Los personajes de Naruto no me pertenecen. Pedazos de la trama que ocurrirá, pertenecen a Dragon ball.
Naruto y Dragon Ball.
Crossover.
REedición: *Cambio de una muy pequeña descripción sobre un personaje muy SECUNDARIO al que se debe prestar atención para posteriores capítulos.
Primer capítulo: Una misión en solitario
Aunque a esas tempranas horas de la tarde el sol pareciese implacable, Hinata traspasó el lugar con un ávido sentimiento de libertad. El viento ululaba mientras los pájaros se espantaban con la velocidad de sus pies, emocionados en el apogeo. La corriente aligeraba los espacios donde empapaba el sudor abrillantado y los vellos se pegaban, mojados y relucientes. Se sentía fresca y extasiada. Era la primera vez que como ninja sustentaba una misión en solitario por recomendación de su mentora y aceptación de su clan y la Hokage, y le resultaba fácil entusiasmarse. Estaría apartada durante dos días… de aquellas miradas lastimeras de las que sólo soportaba en un insoportable mutismo. Escaparía de la impresión del rechazo; y el fracaso, como si lo rehuyese. Evitaría evocar viejas emociones y cicatrices. Se prometió que en esa misión resurgiría de su cascarón desesperanzado y melancólico para comenzar a ser la nueva persona y ninja que soñaba ser.
El sol empezó a obnubilar sus párpados, ya pesados por su activo uso. Sus ojos eran dos esferas blancas sin pupila que confinaban técnicas y poder. A pesar de su color, una brillantez única les daba una apariencia viva inigualable. Era su habilidad principal y el único sostén para el desarrollo de su fortaleza. Hinata no había nacido con la pasión de una guerrera, y a medida que crecía, tampoco encontró ningún dominio en algún elemento, ni los reforzó sólo para asegurarse de no necesitarlos. Su linaje establecía que como Hyūga nacida y criada en el clan Hyūga su punto más fuerte era el Byakugan, pero no era buena manejándola. Su chakra, la energía milenaria del cuerpo de cualquier ser vivo, siempre se había caracterizado por ser errático y complejo, como un mar turbio en plena tormenta.
El follaje disminuyó, el sol volvió a emancipar su potencia, y fue tan abrupto el panorama de las cosas que Hinata apagó su habilidad, embargada de satisfacción. Saltó de un árbol alto y lozano, y aterrizó con gracilidad a un suelo aplanado. El paisaje era particularmente hermoso: bordeado de cerros a la lejanía, la pradera se interrumpía por la construcción de casas aledañas campestres, con alrededores pedregosos. Se aspiraba vida y tranquilidad. Desde lejos su mirar se dirigió a una señora mayor que corría a ella con la sonrisa sujetando las arrugas de su rostro y los ojos alegres, haciéndole fruncir los rabillos.
—¡Tú debes ser la ninja de Konoha que mande a pedir!—afirmó exaltada. Hinata permitió que la tomara del brazo, dejándose arrastrar mientras respondía con una reverencia mal hecha por el agarre.
—Sí, soy yo. —Un rubor se extendió por sus mejillas y le sonrió con timidez, un rasgo que Hinata despreciaba desde que era una niña porque le había causado problemas y aún los causaba. Además, su clan lo tomaba como una muestra de su atolondrado modo de comunicarse con los demás. Líder y heredera de su linaje, creían que ella no tenía la personalidad necesaria para comandar a otros sin sonar insegura o poco convincente.
La mujer disfrutó de la cortesía, y le sonrió más. Aquella muestra de inmuta aceptación hizo brotar más confianza en Hinata, quien se regocijó en silenciosa aceptación por su propio comportamiento.
—Me gusta que me hayan mandado a una joven respetuosa. Por lo que me han contado, todos los ninjas jóvenes son muy atrevidos en estos tiempos. Incluso, mis propios nietos eran unos completos malcriados—comentó la anciana casual, pero la miró a los ojos como si esperara una respuesta afirmativa. Hinata intuyó esa mirada porque su padre tenía la misma singular fijeza cuando le repetía un discurso y esperaba confirmación de aceptación, pero confrontó un combate dentro de sí misma. Algunos compañeros de generación, como Shino, Ino, Shikamaru y Chōji, habían sido educados por sus clanes para mantener predisposición a los modales, aunque Ino fuese la única que de vez en cuando dejara escapar su carácter. Sin embargo, no se atrevió a contradecirla, asintió con gesto sumiso y educado, y dijo:
—Sí-í.
Entonces, la mujer dejó de mirarla con fijeza y continuó:
—Estoy francamente preocupada—dijo la anciana, y torció los extremos de sus cejas blancas hacia arriba; dirigiendo el rumbo de la conversación por otros lares—. Esta construcción ha demorado demasiado. Por eso mande por ti, que eres joven y fuerte. Todos los viejos de acá son muy tercos y casi no me dejan, pero se les olvidó que tengo habilidades ninja.
Prosiguió sonriente, al ver que Hinata correspondía con una risa dulce y queda:
—Ya están viejos, por eso les empieza a fallar la memoria. Pensaban que yo iría hasta Konoha por tu misión, pero eso no era lo que yo tenía planeado. No abandonaría mi hogar, y menos para un agotador viaje de ida y regreso hasta Konoha. Prefiero enviar a mi invocación especial, un pajarito que yo hago.
