Un Rey Sin Corona.
Nota del autor:
¡Hola! Este es mi primer Fanfic, jamás había escrito con personajes predispuestos, acostumbro a escribir mis propias historias, pero se trata de Merlín, I need Merthur in my life everyday (?). De hecho sólo he leído fics de Merlín, no me gusta Twilight ni lo que se acostumbra de ver acá, lo siento (?).
Esta es una historia que vendría siendo lo que todos deseamos: La nueva temporada de Merlín, una donde Arthur vuelva y Merlín esté a su lado.
Los personajes no son míos, pertenecen a BBC, no obstante, hice un cambio drástico en uno de los dos personajes principales, a ver si descubren cuál (?). ¿Por qué hice esto? Porque si alguien muere y reencarna no se va a llamar igual que en su vida pasada, claro está, ni se va a parecer, pero dejé a este personaje con su descripción física porque sino no sería Merthur, además, su personalidad está un poco cambiada pero con el paso de los capítulos irá siendo el que tanto adoramos. No meteré tantos personajes, quizá nombres y eso, pero ¡Es un nuevo inicio para nuestros protagonistas! Incluso el malo será otro (?), baah, no he pensado eso aún, en realidad.
Acostumbro a escribir así, medio terrorífico y jugando con elementos psicológicos y médicos, pues por mi carrera conozco de todo esto. Espero les guste y el segundo capítulo estará luego. Subo esto hoy porque ayer se cumplieron 5 años de la llegada de Merlín a nuestras vidas (?) so... Es hora de que vuelvan a nosotros.
Dejen sus comentarios (¿En esto se pueden dejar comentarios? LOL. Jamás he subido nada y como tardé para descubrir cómo subir algo.) y valoraciones. Ah, cabe resaltar que seré un poco más frío y menos romántico, hell yeah, soy chico... Sí, no puedo superar Merlín. Jajaja, en fin. Disfruten de este nuevo inicio de Merlín al que titulé Un Rey Sin Corona.
Thanks! And happy 5 years of Merlin.
Capítulo Uno:
─ ¿Cómo te llamas?
─Gregoire… Gregoire Morrison.
─ ¿De qué quiere hablarme, Gregoire?
En ese momento dejó de ver clara la situación ¿Qué le iba a decir a aquel psicólogo? Se sintió estúpido por tomar la decisión de ir a una terapia cuando sólo tenía pesadillas. Tenía casi dos años con esas pesadillas, pero no era necesaria una visita al psicólogo, o eso pensó en ese momento. "Muy tarde" se dijo.
Suspiró y se rascó la nuca, sus dedos se deslizaron por los rubios cabellos, y sus ojos se movieron por cada parpadeo. Sonrió avergonzado al ver la mirada expectante del psicólogo.
─Pues… ─Empezó, o buscó cómo empezar. ─ He tenido pesadillas… De niño las tenía, se fueron… Han vuelto hace dos años…
─ ¿Qué clase de pesadillas, Gregoire? ─El doctor anotó algo en la libreta que tenía entre sus dedos y alzó los ojos, mirándole tras las gafas.
─Son… Son de guerras, de bestias… De un mundo diferente, pero en mis sueños sé que es la tierra misma. Sé también que soy yo… Porque más que pesadillas… ─Se relamió los labios. ─ Parecen memorias. Memorias que me hacen sentir aletargado, mareado… Pero al despertar sé que son pesadillas, jamás he visto nada así en mis veinte años de vida… Una vez, en uno de esos sueño, me vi reflejado en un espejo, era yo, le juro que era yo: Ojos azules, cabello rubio, pómulos altos, cuello largo y musculado… Era yo, pero no reconozco esa capa roja, ni esa cota de malla bajo la misma… ─Volvió a suspirar, y se acarició las manos, tragó saliva y se secó la garganta antes de volver a hablar con su tono de voz grueso. ─ A pesar de ser yo, no me reconozco… Y todo lo veo a través de mis ojos… Como aquella vez que en una cueva buscaba una flor… Y arañas me perseguían… Y luego una esfera de luz me guiaba… ¿Cree que estoy loco? ─Lo último lo dijo de pronto.
