Capítulo 1
Luz. Era la palabra clave de aquellos delicados momentos. El bailoteo idiota de la pequeña llama hería gravemente los ojos de Night, que ya estaba empezando a quejarse. Cómo no, mi querido Night, no podía encender una maldita vela sin que él se quejara.
- Te lo he dicho muchas veces, pero tú sigues sin hacerme caso – se explicó, viendo mi rostro lleno de indignación.
- Night, no puedo vivir a oscuras eternamente...
Eran ya las ocho menos veinte en aquel nuevo lugar donde habíamos decidido instalarnos, Bastión Hueco. Nuestra nave quedaba aparcada frente a una pequeña casa poco luminosa, pero acogedora. Recuerdo que habíamos dejado las maletas y habíamos buscado algo para comer, pero casi todas las tiendas estaban cerradas excepto la de un tal Gilito, que solo vendía helados de sal marina. Con hambre, volvimos a nuestro refugio y tuve nuevamente que dar de comer a Night yo misma. Era difícil vivir con un vampiro al que había que tener contento; al menos, no le gustaba demasiado la comida.
En aquellos momentos, Night intentaba acomodarse en un viejo sofá, propiedad de la casa. Sus cabellos rubios albino caían grácilmente por su cuello y por sus hombros desnudos, no podía dormir de otra manera. Sus ojos azulados se volvieron a encontrar con los míos y me sonrió, dejando a la vista los dos enormes colmillos con los que antes me había reabierto dos agujeritos rojos en el cuello. Pero no importaba, al fin y al cabo, solo nos teníamos a nosotros.
Esparcí el dinero que teníamos después de haber comprado gasolina. En total, trece mil doscientos ochenta platines. No era una cantidad muy grande para reparar el motor de la nave, por lo que haríamos lo que mejor se nos daba: encargos. Y esos encargos que no se podían pedir a nadie.
Tome el mango de mi espada y salí a la terraza; el viento me acarició la piel, mientras cerraba la puerta acristalada para no molestar a mi compañero. En ese momento, la luz de la luna me iluminó y me reflejé en el cristal. Ya tenía dieciséis años. Era una edad que me había sido indiferente cumplir, todo me era indiferente últimamente. Me daba igual ser mayor o pequeña, si no podía defender a mis amigos, ¿de que servía?
Mis ojos brillaban con un tenue color amarillo; eran más bonitos al atardecer. Las dos coletas altas y lánguidas de color castaño se movían con el viento, separándose en mechones y dándome una sensación extraña. Mi capa en forma de alas seguía de su resplandeciente blanco, era una de las pocas prendas que me atrevía a llevar de ese color. El color de la luz...
Respiré hondo. Aún no entendía como había llegado a aquella maldita situación. Huyendo cada vez que destrozaban la ciudad donde vivía por las manos sedientas de sangre y destrucción de quienes me buscaban. Volví a entrar en la habitación y sople la vela, nuestra única iluminación.
Había otra habitación más, la mía. Me desnudé y me puse una camiseta y unos pantalones cortos a modo de pijama. La tela era liviana y cómoda por lo que no había ningún problema. Busqué en el fondo de la maleta y saqué mi cajita de madera oscura.
Nadie más que yo había visto los innumerables tesoros que ahí dentro escondía desde que perdí mi hogar. Acaricié suavemente cada uno de ellos, los objetos, las pertenencias. El brillo metálico de uno de ellos iluminó mis ojos, se reflejó en algunas lágrimas que había procurado contener.
De repente, dos brazos rodearon con dulzura mi cuello, haciendo que cerrase la cajita de golpe. Contaba con buenos reflejos, incluso en situaciones límites, pero esta vez era diferente.
- ¿Qué escondes ahí? – me preguntó Night, con una sonrisa, apoyando su cabeza en mi hombro.
- Esto... yo... no es nada, duerme tranquilo.
- Si no es nada... – comenzó a hablar él, secando una de mis rebeldes lágrimas - ¿por qué lloras?
