una noticia- se quejaba James muy molesto, aunque a la vez preocupado- ¿hasta cuando piensan dejarnos así?.
-Tranquilo, cariño, ya sabíamos que esto pasaría, estamos incomunicados, ¿lo recuerdas?- susurró Lily posando una mano con dulzura sobre el hombro de su marido.
-Si, pero es que tardan demasiado, Lily, ni Sirius ni Dumbledore han venido estos días.
-Ya sabes perfectamente que Dumbledore es un hombre muy ocupado, si no ha venido debe de haber una razón para ello, y en cuanto a Sirius... no se, tal vez se esconda, recuerda lo temeroso que está de que Voldemort pueda llegar a encontrarnos.
-No, conozco demasiado a Sirius, él no es de los que se esconden, pero... ¿y si le ha pasado algo, ¿Y si Voldemort ha ido tras él, no me perdonaría nunca que mi mejor amigo muriese por mi culpa- exclamó James cabizbajo.
Lily se colocó enfrente de él y le abrazó con ternura.
-Es un hombre muy valiente, James, seguro que estará bien.
-Ojalá tengas razón, pero no me quedaré tranquilo hasta no saber de ellos- exclamó James decidido- me apareceré en el ministerio.
-¡No, ¡James no puedes aparecerte en el ministerio, ya sabes lo que nos dijo Dumbledore, tenemos que cuidar de Harry- exclamó Lily furiosa.
-¡¿Es que no te das cuenta, Lily, no estamos haciendo nada en absoluto quedándonos aquí de brazos cruzados, puede que incluso mucha gente haya muerto por causa nuestra.
-Entonces no hagas que el sacrificio de esa gente sea en vano- susurró Lily cogiendo a James del brazo- si sales ahora te pondrás en peligro, a ti, a mi y a Harry, se que es difícil esperar pero, por favor, no me dejes sola... no nos dejes solos a los dos.
Una lágrima bajó lentamente por la mejilla de la joven.
-Perdóname- susurró James abrazando con fuerza a su mujer- ya me conoces, a veces soy muy impulsivo y digo las cosas sin pensar, lo siento.
-No pasa nada, yo también me siento muchas veces así, pero se que te tengo a mi lado, si estoy contigo me siento más tranquila- sollozó Lily mirándole con ternura.
-No se que sería de mi si Harry y tu no estuvieseis a mi lado.
-Probablemente tu y tu amigo Sirius ya hubierais fundado vuestro propio ejército de merodeadores.
Este último comentario de la joven hizo soltar una risa divertida y posterior sonrisa en el rostro de su marido.
-Te quiero, Señora Potter- susurró éste contemplando con dulzura los bellos ojos de su mujer.
-Yo también.
.-.-.-.-.-.-.-.
Una sombra se movía por los pasillos de un lúgubre cuartel, situado bajo tierra, muy lejos de donde se encontraban ahora los Potter. La sombra se movía rápido y con movimientos torpes, deseosa por llegar y descansar de tan largo viaje sentado sobre una silla en la última habitación, el despacho de su señor.
Reconocía que todavía sentía un poco de miedo e inseguridad al estar allí, sobre todo ante el mismísimo Lord, aunque debía mantenerse firme, pues éste podía adivinar perfectamente sus pensamientos y emociones.
Un par de mortífagos pasaron por su lado, mirándole descaradamente y burlándose acerca de algo que llevaba en su ropa. No era muy popular, eso debía reconocerlo.
Y allí estaba... finalmente enfrente de la puerta del despacho, después de haber andado tantos kilómetros para estar allí, y deseoso, más bien nervioso, por lo que su señor iba a decirle. No se acordaba de haber metido la pata con nada, ningún ataque... nada, así que algo malo no podía ser, pero... ¿y si le encargaba alguna misión peligrosa, no, no, no podía ser aquello, pues nunca había sido su fuerte y aún mucho menos le gustaba tener que encargarse de algo sólo, eso su señor ya lo sabía.
Tocó dos veces a la puerta y esperó hasta que oyó un "adelante" murmurado por la voz fría de su señor al otro lado de la puerta. Posó temblando una mano sobre el pomo y abrió.
Lord Voldemort se encontraba agazapado sobre el escritorio, inmerso en la lectura de un idioma, imposible de pronunciar según le parecía a él, y examinando la superficie de un mapa con sus ojos color rojo sangre y con una mueca despreciable de avaricia dibujada en su rostro.