Gregoire miró al doctor y aguardó. El doctor Blunt era un hombre de por lo menos 45 años, de cabello castaño salpicado de blanco, de cansados ojos verdes y rostro apacible. Blunt sonrió a Gregoire unos segundos y bajó la pierna que recargaba sobre la otra, cerrando la libreta.
─La locura es una enfermedad. Hay gente que confunde trastornos con locura, un esquizofrénico no está loco, señor Morrison. ─Dijo y Gregoire abrió los ojos como platos, fue a decir algo pero el doctor le atajó en seguida. ─ ¡No quiero decir que sea esquizofrénico! Quiero decir que la gente llama loco o loca a cualquiera que sufra de algo mental. Y usted lo acaba de hacer… No está loco. Sólo sueña, es normal soñar, el cerebro sigue trabajando mientras duermes, y suele colocar esas imágenes en tu mente como en los canales de televisión colocan cualquier cosa a las tres de la mañana… Son sueños, y no debería decir esto, pero no sé para qué paga a un psicólogo para hablarle de sueños.
Gregoire miró al doctor Blunt con el ceño fruncido, el doctor rió y Gregoire soltó una carcajada a su vez.
Era verdad, parecía sensato, estaba gastando libras en algo que no parecía necesario. Pero el doctor Blunt no sabía que había más, hacía un par de meses todo había tomado un giro inesperado, y también deseaba hablar de ello.
─Entiendo lo de los sueños, he visto psicología en la Universidad. ─Soltó el rubio, sin querer sonar grosero. ─Pero… Se repiten imágenes, escenas de cosas que nunca he vivido… Y cuando despierto suelo decir nombres, y salen naturales… Hace dos meses me enteré de que era adoptado… Fue algo… Bueno, no fue fácil de tomar aquello, pero me hizo sentir mal… Luego de eso comencé a preguntarme si todo tendría que ver, y suena estúpido… Comencé a soñar despierto… ¿Ha visto esa serie Hannibal? Me llego a sentir como Graham… Oiga… Espero usted no sea como el doctor Lec…
─ ¡No! ─El doctor rió ante la ocurrencia del rubio. ─ Leí los libros sobre Hannibal hace unos años… Vi un par de películas… Y he visto un par de capítulos de la serie, y no creo que usted sea como Will Graham.
─De hecho… Una vez desperté en el aeropuerto, con un pasaje para Gales en mano. ─Gregoire se mordió el labio inferior y lanzó un bufido. ─A veces también llego a dibujar sin darme de cuenta, le juro que es sin darme cuenta… Verá. Cuando niño odiaba dibujar, de hecho se me daba fatal eso, siempre he preferido los deportes… Pero desde hace dos meses dibujó sin darme cuenta: castillos, paisajes… Nunca he visto esas cosas jamás… Es lo raro, y los dibujo están bien hechos…
Blunt miró a Gregoire con el ceño fruncido. El joven no mentía, tampoco estaba demente ni parecía tener trastornos, pues era normal, a su juicio médico, era normal. No movía ninguna pierna por ansiedad, ni las manos, tampoco tenía tics nerviosos en los ojos, o algún arco reflejo anormal… Al juicio del psicólogo era normal, incluso los ojos azules del joven le parecieron sinceros.
El joven hablaba suelto, sin parecer frustrado, perturbado o nervioso, sólo parecía avergonzado e interesado. Para el doctor Blunt, Gregoire sólo quería descubrir el porqué de sus sueños, y eso era algo que él no sabía, y si Gregoire seguía buscando y buscando, podría caer en algún problema mental, y comenzaba a verse un inicio con eso de encontrarse de pronto en otro lugar sin recordar cómo llegó allí o los dibujos. Eso era lo preocupante, porque Gregoire se veía sano, y en sus 15 años de carrera, Thomas Blunt podía jurar que sabría si se encontraba frente a alguien con problemas psicológicos con solo saludarle.
─ ¿Ha traído alguno de esos dibujos, señor Morrison? ─Preguntó el doctor.
