CAPITULO 1: PASADO
Se supone que en esta época la justicia, la igualdad y la sensatez están ganando terreno entre la sociedad. Los políticos nos aseguran que estos valores se cumplen al pie de la letra pero que todavía hay casos donde no se llevan a cabo. A estos no les echan mucha cuenta.
Podemos encontrar diferentes tipos de casos según la importancia de estos. Los primeros serian la gran cantidad de robos, maltratos, asesinatos, corrupción y otros tipos de delincuencia.
Luego estarían los problemas mayores, la venta de armas de Estados Unidos a países subdesarrollados, la creación de bombas nucleares o las guerras.
Todos estos casos, los políticos y altos cargos los cubren con un tupido velo para así dar una imagen más limpia y dulce pero si preguntamos quien tiene la culpa de esto, solo te contestarán con evasivas e intentarán guiarte por el tema que más le convenga a ellos.
¿Cómo es posible que por culpa de una sola persona, como puede ser un presidente, mueran millones de personas a causa de una guerra? Es una estupidez.
El último recurso que deberíamos utilizar es la guerra, y más si esta se hace con el propósito de conseguir bienes, como petróleo, dinero o poder.
No hace falta provocar una masacre para conseguir la justicia, solo debemos juzgar al culpable y ahí se acaba todo. Pero claro ¿qué país entregaría a su líder? Ninguno.
Por culpa de todo esto, mis padres murieron a consecuencia de un atentado terrorista. Explotaron una bomba nuclear en Madrid, donde vivíamos, la explosión fue similar a la de Chernóbil arrasó todo lo que había en un radio de 20 kilómetros.
Por eso yo no aguanto la injusticia ni tampoco la sin razón. Me gustaría que hubieran sido juzgados los culpables pero no fueron encontrados además ninguna organización terrorista se adjudicó el atentado.
En ese momento tanto yo como mi hermana Sara, estábamos de intercambio en Inglaterra. En cuanto nos enteramos volvimos y nos informaron de todo lo que había ocurrido y de la muerte de nuestros padres.
Como yo aún tenía 10 años mi hermana se hizo cargo de mí. Heredamos de nuestros padres una casa que tenían en un pueblo de Andalucía llamado Mairena del Alcor. Allí intentamos volver a seguir con nuestra vida.
Mientras yo iba al colegio, mi hermana trabajaba para poder pagar todo los gastos que tenía llevar una casa. Por la tarde ella venia y descansaba un par de horas y volvía a salir para ir a trabajar de nuevo. En esos momentos yo era quien me encargaba de limpiar la casa, esta era grande y además constaba de muchas habitaciones, se había construido con la intención de pasar los veranos allí y como era normal llevar algunos invitados.
Con el tiempo nos acostumbramos a tener siempre la misma rutina, pero algo hizo cambiar eso, se produjeron diferentes noticias en la que se decía que la explosión de la bomba nuclear no había sido de ningún grupo terrorista y que se desconocía quién era el autor. Esto desconcertó a mi hermana. Desde ese punto ella se volvió muy reservada, apenas hablábamos y ni siquiera nos veíamos porque ahora estaba mucho más tiempo fuera.
Hasta que llegó el día más triste de mi vida. Sara salió como de costumbre hacia el trabajo y yo me fui al colegio, cuando volví empecé a preparar la comida. Pero mi hermana no llegaba, no solía hacerme esperar y si lo hacía llamaba para avisarme. El teléfono sonó y lo cogí rápidamente. Desde el otro lado del auricular me avisaron de que mi hermana había tenido un accidente. Cuando llegué al hospital ya había pasado media hora. Sara estaba tumbada en una cama y estaba vendada por el pecho. Los médicos me dijeron que apenas podía hablar, además escuché cuando dos de ellos hablaban que no podían parar la hemorragia y no sabían porque. En ese momento el mundo se me cayó encima, ella iba a morir.