En ese momento, supe que él tenía razón. Suspiró sobre mi hombro y noté como sus fríos labios se presionaban sobre mi cuello, sintiendo un escalofrío por ello. Siempre que sucedía eso, iba precedido de un mordisco, pero esta vez él y yo sabíamos que las cosas no estaban para "tentempiés nocturnos".
Me tomó en brazos y me depositó en mi cama, arropándome. Era como un hermano mayor para mí y yo como una hermana pequeña. Aferré cuidadosamente la almohada, cuando descubrí algo bajo ella.
Night ya se había marchado y yo contemplaba aquel pétalo rosáceo entre las sabanas. Lo miré durante unos segundos y después me quedé dormida.
No soñaba desde hacía mucho tiempo, pero aquella noche volví a reencontrarme con mi hermano. Lo llamé, pero él me miró y me sonrió, tras marcharse en la oscuridad. Yo intenté correr hacia él, pero un fuego abrasador me quemaba y me separaba de él. Sabía quién era. Y lo que aquello significaba.
La mañana se presentaba con una tenue luz amarilla. Esta misma luz iba dibujando las formas de mi habitación poco a poco, hasta despertarme con el creciente resplandor. Me froté los ojos y al fin los abrí, cuando encontré a pocos centímetros de mi nariz el rostro de Night.
Sus azulados ojos se habían ennegrecido notablemente. Eso solo podía significar una cosa que no era muy agradable para mi cuello.
- ¿Night...? ¿Qué-qué sucede?
- Hambre, Réquiem... Hambre.
Pocas veces se dignaba a pronunciar mi nombre, pero en aquellos momentos sabía lo que sucedería a continuación. Con un brusco movimiento, me levantó de la cama e hincó los dientes en mi cuello otra vez.
De verdad, aún no entendía como seguía soportando aquel dolor. Intenté detenerle apartándole, pero él sujetaba firmemente mis muñecas en una de sus manos, con sus afiladas uñas amenazando. Odiaba cuando realmente tenía hambre; los primeros días en un nuevo lugar me hacían sentir un verdadero zombie por su culpa.
Terminó con suavidad y acarició las heridas, potenciando ligeramente el dolor. Me dejo reposar unos instantes en su hombro, mientras él apartaba unos cuantos mechones de mi flequillo de mi ojo derecho.
- Odio que hagas eso.
- ¿Por qué? Tus ojos son muy bonitos para que los tapes.
- Estúpido Night... – le repliqué, mirándole con el ceño fruncido. Parecía haber olvidado que acababa de hincarme el diente, ya estaba tan tranquilo haciéndome de rabiar.
Aquella mañana decidimos buscar provisiones. Era lunes y el Bastión Hueco estaba lleno de pequeños puestos que los comerciantes situaban en las callejuelas sombrías y azuladas de la ciudad. Bajamos a la calle, mirando al horizonte, donde la imponente figura de un castillo formado por trozos de distintos materiales se enfocaba en el cielo, de un color anaranjado impresionante. Parecía un eterno amanecer.
Caminamos por las calles de la ciudad. Yo tenía hambre, no había probado bocado desde que había llegado y los puestecillos mostraban apetitosa comida: verduras de colores extravagantes, carne de seres con nombres impronunciables y algunos bollos con extraños condimentos y rellenos, pero de una pinta asombrosamente dulce.
Minutos más tarde siete mil platines habían volado en comida y herramientas para arreglar la planta baja de nuestra casa. Sería nuestro lugar de trabajo, debíamos mantenerlo presentable para los próximos clientes. Los seis mil platines restantes los repartimos entre Night y yo. Él iba a buscar objetos de plata –era muy presumido- y yo busqué algo para desayunar: tanta comida había hecho que mi estómago rugiese.
Mi mirada divisó nuevamente al tío Gilito. Si mis ojos no me engañaban, se trataba de un pato vestido de aristócrata, con su sombrero de copa, sus gafas sobre el pico y su reloj de oro de bolsillo. Tenía una gran cola de gente frente a un congelador y seguía vendiendo aquellos helados azules "de sal marina". Intrigada, me puse a la cola, contando el dinero para que ver si llevaba suficiente. Con mil quinientos bastaría.