─No… Pero les tomé unas fotos a algunos para subirlas a una red social. ─Rió el rubio. ─Joder, si están buenos los dibujos tengo que lucirme.
Gregoire movió sus manos de largos dedos rápidamente por los bolsillos de su suéter, sacando un teléfono inteligente del mismo y tecleando la pantalla táctil hasta dar con las fotos que en menos de un minuto ya observaba el doctor Blunt con mucho interés. Aunque se preguntó por qué un joven que apenas estudiaba en la Universidad tenía un móvil que debería tener un empresario. La juventud de hoy en día, pensó.
Las fotos de los dibujos le mostraron un castillo que le pareció hermoso, el castillo se repitió por diez fotos. Luego pasaron otros castillos que no se le hicieron tan bonitos. Uno era una torre larga y pintada al negro, parecía agujerar el cielo con su imponencia y a pesar de ser sólo un dibujo, al doctor le dio algo de miedo aquella torre.
Los bosques y paisajes se le hicieron conocidos al doctor. Él había vivido tres años en Gales y esos lugares se asemejaban a algunos de los paisajes que él vio en aquel país.
─ ¿Ha visitado Gales, señor Morrison? ─Preguntó el doctor al ver la última foto de un paisaje.
─No, nunca. ─Admitió Gregoire. ─Casi fui a Gales, como ya le dije, cuando desperté en el aeropuerto con un pasaje para Cardiff… Pero no, lo más lejos que he ido es a Leeds…
Gregoire se sentía avergonzado y no sabía qué hacer, tomó el celular una vez el doctor vio las fotos y miró unos segundos la pantalla, pensando en qué podría estarle pasando. A nadie le había hablado de aquello, primero no era de decir sus problemas, prefería mantenerse en silencio y ayudar, pero él no se sentía en la necesidad de ser ayudado… Hasta ahora.
Sus padres adoptivos le habían dicho que podía confiar en ellos, pero él no quiso confiar más en ellos desde que le contaron la verdad sobre sí mismo, así que no se sentía cómodo ni siquiera de pensar en llenarles la cabeza de líos, eran buenos, tampoco era justo para ellos.
Quería saber qué le ocurría, no quería terminar haciendo algo malo o no quería que algo malo le ocurriera, quería dedicarse al fútbol una vez terminada la carrera de derecho que su padre… padre adoptivo, le había recomendado estudiar. No sería bueno un futbolista o un abogado con un "trastorno."
─ ¿Qué podría estar pasando conmigo, doctor? ─Le dijo, en su voz se notó angustia.
─Me temo, señor Morrison, que es muy pronto para dar un diagnostico… Podría ser cualquier cosa, así como podría ser nada… ─El doctor no pareció muy convincente. ─ Cuando nos volvamos a ver le haré unas pruebas.
Como un autómata, Gregoire Morrison se levantó del cómodo asiento que sintió como la boca de un lobo que le comía poco a poco. Sonrió al doctor y le dio un fuerte apretón de manos antes de darse vuelta y salir del consultorio del doctor Blunt.
El doctor notó que el joven se había alterado al no conseguir respuesta, pero casi deseó decirle que debía ser paciente y aguardar. Sin embargo no dijo nada, le dejó ir y por el teléfono hizo que Sara, su secretaria, hiciera pasar a su otro paciente. Gregoire dejó de interesar una vez salió de aquel lugar.
Se colocó los auriculares del móvil al salir del edificio en el que estaba el consultorio del doctor Blunt. Gregoire casi agradeció cuando sintió el aire fresco golpearle el rostro. Era otoño y le gustaba como se veía todo, desde las hojas secas en el suelo hasta el humor de la gente que parecía… Particular.
Caminó por Old Park Hill, las manos en los bolsillos y la música sonando, haciéndole pensar en cualquier cosa, tratando de hacer a un lado lo que llegaba a turbarle, sintiéndose un poco mejor por haber contado de sus pesadillas a alguien.
Se detuvo cuando llegó a la parada del autobús, miró el cielo que comenzaba a encapotarse sobre su cabeza, y cuando la primera gota de lluvia tocó su rostro, el autobús llegó. Pagó su pasaje y se fue hacia los últimos puestos, había poca gente en el colectivo y eso le hizo sentir más cómodo. Escuchando algo de rock suave, colocó su cabeza contra la ventanilla y cerró los ojos.