Cuando su vasallo entró por la puerta, el Señor oscuro levantó la vista despreocupadamente del mapa para prestarle atención excepcionalmente a él.
-Ah! Colagusano, ¡cómo me alegro de verte!- exclamó con un tono muy diferente a como lo recordaba, de la más absoluta alegría, eufórico, es más, nunca lo había visto de tan buen humor- ven acércate, quiero que examines la superficie de este mapa.
Peter se acercó temeroso ante la euforia de su señor y con las piernas temblando ligeramente. Por un momento sus pies no parecieron responderle, pasaba algo muy raro ahí, podía intuirlo, tal vez si que hubiera hecho algo malo y toda esa alegría de su señor fuese fingida, para luego someterle a la más horrible de las torturas.
-Vamos, no te quedes ahí parado, pasa- dijo Voldemort- tengo grandes noticias para ti- al decir esto último observó cómo un brillo diferente se dibujaba en los perversos ojos de su amo.
Colagusano se acercó un poco, guardando las distancias, y se inclinó ligeramente sobre el mapa que le mostraba Voldemort.
En él podía verse una serie de cruces rodeando varios países, unas de color rojo y otras, más escasas, en azul. Entre los países que se encontraban señalados por una cruz azul se encontraban: Inglaterra, Noruega, Finlandia, Suecia, Canadá, España, Bélgica y Portugal. Las rojas ocupaban prácticamente toda la superficie de América, excepto algunos estados, y en Europa los países de: Francia, Italia, Marruecos, Turquía, Austria, Polonia, Bulgaria y Alemania.
-¿Sabes qué son estás cruces, Colagusano?- le preguntó Voldemort extasiado.
-No... no lo sé, señor.
-Estas cruces, son la mayor muestra de nuestro inmenso poder frente a los inútiles defensores de los sangre-sucia- explicó Voldemort.
Por un momento, Peter se quedó pensativo, no tenía ni idea de a qué se refería (N/A--- para que veáis hasta donde llega su gran inteligencia ùú).
-Te lo explicaré de otra manera para que la pequeña proporción que es tu cerebro no tenga que molestarse en ello- dijo Voldemort con el máximo desprecio sentándose de nuevo en su escritorio- Esas cruces- señaló el mapa- señalan los territorios que hemos logrado poner de nuestra parte en la guerra que pronto comenzará, gente inteligente, sin duda, que ha decidido ponerse de nuestro lado.
Peter volvió a mirar el mapa. Sin duda la proporción de países en el bando del señor oscuro era considerable, muy difícil de conseguir en tan sólo unos meses. Ciertamente el poder de su maestro era inmenso. Pero y esas otra cruces...
-¿Qué... qué me dice de esas cruces azules, mi señor, ¿Qué representan?- preguntó.
Voldemort dio un suspiro muy prolongado.
-Estas cruces, mucho más insignificantes, muestran la cantidad de países que se han puesto del lado de los amigos de muggles, es decir, nuestros enemigos- Voldemort soltó una risita- casi no tendríamos por qué tenerlo en cuenta, se pueden contar incluso con las dos manos, no son unos dignos contrincantes a mi parecer.
Voldemort parecía incluso algo decepcionado.
-Pero bueno, supongo que querrás saber la razón por la que te he llamado- dijo al fin.
Colagusano dudó un poco, incluso estuvo a punto de decir "no", pero sabía que eso enfadaría a su señor. De lo único que tenía ganas era de salir pronto de allí, libre de misión alguna y sin ningún tipo de preocupación. Cosa que al lado del señor Tenebroso era improbable, por no decir imposible.
De repente Voldemort soltó una carcajada fría y burlona.
-¿No me digas que tienes miedo de lo que voy a decirte?- soltó de forma arrogante.
¡Mierda, ¡es que había olvidado que nunca se le pueden ocultar cosas a Lord Voldemort, ¡que para él le era muy fácil leer la mente de la otra persona!.
-¡No... no, mi señor!- exclamó rápidamente acercándose hacia él y arrodillándose a sus pies- ¡estoy ansioso, completamente dispuesto a realizar todo lo que su señoría ordene, ¡todo!.