De repente, sentí un golpe seco en mi hombro y perdí el equilibrio, cayendo en un charco del suelo. Mi primera preocupación fue por mi capa, intacta, pero no mis pantalones. El individuo llevaba un abrigo de cuero negro y una capucha cubriendo su rostro, con dos metros de altura.
Roja de ira, maniobré y le hice una pinza con las piernas, haciéndole caer a otro charco, mientras yo me levantaba y ocupaba mi puesto en la cola.
- ¡Niñata! ¡Te voy a...! – escuché tras mi espalda.
- Xaldin.
Al parecer, ese era el nombre del idiota de dos metros, por que se apartó repentinamente y se irguió, sobresaltado. Quién había hablado era un hombre de piel morena, con un extraño peinado de cabellos grisáceos y unos ojos anaranjados que no dejaban de mirarme. Su tez no inspiraba ninguna confianza; me gustaba, podía ser un muy buen cliente para nosotros.
- Así no se trata a las damiselas... – respondió él. Yo reí, no había escuchado una ironía tan grande desde hacía mucho tiempo. Creo que él había visto mi extraordinario ataque a su matón.
- Gracias... Er...
- Xemnas. Y tú debes ser Réquiem, ¿verdad?
- ¿Cómo...?
- Je – rió -. Tengo subordinados.
En aquel momento, a su lado apareció una especie de esfera negra. No sabría describirlo, pero de aquella esfera que parecía humo. Entre las sombras, apareció el rostro cansado de un joven de cabellos rosáceos y ojos azul profundo, que miraba molesto a todas partes. Cuando había aparecido, un par de pétalos rosáceos habían caído al suelo. Iguales al que me había encontrado bajo mi almohada.
Eso me resultó bastante chocante. ¿Me estaban espiando? ¿Con qué fin? ¿Cómo sabían que me había mudado hasta aquí? Acaso... ¿¡acaso conocían a aquellos que me perseguían!? La simple idea me hizo echarme a temblar, pero fruncí el ceño y seguí a lo mío. Ya era mi turno en la cola.
- Una caja de helados, por favor.
Era realmente extraño como el pato no dejaba de mirar mi bolsillo de platines, incluso cuando estaba dado la vuelta tomando mi paquete. Lo dejó en el mostrador y extendió el ala, cuando alguien pagó por mí.
Incansable, Xemnas tomó la cajita y me la entregó, mientras nos acercábamos a una especie de gran cañón color azulado. Detrás, cubriendo nuestras espaldas, se encontraban los dos secuaces de aquel desconocido. "Maldita sea, estoy rodeada..." pensé, mientras apretaba las manos en el cartón blanco satinado. Finalmente, nos detuvimos al borde y Xemnas se sentó, haciendo que yo también me sentara yo.
- Bueno, ¿qué te parece este lugar? – preguntó, como si fuéramos amigos de siempre. Eso me molesto, ¿Qué tipo de confianzas se estaba tomando? -. Las confianzas que debe haber entre un vendedor y un comprador. O en este caso, entre una mercenaria y un cliente.
Eso me había dejado totalmente helada. ¿¡Cómo...!? No importaba, solo debía buscar una forma de salir de ahí. Miré hacia atrás, cuando vi como nueve lanzas y una guadaña me apuntaban con descaro. Me estaban leyendo los pensamientos. Eso no valía.
- ¿Qué quieres de mí? – pregunté, algo cabreada ya.
- Oh, tómatelo con calma, querida... Mi proposición es un tanto... larga. Toma uno de tus helados, los compré solo para ti.
Mirándolo de reojo, tomé uno de los helados y comencé a comérmelo. Su sabor era lo más extravagante y surrealista que había probado. Por una parte, tenía un sabor dulzón y por la otra era muy salado. Al principio casi vomité, después le fui cogiendo el gusto.
- Veamos... Tu tarea será viajar hasta "El mundo Inexistente" donde uno de nuestros miembros ha desertado.
- Hmm... ¿Horas bajas? – comenté pícaramente, pero él me miró con seriedad.
- Nuestra organización es algo serio y bastante importante para el futuro de esta gentezuela que no se preocupa nada más que en sus cosas. Por ello, si uno de nuestros miembros deserta, se lleva información confidencial y hay que eliminarlo.
