Los personajes de Inuyasha son propiedad de Rumiko y no mios, por desgracia.


Capitulo 1;

La ciudad prohibida

Kagome dudaba haber estado mas nerviosa que en ese momento en toda su vida. Tanta era su ansiedad, que su estomago se revolvía en esa ya conocida sensación de nauseas que la invadía cada vez que entraba en pánico. Casi siempre iba acompañado de las molestas manos sudorosas y luego continuaba con un incomodo mareo que terminaba en la expulsión de su almuerzo por la boca, dejando un nada lindo charco viscoso en el piso… o donde cayera.

Sacudió la cabeza, negándose a perder el control en ese momento. No vomitaría, no en ese lugar, en la carroza que compartía con varias muchachas de mas o menos su misma edad y quienes probablemente la estrangularían si se atrevía a ensuciar sus sencillos vestidos con sus fluidos involuntarios.

Se obligo a respirar hondo y conto hasta diez.

Mala idea, porque ahí dentro no olía muy bien. ¿Quizás alguien tendría problemas de gases por los nervios?

Era una posibilidad. Una que aumento sus nauseas. Se llevo una mano a la boca queriendo detener un reflujo… Dios, realmente iba a vomitar…

—Permiso para ingresar, Señor. Traigo a las chicas nuevas de la Señora Mei. — la distrajo la voz del conductor de los caballos afuera.

El interior de la carroza se lleno de murmullos y grititos ahogados, llenos de ansiedad contenida.

Kagome trago fuerte y puso su mejor sonrisa, esperando no verse tan verde como se sentía. Acomodo sus manos delicadamente en su falda, al igual que sus compañeras.

La inspección de seguridad no fue tan larga como imagino. Un par de guardias se asomaron para verlas y fue todo. Antes de darse cuenta los caballos volvieron a andar y una extraña sensación de emoción e incredulidad la invadió.

No podía creerlo. Al fin… ¡Estaba entrando!

Se abalanzo a la pequeña ventanita de la carroza, intentando hacerse un espacio entre medio de las cabezas de las jóvenes. Sus compañeras gimieron, suspiraron y gritaron. Ella contuvo la respiración. Y tuve la extraña sensación de que el tiempo dejaba su curso normal.

El paisaje pasaba extremadamente lento a través de sus ojos, y aun así, no era suficiente para terminar de recrearse en su belleza.

¡Era inmenso! Y sumamente hermoso… los arbustos minuciosamente recortados en forma esférica cubrían el lugar hasta perderse a la vista. Así mismo los arboles y los coloridos capullos que se abrirían pronto anunciando el inicio de la primavera. Diviso un hermoso puente de piedra que atravesaba lo que debía de ser un lago y un poco mas allá pudo ver una pagoda asomando su tejado de estilo tradicional.

El clima parecía mucho mas agradable ahí e incluso el sol brillaba con mas fuerza.

Todo parecía tan irreal… pero ahí estaba, en el paraíso oculto, rodeada por las grandes murallas rojas; la mismísima Ciudad Prohibida.

Si alguien le hubiese dicho alguna vez, que a sus diecisiete años, tendría la posibilidad de entrar, jamás lo hubiese creído, después de todo, la Ciudad Prohibida era la casa del Gran Emperador y su familia. Solo la realeza y su corte vivían ahí y no se permitía el ingreso de nadie exceptuando a los nobles de otros reinos aliados.

Para una chica pobre y sin ningún titulo como ella, la sola idea de atravesar esa puerta, era impensable.

Hermoso, imponente, lujoso, inalcanzable… no alcanzaban a describirlo.

A lo largo de su vida había escuchado toda clase de historias acerca del hogar del emperador, las cuales le producían una inmensa fascinación desde que era una niña.

Se decía que las personas no volvían a ser las mismas una ves que entraban. Como Lua Tsu, la sobrina del mejor amigo del papá de Xen, uno de los amigos de su hermano, Bankotsu. Se rumoreaba que la mujer lloro largas semanas luego de ser despedida y se vio obligada a volver a su antigua vida en los barrios del pueblo.

"Es como volver a la tierra, después de estar en cielo" lloraba ella.