Hinata se interesó genuinamente. Le habían informado que en ese lugar los habitantes se conformaban por civiles y ninjas retirados. Su apacible vida rústica se debía a su avanzada edad, porque consideraban el pueblo como su última parada para esperar sin muchas ganas a la muerte.
—¿Usted era ninja?—preguntó en voz baja, tomándose las manos al frente del cuerpo. Hinata podía ser una mujer de curiosidad insaciable.
—Sí, y una de las mejores. —Se puso a reír. Luego, añadió—: Participe en la Segunda Guerra Ninja como ninja de la Hoja. Horribles tiempos, pero que me trajeron grandes honores—dijo. Sus palabras parecían teñirse por las emociones que rememoraba al pensar en las espantosas masacres, y un fugaz vestigio de tristeza cruzó su rostro vivaracho e hizo vacilar su perenne sonrisa—. Tenemos suerte que en estos tiempos no haya ninguna guerra o tantos conflictos. Es pocas las veces donde los ninjas pueden vivir en armonía.
—Me imagino que debió ser una época muy difícil—dijo Hinata con pesadumbre, alzando la mirada a los pájaros del cielo, imaginándose la tragedia. Para un alma que valoraba tanto la vida, los relatos de las guerras siempre la ponían en un estado de triste reflexión.
La anciana relajó sus tensos músculos. Le sorprendía gratamente que aun existieran jóvenes que se tomaran en serio la evocación de una historia donde las guerras habían sido plenamente trágicas, porque las generaciones venideras seguían igual de inconscientes que las primeras.
—Eres una joven de gran corazón—opinó, y explicó cuando Hinata lo volteó a ver con un aspaviento y un rubor en los pómulos—: No importa cuánto se narre una y otra vez las nefastas guerras que ocurrieron en las escuelas de las grandes Aldeas Ninja, las generaciones siguen igual de inconscientes. Me alegra ver que tú eres una de las pocas ninjas que le he visto dar verdadera importancia al valor que tiene una vida, no importa de quién sea.
El valor de una vida. La mente de Hinata quedó intrigada, embelesada por dicha frase. Había sido embrujada por la madurez de Hidiava.
—No-o… No-o soy como usted cree que soy… Muchas veces, también soy… —Se vio a la joven nerviosa, por el modo que era incapaz de formular correctamente el final de sus oraciones. Ella pensaba que la anciana estaba errónea por ponderarla a ese nivel, ya que se había acostumbrado al desapruebo y no a los halagos. Su voz vacilante se reanudó, en un tono mucho más bajo, porque en esos momentos iba a humillarse un poco para confesarse—: Igual de… inconsciente.
—¿Ah, sí? Dime, ¿Cuáles son tus razones para creer que eres inconsciente?
Entonces a Hinata le tembló el labio cuando habló, porque incluso más que los insultos contra ella, argumentar a su favor le resultaba pesado e incómodo.
—Como shinobi, mi deber… es hacer sacrificios—dijo y se quedó callada. Respiró hondo para intentar ordenar sus desordenadas ideas y retomó el hilo de sus perfilados pensamientos—: Mi padre dice… No, tengo una voluntad débil que mi padre ha desaprobado en mí. Pero…, cuando sea el momento, me doblegaré a las circunstancias y tendré que ma-atar. —La palabra se enredó en su lengua y Hinata bajó los ojos al suelo, avergonzada por la dureza de sus afirmaciones, en especial la última. La anciana cayó en cuenta de su inquieta manera de envolverse las manos y estrangulárselas con nerviosismo—. Aunque no quiera…, para defender el honor de mi Aldea, para evitar que el enemigo pueda hacer daño a los que amo... No soy diferente a los demás shinobi.
No era diferente, pensaba Hinata. Tal vez era incluso peor. No era una ninja digna: siempre había sido cobarde, débil y llorica. A los verdaderos ninjas se les reconoce su espíritu desde que son pequeños. Kakashi Hatake, Itachi Uchiha, Shisui Uchiha… Ellos eran grandes ejemplos que alguna vez Iruka, su maestro de escuela, había nombrado para facilitarle la explicación de shinobis con esquemas de prodigios. Hinata había considerado que tal nivel era una caracterización visible desde la infancia. En cambio, ella había ocupado días enteros entrenando y, cuando Hanabi, su hermana menor, creció sólo un poco, le fue suficiente ver la transformación del Byakugan para encenderlo y habituarlo a su estilo de pelea.
La mujer contestó enseguida, con una rapidez que aseguraba que había estado esperando a que terminara de hablar.
—Pues déjame decirte que lo tienes claro. Eso es lo que se supone debe hacer un shinobi, pero después de tres guerras ninja, yo pienso que eso está en duda—contestó ella entonces, con una seguridad de acero y una severidad que por su crianza Hinata consideró intimidante—. Escucha, no dudo que alguna vez debas matar a alguien, y menos te mentiré yo, una mujer con tanta sangre en sus manos. Pero cuando llegue el momento, a menos que te vaya a matar o sin duda sea un peligro para los que amas, no lo mates. Si matas por matar te llenarás de culpa y tu consciencia jamás estará tranquila. Acumularas resentimiento y te volverás una herramienta sin sentimientos ni compostura. Y no olvides cuánto… Cuánto vale una vida…
Transmitiéndole sus mejores deseos, la anciana volvió a sonreírle y le guiñó un ojo.