Voldemort se levantó de su asiento y bajó la cabeza para mirarle, Peter hizo lo mismo para no tener que encontrarse con aquellos ojos fríos y crueles.
-No mientas, sé perfectamente que te asusta lo que vaya a decir, deberías saberlo ya, Colagusano, nadie puede mentir a Lord Voldemort- volvió a levantar la mirada y se apartó de su vasallo pasando al lado de su escritorio y se situó de cara a la puerta- pero no te preocupes, esta misión es sencilla, incluso para alguien como tú- espetó.
Peter se levantó del suelo extrañado y mirando fijamente a su maestro.
-¿De... de qué se trata entonces?- preguntó.
Voldemort se dio la vuelta y lo miró con una sonrisa despreciable en su rostro.
-Como bien sabes, desde hace mucho tiempo voy detrás de los Potter.
-Sí, maestro.
-Esa pareja no ha hecho mas que enturbiar todos mis planes, eligieron el bando equivocado, sin duda, y ya estoy cansado de sus continuas intervenciones- exclamó apretando el puño- además poseen algo muy importante- prosiguió- tenemos todas las posibilidades de ganar esta guerra, según muestra ese mapa, y ese algo puede poner en peligro seriamente mi existencia y la de todos los mortífagos.
-¿Qué es, maestro?.
Como única respuesta, Voldemort se dirigió con paso firme hacia su armario, abrió una caja fuerte que se encontraba en su interior y sacó de ella un objeto de plata, parecido a un caldero, que desprendía una luz radiante de color dorado y en cuyo interior podía verse una enorme capa de humo. Un pensadero.
Voldemort cogió su varita, la agitó por encima de la superficie humeante y, al instante, una imagen algo borrosa apareció en el aire. En ella podía verse a una mujer, con los cabellos revueltos y unas enormes gafas que aumentaban considerablemente el tamaño de sus ojos. Pero había algo raro en ella, estaba tiesa como un palo y su mirada se encontraba fija en un punto, como si estuviera en trance. De repente la mujer comenzó a pronunciar unas palabras con una voz profunda y pausada:
- EL ÚNICO CON EL PODER PARA VENCER AL SEÑOR DE LAS TINIEBLAS SE ACERCA... NACIDO DE AQUELLOS QUE LO HAN DESAFIADO EN TRES OCASIONES, NACIDO CUANDO EL SÉPTIMO MES MUERE...
Colagusano no pudo escuchar la siguiente parte, ya que la imagen se veía algo distorsionada y por un instante se paró. Se rascó un oído, queriendo distinguir algo, aunque sin conseguirlo, entonces de repente la imagen volvió y la mujer continuó hablando:
- Y ALGUNO DEBERÁ MORIR A MANOS DEL OTRO PUES NINGUNO PUEDE VIVIR MIENTRAS EL OTRO SOBREVIVA... EL ÚNICO CON EL PODER DE VENCER AL SEÑOR DE LAS TINIEBLAS SE ACERCA, NACERÁ CUANDO EL SÉPTIMO MES MUERE...
Después de pronunciar las últimas palabras, la mujer se desmayó sobre la mesa en la que estaba sentada y una silueta se le acercó y la zarandeó un poco para que despertase. Podía distinguir perfectamente a esa persona, demasiadas veces en su vida lo había visto, era Albus Dumbledore.
Voldemort volvió a agitar la varita y la imagen desapareció.
Volvió a poner el pensadero en la caja fuerte y la selló pronunciando unas palabras en una lengua extraña. Colagusano sabía perfectamente de que lengua se trataba aunque no podía entender que significaban las palabras. Sólo su maestro lo sabía, pues sólo él podía hablar Pársel, la lengua de las serpientes.
- Y bien, Colagusano- comenzó Voldemort- ¿qué te parece?.
La verdad era que Peter no había entendido absolutamente nada de lo que hablaba la mujer, ¿el único con el poder de vencer al señor de las tinieblas, ¿a quién se refería?.
- Entiendo que estés confuso, Colagusano, es normal- dijo Voldemort situándose frente a él- yo también lo estuve cuando la escuché por primera vez. Estaba sentado en este mismo despacho, furioso por el desastre de nuestra última salida, aquella vez en que nos atacaron un grupo de miembros de la orden, capitaneado por James Potter y su mujer. Nos derrotaron y varios de nuestros mejores mortífagos fueron capturados. Entonces uno de tus compañeros, el cual había presenciado todo lo que acabas de ver, vino inmediatamente a contármelo. Lógicamente, al ser partícipe de este gran descubrimiento, recibirá los mayores honores cuando tu misión acabe, si es que –dudo por un momento, mirando a Peter con una mezcla de duda y recelo- lograses cumplir lo que te ordeno.