─Muévete idiota. ─Repicó la voz de alguien, haciendo que Gregoire brincara hacia atrás y le dejara pasar.
Se vio rodeado de personas, en mitad de… "No, no de nuevo." Se dijo al encontrarse en el aeropuerto. Su corazón se aceleró, sus pulmones se llenaron de aire que no pudo soltar y se vio agitado por la disnea.
¿Qué hacía de nuevo en el aeropuerto? ¿Cómo había llegado allí? Cerró los ojos y recordó claramente la cita médica con el doctor Blunt, su camino por Old Park Hill, el autobús… Incluso recordó las canciones que había oído: We found love de 2Cellos y Time Is Running Out de Muse… Luego cerró los ojos esperando dormir en el trayecto a casa… Y ahora estaba allí, en el aeropuerto.
Se dio vuelta, cerrando los ojos y esperando encontrarse en su casa en Bellevue Crescent. Pero no fue así, al abrir los ojos sólo vio a las personas caminando de un lado a otro. Era Viernes y su reloj marcaba las diez de la noche.
Enfurecido con sí mismo, tomó la maleta que no sabía cuándo había hecho y se encaminó hacía la salida. En ese momento notó algo: Nunca había estado en ese aeropuerto. Su corazón latió con brío, su respiración se agitó y comenzó a sudar frío al descubrir que en su vida había estado allí. Alzó los ojos hacia el techo de vidrio, luego miró a las personas y más tarde, acercándose a la baranda en frente suyo, miró los otros dos pisos del aeropuerto desde arriba.
Aquel no era el aeropuerto de Brístol, de hecho dudaba que fuera alguno de los otros aeropuertos en Brístol.
Caminó desorientado, las personas le miraban extrañadas y él sólo procuraba caminar, mirando a todos lados, hasta encontrar con el tablero digital lleno de los horarios de vuelo y, por supuesto, el nombre del aeropuerto: Aeropuerto Internacional de Cardiff.
Gregoire tardó un par de minutos en procesar la información. Estaba en Gales, y no sabía cómo.
El sentirse perdido no le gustaba, menos si también se sentía furioso, demente y hambriento. Eran las doce de la noche y seguía en el aeropuerto, habiendo descubierto que en el bolsillo sólo llevaba ciento cincuenta libras, aquello no le alcanzaba para el pasaje de vuelta a Brístol.
Decidió que sería mejor buscar un hotel donde pasar la noche, volvería a Brístol por la mañana, podía llamar a sus padres… padres adoptivos y decirles que le pagaran el pasaje de vuelta. Odiaba los aeropuertos, odiaba las despedidas, y habiendo estado dos horas allí había visto a tres familias despedirse, a dos parejas y a una mujer despedirse de… un loro.
Salió del edificio, y enseguida tomó un taxi, pidiendo ser llevado al hotel más económico cercano. El taxista no dijo nada y colocó el coche en marcha. Hacía frío, mucho frío y Gregoire se apretujo en su abrigo.
El taxista iba callado, y aquello llamó la atención de Gregoire, por lo general los taxistas hablaban mucho. También le llamó la atención el hecho de ver que el taxista tomaba una ruta que le pareció bastante desolada. Luego de quince minutos de ver edificios a oscuras, solo comenzó a ver… Naturaleza: árboles, valles y cumbres; todo verde y teñido de naranja y dorado por el otoño. Sentado en la parte de atrás del taxi, el rubio se comenzó a impacientar.
El frío parecía ir aumentando y cuando se dio de cuenta, de su boca surgía vaho. La cabeza comenzó a dolerle y sus manos y piernas a entumecerse.
─Joder… ─Murmuró. ─ ¿Podría poner la calefacción del auto?
El taxista no se inmutó, Gregoire llegó a pensar que estaba sordo. No obstante, aguardó en silencio, sintiendo como el frío comenzaba a calar sus huesos.
