En este fanfic se hacen ligeras aluciones a sucesos ocurridos en algunos comics IDW, especialmente el spotlight de Arcee, aunque no es necesario haberlo leído para entender la historia ni el resto de la trama, que básicamente será lo que se está leyendo aquí mismo: no se meterán más detalles externos. Lo remarco Generación uno pese a todo, porque la representación de Skywarp será en esa etapa de las caricaturas. Arcee en cambio... bueno, afortunadamente ya no es la barbie transformer que conocimos también ahí mismo.

Me da mucho gusto volver. Por fin he superado muchos bloqueos de escritor.

Meta-ciclo: Trece meses.


Rumores blasfemos.

Capítulo I.

Desfile hacia tierra.

Loca.

Maldita loca.

Le temían, se alejaban. Estaba loca y en ningún fragmento de la historia Cybertroniana se había conocido un procesador tan demente como el que se maquinaba dentro de su cabeza, debajo de su rostro deformado por muecas tan grotescas de deseo de venganza. La muerte en su mirada. Le decían, lo escuchaba; Las sonrisas de aquellos labios que se curveaban bajo su nariz eran, al final, el pase absoluto al infierno. Y ella, con audios ajenos a los insultos, continuaba su camino, siempre tras su objetivo errante, cruzando el mundo fantasmal que su vívida imaginación había hecho sólo para ella. Arcee no se conocía a sí misma porque había tenido pocos ciclos de cordura para razonar que la demencia fue apostada lenta y dolorosamente en su cabeza por las manos de un demonio que atormentó su cuerpo, transformándolo, moldeando lo maleable, cambiando un género que nunca debió ser cuestionado en los códigos y lenguajes más básicos de su chispa vital.

Le dolía, pero no con dolor físico. Era dolor de ego, de orgullo de fiera mancillada rugiendo eternamente, brillando con dos brasas disparándose de sus ópticos dorados. Estaba enojada y continuaría blasfemando contra el mundo, contra cualquier tipo de universo, contra toda la vida capaz de brillar con regocijo ante su presencia porque no podría compartir ningún tipo de felicidad con ella. No estaba vacía sino llena de rabia. Nadie ayudó cuando gritó por socorro, nadie desató sus manos para dejarla libre, nadie distinguió la diferencia cuando comenzaron a llamarla Arcee, cuando le dijeron ella, separándola de la masa robótica que alguna vez en su pasado conformó parte de su comunidad. Le viciaron la vida, dejaron a ese monstruo de silueta femenina, piernas fuertes, servos ágiles y manos asesinas.

Los autobots la habían reclutado en su ejército del bien después de ello. A la fuerza, pero habían impuesto en ella un deber de seguirles y de escucharles que respetaba por cuestiones ajenas a su propia lógica. Algo habían hecho también ellos dentro de su procesador. Algo que estaba allí adentro y hablaba y la manejaba y la manipulaba para que no se desatramparan sus feroces instintos, para que no corriera contra ellos desenfundando su espada a cortarle la cabeza a todo el mecanismo viviente que se metiera dentro de las finas pulsaciones de sus sonares y de su desenfrenado ímpetu de violencia. Iba cuando le llamaban, los merodeaba, los miraba a la distancia y escuchaba sus palabras, cada una de sus instrucciones flotando en los nódulos corruptos de su procesador. Los malinterpretaba a su conveniencia y destrozaba a su objetivo de maneras terribles, tan crueles que incluso asustaban a los policías galácticos más rudos de la armada autobot.

Pero la olvidaron luego de un tiempo. Su último destino fue Cybertron: Ahí la desecharon para tenerla quieta. La dejaron sola, moviéndose entre largos y derruidos edificios inclinados en ángulos anormales, vencidos por el tiempo, por el óxido y los efectos tardíos de tantos ciclos de bombas, explosiones, disparos y muchas muertes. Se hizo parte del metal levantado del piso, de los escombros sorteados en cada esquina, de los esporádicos cuerpos grises que aparecían en su camino. Energon fundido en las paredes, oscuridad eterna, sus ópticos veían el cielo nítido de cada noche y cada negro día, sus audios estaban envueltos de silencio. Arcee merodeaba como un despilfarro enajenado de la realidad, encontrando energía para abastecerse en los lugares más recónditos del dormido planeta, desalentada a usar sus armas contra quien no existía. Podía irse cuando quisiera, dolorosamente lo sabía, pero estaba destinada a quedarse. No tenía cómo salir de ahí porque había sido llevada para quedarse, si no la necesitaban, no la recogerían.