—Gracias—respondió Hinata con nobleza.
—De nada… Alguna vez yo también fui una joven inexperta que hacia lo que le decían. Tal vez tu clan… ¿Hyūga, verdad? Reconozco esos ojos blancos. —Esperó que Hinata confirmara con un mudo cabeceo—. Ese clan debió haberte quitado parte de tu voluntad. Ninguna voluntad es débil por si sola. Necesita de otros elementos para ser débil o fortalecerse.
—Mi clan es algo… estricto—murmuró, dilucidando por primera vez el origen de sus miedos y tal vez, defectos.
—No lo dudo. ¡Mira el clan Uchiha, por ejemplo! Era un clan poderoso pero yo los recuerdo como unos tipos engreídos y demasiado rígidos…
Ensimismada en la amena conversación, Hinata se permitió esbozar una sonrisa más pronunciada. En el interior concordaba: hace muchos años, cuando los Uchiha vivían, le avasallaba un miedo indescriptible al pasar frente al portón del lugar de sus residencias. A veces los Uchiha la miraban sesgando el gesto, con su apremiante postura cerrada y la boca apretada con rigidez, y a ella le consumían los nervios. Por fortuna, el clan Hyūga mantenía una relación amable, más rígida, con el clan Uchiha, y jamás se hubiesen tomado la molestia de visitarse encarecidamente, además de contadas ocasiones.
—De cualquier manera, me da tanta pena lo que les pasó…—dijo la anciana compungida— No puedo creer que un chico tan joven como ese prodigio, Itachi Uchiha, hubiera sido capaz de matar a todo su clan a sangre fría.
Itachi Uchiha. A Hinata se le vino el corazón con ese nombre. Antes de la masacre, recordaba con criterio al muchacho tranquilo y callado que había visto entre las visitas entre clanes. Había sido sólo una vez, pero la memoria era tan fresca como verduras recién cosechadas: Itachi poseía unos ahuecados profundos y negros como la noche, una expresión solitaria y amarrada a la vida, un fantasioso poder que ella siendo niña sintió, y sus ojos jamás se apartaron. Él la había saludado con una voz característica y única que en el presente no podía olvidar, y le había dicho, con una sonrisa difícil de apreciar, al ver como se escondía detrás de las prendas de sus padres: «¿Qué tal, pequeña Hinata-san?». Su madre se había reído con la tersidad de una pluma esa noche, cuando le dijo que le gustaba Itachi y esperaba verlo pronto. Le dijo: «Veo que el encanto de ese muchacho ha enamorado a mi pequeña. Tal vez lo volvamos a ver cuándo visitemos a la familia Uchiha». Entonces, el día que le dijeron que visitarían la familia Uchiha, su madre la había puesto más bonita y, esperanzada, llegó al barrio Uchiha, entonces, un hermoso joven de prolijo porte, sonrisa juguetona y de cabello rizado había notado su ansía al verla girar el cuerpo, buscando de hito a hito la presencia de Itachi. Hinata había pensado que era adivino cuando le habló con ese tono travieso y a la vez, colmado de ternura: «Lo siento, pequeña. Itachi ha salido de misión. Tal vez lo veas la próxima vez». La muerte le arrebató a su madre, su padre decidió no ir más al clan Uchiha al determinar como ellos se encerraban en sí mismos y rehusaban las visitas como gérmenes. Ocurrió la muerte del joven con quien habló, quien resultó ser Shisui Uchiha, y como gota final de un vaso lleno, la traición de Itachi colmó a Konoha de incredulidad y pésame. A ella, en cambio, los sueños le pagaron con pesadillas… Sintió culpabilidad por gustarle un asesino.
Hinata recordaba mucho, pero sólo asintió con tristeza ante el relato más espantoso ocurrido en la historia de Konoha.
—Sí, fue un evento muy triste.
—Escuche por ahí que quedó un superviviente, ¿verdad?
—Si-i, es…, es, un chico que estudió en mi academia—dijo Hinata, ansiosa. Rememoraba a Sasuke —su antiguo compañero de generación— y su intemporal expresión inviolable, triste, ensimismada en un mundo caótico y violento. Antes de fijarse en Naruto, se concentraba en él y en su suplicio, y pensaba con profunda decepción que no tenía coraje para acercarse y ser su compañera de lágrimas. Sin embargo, después de la masacre, Sasuke se había cerrado completamente al presente. Vivía y sufría por el pasado, y los valientes que querían acercarse, eran rechazados sin nada de contemplación. —. Su nombre… era Sasuke Uchiha. —Había dicho «era» a propósito. Hinata tendía a ser una persona de comentarios inteligentes que ocultaban detalles y hechos.
—El hermano menor de Itachi Uchiha. El único Uchiha que queda además de ese criminal. Pobre criatura.
Fue el último comentario de la conversación. De repente los pasos de ambas —que durante el tiempo transcurrido, habían sido cortos para alargar la conversación— se detuvieron, porque un sinuoso grito atrajo su atención. Permanecieron quietas y calladas esperando a un anciano de cabeza monda y las mejillas colgantes, que emprendió trotando un tramo hasta ellas y al llegar, se detuvo con la respiración entrecortada, agarrándose las rodillas encima de los pantalones.
