Un caso más cerrado. Resuelto en un lapso de setenta y dos horas. Los tres días más largos que recuerda haber tenido en mucho tiempo…y también unos de los más tortuosos. Porque a lo de las últimas semanas –a partir de la explosión en Boylan Plaza- ni siquiera se le puede llamar vivir. Sobrevivir sería más exacto. Y a estas alturas todavía sigue haciéndose las mismas preguntas que se planteó mientras tomaba una copa de vino tinto y desahogaba sus preocupaciones con su mejor amiga apenas hace poco; y, también a estas alturas, son más las preguntas angustiosas que las respuestas. Porque, honestamente, respuestas no tiene ninguna. Se siente en un punto muerto en el que lo único que le llena la mente son un montón de dudas y una tristeza sorda que no se va ni en sueños.

Dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde ¿no? Pues que alguien le explique por qué demonios le está tocando a ella comprobar el refrán. Ya puesta en ese dilema, se percata de que su mente parece estar librando una batalla consigo misma. Por un lado, la parte más a la defensiva se esfuerza en convencerla de que la actitud de Castle hacia ella no tiene ningún motivo justificado; que la realidad es que, como dijo Colin Hunt, los hombres así no cambian; Rick simplemente ha vuelto a ser quien siempre fue. A pesar de que no hace ni un año le dijo que la amaba, y de que tres meses después llegaron al acuerdo implícito de esperar uno por el otro mientras ella sanaba y derrumbaba sus muros interiores. Pero ahora, finalmente, se olvidó de lo acordado, se cansó de esperar –eso dice Lanie-, y pasó lo que eventualmente tenía que pasar: el escritor play-boy acabó dejándose llevar por su auténtica naturaleza.

Tales argumentos, los de esa parte de su mente que busca la posición más cómoda para ella, son a los que Kate Beckett quiere, con todas sus ganas, aferrarse; después de todo es la más "confortable" y, ¿por qué no?, la más lógica también, dados los antecedentes de su compañero y las novedades que hizo evidentes durante ese desdichado último caso en el que trabajaron hasta hoy. Las imágenes de la aeromoza -auxiliar de vuelo, según la corrigió Castle- rubia, abrazada de él, todavía le llenan la cabeza a punto tal que siente que se le revienta y que el malestar se extiende hacia el cuello, provocando que Kate implore evadirse en las horas de sueño...mismo que, por cierto, se niega a llegar y brindarle alivio. Ni los dos vasos de whiskey en las rocas que se bebió hace rato en compañía del apuesto inspector de Scotland Yard, han conseguido adormecer esa espeluznante sensación de vacío y consternación que se han vuelto tan familiares últimamente. Las sienes le pulsan con dolor y sin clemencia. Porque su mente, como ya ha quedado claro, sigue librando su batalla; pues hay otra vocecita que, muy a pesar de que Kate intenta silenciarla, se hace oír, emitiendo continuamente la advertencia de que, en efecto, tuvo que haber algo que detonara el repentino cambio en la conducta de Rick. Kate tiene claro, con lacerante precisión, el momento en que su compañero, tras haber estado a punto de volver a declararle su amor, se volvió tan frío y distante que ya le cuesta reconocerlo. Ante esa perspectiva, mucho menos alentadora y mucho más preocupante, es cuando la conciencia de Kate saca a la superficie lo que, día tras día desde hace meses, se ha convertido en su pecado por omisión y en su mayor remordimiento.

Kate se contempla en el espejo del baño, frente al que lleva más de diez minutos tan envuelta en sus pensamientos que ha perdido la noción del tiempo. La imagen que éste le devuelve no es ni remotamente tranquilizadora. Tampoco se reconoce a sí misma. Su mirada está apagada, muy cargada de melancolía; hay algo en la expresión de su rostro que la atemoriza porque le recuerda a la Kate que era antes de que un huracán llamado Richard Castle se cruzara en su camino para, despacio y con toda la paciencia del mundo, devolverle la alegría de vivir y las ganas de disfrutar cada momento de la vida…con él. Los últimos cuatro años junto a su autor favorito, como su compañera y luego su mejor amiga, la han transformado; no en quien solía ser antes de la muerte de su madre, sino en alguien mejor. Y ahora que se detiene a pensar en lo que han sido estos pasados días a partir de que lo vio llegar con Jacinda a la escena del crimen, no puede evitar percatarse de que, definitivamente, durante este breve lapso de tiempo, viéndolo alejarse del brazo de otra, ella misma ha cambiado de una manera más decisiva de como lo estuvo haciendo gradualmente en los últimos años. La forma en que, de una manera u otra, ha intentado abordarlo para hacer lo que nunca hacen: hablar; el cómo ha intentado demostrarle, aunque sea de las maneras más sutiles –que al final ni lo han sido tanto-, que su distanciamiento, su rechazo y su cercanía con otra mujer, le importan y le duelen, son muestras claras de que ella ya no es, ni por asomo, la mujer que alguna vez fue. La Kate que solía ser, jamás habría sucumbido a esas tentaciones. Su orgullo se lo habría impedido aún cuando por dentro los celos y el miedo la estuvieran carcomiendo. Pero la mujer que es hoy, es una historia completamente diferente. Para el momento en que llegaron al motel -donde se encontró a Rick llegando con su Ferrari y su amiguita-, Kate ya había replegado las últimas defensas y estaba dispuesta a poner las cartas sobre la mesa y a jugarse el todo por el todo con tal de no dejarlo ir; y, en realidad, si no lo ha hecho es sólo porque él se ha negado a darle la oportunidad de entablar una conversación. Situación de la cual no puede culparlo ahora, cuando -durante un tiempo demasiado largo- ella ha impuesto la regla tácita de comunicarse siempre en el subtexto, entre líneas y adivinándose los pensamientos.