Y qué importa ahora. Siempre fue vista como un arma en potencia pero no como un mecanismo trastornado que necesitó libertad y compensación por tantos ciclos de tortura innecesaria y odio acumulado. Para cualquiera, sobre todo para la guardia interestelar autobot, fue más fácil deshacerse de quien ni siquiera estando en la cárcel podía ser controlada. Además, Arcee servía como servían los mejores buscadores del ejército enemigo. Era bueno tenerla guardada. Los decepticons desarrollaban peligrosas armas que con el tiempo iban perfeccionando, alcanzaban la magnitud de poder cometer un cruento genocidio en una insignificante batalla; tenían buenos ingenieros, prodigiosos científicos, y la mano de obra la robaban de cualquier lado, haciéndose poderosos a la fuerza, lo que seres desquiciados como Arcee, que no medían el peligro ni reprimían sus impulsos, podían repeler, generalmente manipulados a base de lavados mentales, órdenes venidas de aparatos invisibles y de un montón de señales, códigos y lenguajes corruptos que se abrían paso a través de su mente como un taladro desatornillándole las tarjetas del procesador.

La habían pedido a todas horas y en todo momento, creyéndola parte de su maldito mundo de guerra eterna, y al final le impidieron largarse a buscar al culpable de su creciente desgracia. Jhiaxus debía de estar libre en el universo, disfrutando de sus proezas, de su cinismo, mientras ella se podría en un planeta muerto, abandonado, rodeada de palacios desactivados que componían la magnificencia de una siniestra cripta cuyas tumbas brotaban del suelo, de todos los rincones visibles sobre los que hubiera edificios, casas, puentes, carreteras. Muertes, muertos, locura. Le dieron más locura. Nada ni nadie la quería recuperada. La desesperaban, tanto silencio, tanta tensión, tanto polvo desmoronándose desde las puntas vacías de las colosales estructuras venciéndose al tiempo, cayendo sobre sus hombros para corroborarle que ahí no quedaba nada para ella, nada para vivir, nadie para pelear, nada para desahogar su coraje.

Vagando en una avenida oscura de letras fundidas, puertas reventadas y recipientes volcados, Arcee se desligó de cualquier esperanza de encontrar un pase inmediato al espacio exterior. Iba en mitad de su camino, yendo de ciudad en ciudad, disfrutando de un Cybertron glorioso que abría recuerdos en los que todo era energía, luces, vehículos, naves y transformers interactuando en un paisaje cibernético y atractivo, conversando con ella, antes de que lentamente se fundiera la magia y trajera consigo la aburrida realidad que sus ópticos veían todos los ciclos al reactivarse, mortificándole al no poder encontrar ningún tipo de paz en su tranquilidad de desuso.

Arcee esquivó grácilmente un viejo convoy estrellado en la pared de un local de reparaciones y no puso atención al sonido de las patas de algo caminando en el suelo, a tres o cuatro calles de distancia. Cybertron tenía sus secretos y su fauna escasamente extraña; la vida refulgía en su núcleo opaco, apenas brillante, en donde no pudieron habitar los transformers ni siquiera para extraer un poco de plasma para reactivar protocolos. Todo se redujo a especies mecánicas con un mínimo de inteligencia que sobrevivían devorándose entre sí, demasiado ajenas al conflicto de la guerra como para detener sus eternos procesos salvajes de reproducción y autodestrucción, pero si muy instintivas e inteligentes para salir a echar un vistazo al exterior de vez en cuando.