-¡Mi señor!- exclamó Colagusano arrodillándose a sus pies- yo jamás os defraudaría, ¡os lo juro, maestro!.
-Más te vale, Colagusano- el Señor Oscuro apartó a Peter con desprecio y volvió a sentarse en su escritorio- En fin –añadió cruzando las manos- Han pasado dos años desde que la escuché y durante todo este tiempo he estado intentando averiguar a quién se refería en realidad, ¿Quién era la persona que pondría en peligro seriamente mi existencia?. ¿Tienes alguna idea de quién, Colagusano?.
-No... no, mi señor- dijo temeroso.
Voldemort dibujó una pequeña sonrisa en su rostro.
- Yo lo comprendí hace tan sólo unas semanas, en realidad es muy simple, sin duda tu conocerás a la persona de la que habla esa mujer.
-¿Yo, mi señor?.
-Si, tú mejor que nadie- afirmó- pero mejor hablemos claro para que entiendas, la persona de la que hablan es ni mas ni menos que el adorado hijo de tu amiguito James Potter.
Colagusano no podía creer estas últimas palabras, era imposible, no podía ser, ¿Harry, pero si apenas contaba un año. No, sin duda la profecía tenía que hablar de una persona adulta, su maestro se estaba volviendo loco, tenía que ser eso.
-¿Loco?- Voldemort comenzó a reír a carcajadas- sólo piensalo detenidamente, Colagusano, ¿En qué mes nació el pequeño Harry, ¿Acaso Lily y James Potter no han sido en tres ocasiones los capitanes de las partidas de la Orden causándome las más humillantes derrotas?. Y sin duda esta profecía habla de alguien que está a punto de nacer, pues yo la escuché en el mes de noviembre, ¿Cuanto meses crees que pasaron hasta Julio, yo te responderé a eso, nueve meses, Peter.
No, no podía ser... era imposible... pero sin embargo...
-Pero sólo es un niño, mi señor, no podría haceros nada aunque quisiera.
-Ese niño crecerá, Colagusano, se hará mayor, se entrenará para ser más fuerte y me desafiará, ¿todavía crees que es imposible?.
Se quedó callado, sin embargo debía reconocer que las cosas encajaban perfectamente, no quedaba duda.
-Y... y bueno, ¿que tiene que ver todo esto con lo que me tiene que decir, mi señor?- preguntó al final.
-Pues verás, es muy sencillo, Peter- prosiguió- quiero que me entregues al hijo de los Potter.
-¡Pero mi señor, no puedo hacerlo, no se ni siquiera donde está esa familia, no tengo contacto con ellos, ¿cómo haré para encontrarles?.
-Mis últimas investigaciones me han informado de que los Potter se encuentran bajo la protección del encantamiento Fidelio, iniciado por el propio Dumbledore, así que no tendríamos manera de encontrarles, salvo... que capturásemos a su guardián secreto. ¿A que no adivinas quién es ese guardián?. A ver.. pensemos...¿Cual es la persona en la que James pondría toda su confianza, su mejor amigo?.
-¿Si.. Sirius Black?- preguntó temeroso.
-Exacto, Colagusano, ¡Exacto!- dijo Voldemort eufórico- vaya, debo reconocer que no eres tan idiota como pareces, empiezo a pensar que esta misión te viene al dedillo. Eres igual de rastrero y traicionero que todos los demás.
Voldemort se levantó y se acercó a Peter.
-En fin - prosiguió- he puesto a varios hombres para que vayan en busca de Black, pero es muy escurridizo, y según parece también se encuentra protegido por algún tipo de hechizo diseñado por Dumbledore. Así que no te queda otro remedio, Colagusano, tendremos que hacerte guardián secreto de los Potter.
-¡¿Guardián secreto!- exclamó Peter sorprendido- ¿cómo?.
- Esta tarde he enviado a mis mejores hombres para que ataquen a Black, sin duda lo dejaran muy debilitado, casi sin fuerzas para levantarse, entonces entras en escena tú, Colagusano.