Antes de cerrar los ojos y dejarme para siempre, mi hermana solo me dijo una frase que aun sigue resonando en mi cabeza como un trueno en medio de la noche.
"Tu poder para juzgar reside en tu interior".
Después de todo aquello un amigo de mis padres se convirtió en mi tutor legal y me cuidó hasta que tuve 17 años. Al llegar a esa edad volví a la casa heredada y me alojé allí con la intención de seguir con mi vida independizado.
Ya han pasado 7 años desde que perdí a toda mi familia y aun siguen atormentándome en sueños terribles pesadillas en las que a parecen mis padres tumbados en el suelo boca arriba totalmente calcinados y mi hermana sangrando por todas partes repitiéndome una y otra vez la última frase que me dijo estando con vida.
"Tu poder para juzgar reside en tu interior"
-Miguel Ángel… el desayuno está listo- le susurró una voz dulce al oído.
-eh…- se sobresaltó incorporándose rápidamente-
Fijó su vista en una joven que tenía el pelo negro y unos ojos color marrón oscuro. Esta llevaba un uniforme de colegio de varios tonos de grises y un lazo rojo en el cuello.
-Perdón, me he dormido-se disculpó- ahora mismo voy.
Sin mediar palabra la joven salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí. Sentado en medio de la cama quedó un joven no muy alto, con el pelo castaño y unos ojos marrones con algún toque de verde en ellos. Cuando la manta se desplazó hacia abajo, dejó al descubierto un pijama de un color azul oscuro como la noche.
-uf… otra pesadilla-suspiró- menos mal que tengo a Raquel…
Aquella joven que había salido de la habitación era la hija del tutor legal que tuvo. Venía todas las mañanas, preparaba el desayuno y comían los dos juntos.
Al principio él se negó a que viniera porque no quería molestar a nadie…pero su tutor le convenció de lo contrario y era algo de lo que ahora se alegraba.
Se puso su uniforme del colegio y entró en el salón donde Raquel esperaba con el desayuno.
Comieron y salieron hacia la escuela. Ella estaba en un curso menor que él pero su cuerpo físicamente era de 17 años no de 16.
Además con ella era con la única que hablaba porque desde que su hermana murió apenas conversaba con nadie, ni tan siquiera lo intentaba.
Su rutina siempre era la misma, iba al instituto, volvía rápidamente para comer y salía nuevamente hacia su trabajo donde era monitor de tenis.
Aunque es un poco monótona siempre ocurre algo nuevo en cualquiera de estos lugares.-pensaba siempre para darse ánimos
Raquel y él entraron en el instituto y se separaron para ir cada uno a su clase.
Miguel subió las escaleras para ir a la segunda planta donde tenía la clase de Economía.
-¡Migue!- gritó una voz desde detrás - espera un momento…-
Se giró y miró al chico que estaba parado delante suya jadeando por subir las escaleras corriendo. Este tenía el pelo corto y negro y sus ojos eran oscuros. Llevaba el mismo uniforme que él. Una chaqueta, camisa blanca y unos pantalones a juego con los zapatos. Todo con colores grises y marrones. Cuando por fin recuperó el aliento volvió a hablar.
-La clase de economía va a ser en la primera planta…-miró a su alrededor- creo que eres tú el único que no lo sabías-terminó mirándole de nuevo.
-Gracias, Carlos-
-No me lo agradezcas para eso están los amigos- exclamó riendo- vamos o llegaremos tarde, no quiero tener una bronca con la profesora-
A parte de Raquel, él era el único amigo en el que se podía confiar. Siempre le ayudaba y además como en esta ocasión si se le olvidaba algo él se lo recordaba.
Desde que Miguel entro en el instituto después de la muerte de su hermana, nadie le hablaba por su carácter solitario pero Carlos le sorprendió, se acercó y le habló como si lo conociera de toda la vida.
Al empezar a bajar la escalera para ir a la primera planta él comenzó a hablarle sin decirle nada.