Ella se había topado con varias de ellas a las que titubeó para eliminar, lo que no hizo tras comprender que escuchar morir a un ser vivo en silencio no era tan satisfactorio como escuchar morir a un mecanismo transformable entre una cacofonía de alaridos, plegarias y miradas de desesperación buscando salvación. No le dio importancia. Siguió caminando derecho en la avenida, moviendo las caderas con soltura, paso tras paso, sin ruido, patrullando en búsqueda de algo que le diera un giro a su desactivada existencia.

Uno, dos, tres joors de sendero interminable y mismos panoramas destruidos. Pronto le daría la vuelta al mundo y estaría como al principio, salvo su templanza, que iría desalentándose tanto como las caras deformes que la veían en las ventanas y las puertas de los edificios. Jamás habría nada qué hacer ni con quién cambiar unas cuantas palabras de desprecio y odio mutuo. A esa calma se había resignado su instinto, cuando súbitamente fue sacada del sopor de su silencio por cuatro rápidas firmas que parpadearon en los límites de sus sonares internos. Arcee buscó refugio de inmediato, instalándose al otro lado de la pared de la planta baja de un doblegado edificio. Recargó la espalda entre los escombros y apenas asomó el fino rabillo de uno de sus ópticos, mirando con complacencia e incredulidad rumbo al cielo.

Ahí aparecieron cuatro aeronaves a lo largo de la gigantesca avenida: Una huía y las otras tres jugaban tiro al blanco con ella, cada vez más cerca, más sobre él, disparándole láseres que rozaban los contornos de sus alas negras y de sus hiperactivos alabes, pegándose a su ritmo, presionándolo, no dejándole retornar e impidiéndole, por la velocidad alcanzada en el vuelo, teletransportarse para reaparecerse detrás de ellos y derribarlos. Si lo hacía, el decepticon de fuselaje negro podría perder el control y quedar incrustado en alguna parte del piso gracias a la fricción de la materia y la fuerza del espacio en la gravedad turbia del planeta. Y ellos, sus persecutores, lo sabían. Lo sabían y por ello disparaban sin descanso, de un momento a otro cruzando toda la avenida con una aloca selección de piruetas, transmisiones insultantes y evasión de obstáculos inclinados entre edificios. Pasaron sobre Arcee sin darse cuenta de la presencia de ésta en el campo de tensión.

Y por primera vez en muchos meta-ciclos de soledad, ella se deleitó con el espectáculo aéreo, fingiendo una mueca de tristeza cuando al salir a la calle para continuar viendo a sus nuevos compañeros alejarse a toda velocidad, miró el tino perfecto de uno de los tres autobots aéreos: Dos láseres acertaron entre las uniones del ala derecha del seeker negro y en uno de sus propulsores traseros, mandándolo inmediatamente al piso envuelto en una cortina de humo, chispas y ligeras motas de fuego que le mancharon el fuselaje con hollín y energon fresco. Pronto se convirtió en una bala que cayó con ritmo muerto y que aterrizó pesadamente entre un montón de escombros brotados desde vientre de un edificio, sin dejar de dar tumbos hasta que se enterró al fondo de un callejón tapado por un delgado techo de lámina.

Arcee tuvo que desaparecerse nuevamente del piso cuando el silencio volvió a resplandecer en la ciudad, roto solamente por el rugido de tres pares de turbinas. Desde el otro lado de la pared miró retornar al trío de victoriosos autobots aéreos, que revolotearon como insectos sobre el punto de caída sin querer transformarse para bajar a cerciorarse de que el decepticon estaba muerto. Estaban seguros de que semejante aterrizaje lo había destrozado, sin mencionar el daño de los disparos dados en puntos estratégicos de su vanidoso fuselaje. No valía la pena, y continuaron su camino, yendo a algún lado en el que serían esperados antes de desaparecerse nuevamente de la faz de Cybertron. Para Arcee, que siempre había estado demente, hubiera sido más correcto salir de su escondite y perseguirlos hasta encontrar el transporte que podría sacarla de ese hoyo silencioso.