-¿Qué tengo que hacer, maestro?- preguntó el vasallo emocionado.
-Persuadirás a Sirius, le convencerás de que lo mejor es que deje de ser guardián secreto de los Potter y de que tu ocuparás su lugar.
Peter parecía muy poco convencido con esa respuesta, ¿persuadir a Sirius, eso era casi tan difícil como enfrentarse a su maestro.
-No te preocupes, Colagusano- dijo Voldemort leyendo sus pensamientos- yo estaré contigo en todo momento, lo harás bien, te diré paso a paso todo lo que tienes que hacer. No puedo arriesgarme a que metas la pata y todo se arruine.
Colagusano se emocionó. Su Señor iba a acompañarlo en una de las misiones, era el mayor honor que cualquier mortífago podría recibir.
-A sus órdenes, maestro, haré todo lo que usted me pida, le prometo que pronto le entregaré a los Potter- dijo arrodillándose a sus pies emocionado.
-Bien, Colagusano, ahora ponte en marcha enseguida, tenemos que mandar a la cuadrilla de mortífagos ya mismo- exclamó Voldemort eufórico- sal de mi despacho y habla con Malfoy. Dile que reúna a todos los mortífagos y vengan a mi despacho enseguida.
-Así lo haré maestro- dijo Colagusano levantándose del suelo y dirigiéndose a la puerta, pero antes recordó algo y se volvió dubitativo hacia Voldemort- ¿Mi señor?- preguntó.
-¿Si, Colagusano?.
-¿Puedo preguntar quién fue el mortífago que escuchó esa profecía?.
Lord Voldemort sonrió malicioso y contestó:
-Eso es algo que conocerás en su momento, tú dedícate a cumplir tu misión.
-Si, si.. mi señor- tartamudeó Colagusano antes de hacer una reverencia y salir por la puerta, nervioso pero a la misma vez extasiado por cumplir su nueva misión.
.-.-.-.-.-.-.-.-.
Caminaba sólo por las calles de Londres. Con apremio por el encargo que debía realizar, ya que no sabía si esos dos locos iban a arreglárselas solos sin él. Era de madrugada y hacía mucho frío.
Se tapó un poco el cuello con su vieja capa de viaje y se colocó bien bajo la capa de invisibilidad.
Dobló una esquina, anduvo unos pasos y se metió dentro de una estrecha cabina. Al cerrar la puerta descolgó el auricular, y esperó mientras acababa la musiquita de fondo.
Una voz soñolienta le contestó al otro lado del teléfono.
-¿Diga?.
Evitando toser más de la cuenta, debido al intenso frío que momentos antes había penetrado por su garganta, el individuo dijo su nombre.
-Gracias y Bienvenido al ministerio de magia, señor.
Recibió a cambio una tarjeta con su nombre, que se encargó de pasar en una ranura y a continuación tecleó el numero 10.
La cabina bajó ruidosamente hasta llevarlo al piso diez, una vez allí, el individuo anduvo por varios pasillos. Se sabía ya de memoria el camino que debía recorrer, lo había hecho tantas veces que hasta un ciego lo sabría.
Finalmente, y después de recorrer una infinidad de pasillos, llegó a un oscuro cuarto circular, rodeado de puertas. Sabía cuál de ellas tenía que escoger, así que se aproximó a su derecha y la abrió.
De golpe, un fugaz resplandor le iluminó la cara. Levantó una mano hasta que consiguió acostumbrarse a ella, ya que por muy preparado que estuviese aquello siempre le pillaba desprevenido.
La sala en la que había entrado estaba decorada por miles de relojes, de todos lo tipos y tamaños, algunos incluso parados, con lo que un implacable y molesto tic-tac llenaba el lugar. Observó la campana de cristal colocada en el extremo más alejado del cuarto, causante de aquel resplandor de luz. Caminó por el espacio entre los escritorios que decoraban la sala y abrió la siguiente puerta, situada en la parte final.
Al otro lado de la puerta, se encontraba una enorme sala, cuyo techo parecía no tener final, y únicamente lleno de estantes, en los que habían colocado un gran número de infinitas esferas de vidrio, las cuales apenas brillaban a la luz de los candelabros, colocados a su derecha y que despedían llamas azul celeste.