Por eso, cuando escucho que estaban reclutando nuevas doncellas para servir en Palacio, no lo dudo ni un segundo.

Aunque nunca imagino que seria tan difícil, ni que tendría que pasar por tantas pruebas para lograrlo.

El personal de la familia real debía ser escogido rigurosamente, por lo que eran muy exigentes. Pero ella era afortunada. A pesar de su humilde procedencia, recibió una buena educación de sus hermanos.

Kagome a diferencia de la gran mayoría de las jóvenes de su edad, podía leer casi todo el alfabeto chino e incluso entender algunas oraciones. ¡Hasta sabia sumar y restar! También ayudaba a Suikotsu en su labor de doctor en sus ratos libres.

Poseía un humor ingenioso y una gentileza que agradecían sus pacientes. Incluso su belleza destacaba frente a las otras muchachas. Su figura era delgada, pero curvilínea. El largo cabello negro caída en ondas a diferencia de los lacios mechones de la mayoría de las chicas chinas. Y su hermano Suikotsu solía decir que tenia los ojos del color del cacao.

Con tales cualidades sus hermanos guardaban grandes esperanzas de concretar un matrimonio ventajoso para ella.

Pero Kagome tenia otros planes, unos un poco mas ambicioso; ¡Moría por conocer la Ciudad Prohibida!

Quería verlo todo con sus propios ojos; los jardines, los lujosos salones, a las hermosas concubinas, ¡Incluso respirar el mismo aire que el emperador!

Sintió que podría explotar de felicidad cuando le informaron que tras la tercera prueba, era lo suficientemente calificada para servir a la familia real.

La carroza se detuvo finalmente y el cochero no tardo en abrir la puerta de madera para indicarles que ya podían salir.

Kagome fue la ultima en bajar.

Sus pies nunca habían pisado un suelo de mármol como el que tenia a sus pies, muy distinto a la tierra y piedras que cubrían los suelos de su hogar. Las higueras sagradas cubrían todo con sus grandes hojas alrededor del jardín. Solo había visto aquellos arboles centenarios en los libros de su hermano, pero aquí se encontraban por doquier. Se consideraban el símbolo de Buda.

Era fácil pensar que podría estar soñando, incluso se pellizco el codo para asegurarse.

Pero, al igual que en los sueños, la noción del tiempo parecía perderse en el espacio, junto a las fuentes de agua, los arboles, el césped, el sonido del viento y los rayos del sol…

Aun así, todo lo que sucedió después, lo recordaría como una serie de eventos atropellándose entre si. De la misma forma en que se agolpan en tu mente los recuerdos de un sueño al despertar por las mañanas.

Una mujer de mediana edad y rostro severo las recibió. Se presento como Mei Min, la encargada de las criadas del Sector Oeste del Castillo.

Tan sumida en su incredulidad de estar en la Ciudad Prohibida, no escucho gran parte de lo que la mujer decía, sin embargo su atención volvió cuando Mei se paró frente a ella y dijo:

— Las Reglas de la Ciudad Prohibida son estrictas. Un movimiento en falso y ser expulsadas será lo mejor que pueda pasarles, créanme.

Su voz sonó con una autoridad tal que la hizo encresparse y supo que decía la verdad. Sintió su estomago removerse nervioso y las nauseas volvieron.

La mañana paso mas rápida de lo que pudo procesar. Mei Min las llevo a un pabellón de tejado amarillo, mientras parecía recitar de memoria un manual de reglas tan gordo como los libros de su Hermano.

—… La hora de levantarse es a las cinco de la mañana, la hora de dormir es a las nueve de la noche. Se les dará una porción de arroz tres veces al día y las sobras de sus majestades. Si se les sorprende robando, serán expulsadas. Si se les sorprende peleando, serán expulsadas. Si alguna se atreve a desobedecer una de mis ordenes, será expulsada...

Kagome se sorprendió al caer en cuenta de la cantidad de razones que ameritaban una expulsión e intento recordarlas… sin demasiado éxito.

Luego aparecieron unas mujeres vestidas de amarillo y les entregaron a cada joven del grupo una túnica de algodón color lavanda con bordados de flores en amarillo en las mangas y la orillas de la falda. A juego traía una capita para cubrir su cabello. A pesar del sencillo diseño, era la ropa mas lujosa que Kagome había vestido en su vida.