—Hidiava, necesitan que les eches una mano para cargar los robles con tus técnicas ninja—dijo. La frente se apergaminó y sus ojos se achicaron con amargura obstinada al avistar a Hinata, y volteó a ver a Hidiava nuevamente, quien le sonrió con humor sólo para aplacar la zozobra de su compañero de hace varios años.
—Al final sí la mandaste a traer. ¡No tienes remedio!—aseveró él.
Hinata guardó silencio mientras contemplaba como ambos discutían.
—¿Qué daño hace, Dashimo? Eres todo exagerado. ¡Vamos, acepta la ayuda de manos jóvenes! —Él la miró con una mueca resignada. Y giró a Hinata, y le dijo:
—Muy bien, chiquilla. ¿Qué sabes hacer?
—Yo-o…
—Ponla a cortar y llevar robles, Dashimo. Si no te has dado cuenta, posee el famoso Byakugan y por tal todas sus técnicas deben ser de cuerpo a cuerpo—la interrumpió la anciana. A Hinata le sorprendió comprobar que Dashimo no replicó más, la firmeza de la orden lo había adiestrado sin amenazas o violencia. Hinata admiró que Hidiava fuera una anciana decidida y una gran líder. Sin preverlo, ella llegó a pensar, con un incómodo sentimiento, sobre las personas que eran naturalmente carismáticas, nacidas para ser seguidas por los demás, como lunas entre un millón de estrellas. Y ella debió haber nacido así para ocupar la posición que le correspondía como heredera, y sin embargo, no nació o creció con dichas habilidades.
—Está bien, Hidiava. Síganme las dos—dijo Dashimo, y los pensamientos volaron y Hinata volvió a caer de bruces con la realidad. El anciano dio la vuelta y les hizo una seña con el dedo.
Los tres se alejaron hasta que la urbanización se perdió de vista entre las matas del bosque. En el recorrido Hinata pudo apreciar con mayor minucia las hileras de pequeñas casas desperdigadas y casi desordenadas, la demostración más explícita del desenvolvimiento apresurado y no planificado de los remotos inicios del pueblo. También vio la construcción no concluida que iba a ser el punto más concurrido y alejado de la pequeña aldea, los cerros que cubrían la vista de los cultivos de los que le habló Dashimo; donde, encima de sus ángulos más protuberantes, se encontraban las fuentes de poder eléctricas empalmadas, encargadas de proveer de energía a la urbanización rústica. Jamás había visto un pueblo con un diseño tan práctico, tan adaptado al entorno. El propio pueblo estaba embalsamado con una energía rebosante de frescura, de reposo y alegría, casi moldeado para quienes vivían en su tierra.
El trabajo comenzó y continuó hasta el atardecer, donde los ancianos procuraron descansar para el almuerzo. Hinata había puesto toda su energía y empeño en el proyecto y había trabajado más que los demás. Había insistido sin mucha seguridad que los ancianos no cargaran robles pesados, a cuya petición muchos hombres mayores corpulentos negaban rezongando, y ella usaba chakra para cargar pedazos de madera grandes y largos. Le dolían los brazos y la garganta se escocía. Se había cansado, aunque no lo suficiente para querer descansar. A regañadientes aceptó abandonar el trabajo y seguir a Hidiava —quien trabajó derrumbando los robles, pero se sentó el resto de la velada a descansar—, que la había invitado a comer a su casa como recompensa a su ahínco. Cuando Hidiava le dio las gracias, Hinata, sonrosada, enseguida hizo aparecer su pleitesía y su modestia común:
—No hay de qué, Hidiava-san—le contestó la muchacha con respeto. Apareció una alta señora —quien era civil, trabajaba arreando los campos y algunas veces pasaba por las casas de ninjas, los constructores del pueblo, para preparar la comida de los trabajadores. No hablaba mucho, pero Hidiava le dijo que era una mujer misteriosa y muy amable. Saludó a ambas en un tono bajo, y traía en su brazos una bandeja de dos platos con arroz, verduras y frutas, recién hechos y calientes. Le dieron las gracias. Hidiava le preguntó qué tal su día y ella, con un ademán, entre tímido y seco, contestó que bien. Contempló a Hinata con fijeza cuando le dio las gracias, y le sonrió a medias, y la mirada que le dedicó parecía estar en algún lugar del pasado. Hinata quedó intrigada y trató de replicar su sonrisa. Luego, la mujer se retiró. Hinata y Hidiava asieron los palillos con el dedo corazón y el pulgar para comenzar a comer.
—¿Recuerdas cómo ella te miró? —Hinata levantó con lentitud la mirada del plato. Sabía a qué aplicaba la pregunta.
—¿Ariami-san?—respondió en un murmullo.
—Exactamente—contestó, y susurró—: Ella te miró con nostalgia.
Hinata enmudeció, y prescindió de pedir alguna explicación porque temió sonar descortés. Hidiava tampoco volvió a retomar el tema. En cambio, arrastró un minuto de silencio y le dijo:
—Espero que te guste, Hinata. Acá somos vegetarianos.
—No hay ningún pro-oblema, Hidiava-san—dijo su invitada, y por alguna razón que hablaran de otra cosa le hizo sentir aliviada—, le agradezco su generosidad.