- Psche, no habré matado yo gente ni nada... – me tumbe en el suelo, con los brazos detrás de la cabeza.
- Tu objetivo tiene el pelo rubio y los ojos azules. Tiene tu edad y viste una capa como las nuestras – aquello se estaba poniendo feo. No me gustaba matar críos. Y ni siquiera matarlos, solo robarles el corazón o cualquier tarea que no implicase la vida -. Tu objetivo será destruir...
...a Roxas.
Intenté comprender lo que sus palabras me habían ordenado, mientras apuntaba en mi mano la "s" final del nombre. Caminaba nuevamente hacia el mercadillo, debía buscar a Night, se nos había hecho algo tarde.
Mis pasos eran el único sonido de la ciudad. Me extrañé ligeramente. ¿Dónde habían ido a parar todos aquellos transeúntes? Miré a mi alrededor, cuando escuché el silbido agudo de una hoja metálica de alguna espada cortando el aire, con tal calibre que me adelanté a saber que iba a posarse en mi cuello.
- Dita sea... Lo oigo y no lo paro... – murmuré, dándole un toque humorístico a tan tensa situación, cuando escuché una carcajada de voz grave justo detrás de mí, a unos... dos metros de distancia.
- Que graciosa... como todos esos niñatos de las llaves...
Me giré, a ver quién me había reído la gracia, cuando descubrí de quién se trataba. Tenía una larga cabellera plateada y los ojos azul intenso. Vestía un abrigo abierto de cuero negro. Y llevaba una enorme katana, además de una preciosa ala negra de ángel extendida en su espalda.
- ¿Quién rayos eres tú? – pregunté, echando mano a detrás de mi capa. Ahí escondía mi espada y era imprescindible que mis movimientos fueran lo menos sospechoso posible.
- ¿Yo? Dime quién eres tú.
- Mi nombre... ¿por qué debo decírtelo, ah? – no sabía que pretendía, pero por si acaso, ataqué. Me giré, dejando caer la katana y contrarrestándola con mi espada. El roce de las dos espadas me permitió llegar hasta él, cuando hizo un rápido movimiento que no pude prever y me derribó. Esta vez no tuve tanta suerte, y me atravesó el hombro con la katana.
- ¡Maldito! ¿¡Quieres parar de atacarme y decir que quieres!?
Él sonrió y se apoyó sobre el mango de su arma, poniendo una de sus botas en mi estómago. Él era tan alto como la katana y me ponía nerviosa que se creyera superior. Pero en aquellos momentos me dolía lo suficiente el brazo como para reprimir mis instintos asesinos.
- Mmmm... Verás, escuché que persigues a un rubio de ojos azules, ¿correcto?
- Eso no es asunto tuyo, angelucho – respondí yo, indignada.
- Vamos, no te pongas así. Dime, ¿cuántos años tienes?
- ¿Crees que te lo voy a decir? Vas listo...
- Vaya, cualquiera diría que no estás amenazada de muerte. Puedo girar la katana y rajarte hasta el corazón – adoptó una postura muy rara y se acercó a mi rostro, infligiendo más presión sobre mi estómago y en mi mente.
- Dieciséis años.
Su rostro tornó a duda y después se retiró, sacando la katana de mi hombro. Sentir como el acero se deslizaba rápidamente, frío, por todas las capas de tu piel era, sin duda, una sensación tan desagradable como dolorosa. Me lo agarré instintivamente, cuando él me levantó con brusquedad y puso su mano sobre la herida. Un resplandor verde iluminó mi piel y después se desvaneció en el aire, como el dolor, la sangre y el corte. Estaba curada.
- Pensé que tu objetivo era otro. No... Éste era bastante más mayorcito que tú. No me gusta que me quiten mis presas, ¿entiendes? Bueno... no tengo nada más que decir... ¡Ah! Si ves a un chico por ahí... con el pelo rubio puntiagudo, cara de amargado y ojos azules... Dile que su oscuridad le espera.
Acto seguido, el desconocido emprendió su vuelo unialado y me dejó totalmente impresionada. ¿Pero qué...? Ni siquiera conocía a nadie con una descripción como aquella. Pero en fin... parecía que entendía de mi tema.