Si al menos estuviera dispuesto a escucharla. Por intentos no ha quedado, pero Rick está cerrado totalmente a cualquier contacto con ella que implique algún otro asunto fuera del trabajo que comparten. Trabajo mismo que por un lado la tiene decepcionada, porque hasta antes de Castle, ella era capaz de encontrar en su tarea como detective el escape absoluto; y ahora no es más que una distracción que hasta puede llegar a ser molesta cuando le impide a su mente viajar por los derroteros que ésta se empeña en seguir y que tienen siempre el mismo nombre y el mismo rostro. Pero por otro lado, su trabajo en la comisaría sigue siendo una bendición, porque al menos Rick no ha dado por finalizada su relación laboral y continúa presentándose cada vez que cae un cuerpo al que hay que brindarle justicia; aunque ya no llegue con un vaso de café para ella, aunque vaya y venga con una tipa colgada de su brazo, pero al menos puede verlo. El momento en que decida que tampoco la quiere como compañera…en ese momento se va a evaporar la última esperanza. Y por patético que suene, prefiere seguir teniéndolo en su vida así, como ahora, a perderlo del todo.

Viéndose a los ojos en el espejo, plenamente consciente de la pena, el miedo y la desesperanza en su mirada, la conclusión llega dura y contundente: por temor a arriesgar lo que tenía con él, ahora está a punto de no tener nada. Si por sus inseguridades y su cobardía lo pierde sin siquiera haberle confesado lo que siente por él, sin haber intentado una relación, no se lo va a perdonar probablemente nunca.

Agotada mental y físicamente se encamina hacia su cama y se deja caer boca abajo totalmente derrotada, confundida, atemorizada y sin tener la mínima idea de qué hacer. La única certeza que cobra forma en su mente y se va abriendo camino como un precario rayo de luz, es que tiene que intentar algo, cualquier cosa, antes de que sea demasiado tarde.

Rueda sobre su cama hasta quedar viendo al techo. Extiende su brazo para alcanzar su iphone y revisa la hora. Es casi la una de la madrugada; siente que una punzada late en el lado derecho de su cabeza al imaginar los posibles escenarios que despliega su agitada imaginación al preguntarse dónde estará Rick en estos momentos. Las probabilidades son muy altas de que esté pasando la noche en algún hotel con la rubia curvilínea, "simple y divertida" con la que dejó la comisaría hace ya varias horas. Los celos suben como la espuma, dejando su resabio amargo; porque el hecho de que ahora mismo esté con ésa, también le corta a ella toda posibilidad de intentar una vez más el contacto con él, aunque sea a través de un mensaje de texto para tantear las aguas. El sueño se niega a llegar, el dolor de cabeza se intensifica y no se ve ni un rayo mínimo de luz al final del túnel. El techo no parece ofrecerle ninguna respuesta por más que fija la mirada en él mientras se quiebra la cabeza pensando en alguna manera de encontrar el punto de reencuentro con el hombre que está empezando a volverse un sueño irrealizable para ella.

Como si alguien hubiera escuchado sus plegarias, su teléfono vibra indicando la entrada de un mensaje. Ni siquiera le pasa por la mente que pueda ser él, desde luego. En estos momentos –y últimamente en cualquier momento- ella es en quien menos piensa Richard Castle; en tanto que él sí absorbe una buena parte de la atención, el tiempo y los pensamientos de Kate. Suspirando, revisa la pantalla del aparato más por inercia que por interés, y el emisor del mensaje resulta ser ni más ni menos que Lanie Parish.

"Hey, amiga. Me enteré de algo que, no sé por qué, pero creo que puede interesarte. Pese a todo lo que puedas pensar, tu escritor está en casa, solo, intentando escribir desde hace varias horas. La fuente es confiable puesto que vive bajo su mismo techo (léase Alexis Castle)."

Kate se endereza como impulsada por una corriente eléctrica. Relee el mensaje varias veces para convencerse del contenido y para entender las implicaciones de su significado. Él dejó la comisaría con Jacinda, o al menos eso le dijo a ella. Se supone que, justo ahora, Rick Castle estaría pasando una salvaje velada con la rubia esa –siente el estómago revuelto ante la sola idea-; se supone también que, debido a eso, sería inoportuno que ella lo contactara a través de un inofensivo y poco riesgoso mensaje de texto ¿o no? Entonces –se dice a sí misma-, si él está en su casa, en su oficina, solo, eso quiere decir que… que Kate Beckett es la mujer más feliz del mundo en estos momentos. Castle no está pasando en la noche con la aeromoza y, por lo tanto, ella tiene la posibilidad de comunicarse con él o, por lo menos, de intentarlo. Porque claro, siempre existe el riesgo de que la ignore como tan bien ha sabido hacerlo a últimas fechas. Pero dicen que el que no arriesga no gana, y ella ya ha perdido demasiado por su estúpido miedo a tomar riesgos. Así que, manos a la obra y que sea lo que tenga que ser.

Busca en el teléfono el contacto guardado bajo el nombre de "Castle" y, sin siquiera detenerse a pensar, teclea el mensaje y lo envía antes de que otra cosa suceda.

Continuará...