Siempre que estaban solos él apenas hablaba pero Carlos todas las veces tenía algo que decirle y se llevaba todo el rato contándole cosas que algunas veces lo asombran por desconocerlas.
Pero había algo que le sorprendía aun más, todavía no le había preguntado por sus padres ni tan siquiera porque era tan solitario. Era algo que le agradecía mucho.
La clase de Economía terminó y los dos se dividieron para ir a clases diferentes. Miguel volvió a subir las escaleras y llegó a un pasillo lleno de puertas a los lados y muy largo. Empezó a caminar, y al final del corredor vio a varios estudiantes formando un círculo. Al acercarse más vio que un chico más pequeño que ellos, estaba en el centro y parecía asustado.
-Joder… otra vez…-suspiró para sí mismo
Se acercó lentamente al grupo y escuchó a los del círculo. Le decían al niño pequeño que debía hacerles sus deberes.
Al percatarse el grupo de su presencia se giraron completamente y dejaron de prestarle atención al que estaba en el centro. En ese instante el chico salió corriendo del círculo y desapareció por una escalera.
-Bueno, ya me puedo ir…-pensó viendo al niño huir.
Miguel comenzó a andar en dirección contraria al grupo pero uno de ellos le habló.
-¡eh! ¡Tú!, ¿sabes que has hecho, inútil?-
Como si no le hubiera escuchado, siguió andando pero antes de proseguir le rodearon formando el mismo círculo.
Al ponerse uno de ellos a su altura descubrió que no eran más mayores que él como mucho podrían ser un año más.
-Ahora serás tú quien nos hagas los deberes…- el chico puso una sonrisa burlona
-Tú crees…-levantó la cabeza y lo miró fijamente a los ojos- Nunca.
Al instante recibió un golpe en la boca del estomago que le dejó momentáneamente sin aire.
-¿Seguro que no quieres?-preguntó de nuevo
Cuando volvió respirar con normalidad contestó de nuevo.
-Es que… me da asco tocar vuestras cosas…-dijo rápidamente.
Uno de ellos le lanzó una patada hacia el costado pero ya estaba preparado. Le cogió la pierna y estiró de ella hacia arriba haciendo que su dueño cayera de espaldas al suelo. De inmediato los demás se lanzaron a por él con los puños preparados para golpear. Los dos primeros golpes pudo esquivarlos y contraatacar pero con los restantes no pudo hacer nada. Cayó al suelo y allí le dieron varias patadas en la barriga y en la cara.
-Eso para que aprendas…-dijo el líder con cara de desprecio- si se te ocurre molestarnos de nuevo saldrás de aquí mucho peor que hoy.
Cogieron sus mochilas y se fueron riendo.
Miguel sentía como la sangre fluía de su nariz y boca. Estaba un poco mareado. Se levantó a duras penas apoyándose en una pared.
-Odio… esto…cómo es posible…-Anduvo varios pasos apoyándose en la pared-¡va!… da igual yo no voy a cambiar nada quejándome- sonrió- por lo menos el niño se ha ido.
Se fue al lavabo y se limpió un poco la sangre de la cara. Corrió hacia la clase lo más rápido posible, pero llegó tarde y tuvo que llevarse una bronca de la profesora.
Al terminar la última hora de clase salió del instituto para llegar pronto a casa. Notó como alguien venía corriendo, y pensó que sería uno de aquellos chavales que venía a dar un último golpe, se giró rápidamente y se preparó para defenderse. Pero cuando se fijó quien era, bajo los brazos inmediatamente.
-¡Hola!-
Era Raquel.
-¡Hola!- la saludó
Ella se le quedó mirando fijamente a la cara.
-¿Te ha pasado algo en el instituto?-preguntó con la vista clavada en los ojos de Miguel.