Caminé poco a poco, recuperándome por el shock, fijándome en que estaba empezando a llover. Era una buena noticia, las gotas mojaban serenas mi rostro, quitando el calor. De repente, vi una sombra al final del camino.
Tomé mi espada y, sigilosamente, corrí hacia el final del abismo azulado en el que me encontraba. Me detuve en seco, cuando me di cuenta de que era otro de esos encapuchados.
Se giró, probablemente había sentido mi presencia, y se llevó las manos a la capucha, descubriendo su rostro.
...jamás pensé que me iba a doler tanto el pecho al ver a alguien...
Su rostro era tan familiar para mí, que no sabía cómo describirlo. Era anguloso, con dos ojos rasgados y perfilados en negro y rojo de un color verde aguamarina increíble, con dos pintas negras bajo ellos. Los cabellos, de un rojo intenso, todos hacia atrás y en picos... Era tan parecido... a él...
Creí que aquellos momentos se hacían eternos. Dos desconocidos intercambiando miradas... como si fueran conocidos de siempre. No me atrevía a pronunciar ni una palabra, ¿qué podía decir en aquel momento? Me temblaron las rodillas y los labios, y quise echarme a llorar como una niña, mientras su mirada me escudriñaba. Parecía como si me reconociera de alguna forma... como si supiera quién era.
- ¿Réquiem? – pronunciaron sus labios, dejándome helada. ¡Su voz! ¡Era su maldita voz!
Justo después, miró a su alrededor, alertado, y desapareció en un halo negro. Corrí hacia él, intentando atraparle, pero era demasiado tarde. Había desaparecido en la lluvia.
Estaba tan conmocionada que ni siquiera me di cuenta cuando un disparo me atravesó la espalda y salió por mi pecho. Noté como mi cuerpo poco a poco descendía hasta quedar tumbado, cambiando mi visión del paisaje abismal. Sentí un líquido caliente fluir por mi pecho, pero no me preocupaba por ello. Desconocía la gravedad de la situación. Escuchaba algunos gritos evanescentes detrás de mí, pero no les prestaba atención. En mi mente solo quedaba la imagen de aquel joven desconocido... que tanto me recordaba a alguien muy especial para mí.
- Vaya... me he pasado...
- Joder, al final la has matado, León...
- No la he matado...
Aquellas desconocidas voces se entremezclaban entre las llamas rojizas de mi continua pesadilla, mientras todo iba quedando cada vez más y más oscuro. Finalmente, desperté.
Lo primero que noté fue que me habían llevado a un lugar extraño, no seguía en aquel cañón azulado. El ambiente caldeado y el olor a madera mojada me hicieron presentir que me hallaba en alguna de las pequeñas casitas que se encontraban a las afueras de Bastión Hueco. Sentía una ligera opresión en el pecho, causado probablemente por vendas o algún tipo de material similar, además de notar que no llevaba nada más. Arrugué la nariz y abrí los ojos, para descubrir donde había caído.
Un par de ojos azules separados con una cicatriz y con mechones castaños encubriéndolos me miraban con preocupación. También se encontraban otros dos ojos del mismo matiz, pero eran cabellos rubios los que tapaban a estos, mirándome más fríamente.
- ¿Lo ves, Cloud? La chica está bien.
Aquel llamado Cloud, que parecía ser el rubio, bufó y se alejó de mi campo de visión, mientras notaba unas cálidas manos en mi espalda incorporándome. Se trataba del otro chico, que me sonreía. Probablemente, era mayor que yo y lo confirmé al mirarle con detenimiento. Lo que más me sorprendió fue su colgante plateado en forma de león. ¿Se referiría a él la otra voz?
- Hey, ¿qué tal? Yo soy León – sí. Lo era -. Hubo un pequeño incidente y... bueno... te hemos traído aquí él y yo.
- Di la verdad. La disparaste sin querer, probablemente lo entienda – habló Cloud, con un tono de voz más que borde.
- ¿¡Tú me has disparado!? – repetí yo, asustada, pero por un momento me tranquilicé. Seguramente debió ser un accidente; no se dispara a los recién llegados así por así.