Rápidamente fue pasando por los estantes, buscando una fila en particular. Fila cincuenta y ocho... podía escuchar voces a lo lejos... setenta y siete... las voces iban escuchándose cada vez más claramente... Y allí estaba, fila noventa y siete. Pudo distinguir claramente las siluetas de dos individuos vestidos con capa, situados más o menos en la mitad del pasillo, la primera estaba inquieta y caminando de un lado a otro por el pasillo y la segunda se encontraba tumbada debajo de una de las esferas.
-Deja ya de caminar de un lado a otro, me estas poniendo de los nervios- dijo la persona que se encontraba apoyada en la pared.
-¿De los nervios, de los nervios me pones tu a mi, tan tranquilo ahí tumbado cuando estamos cumpliendo una misión.
-¡Tranquilízate, muchacho, nadie va a venir esta noche- dijo con voz aburrida.
-¿Ah si, ¿y eso cómo lo sabes, listillo?- dijo el chico joven con sorna.
-Ey, ey, ey, no te sulfures, a ver si te va a dar algo- esta vez al oír esto el hombre se había levantado.
-Desde luego que si, si es que todas las noches aquí contigo van a ser iguales, ¡eres insoportable!.
-¡Y tú un criajo!- espetó acercándose a él.
-¡Basta ya, Dodge, Podmore, los dos parecéis críos- dijo el individuo que se había ido acercando sigilosamente hasta donde estaban los dos hombres.
-¿Moody?- dijeron los dos a la vez.
-Así es- dijo saliendo de las sombras- y tenéis suerte de que no sea un mortífago porque a estas alturas ya hubiera robado la esfera y huido mientras estabais ahi como tontos discutiendo.
-Yo no he empezado, ha sido el criajo este, que me pone de los nervios con sus aires de sabelotodo- recriminó Dodge.
-Elphias Dodge, cualquiera diría que eres el más adulto de los tres- le reprendió- y quitate ya ese odioso sombrero, me pone enfermo.
-Señor Moody, se lo aseguro, yo no he empezado esta pelea- se defendió Podmore- ha sido él quien empezó primero.
-Dos no pelean si uno no quiere- espetó Moody- y me da igual quien haya empezado, se suponía que debíais de estar vigilando la esfera.
-Y eso era lo que hacíamos, hasta que este energúmeno se ha puesto a lloriquear- se burló Dodge.
-¡Energúmeno lo serás tu!- dijo el muchacho lanzándose sobre él.
-¡¿Creéis que este es momento de peleas!- dijo Moody interponiéndose entre los dos- ayer murieron dos de nuestros mejores hombres, los Potter y los Longbottom están en peligro y para colmo no sabemos donde se ha metido Sirius, así que aunque os sea difícil, debéis quedaros aquí y ayudar un poco, en vez de pelearos como niños pequeños.
Los dos hombres se retiraron cada uno a un lado de la pared, avergonzados consigo mismos.
.-.-.-.-.-.-.-.-.
Mientras tanto en otro lugar, muy lejos del ministerio, un miembro de la orden se encontraba tumbado en el suelo, sujetándose con una mano la nariz que sangraba profusamente y apoyado en el suelo con la otra, con la que tenía cogida su varita. Un mortífago se encontraba de pie delante de él, apuntándole directamente al pecho con la varita.
-Suplica clemencia, muchacho, no tienes nada que hacer contra mi- le dijo.
-¡Jamás me rendiré ante Lord Voldemort, antes muerto- espetó.
-Tu lo has querido- dijo el mortífago con una sonrisa triunfante en el rostro- ¡Avada keda...!.
Pero antes de que hubiese siquiera pronunciado entero el hechizo, el muchacho le dio una patada en la espinilla y se arrastró por el suelo, lejos de su alcance, mientras éste chillaba de dolor en el suelo, sujetándose la pierna.
El chico apuntó con su varita hacia él y al instante un potente hechizo Desmaius sacudió al mortífago, que quedó tumbado en el suelo inconsciente.
Rápidamente se dirigió a ayudar a sus dos compañeros, los cuales no podían resistir mucho más enfrentándose a los cinco mortífagos que los atacaban. Se abalanzó sobre uno de ellos, arrojándolo contra el suelo y enzarzándose en una pelea con él.
-Chico, crees que vas a poder tú sólo contra alguien como yo- dijo el mortífago en tono de burla.