-Nada importante… -respondió poniendo una sonrisa
-Pues yo creo que esa sangre no ha aparecido por culpa de estudiar- Sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo puso a él en el labio- parece que aun sigue sangrando- ahora Raquel tenía una expresión de preocupación- vamos a tu casa y te desinfectaré las heridas-
-No hace falta… ya me las apañaré yo solo-cogió el pañuelo y se lo quitó
-Mi padre me dijo que te cuidara, y eso es lo que voy hacer- le cogió la mano donde tenía el pañuelo y se la puso en el labio- además hoy no tengo clases particulares por la tarde así que tengo mucho tiempo libre-sonrió tímidamente.
Aunque había rechazado su ayuda, en su interior Miguel se sentía bien por verse obligado a aceptarla. Aquella actitud de protección le recordaba a Sara. Era como si el alma de su hermana estuviera cuidándole por medio de Raquel. Por así decirlo ella era la única cosa buena que le había pasado desde la pérdida de su familia.
Llegaron a la casa, Raquel le curó las heridas y además hizo el almuerzo. Su comida tenía mejor sabor que la preparada por él. Nunca conseguía averiguar el porqué, además siempre que le preguntaba cómo lo hacía le explica una receta normal y corriente, sin ningún misterio.
Comió rápidamente y salió hacia las clases de tenis. Llegó justo a tiempo.
La clase comenzó y empezaron por ejercicios simples. Mientras los niños entraban en parejas golpeando las bolas que él les ponía en un lado o en otro, iba diciendo las correcciones que debían hacer de cada golpe.
-Venga tenemos que correr un poco mas- gritó- sino no llegaremos a coger la bola- al principio de la clase siempre había algún alumno que apenas quería moverse y tenía que motivarlo para que se esforzara- ¡vamos que estamos dormidos!, ¡Cambio, siguiente pareja!-los niños que habían golpeado salieron y entraron los siguientes-¡Recogemos bolas por favor!- tenía por costumbre decirles a lo que habían terminado de hacer el ejercicio que recogieran las mismas bolas que ellos habían golpeado para no quedarse sin ninguna en el cesto.
Cuando ya habían hecho el ejercicio todas las parejas, dejó de echar bolas.
-¡Acercaos por favor!-cuando todos estuvieron a una distancia donde le podían escuchar bien prosiguió- como ya hemos practicado la técnica, los últimos diez minutos vamos a jugar unos partidos de dobles-en ese momento todos los niños se pusieron muy contentos, a ellos los que más les gustaba era jugar contra sus compañeros aunque apenas pasaban la bola dos veces seguidas porque para algunos era su primer año y para otros el segundo apuntados al tenis por tanto no tenían muchos conocimientos de la técnica.
Todos los alumnos empezaron a hacer parejas y los más rápidos se fueron corriendo hacia los dos extremos de la pista para empezar a jugar los primeros.
-Pero antes de comenzar hay que recoger las bolas que están por la pista- todos soltaron un grito de queja- venga, cuanto menos tiempo perdamos más vamos a jugar-en ese momento comenzaron a recoger las bolas muy ligero.
Mientras, él se acercó a la red para recoger una pelota extraviada que había en el centro. Cuando estaba agachado, cinco chicas pasaron corriendo rápidamente para dejar las bolas en el cesto.
-Si no lo invocas pronto, te mataré -una voz de un tono de niña pequeña sonó a su espalda.
Se giró rápidamente para ver quién le estaba hablando pero lo único que vio eran a esas niñas de antes pasando de nuevo para dejar bolas.
-Habrá sido mi imaginación…-susurró para sí mismo con una expresión pensativa- será de los golpes que recibido hoy.
La clase de tenis terminó un poco más tarde de su hora porque a Miguel siempre le gustaba que jugaran un poquito más. Como él tampoco tenía nada que hacer, podía permitírselo. Volvió a su casa y vio que la mesa estaba puesta, así como la comida.
-¡Buenas noches!-
Miró hacia la puerta de entrada a la habitación.
-¿Pero qué haces aquí todavía, Raquel?- dijo con cara de sorpresa.