- Si... bueno... No fue adrede... – León parecía avergonzado, algo abrumado y con una gran culpabilidad -. Verás... es que Cloud y yo...
- Oh, hells. Eres un agonías – Cloud se acercó a mí nuevamente; tenía algo que me recordaba a alguien. Su forma de andar, la mirada... Era extrañamente reciente. Situó mi cabeza entre sus dos brazos y me miró fijamente -. Mira, así de claro. Sentimos mucho haberte disparado. Te vimos hablando con... cierta persona y creímos que eras aliada de él.
- ¿Aliada? ¿Yo? – no entendía nada -. ¿De quién?
- Pelo largo, plateado. Un ala negra. Sefirot.
Así que ese era el nombre de aquel que me había atacado antes. De repente, todo encajó. Las maneras de aquel Cloud me recordaban a Sefirot. "un chico por ahí... con el pelo rubio puntiagudo, cara de amargado y ojos azules...". No cabía duda, era él.
Pero... ¿ahora quiénes eran los buenos y quiénes los malos? En cualquier caso, siempre acababa atravesada o disparada. Vaya vecinos que me habían tocado...
Me escabullí de los brazos de Cloud y pretendí levantarme, pero noté que estaba en ropa interior. Mis mejillas tomaron un color rojo encendido y volví a taparme con el edredón de la cama en la que había estado reposando, cuando escuché, por fin, una voz conocida.
- ¡Ya te he dicho que si que me conoce...!
En aquel momento, prorrumpió en la habitación Night, cuyo rostro era angustioso. Al verme despierta, corrió hacia mí, golpeando sin querer a Cloud y abrazándome. A pesar de estarme dejando doloridos todos los huesos, sentía que aquel abrazo era de lo más confortable.
- Em... León, gracias por curarme – intenté hablar yo, aun atrapada en Night -. Verás, yo no tengo nada que ver con ese Sefirot... Solamente hablábamos. Además, creo que... ya estoy en buenas manos.
- Me parece muy bien. Siento que nos hayamos tenido que conocer en tales circunstancias – respondió León, amablemente. Le entregó a Night mis ropas, mientras él me cogía en brazos sin darse cuenta de mi embarazoso estado -. Espero que nos volvamos a ver.
- ¡Probablemente! – respondí yo cordial, saludando con el brazo, mientras Night nos hacía desaparecer en una nube de humo negra, cubiertos con su capa.
Al volver a aparecer, caminó en silencio hasta mi habitación y me depositó sobre la cama sin pronunciar palabra. Dejó las ropas a la vista y cerró la puerta.
Aquel comportamiento suyo me dejo algo helada. ¿Qué le sucedía? Procedí a ponerme otra vez la ropa; primero la camiseta verde y negra, con cuidado de la herida del pecho... Después los pantalones rosas, que por suerte ya no estaban tan sucios. Mi chaqueta negra y mi capa blanca, con las dos hombreras metálicas y redondas en su sitio. Me olvidaba de las botas, con pequeños adornos plateados.
Cuando salí, Night estaba en la terraza. Las puertas estaban abiertas, por lo que me acerqué con sigilo y rodeé su cintura como pude, apoyando la mejilla en su espalda. Sabía que estaba triste, no sabía por qué. Lo presentía. Escuché un suspiro ahogado y le di la vuelta como pude.
- ¿Qué te ocurre? – pregunté preocupada. No había visto a Night de tan triste manera desde hacía mucho tiempo.
- No es nada, tranquila... – intentó, sin conseguir nada. Alargó su mano hasta mi mejilla y la acarició con dulzura, intentando esbozar una sonrisa, pero después siguió mirando al cielo, con un gesto difícil, como si algo le impidiera sonreír.
- Es por lo de esta mañana, ¿no? Son gajes del oficio, no deberías preocuparte por mí, soy mayorcita...
- Pero no quiero que te pase nada, ¿lo comprendes? – la dureza se marcaba en sus ojos, azules como la noche -. Eres lo único que tengo... No quiero perderte...
- No lo harás, tontorrón. Además, me han encargado un trabajito ya. Estaremos bien otra vez, nadie nos separará, ¿recuerdas? Teníamos una promesa... Los dos seríamos nuestro hogar.