—Pruébalo—dijo la dueña con cariño. Así, ella obedeció. Desde el primer bocado, el sabor ahumado de un sencillo arroz blanco combinado a la perfección con verduras al gusto, junto a la salsa de soya y las legumbres le dieron satisfacción a su paladar.
—Está delicioso—halagó, no por protocolo, sino por honestidad.
—Yo sé. —Con una amplia sonrisa, la anciana también comió.
Durante la comida no se habló y nadie hizo amago alguno de querer arruinar la perfecta quietud del hermoso mediodía. La luz rubicunda del sol transluciéndose por el enorme ventanal del cuarto embargó a Hinata de una gran calma. Pensó que tal vez, cuando tuviera una edad senil, se vendría a vivir allí a disfrutar todos los días del brillo del sol y el aire cálido. Luego sus pensamientos volaron a sus hijos, ya idos, lejos de ella, viviendo con sus nietos; Hinata, al lado del chico que le gustaba como esposos y agarrándose las manos, y sus mejillas ardieron. Cuando Hidiava le habló, Hinata despertó de la visión de un chico de sonrisa bonachona y el mirar azul de un cielo.
—Hinata, me voy echar una siesta para renovar chakra. Tú sigue ayudándoles a los ancianos.
—Claro, Hidiava-san. No se preocupe—murmuró, casi distraída.
La mujer se levantó del comedor soltando un bostezo. Antes de abandonar el recinto, su acortada e imponente figura se acomodó en el resquicio de la puerta y volteándose le aclaró con una sonrisa:
—Esta noche quiero que duermas en mi casa. ¿Quedó claro, Hinata?
—No…, no quiero ser una molestia…—refutó con timidez. El que se tomara la molestia de ofrecerle su casa para dormir arreboló sus mejillas. Era común que los ninja solieran hospedarse en las casas de quienes los solicitaban a misiones, aunque nunca estaba demás el entrenamiento programado para la intemperie y la vigilancia nocturna durante las etapas de sueño.
—No eres ninguna molestia. Me pareces una chica muy agradable.
Sin esperar respuesta, salió del cuarto a descansar.
—Gracias…—susurró la chica aunque sabía que la mujer ya no estaba. Se paró y salió al pasillo, donde se colocó nuevamente sus sandalias. Avanzó hasta la puerta principal y la cerró con cuidado. Cuando Dashimo le preguntó por Hidiava, ella le aclaró sobre el descanso que Hidiava se había tomado sin ningún tipo de preocupación. Él suspiró con una desgana que interpretó como cansancio y masculló que conociéndola sólo era una excusa para no hacer nada y dejar que Hinata (a quien había dado una misión tan sencilla) hiciera su trabajo. Le indicó a la ninja que lo siguiera por el mismo camino que tomaron la primera vez. En lo que quedó de la tarde hasta la noche, terminaron de construir y acicalar la casa, acomodar los numerosos tatamis y fusumas en los cuartos y plantar varios tipos de flores a los alrededores. Dashimo le explicó que la construcción tenía el propósito de unir a los ciudadanos del pueblo como una gran familia y disfrutar de celebraciones con música y té. Los demás ancianos (que guardaban con orgullo sus memorias) conversaban con Hinata y le contaban abundantes anécdotas e historias de valerosos héroes del mundo ninja, que la joven curiosa escuchaba con interés y atención. A ella, en cambio, mientras trasladaban los muebles de un lado a otro, no se les había ocurrido preguntarle nada sobre sus desastrosas habilidades ninja, además de asombrarse de su linaje y hablar de sus propios jutsus, y Hinata lo agradeció.
El clima comenzó a volverse más frio con la entrada de la noche y a los ancianos empezaron a castañetearles los dientes. Sin embargo, Hinata seguía sintiendo el cuerpo tibio, así que no se quejó por el aire gélido e, igualmente, tampoco hubiera sido tan imprudente para decir esas cosas en voz alta. Por lo que pudo ver, todos abandonaban sus actividades después de pasadas las seis, así que ella también se oportuno a la casa de Hidiava, aun sintiendo pena. Algo en ella le dijo que era mejor dormir fuera, pero Hidiava tal vez sabría y no quería recibir reprimendas de su parte.
Cuando estuvo frente a la entrada abrió la puerta despacio, pues supuso que la dueña estaba dormida. Dejó el calzado a un lado y con los pies desnudos avanzó silenciosamente por el pasillo, sobre las tablas de madera barridas y refregadas, limpias y relucientes. Además de la biblioteca, el comedor y el baño, había dos habitaciones más adelante, una frente a la otra. Sin saber cuál de las dos era la de huéspedes o en cuál debía dormir, Hinata asomó la cabeza en la puerta ubicada al lado derecho. Allí, Hidiava se postraba frente a una cama baja, debajo de un mueble de madera oscura que la separaba del suelo. El cuarto estaba iluminado por la débil luz de dos lámparas de aceite a ambos lados del colchón, y las sombras reverberaban en el cabello blanco teñido a oscuro por la contraluz, de la dueña. Sin saber qué hacer, Hinata asomó todo el cuerpo y al momento de prepararse para llamarla, la anciana giró abruptamente y le indicó con el dedo índice en la boca que hiciera silencio. Había sentido su presencia y chakra. La muchacha entreabrió la boca y curvó las cejas con discreta extrañeza. Caminó con los pies cautelosos y silenciosos, la alcanzó y miró por sobre el hombro de la anciana a alguien descansando.
