Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece a mí, sino a Hidekaz Himaruya.
Advertencias: mocos.
¿A quién podría hacerle daño tomar un tentempié? El pequeño Romano siempre se metía a hurtadillas en la cocina para picotear alguna que otra hogaza de pan o unas cuantas manzanas rojas brillantes que, desde el cesto, llamaban al niño para que se acercara a ellas y las devorara. Él no tenía la culpa de que la comida le llamara; eso lo tenía claro.
Lo que Romano ya no consideraba tan normal era que últimamente España estuviera todo el día metido en la cocina sin hacer absolutamente nada de nada. Alguna que otra vez suspiraba o se levantaba para tomar un vaso de leche fresca, pero lo más común era que estuviera mirando al techo con un semblante melancólico. El hecho de que Romano se acercase a él para saber qué le pasaba no era porque se preocupara por él, sino porque era incómodo sisar comida si había alguien más en la cocina.
¡Maldito España! ¡Ya podría haberse ido a estar triste a otro lado!
—Oye, ¿qué bicho te ha picado ahora? —Romano se sentó en un taburete, mirando fijamente a la otra nación.
—Ah, Romano… —suspiró, agotado. Unas ojeras enormes mancillaban su rostro, otrora tan risueño y jubiloso— No sabes cuánto te envidio…
—¿Por? —Romano entrecerró los ojos. No le parecía normal que una nación independiente quisiera ser como un lacayo que tenía que utilizar los más ridículos y pomposos trajecitos de siervo.
—Tú no tienes por qué preocuparte de amigos felones, ni viajes a otros continentes, ni jefes fanátic… —antes de que pudiera terminar la frase, su vista se posó en su pequeño secuaz, quien se estaba hurgando la nariz disimuladamente mientras hacía como que escuchaba las quejas— ¡Romano, por el amor de Dios, no seas tan cochino!
Ni siquiera su preciado secuaz se preocupaba por él cuando estaba triste. A veces tenía la impresión de que a Romano le importaba más aquel moco verde que el bienestar de su jefe.
El niño, molesto por aquellas acusaciones tan gratuitas —¡se estaba rascando el interior de las fosas nasales, no sacándose mocos!— infló las mejillas y frunció el ceño. Por muy amenazador que pretendiese parecer en un principio, aquel aspecto de tomate provocó una risotada en España.
Muy en el fondo, Romano estaba contento consigo mismo por haber logrado que España abandonase sus preocupaciones durante un instante y volviera a sonreír con la alegría de mil soles. Lo que ya no le agradaba tanto era que se riera a su costa.
—¡Encima que vengo con todo el buen corazón a quitarte esa cara de pánfilo triste, vas tú y te ríes! —la ira de Romano se manifestó y le pintó la cara de rojo. España, en vez de actuar como la persona inteligente que no era, continuó riéndose— ¡Que dejes de reírte!
—¡Lo siento, Roma, pero la forma en que inflas los mofletes es tan graciosa! —se secó las lágrimas provocadas por la risa. Romano comenzó a temblar de la rabia.
—¡Mala sombra te caiga! —gritado aquello, Romano se marchó con la cabeza bien alta de la cocina. Tenía hambre, sí, pero su orgullo valía mucho más que cualquier otra cosa.
Sin embargo, no pudo evitar esbozar una sonrisilla al volver a escuchar la carcajada de España. Más le valía a aquel idiota reír que llorar.
FIN
(Al final la mala sombra cayó sobre España, le aplastó y murió)