Le causo risa verse usando lo mismo que las otras muchachas; con la túnica larga ocultando la forma de sus cuerpos y con el cabello cubierto en color lavanda era difícil diferenciarla a una de la otra.

La idea de tener como veinte gemelas en la misma habitación la hizo sonreír

Durante la tarde Mei Min las designo una a una a un palacio al que servir. Kagome espero ansiosa mientras las chicas eran llamadas por su nombre:

—Jin y Lin, servirán en el palacio de la Gran Emperatriz —sonaba la dura voz de Mei. — Anchee Lee y Su Lee servirán en el palacio del Principe Hiten, Kagome Higurashi al palacio de la Princesa Kikyo, Chuu Xan al palacio del Principe Miroku….

Antes de poder continuar escuchando Kagome fue llamada para seguir a un joven de túnica azul y cabello color del trigo, lo cual llamo profundamente su atención; no se veían cabellos distintos al color negro en China.

—Mi nombre es Hojo. Te enseñare el Palacio de la Princesa Kikyo y tus labores de hoy en adelante…—decía él con una sonrisa amable llevándola a través de los jardines imperiales. — La princesa cuenta en su servicio con seis eunucos, cuatro doncellas y tres cocineros. —La vista de Kagome se perdía en la belleza de los arboles y en la delicada arquitectura de las pagodas que servían de sombra para alguna que otra Dama de Palacio mientras era abanicada con plumas por sus lacayos.— Contaba con dos damas de honor, pero fueron castigadas al descubrirlas envenenando su comida. Tu serás su nueva Dama de Honor. La abanicaras durante las noches calurosas, velaras por su sueño y la consolaras cuando despierte por una pesadilla. Probaras su comida y beberás de su agua antes que ella para asegurarte que no este envenenada, la bañaras y la ayudaras a vestirse…

La voz de Hojo se volvió un murmullo detrás del sonido de los peces koi salpicando en una laguna cercana y el susurro de los pies en la hierba de los lacayos que cargaban el mas hermoso palanquín que hubiese visto en su vida.

Lo cargaban cuatro hombres; dos por delante y dos por detrás. La estructura con forma de prisma pentagonal tenia el techo similar al de las pagodas chinas. Era de la mas fina madera pintada en tonos rojizos y amarillos con los bordes en negro. Las esquinas tenían dragones tallados junto a los símbolos de la belleza y la juventud y a cada lado tenia ventanas con los marcos de oro.

Espero ansiosa a que el palanquín avanzara para que su vista alcanzara a ver quien podría estar dentro, pero las ventanas estaban cubiertas por una delgada cortina de seda y solo pudo ver la delicada silueta de una persona dentro.

Hojo se detuvo al no percibir a la muchacha nueva siguiéndolo y volteo a verla.

—Es su majestad; la Princesa Kikyo —Informo él al tiempo que agachaba la cabeza en una reverencia. Kagome sin poder cerrar la boca del asombro, lo imito con torpeza hasta que el palanquín seguido por los eunucos y doncellas desapareció.

Kagome mantuvo su posición sin estar segura de si ya podía volver a levantar la cabeza, cuando escucho una pequeña risita del joven guía.

—Se han ido. —dijo él— Llevan a la Princesa a su paseo de la tarde.

—¿Siempre realiza sus paseos en palanquín? —pregunto ella, sin poder creer que la princesa prefiriera quedarse encerrada en su pequeño castillo móvil.

—La princesa no acostumbra caminar —respondió Hojo amablemente— Su piel debe mantenerse inmaculada por lo que no puede dejar que los rayos del sol la toquen. Además, su majestad, El Emperador, es muy estricto. No permite a nadie mas que a su circulo cercano admire su belleza. Se dice que quien la mire directamente, caerá rendido a sus pies, tal así es su virtud.

—¿Es así de bonita? —pregunto ella asombrada.

—Por supuesto.

—¿Cómo es?

—Bueno, hermosa, sin duda.

— ¿Cómo es su rostro?

—Haría llorar a las mas bellas flores.