Hidiava notó su observación e inclinó el cuerpo para darle mejor vista. Con señas le pidió que se acercara más. La chica obedeció, fascinada por el bulto que aplanaba la colcha, un cuerpo que delineaba un largo mediano, de la cabeza hasta los pies. Se agazapó, vio con detenimiento sus facciones acortadas por las luces, y supo que correspondía a un hombre, muy joven, más superaba su edad, cubriéndose con las sabanas hasta el cuello. Dotado con gran belleza, sus pestañas larguísimas serían como los pétalos de una flor que al abrirse y florecer, enmarcaban su mirada con fuerza y profundidad. La nariz era recta y esbelta y los labios eran tan delgados como tortuga, más, definidos perfectamente por un natural color rosado pintoresco. Su cabello rubio se desparramaba por la almohada y los hilos eran finos y lacios. En conjunto reinaban los rasgos andróginos que le hacían parecer una mujer si uno no observaba con suficiente destreza la dureza del filo de sus mandíbulas masculinas. Parecía uno de esos chicos jóvenes que escapaban de familias adineradas y tradicionales para buscar su propio destino. Hinata se imaginó que tan bello muchacho debía ser de algún tipo de nobleza. Estaba profundamente dormido, hecho una piedra, y apenas hacia movimientos al dormir.
—¿Qué te parece, Hinata? ¿Verdad que es un chico muy apuesto?—le susurró la anciana con un tono extremadamente bajo, un tono picarón que le hacía parecer de menos edad.
—Si—respondió Hinata, en complicidad. No había ningún tono sugerente en su voz, sólo la insaciable curiosidad y la desmesurada imaginación que le teñía la cabeza de imágenes crudas sobre lo que ese muchacho encantador debía de haber pasado.
—Fue a este pueblo buscando un hostal, pero obviamente, no lo encontró. Los demás ancianos me lo mandaron a mí. No pude negarme, el joven no dejaba de estornudar. Al parecer tiene mucha fiebre.
Hinata lo dejó de admirar porque su bondad le hizo embargar de preocupación. El joven rubio tenía una tez cadavérica. Entonces, una duda instintiva le hizo ponerse alerta y apartar la historia hipotética que su mente había elaborado.
—¿Crees que sea un ninja, Hidiava-san?
—No estoy segura. No tiene su bandana, pero su ropa no es de un civil.
Ante la sorpresa de Hinata, la mano venosa arrebató la sabana que lo cubría celosamente. Su torso estaba desnudo. La inocencia de ella la hizo avergonzar profundamente, sus creencias le hicieron pensar que había atravesado un territorio prohibido, y enmascarado la privacidad de un hombre, aunque fuera Hidiava quien hubiese cometido el delito. Hinata volteó la mirada en represaría a sí misma y se negó a mirarlo. La anciana la vio con aburrimiento.
—No te avergüences tanto, querida. Él es sólo un chico bonito.
—¿Po-or qué-é no tiene ca-amisa, Hidiava-san? —El sabor amargo del nerviosismo le hacía golpear las palabras entre tartamudeos rápidos y una respiración superficial.
—Le ofrecí que se quedará en mi casa a pasar la noche y le ofrecí comida, pero se negó a esta última. Se fue a este cuarto, se quitó la camisa y se echó a dormir cubriéndose todo con la sabana. Yo entré cuando se quedó dormido para poder admirar un poco más su belleza. También podría considerarse una lástima, ésta iba a ser tu cama. Ahora no sé dónde podrías dormir…
—Debe-emos da-arle privacidad, no es bueno que lo moleste-emos en su sueño—balbuceó Hinata con un hilo de voz.
—No creo que le importe, Hinata. Eso sería su culpa por andar desnudándose en mi casa.
La joven ninja, terca a participar en semejante indecoro, se excusó con una temblorosa disculpa diciéndole que prefería salir un rato a pasear, aunque fuese mentira. Se puso en pie para abandonar la habitación. Hidiava la tomó del brazo con algo de fuerza, porque su percepción rápida le hizo ver la verdad y la actitud de ella le había hecho sentir una mujer sin escrúpulos.
—Hinata, siéntate de nuevo, por favor—le pidió levantando ligeramente el volumen de la voz, porque no quería despertar al muchacho. Soltando un suspiro resignado, la muchacha obedeció a su anfitriona—. Ahora lo único que quiero es que lo mires. Admíralo. Hazlo por mí.
Muy nerviosa, la chica inhaló y expiró, ahogándose en su propia vergüenza. El corazón le latió desbocado cuando recorrió su bello rostro, cubierto por el sopor de un sueño tranquilo, y observó la mitad del cuerpo delgado… La piel labrada, desnuda, expuesta ante ella con un grandísimo primor. Un tatuaje llamó su atención. En el corazón vio una extraña figura, el contorno cocido de una cara sin ojos pero con filosos dientes. Analizó su pecho con un detenimiento crítico. ¿Qué podría ser… eso?
—Yo tampoco sé que es eso—dijo la anciana con una voz más apacible. En su interior la joven ninja se alivió de que no se hubiera molestado por su anterior ademán— ¿Por qué no lo tocas y compruebas qué es?