Apoyé la cabeza en su pecho, mientras me dejaba mecer por el viento. Aquellos momentos eran eternidad...
Si me hubieran preguntado si estaba enamorada de Night, no sabría qué contestar. Lo que sentía por él era algo más que amor, era como un sentimiento tan fuerte que nada lo podía igualar. Si no estaba cerca de él... me sentía muy mal. Y le pasaba lo mismo a él... Todo desde aquel fatídico día... hace dos años atrás.
Eran sombras, y no otra cosa lo que se movían por los pasillos marmóreos de aquel antiguo castillo. ¿Cómo recordaba aún eso? Mi subconsciente me jugaba malas pasadas.
El tenue resplandor de los candelabros acompañaba al sonido de mi vestido, de estilo gótico, por aquel momento vivía en una dimensión diferente. Lo que exactamente no recuerdo es como aparecí allí, supongo que el destino me llevo a ese mundo de eterna noche. Sabía que estaba en peligro, no sabía por qué. Probablemente por la serie de retratos que colgaban de las paredes, con unos amenazantes colmillos que salían de sus labios superiores. Me escudriñaban con sus miradas inmóviles, cobrando vida en las sombras. Entonces, lo oí.
Era un grito desgarrado, de dolor, de agonía. Era tan triste que tuve que seguirlo a toda costa. Me arremangué el vuelo de la falda y corrí hacia el fondo del pasillo hasta dar con dos puertas de madera tallada de nogal. Las abrí con temblor en mis manos y presencié la escena que apareció ante mis ojos.
Un joven, de cabellos rubios albino, estaba tendido en el suelo, con su cuerpo lleno de magulladuras y cortes, así como algún disparo. Sostenía un trabuco en su débil mano, con su pulso fallándole, mientras otra figura le miraba desde una ventana cercana. No pude ver su rostro, solo veía su silueta dibujada sobre la luna llena.
Me dispuse a socorrer al joven, cuando vi que este no era más que otro vampiro que moraba en el tétrico castillo. Pero este tenía algo de diferente. Cuando me acerqué, sus ojos, de un matiz violáceo, se iluminaron y sus labios dibujaron una sonrisa. Era como si ya me conociera, de una manera extraña.
- ¿Te encuentras bien? – pregunté, aunque la respuesta era obvia.
- Ghn... Creo que no... – murmuró él, soltando el trabuco en el suelo y cerrando los ojos por el dolor.
- Te sacaré de aquí como sea. Pero antes necesito que te levantes.
No podía con él. No sé cuanto pesaría en aquellos momentos, pero yo era mucho más débil que ahora. En un vano esfuerzo, me desplomé de rodillas en el suelo, hiriéndome con el filo de su espada a medio envainar. No era un corte demasiado profundo, pero si lo suficiente como para hacer sangrar mi muñeca. "Sangre..." pensé yo, mientras acercaba la muñeca a los labios del vampiro herido.
Él tomó mi brazo con fuerza y comenzó a beber de mí, haciéndome sentir cada vez más y más débil. No soportaba aquel dolor que se producía, pero notaba como él cada vez estaba más fuerte.
Finalmente, se levantó, dejándome en el suelo dolorida. Me tomó y se acercó a la ventana, aun con mi sangre en sus labios y su barbilla.
- ¿Quién eres? – pregunté, mareada.
- Yo soy Night. ¿Y tú?
¿Quién era yo en aquel momento? Aquella pregunta era muy complicada para mí. Me limité a apartar la vista y a callar, cuando él rió enérgicamente.
- Tú, tú eres la melodía que me has despertado de la muerte... Tú eres Réquiem.
Me agradaba recordar aquellos primeros momentos con el bueno de Night. Entramos nuevamente en la casa y aquella noche Night cuidó de mí toda la noche. Lo normal era que durmiéramos en habitaciones separadas, él siempre lo quería así, pero en aquellos delicados momentos era cuando más precisaba que estuviéramos cerca. Por tanto, mientras dormíamos, as manos unidas. Nunca deseé soltarme de su mano...