Era la primera vez que se quedaba para cenar y le parecía muy raro. Seguro que pasaba algo.
-De ahora en adelante yo me ocuparé de hacer de comer- explicó ella con un tono de alegría- es una orden de mi padre- dijo al instante cuando le vio abrir la boca para quejarse.
-Pero… seguro que tienes que hacer otras cosas y…-empezó a decir mientras intentaba buscar alguna excusa para contradecir la orden
-Tengo mucho tiempo para hacer mis cosas, además tú me necesitas más-se acercó a la mesa y se sentó en una silla dispuesta para servir los primeros platos.-porque esta casa es demasiado grande como para limpiarla una sola persona, ¿no es verdad?-le guiñó el ojo y cogió un poco de pasta que había en un plato grande.
Daba igual lo que dijera, era una batalla perdida, así que sin más dilación se sentó y observó con detenimiento los platos.
A ella le gustaba hacer comida de sobra. Prefería que sobrase un poco a que faltase. No era una acción muy ahorrativa pero eso demostraba su actitud precavida.
Sin poder evitarlo, salió el tema de la pelea, por la que Miguel se hizo las heridas. Sin duda alguna Raquel se preocupaba por él. Le preguntó hasta el último detalle con cara de preocupación.
-Deberías dejar esa actitud de protector, algún día acabarás metido en un buen lío- repuso ella después de que él acabara de relatar toda la pelea.
-Lo siento pero no puedo soportar ver como abusan de los débiles…-se cruzó de brazos- y quedarme quieto sin hacer nada-cerró los ojos- no preguntes el porqué, ya que sabes muy bien la razón.
-Sí, ya lo sé, por tus padres- las últimas palabras las dijo con un tono más suave- pero ¿crees que ellos hubieran querido que su hijo estuviera metido en peleas constantes?- preguntó con cara de súplica
-Tú no sabes que hubieran querido- una furia iba creciendo en su interior como una llama avivada por el viento- además no has pasado por lo mismo que yo, siempre has tenido a alguien que te ha podido cuidar-cerró los puños y los puso encima de la mesa- yo… apenas se que es la seguridad de un hogar o de una familia- apretó los ojos con fuerza, las imagen de los cuerpos calcinados de sus padres y la de su hermana medio muerta en la cama del hospital pasaban a toda velocidad, cada una de estas hacían crecer a un mas la furia que estaba aflorando en él- no puedes saber nada de lo que siento… -dejó la frase a medias al escuchar un sollozo.
No se había dado cuenta que Raquel estaba con la cabeza agachada y temblando. Por su cara rodaban lágrimas que iban cayendo en el mantel de la mesa.
Toda la furia que tenía se convirtió en odio. Pero no dirigido a ella, sino a sí mismo, ¿cómo podía haber sido tan desconsiderado?. La única persona que siempre había estado apoyándole y ayudándole ahora estaba llorando por su culpa.
-Me doy asco por mi egocentrismo.- Pensó
-Yo… solo intentaba…ayudarte-ella decía cada palabra entre sollozos- es que… me preocupas…-levantó la vista dejando ver los ojos llenos de lagrimas que caían con un destello como si fueran diamantes.
-Perdona…-se disculpó-no sé que me ha pasado-se levantó de la silla y se dirigió hacia la puerta-por favor necesito estar solo un poco de tiempo para pensar-Salió de la habitación y puso rumbo hacia el otro extremo de la casa.
Dentro de él ahora solo sentía tristeza y pena. Al llegar a una sala, se sentó en el suelo en medio de esta y observó como desde la ventana podía ver entre las nubes la luna brillando en el cielo. Los rayos que entraban en la habitación eran tan blancos y puros como a la vez débiles y mortecinos.
Solo había una forma de relajarse y era practicar su habilidad.
Cogió un poster que estaba enrollado en el suelo y lo sostuvo con las manos en alto dejando que la luz de la luna lo iluminara por completo. Cerró los ojos y se concentró todo lo que pudo intentando olvidarse del problema.