Hinata la miró terriblemente asustada, de una forma que hizo que la anciana se contuviera de reír. Le sorprendía lo exagerado de su pudor.
—Tócalo Hinata, vamos, yo te ayudo. —La descarada señora tomó la mano de Hinata ante su perplejidad. Acercó su palma hacia el pecho del hombre. Justo cuando estaba a punto de tocarlo, la joven ninja salió de su estupor y con más fuerza de la que esperaba usar, atrajo de regresó la palma, en una acción casi beligerante, mientras sus mejillas se llenaban de calor. La anciana la liberó rápidamente, tomándose la muñeca con un gesto receloso. Hinata se levantó, determinada.
—Lo si-iento Hidiava-san. ¡Yo-o…, no puedo to-ocar a este joven! —Bajó pudenda su mirada a los pies, dejando de ver los ojos sorprendidos de la anciana— Seria una falta de respeto...
Hidiava negó con la cabeza y la observó con coraje. En el silencio de la habitación, el joven empezó a rezongar mientras ambas mujeres lo miraban atónitas.
—Hinata, vámonos, se va a despertar—murmuró la anciana, un poco asustada por ser descubierta. Se levantó con fluidez para que ambas abandonaran el salón. Sin embargo, una voz furibunda y enérgica prorrumpió en la habitación. Una voz molesta que les heló la sangre.
—¡Ni se les ocurra abandonar esta habitación, hum! —Contrario a su apariencia, su voz no evidenciaba la suavidad de sus rasgos. La entonación era osada, pertinente. Él era un chico demandante, un muchacho que, Hinata consideró, ya no parecía para nada de algún tipo de nobleza o algún clan tradicional.
Se sentó en la cama y el largo cabello se le desparramó por la espalda y los hombros. El hombre se lo corrió de la cara con fragorosa furia y las vio con un solo ojo abierto, rebosante de ira. El rostro se le contraía con fuerza y mostraba sus dientes apretados, certificando su cólera.
—¡¿Qué se supone que querías hacerme, estúpida vieja pervertida?!
—¡Yo no soy estúpida ni pervertida, jovencito!—regañó la anciana retrocediendo hasta rodear a Hinata, que había llevado los pies hacia atrás también. Ambas se sentían descubiertas en alguna travesura, y querían mantener distancia. El adolescente hablaba con un volumen tan alto que les era imposible permanecer impertérritas.
—¡Oí lo que dijo esa mocosa! ¡Así que no me trates por tonto, hum!—bramó con fogosidad. En ese estado, las facciones del chico parecieron volverse más duras, moldeándose, convirtiéndose en una expresión violenta.
Entonces el joven se levantó, pero rápidamente flexionó las rodillas y llevó una mano a la boca, tosiendo desaforadamente. Dirigió su aguado ojo hacia donde estaban las dos mujeres. Le echó una mirada a Hinata con desdén imperativo y ordenó:
—¡Tu mocosa, quédate aquí, hum! ¡Tú, vieja depravada, lárgate!
—¡No me puedes echar de acá, mocoso malagradecido!—gritó Hidiava— ¡Ésta es mi casa!
—¡Lárgate antes de que te haga explotar, hum!
—¡Ja! ¡Como si pudieras!—se burló la anciana, con actitud altanera.
—He, he. —El chico soltó unos sonidos de nefanda diversión, y la sonrisa le salió mentirosa y exagerada. Sus manos, de repente, se metieron en las fosas de sus bolsas grises, a cada lado de sus caderas. Hinata se preguntó qué haría. De forma premeditada, activó el Byakugan y sacó un kunai. Hidiava, quien detectó el peligro sólo con el lenguaje corporal del hombre, empezó a hacer signos con los dedos, preparándose para efectuar en cualquier oportunidad ataques de fuego. Hinata observó el contenido de la bolsa: arcilla simple e inofensiva, sin chakra. Sin embargo, cuando las manos del hombre hicieron contacto con la masa, unas bocas se abrieron y devoraron el producto. Ahora podía corroborar que el joven era un ninja y poseía una técnica que jamás había visto. Usó la posición de combate del clan Hyūga, desconociendo lo que venía.
—¿Qué ves, Hinata? ¡Dime qué estás viendo!—demandó Hidiava.
—Es… Es… —No sabía cómo describirlo. No sabía, siquiera, qué tipo de técnica era esa.
—Es mi mayor técnica artística, Hyūga—dijo el hombre, con orgullo, y añadió, viendo a Hinata con la fijeza de un águila—: Y veo que tú tienes el famoso Byakugan. Nunca lo había visto en persona, pero no es muy impresionante, ¿hum?
—¿Por qué… quieres atacar este pueblo?—preguntó Hinata, mientras pensaba en cómo efectuar un ataque.
—No hay nada que me enoje más que me molesten cuando duermo. Ustedes han provocado esto.
Al dejar las manos al aire, una magna cantidad de escarabajos pequeños llenos de arcilla saltaron de sus manos, y al llegar el suelo, corrieron hasta ellas y las rodearon.
Hidiava forró su puño de fuego y le intentó pegar a una, más se escurrió entre sus dedos y el escarabajo volvió a rehacerse. Fue su señal, y los demás insectos rodearon a Hidiava y se juntaron. La anciana se encauzó en moverse con frenesí, y Hinata la quiso ayudar, más Hidiava le gritó que no. Sus movimientos enfebrecidos la zambulleron más en la masa de arcilla, que le cubrió desde las piernas hasta el cuello.