Se removió, procurando flexionar sus brazos y piernas para evitar congelarse. Aquel frío no era normal, nunca había sentido tanto frío ni siquiera en invierno. Sus labios comenzaban a tornarse azulados y su piel roja, la temperatura caía drásticamente a cada segundo y casi gruñó cuando se vio temblando como una hoja a la par del viento.
─ ¿Me ha oído? ─Dijo después de unos cuantos minutos.
De nuevo no recibió respuesta.
Mientras él procuraba mantenerse lejos de la hipotermia, los vidrios del auto comenzaron a escarcharse, y luego de unos minutos, el hielo comenzó a agrietar el cristal, creando telarañas de hielo y vidrio que parecía romperse en miles de esquirlas de un momento a otro.
─ ¡Detenga el auto! ─Gritó cuando no pudo soportar más el frío.
En su fuero interno algo le dijo que aquello tan sólo era una pesadilla, que quizá estaba dormido en el aeropuerto, o que quizá estaba dormido en su hogar. En su fuero interno deseaba descubrir cómo era posible que dentro de un coche pudiera hacer un frío como aquel.
─ Que detenga el auto, he dicho. ─Dijo él, con voz firme pero temblando.
El hombre hizo oídos sordos y sin poder soportarlo más, Gregoire se abalanzó sobre él. Cuando llevó sus manos al volante, sobre las del hombre, notó los huesos fríos bajo la piel. Profirió un bramido y sacudió al tipo; no le había visto el rostro, y no se lo vio cuando el auto comenzó a dar vueltas.
El hombre decía cosas en una lengua que no comprendió y el auto se sacudía, los cristales se reventaron y los vidrios volaron en todas direcciones, algunos lograron cortar la piel descubierta del rubio, pero este no se quejó.
Pronto logró hacer a un lado al tipo y en su último empujón al hombre, le vio el rostro: demacrado, de ojos negros que parecían sin vida, la piel era pálida y parecía que los pómulos romperían aquella capa de fino pellejo.
Ambos se mostraron aterrados al verse, el coche dio una última sacudida y chocó contra una valla, el hombre salió despedido por el parachoques, mientras Gregoire caía sobre el asiento del conductor, haciéndose daño con el volante y los vidrios rotos. Trató de levantarse, pero se mareó y el olor a sangre le hizo sentir arcadas. Sin darse cuenta sus ojos se cerraban.
Entonces perdió el conocimiento.
Despertó cuando escuchó un golpe, seguido de otro y otro. Mientras dormía veía las imágenes de sus pesadillas, pero esta vez no se sintió intimidado, nervioso o aterrado, todo se le hizo normal de una manera extraña.
La cabeza le pesaba y cuando se incorporó todo le dio una vuelta, más sin embargo se aferró al volante y tomó aire, antes de empujar la puerta del coche y salir tosiendo, sintiendo su temperatura corporal subir y el oxígeno llenar sus pulmones de forma abrupta. Calló de bruces sobre un montón de hojas secas y se sacudió los cristales rotos.
No estaba muy asustado y agradeció su inteligencia emocional por ello, sólo estaba aturdido y algo preocupado por lo ocurrido. Aquello era, sin duda alguna, una de esas cosas que debían entrar en lo inexplicable, era casi obligatorio que esos hechos entraran en lo inexplicable.
Se sorprendió al notar que no tenía más que un par de magulladuras y heridas por los vidrios rotos. Suspiró y se movió hacia el coche, buscando al hombre. Cuál fue su sorpresa al verle de pie frente al auto, moviendo entre sus huesudos dedos algo…
─Mierdaaaa. ─Bramó Gregoire, saltando hacia atrás al ver al hombre correr hacía él con lo que parecía una espada.
El rubio corrió y rodeó el coche, dando una rápida mirada al lugar: más naturaleza, más árboles, una casa a lo lejos, un caballo. Antes de ver más, se vio obligado a evadir el golpe de la espada, el metal chocó contra la puerta dañada del auto y allí se quedó incrustrada; el desnutrido hombre no lograba arrancar el arma de aquel lugar y Gregoire aprovechó aquello para lanzarse sobre el hombre y tomarlo del cuello de la vieja camisa, alzándolo del suelo y haciendo que la espalda diera contra la puerta del auto.