-Cambio-susurró con voz débil, un brillo tenue recorrió todo el tubo desde la derecha hasta la izquierda.
El papel se había convertido en una barra de hierro macizo donde se reflejaban los rayos de la luna.
-Debo mejorar más si quiero ayudar a alguien con este hechizo-pensó mientras miraba los destellos que producía el metal.
No se dio cuenta de que tenía esa habilidad hasta después de morir su hermana. A los pocos días de ocurrir, tuvo una pelea por culpa de un insulto a su familia.
Aun siendo los agresores mucho más mayores que él les hizo frente pero como era normal apenas les llegó a tocar. Cayó repetidas veces al suelo tras recibir los golpes y patadas. Hasta que encontró un palo y lo agarro con todas sus fuerzas como si fuera un arma a blandir. Al momento de lanzarse sobre uno de sus atacantes la madera tomó la misma dureza que el metal pero seguía teniendo el aspecto quebradizo típico de una rama.
Golpeó a uno de ellos, el joven cayó al suelo dolorido por el impacto que había recibido en las costillas. Después de eso poco podía recordar, pues le dejaron inconsciente de un puñetazo en el lateral de la cara. Al cabo de los días se enteró de que el chaval al que golpeó con la rama estaba en el hospital con dos costillas rotas.
Al principio no entendía como un palo de madera, tan fino, había podido hacer tanto daño a una persona sin ni siquiera quebrarse.
Cuando pasaron algunos años descubrió, por informaciones en internet, que siempre ha habido casos raros donde se mencionaban hechos sobrenaturales causados por una persona, conocidos como actos de magia. A estos portadores de poder se les llamaba hechiceros y siempre habían existido en cada siglo.
Por otra parte encontró artículos donde había personas que aseguraban, haber conocido a auténticos hechiceros pero que estos se negaban a mostrar su poder delante de personas que no conocieran ese terreno. Añadían que los hechizos no debían ser tomados como tema de broma o cotilleo, porque estos habían salvados a muchas personas sin nadie darse cuenta.
Miguel no se consideraba uno de ellos, dado que solo podía hacer que los objetos se transformasen. Es decir necesitaba dar algo a cambio para poder conseguir aquello que deseaba transformar.
A esto se le llamaba alquimia, un poder codiciado por muchos desde el tiempo de los griegos donde se intentaba convertir una simple piedra en oro.
Pero como es normal, esta magia le desgastaba mucho y con utilizarla un par de veces ya le invadía un tremendo cansancio, como si hubiera corrido sin parar todo el día.
Desde hacía mucho tiempo practicaba esa habilidad y cada día iba notando la mejoría. Al principio solo podía cambiar la dureza de los materiales, luego su estado y ahora podía convertir el original en otro material. Pero, aun necesitaba mejorar mucho, sabía que podía conseguir cambiar totalmente la forma, es decir, hacer desaparecer el objeto original y materializar uno completamente diferente tanto en estructura como en material y dureza.
Sin embargo realizar esta tarea tan avanzada le cansaba aun más y el agotamiento se adueñaba mucho antes de él. Por eso tenía muy pocos intentos cada noche para poder conseguirlo.
El viento soplaba violentamente y la nubes se movían rápidamente como huyendo de los rayos de la luna. La habitación se iluminó por completo y tomó un tono blanquecino y débil. Creando así una atmosfera lúgubre pero relajante.
Abrió los ojos y contempló el nuevo objeto que había ante él. Seguía siendo el mismo poster pero convertido en hierro.
-Joder-suspiró- debo esforzarme más o nunca lo conseguiré- volvió a cerrar los parpados y se concentró de nuevo en la barra.
Después de un tiempo transformado, el cansancio se adueñó de su cuerpo y sintió como la cabeza le daba vueltas, cayó al suelo de espaldas y se quedó dormido bajo la luz de la luna, mientras oía como el viento soplaba con fuerza fuera de la casa.