-No me cabe duda de ello- susurró con rabia.
El mortífago le observó furioso y se apartó de él propinándole un puñetazo en el pómulo.
-¡Dejad a los otros!- ordenó a su cuadrilla mirando los cuerpos de los hermanos Prewett inertes en el suelo- ya no valen para nada, encargaos del chico- dijo dándose la vuelta.
-¡Eres un cobarde!- exclamó el muchacho.
El mortífago se volvió, le apuntó con su varita y murmuró:
-¡Crucio!.
Al instante siguiente sintió un intenso dolor en el cuerpo, que casi no le dejaba respirar y hacia que se tambalease violentamente. Era un dolor que nunca había experimentado, la primera vez que recibía un hechizo Cruciatus. Más lentamente el dolor volvió a remitir y el muchacho quedó agotado y recostado sobre la hierba.
El mortífago volvió a acercarse, lo cogió por la túnica y le susurró al oído:
-Nunca subestimes el poder de un mortífago, por insolente se te dará muerte de inmediato- volvió a arrojarle contra el suelo y otra vez levantó la varita, apuntándolo directamente y exclamó:
-¡Avada Kedavra!
-¡Nooo, ¡Remus!- gritó uno de los hermanos Prewett.
Podía oír el horripilante torrente de muerte acercándose rápidamente a él, acechándole. Aunque el hechizo no llegó a tocar su cuerpo. Uno de los hermanos que habían caído al suelo, abatidos por los mortífagos, se había arrastrado hasta Remus y se había interpuesto, colocándose entre él y el hechizo, y ahora caía al suelo, abatido por la maldición.
-¡FABIAN, noooo- gritó su hermano acercándose torpemente adonde se encontraban ellos.
-¿Adónde crees que vas?- se burló un mortífago colocándose delante de él.
-¡Aparta!- espetó Prewett con desprecio empujando al mortífago.
En un instante, el mortífago se dio la vuelta, se sacó un puñal del cinto y se lo clavó a Prewett por la espalda.
-Está envenenado, así que tardarás poco en morir- dijo riéndose mientras Prewett caía al suelo de rodillas, para después caer al suelo fulminado.
Los mortífagos rieron a carcajadas.
-Gideon... Fabian... - susurró Remus.
El grupo de mortífagos se acercó a él y uno de ellos le apuntó con la varita.
-Ahora te toca a ti.
.-.-.-.-.-.-.-.-.
-Según nuestras últimas investigaciones, Sirius se encontraría en estos momentos en alguna parte del oeste, cerca de Bristol. Pero podemos estar tranquilos, según nuestra ultima comunicación se encuentra a salvo y bien escondido, aunque los mortífagos van detrás de él, tu hechizo le está siendo muy útil, Albus.
-Me alegra saberlo, últimamente no tenemos muy buenas noticias, ¿verdad?.
-Eso me temo, Dumbledore, después de lo de Fenwick y Bones, cada vez pienso que tenemos menos posibilidades, ya casi no nos quedan seguidores- repuso tristemente el auror.
-Tendremos posibilidades mientras conservemos la esperanza, tenemos que encargarnos de salvar a los Potter y los Longbottom, son lo único que nos queda- dijo Dumbledore volviendo a sentarse en su escritorio y pasándose una mano por la frente- ¿Y que hay de la misión que les encargamos a Remus y los hermanos Prewett?.
-La misión va bien por el momento, aunque aún no hemos recibido noticias y eso es algo alarmante, pero esperemos que todo haya salido tal como planeamos.
-¡¡DUMBLEDORE!- exclamó un auror entrando por la puerta, alarmado y muy fatigado- ¡¡¡la misión ha fracasado, ¡¡Remus y los hermanos prewett han sido atacados!.
-¡¿Cómo!- exclamó el auror que se encontraba en la sala redactando su informe momentos antes.
-¡¡Nuestros aliados de Bélgica nos han informado y están haciendo todo lo que pueden por ayudarles!- informó- pero me temo que ha ocurrido una gran desgracia.
-¡¿A qué te refieres!- exclamó el segundo auror preocupado- acaso... acaso... ¿han muerto?.
De repente con un pequeño ¡plop, Dumbledore se desvaneció de la sala, dejando a los dos aurores mirándose tristemente.
Fin del capítulo 1