—Está bien. Ahora, en este preciso instante, puedo hacerte explotar en miles de pedazos, anciana mugrienta—despotricó el muchacho—. ¿Tienes algo qué decir ahora, hum?
La anciana no contestó, más por orgullo que por nervios. Entonces, la masa de arcilla le apretujó más. Hinata, quien presenciaba el deshonroso espectáculo, había perdido la postura y el enfoque. Estaba tan preocupada que la desesperación amenazaba con ceñirse a su piel.
—No escucho ninguna clase de disculpa, hum—dijo él, con los ojos entrecerrados—. ¿Tiene algo que decir, estúpida vieja?
El mutismo fue su respuesta. El chico sonrió.
—Está bien… Si así lo deseas.
—¡Espere!—exclamó Hinata con una fuerza desconocida en ella. Se acercó a un tramo de él y se arrodilló; agachó la cabeza con humildad— ¡No haga eso, se lo ruego!
Deidara tornó sus brazos en su cuerpo y la miró en dureza rajatabla.
—Hum. ¿Realmente te consideras ninja, rogando piedad de forma tan patética?
—Le-e… daré lo que usted desee, pero por favor no le haga daño a Hidiava o al pueblo.
—Lo dices como si a mí me interesara éste pueblo poco artístico, hum.
Hinata susurró con cobardía:
—Por favo-or…
—Patética…—contestó él, con un desagrado notable.
Hinata acalló ante el insulto. Se acentuaban sus temores.
—Quiero que ambas se disculpen—masculló el muchacho, después de que ella calló.
—Lo siento.
—Di que lo sientes mucho, hum.
Un subidón de adrenalina le sirvió de impulso. Hinata sintió las comisuras de sus ojos secos. No había parpadeado en un largo tiempo.
—Lo siento mucho.
—Muy bien—la felicitó—. Ahora dile a la vieja que se disculpe.
—Hidiava-san…
—Lo sé, Hinata—murmuró Hidiava con debilidad—. Lo siento mucho.
Por un momento el muchacho pensó en pedirle a la ninja más joven un brebaje para la fiebre, pero prefirió no arriesgarse a ser envenenado. Le había molestado ese pueblo y en especial, esa casa. Cuando se fuera a más de la mitad de la noche se serviría él mismo una infusión y luego, explotaría la casa con esas inquilinas dentro.
—Ya, levántate. Te ves idiota.
Hinata obedeció y levantó las rodillas.
Él hizo un sello con sus manos. Tenía las uñas pintadas de negro, contrastando con el pulcro color de su piel.
—¡Hinata!—gritó Hidiava, con la voz en un reflujo, contenida en su garganta. Su voz descendió abruptamente y se acalló. Hinata la volteó a ver. Se acercó a ella con trote precipitado y puso los dedos en los signos vitales de su cuello. Estaba viva, sólo desmayada.
Con la respiración superficial y el sudor de la frente, Hinata fue atravesada por el sentimiento de que era demasiado inútil, que no merecía ser ninja.
—Déjala allí—dijo el chico, con imponencia—. Acércate a mí.
Hinata se acercó a su lado. Por fortuna, parecía más tranquilo.
—Apaga éstas luces.
Así lo hizo.
En la completa oscuridad, él le ordenó que se quedara quieta y ella se aquietó como por ensalmo. Le agarró la mano y la atrajo hacía él. Luego, penetró su boca con la lengua y Hinata se sobresaltó, por lo que la agarró de los brazos burdamente.
—Quieta—gruñó. Le chupó los labios y la llenó de saliva. Cuando se alejó de ella, pasó algo peor.
El reflejo de los ojos le permitió ver unas perpetradoras manos. Hinata fue incapaz de permanecer quieta. El muchacho, que tenía más fuerza que ella, la contuvo con su cuerpo, aplicando mucho más chakra, y le quemó la cara al sostenérsela con las manos. Asentó los dedos alrededor de sus párpados, aplicó presión y le quitó los ojos…
Notas de Carolina (sólo uso las rayas grises cuando empieza y se acaba el capítulo):
Ésta historia me encanta *-* Ahora por fin la estoy publicando, aunque no está completa. Esto es un proceso de prueba y bosquejos, que moldearan la historia para terminarla algún día.
Si la trama avanza, probablemente será DeiHina, o tal vez habrá otras parejas..., o tal vez un harem. Yo quiero un harem xD. Alguien apoya que Hina-chan tenga un harem sensual xD? Traerá la saga de los Dioses de la Destrucción, de Dragon Ball. Y Hinata crecerá como ninja y guerrera. ¿Qué la obligará a volverse fuerte? ¿Deidara? ¿Algún maestro secreto? ¿Beberá alguna agua bendita de los Dioses? ¿Hay algún... secreto? ¿O, el trabajo duro es lo único que cuenta?
¿Cómo conocera a los guerreros Z? ¿O, a los Dioses de la Destrucción?
¿Qué pasará con Hinata? ¿A la pobre le quitarán los ojos?
¡Veanlo en el próximo capítulo!
PD: Tenía que hacerlo. Adelanto estilo Dragon ball xD
Hasta luego ;)