Pero girar el cuello en dirección al callejón humeante le dio unas cuantas ideas más frescas y atractivas. Duraría ciclos solares dándole siga a los autobots sin estar completamente segura de que al momento de alcanzar la última pulsación en su radar, estos todavía estarían ahí. No importaba que no quisieran sacarla, podría matarlos y quitarles la nave… y también podía darse la vuelta e ir a verificar, con curiosidad gatuna, si el caído al otro lado de la calle seguía con vida, que a juzgar por el intermitente parpadeo de un punto en uno de sus sonares, así era. Sonrió con una media sonrisa y sus rasgados ópticos entrecerrándose, qué delicia se curveó entre sus finos labios.

Era un decepticon el sobreviviente en el callejón, chicos rudos difícilmente eliminables que siempre estaban dispuestos a dar una buena pelea aunque al final, como todos los combatientes de Arcee, terminaran rendidos ante su locura, llorando para que les dejara vivir. Además, no podía ir contra sí misma. Dentro de su programación estaba instalado un nuevo algoritmo que se compilaba una y otra vez, lanzándole a sus sistemas de combate la orden directa de erradicar a cualquier decepticon activo que pulsara cerca de ella.

Dio la vuelta, con un gesto serio en el semblante. En su mirada se reflejó el humo flotando hacia el cielo y los destellos agonizantes de los escasos matorrales de fuego que crepitaban en el piso, en la entrada de aquel callejón oscuro.


Si había algo que Skywarp alguna vez en su vida hubiera considerado una verdadera crueldad, más allá del hecho de ser un decepticon de chispa indiferente y guerrera, fue su reactivación luego de dos kliks de merecida inconsciencia. Tendido en el suelo, casi al ras de la pared del fondo, y con dos bloques de metal cobijándole de la cintura para abajo, moverse significó el dolor más grande sólo comparado con el de quebrarse las alas, que a juzgar por las insistentes ventanas de lecturas y procesos que se pusieron a parpadear tras la visión borrosa de sus ópticos, pocos golpes le habían faltado para llegar a semejante transgresión física.

Aún estaba el humo desvaneciéndole los alrededores, ligeros charcos de fuego y varias fugas de su propio energon manchando el piso bajo su cuerpo. Había aterrizado sobre su costado derecho poco antes de haber logrado transformarse en su estructura bípeda y de haber perdido la consciencia ante lo que los autobots consideraron una muerte segura, muy humillante para un miembro de la élite aérea decepticon. Eso le dejó el ala torcida, dolorida y con ardientes fugas de aceite y fluidos que le formaban un escándalo multicolor sobre su fuselaje antaño negro. Y al sentarse, arrojando las carpetas de escombros a los lados, comprobó con una furia ascendente que su brazo derecho estaba roto, ni hablar del disparo directo a su propulsor izquierdo que humeaba con varios halos de humo muy oscuro. La suerte, si es que existía, se había olvidado de él y de toda su experiencia como seeker experto en maniobras aéreas. Ahora era un ave caída como no lo había sido nunca, no al menos en Cybertron, donde se inició como mercenario y donde la gracia de su habilidad aérea siempre fue lo último que sus enemigos pudieron apreciar antes de morir.

Maldita la humillación. Malditos los autobots. ¿Por qué se habían largado? A Skywarp le pareció más un insulto el hecho de que le hubieran dado por muerto con tan poco trabajo, que el hecho de tener grave daño estructural. Se llevó su mano sana al audio de su cabeza, sacudiendo antes el energon que le goteaba de los dedos, producto de tocar sus heridas, para no terminar de ensuciar la poca pintura intacta de su cuerpo. Tenía que arreglar el daño antes que pensar en hacer algo contra esos tres miserables cuyas signaturas de chispa tenía muy bien gravadas en sus centros de memoria. Ya los buscaría más tarde y les regresaría la gracia de una dolorosa precipitación a tierra. Ningún autobot, mucho menos tres imitadores de la elegancia aérea de un jet decepticon, tendrían el privilegio de presumirle a la armada enemiga que habían derribado a un seeker, no a Skywarp, que tenía un orgullo muy grande además de una infinita devoción hacia su propio cuerpo.