El hombre gruñó y un puño de Gregoire le hizo berrear, pero no fue de dolor, Gregoire se movió rápidamente y fue a dar otro golpe cuando notó que de una especie de cinturón, aquel tipo sacaba un largo cuchillo.
─Te voy a…
Iba golpearlo tan fuerte en la garganta que le haría añicos la tráquea, pero se vio obligado a no hacer nada cuando del techo del coche surgieron un par de manos que tomaron al hombre y lo hicieron gritar, un cuchillo similar al del atacante apareció en escena y se hundió en la espalda del huesudo taxista que cayó en el suelo, inerte y sangrante.
Gregoire se separó del auto y miró al dueño de las manos. Sin querer, sin poder evitarlo, se sorprendió: delgado, de brillantes ojos azules, rostro delgado y altos pómulos, labios pequeños y llenos y esas orejas que ni el cabello ligeramente largo lograba cubrir.
─Amigo mío, te he vuelto a salvar. ─Murmuró el de cabello oscuro.
Gregoire no comprendió el comentario y se alejó más del auto. Estaba anonadado, había visto ese chico, y no le sorprendía para nada saber que él le había ayudado, le sorprendió verlo, saber que existía y no era parte de sus pesadillas. Y sin saber porque, Gregoire solo sacudió la cabeza y sonrió con desgana.
─Pude haberlo hecho solo. ─Soltó y vio como el delgado y alto joven se bajaba del techo del auto y se sacudía las manos, dejando el cuchillo sobre el capo del auto, parecía asqueado de tocar esa arma. ─Y no soy tu amigo.
─Aquí vamos de nuevo. Ahora te diré si te crees el rey y tú me…
─Cállate. ─No pudo evitar decir Gregoire, demasiado aturdido para escuchar al joven.
─Oh, no me sorprende, sire. ─El muchacho sonrió con ironía.
─ ¿Eh? Y no soy ningún rey… Ni siquiera sé de quién soy hijo. ─Dijo, y cerró la boca de sopetón al escucharse. ─ ¿Quién eres?
"¿Qué haces fuera de mi mente?" fue lo que quiso decir, pero rápidamente logró decir una frase más normal. El joven le miró a los ojos unos segundos y se mordió el labio. Gregoire casi notó una expresión melancólica en él.
─Soy… Merlín. ─Fue lo único que dijo el castaño, dándose vuelta y comenzando a caminar hacía el otro lado de la desolada carretera, sin mirar ni una vez a Gregoire.
El rubio le miró y al ver el cuerpo del hombre, se desesperó un poco. Él mismo había pensado en matarle pero ahora que todo estaba tranquilo sintió algo de culpa, aunque aquel hombre le había atacado sin más.
Se alejó del cuerpo y miró a Merlín que se mezclaba con la oscuridad de la noche por las ropas oscuras. ¿Quién era él? Era Merlín, el nombre se le hacía familiar, pero desconocido, era como si lo hubiera dicho mil veces, pero como si jamás lo hubiera dicho en realidad.
─Merlín… Como el de los cuentos. ─susurró; al escucharse mencionar aquel nombre por vez primera le sonó más como "Merlen" que como Merlín.
Echando una última mirada al cuerpo inerte del desnutrido hombre, Gregoire se movió de prisa hacia la parte de atrás del auto, buscó su pequeña valija y luego caminó hacia el delgado joven de las grandes orejas. No podía quedarse solo allí, sin ayuda y sabiendo lo que acababa de suceder, además se prometió no volver a tomar un taxi en su vida.
─Soy Gregoire, a propósito. ─Dijo cuando estuvo a unos diez metros de Merlín.
─ Pues es más bonito Arthur. ─Soltó Merlín con ese acento particular suyo.
Gregoire quiso decirle que él debía saber dónde estaba un Arthur, pues él era Merlín, pero prefirió no decir nada y caminar tras el imberbe muchacho que, luego de un par de pazos, casi se tropezó con un montículo de rocas.
