Aquí estoy otra vez, espero no estar cansando, pero… así es mi musa ;) La inspiración vino como es habitual en estos tiempos, de un comentario en el LJ.

No he puesto de quién son estos pensamientos, porque sé que está más claro que el agua. Tan claro como que Bones no me pertenece...

Obra de arte

Nunca había visto algo tan hermoso en su vida. O casi nunca. Nada superaba la sonrisa de su hijo, claro.

Pero es que aquel cuadro que tenía enfrente era lo que había esperado ver por mucho más tiempo de los nueve meses que dictaba la naturaleza.

Llevaba años, ¡años!, sabiendo que aquellos dos cabezas duras tenían que estar juntos. Lo dijera el destino, Dios o el tío ese de la teoría sobre la otra mitad, no importaba. Tenían que estar juntos simplemente porque a pesar de todas sus diferencias se veía a kilómetros esa chispa entre ellos, esa conexión que sólo se logra con una persona.

Con su ojo de artista, examinaba cada detalle y a pesar de lo poco estético de algunos, el cuadro era simplemente digno del mejor museo. Aunque la habitación pintada de blanco, totalmente aséptica, con aquellos aparatos y sin un sólo toque decorativo no era el mejor escenario.

Brennan estaba recostada en la cama de la clínica, con el cabello pegándose en mechones a su piel sudada. Tenía el rostro aún congestionado y unas ojeras de cansancio que superaban con creces las suyas cuando Michael no dormía. Y la deforme bata celeste del hospital no era precisamente el último grito de la moda.

Parado, a su lado como siempre, estaba Booth, quien parecía haber sobrevivido a la Tercera Guerra Mundial, el cansancio pintado en cada una de las líneas de su rostro. El haber salido apresuradamente en mitad de la noche para la clínica y haber pasado 8 horas junto a ella en trabajo de parto no eran lo mejor para lucir bien. La camiseta arrugada, los viejos pantalones de ejercicio, y las zapatillas sin calcetines no eran lo que mejor quedaba en Booth.

El agente tenía una mano sobre la de Brennan, su frente apoyada contra la de ella. Su otra mano estaba sobre la cabecita del pequeño ser humano recién llegado al mundo.

Brennan sostenía con algo de miedo aquello que habría creído no llegaría a ver, sus brazos rodeando a la bebé protectoramente.

Una niña.

No sólo una niña, su niña.

La de ellos dos.

Una niña regordeta, con un poco de pelusa clara como cabello, el rostro un tanto arrugado y colorado. De su boca escapaban berridos fortísimos para su tamaño, en nada similares a los cantos de una sirena. Movía las manitos con sus puños cerrados, mientras sus padres la contemplaban embelesados, a pesar de tener los ojos cerrándoseles de cansancio.

Sus sonrisas de tontos, de alegría, de felicidad, no tenían comparación con ninguna que hubiera visto antes en ellos.

Definitivamente, ni el Louvre tenía una obra de arte tan perfecta como aquella.


¿Les gustó? Sé que en la vida real los bebés nacen arrugados, colorados (salvo yo que nací amarilla, ja ja), lloran como gatitos y las madres están simplemente muertas de cansancio y adoloridas, pero aun así, a sus ojos no hay cosa más hermosa, como a los ojos de las amigas que las quieren.