"TC, habla Skywarp, ¿Me copias?", transmitió mediante su comunicador interno.

Pero la estática fue la única en responderle.

-Maldición –Gruñó entonces, cerciorándose con una tercera mirada de que el rifle de su brazo izquierdo continuaba funcional, le respondió a las órdenes de su procesador, encendiéndose y apagándose en modo de prueba.- Vaya, qué afortunado.

"Starscream, aquí Skywarp ¿Alguien me copia, maldita sea?", Insistió, no queriendo sonar desesperado.

Mas la interferencia continuó sucediendo sus intentos por contactarse. La energía de Cybertron estaba fundida, sus satélites, sus redes, su comunicación global y todo lo referente a la tecnológica vida transformer estaba erradicado de la faz de lo que una vez conocieron como civilización. Skywarp aún no deducía que no podría comunicarse con sus compañeros aéreos sino los ubicaba en una zona más cercana a sus radares y a sus señales de detección. Estaba solo, estaba herido y cada vez más furioso, cubriendo su desesperación con más y más molestia. La interferencia había terminado de acentuarse en su ánimo como una bofetada en su rostro. ¿Dónde diablos estaba? En alguna zona del viejo Iacon, tirado en cualquier lado, sin más mapas que su memoria recreando un espacio que ya no tenía fuentes alternas para abastecerle un nuevo plano excepto las dimensiones que alcanzaban sus sistemas de radar y de telemetría.

Quiso ponerse de pie, primero acuclillándose lentamente, luego impulsándose hacia arriba sólo para aterrizar nuevamente de rodillas al procesar un fallo en sus centros de equilibrio, cortesía de la degeneración en las uniones de su ala derecha. El gruñido que escapó de su vocalizador hubiera podido ser apaciguado si realmente la caída no hubiera dolido tanto como lo procesó cada sensor de su cuerpo. Tal vez, se dijo tras relajarse un poco; Saliendo de ahí podría tener una cobertura más amplia de sus sistemas de comunicación y podría requerir asistencia. Eso sonaba muy optimista, pero era mejor comenzar a serlo antes que atenazarse de pesimismo o llenarse la cabeza con tonterías como que sus agradables compañeros aéreos irían en su búsqueda. Thundercracker lo haría, Skywarp estaba seguro, pero pasarían varias horas antes de que su amigo notara la ausencia como algo alarmante y procediera con algún movimiento.

Intentó dos veces más incorporarse, lográndolo a la tercera y sólo con la ayuda de una vacilante pila de escombros que encontró a un lado, entre una marejada de rebabas y polvo de óxido inofensivo contra su mecanismo. Al levantar la mirada, sin embargo, lo que no vio como inofensivo fue el siniestro fulgor de dos cuencas amarillas resplandeciendo al final del callejón, sosegándose entre el humo, la pesada oscuridad y las débiles flamas que morían en el piso. Skywarp sacudió la cabeza, mas al volver a enfocar al frente los ópticos siguieron ahí, acercándose, invisible aquella posible signatura a su propio radar, lo que era atribuible al daño de sus sistemas. Un seeker lo detectaba todo, absolutamente todo. No era posible no saber quién se aproximaba. Su estructura y su programación estaban hechas para rastrear, para localizar, para detectar… Mas su instinto de soldado no le dio crédito a las alucinaciones, mucho menos lo hizo después, cuando a una baja y considerable distancia de esa terrorífica mirada, el rayo oscilante de una espada de energon pendió al ritmo del andar del enemigo, meciéndose de atrás hacia adelante.

Muy lento, muy amenazante. La espada yendo de atrás adelante.

Esto está mal.

De menos los autobots no le habían dado por muerto así de fácil.

Continuará…


Espero se haya disfrutado este primer capitulo y que mi desbloqueo haya sido productivo, aunque de igual forma me estoy divirtiendo mucho al escribir esto. Vienen muchas imágenes a mí mente =)

Gracias por leer.