—¿Y sus ojos?

— Perfectos.

—¿Y su cabello?

—Un manto de la mas fina seda.

—¿ Y su voz?

—Aterciopelada como un roció de primavera.

El pequeño entrecejo de Kagome se arrugo con duda.

—¿Cómo es que El Gran Emperador le ha permitido verla? —se atrevió a preguntar ella.

—No tengo tal privilegio —contesto cortes.

—Entonces… ¿Cómo puede asegurar que es tan hermosa?

—Porque ella es la Princesa, por supuesto.

El joven castaño sonrió, como si estuviera explicándole a una niña porque el sol se oculta en el horizonte al atardecer.

—Continuemos con el recorrido. —sugirió Hojo retomando el camino por el pasillo.

Kagome lo siguió, preguntándose ¿Como alguien podría afirmar con tanta convicción que la belleza de la Princesa era tal sin siquiera haberla visto? Se le paso por la mente la idea de que quizás, no era hermosa. Si no todo lo contrario. Quizás tenia un lunar grande en la mejilla, como su vecina Kim o peor aun… ¡Una cicatriz! Quizás debía ocultar su rostro todo el tiempo por vergüenza… su curiosidad pico como nunca ante la idea de ver su rostro.

Sin darse cuenta se adentraron en un nuevo y flamante jardín, este era mucho mas bonito que los demás. Y estaba lleno de flores violetas. Al lado del estanque, en los arbustos cerca de las estatuillas, en el techo de las pagodas…

—Son Campanillas Chinas. — dijo Hojo—Las plantaron aquí en honor a la Princesa*.

El joven guía le recordó sus nuevos deberes a medida que se acercaban al palacio de la princesa Kikyo. Le indico que la servidumbre entraba por la puerta trasera, jamás por la delantera. Esa solo estaba permitida para la Princesa y la familia real.

—Y recuerda; jamás la veas directamente a la cara a menos que ella te indique que levantes el rostro. Es una osadía admirar su belleza sin su consentimiento. —dijo grave— Puede costarte los ojos.

Kagome se mordió el labio, asintiendo con esfuerzo. Hojo confundió aquel gesto con nerviosismo y no pudo evitar compadecerse de ella.

—No te preocupes. —dijo él— Se que puede sonar algo difícil, pero con el tiempo te acostumbraras. —Sonrió amablemente.

Ella le parpadeo, algo confundida, y él no espero su agradecimiento en respuesta.

Una vez dentro del palacio tuvo que obligarse a cerrar la boca por miedo a que Hojo la considerara mal educada, pero es que era la primera vez que pisaba un lugar tan… majestuoso…

El palacio era inmenso. Como tres o cuatro veces la casita que Kagome compartía con sus hermanos. Y aquí solo vivía una persona… además no habían demasiadas cosas. Los muebles y adornos eran pocos, aunque claramente lujosos, dando al espacio una mayor sensación de grandeza y sobriedad.

Las doncellas parecían sacadas de una hermosa pintura china, poniendo flores frescas en los jarrones, cambiando las cortinas y acomodando la mesita de la sala con un juego de Té .

—Si necesitas algo, puedes pedírmelo — fue lo que dijo Hojo, con inesperada amabilidad antes de marcharse.

Kagome sonrió agradecida sin imaginarse que ese seria uno de los pocos actos amables de los que seria testigo de ese momento en adelante. Sin embargo la joven aun pisaba sobre nubes y arcoíris y apenas noto la hostilidad con que la recibieron las doncellas y los eunucos. En cuanto Hojo se marcho, se apresuraron en mostrarle la habitación que compartían las criadas y a delegarle un montón de deberes que la mantuvieron ocupada el resto de la tarde.

Limpio desde los pisos hasta las ventanas de una sala, que según le dijeron, utilizaba la princesa para pintar. Por suerte, al parecer, Kikyo era pulcramente ordenada, lo cual le facilito enormemente el trabajo. Vivir con cinco hermanos la había preparado para lidiar con desastres mucho peores.

Realizo el mismo trabajo con el salón que la princesa utilizaba para practicar con sus instrumentos musicales y el que usaba para recibir visitas.

Kagome dudo fuertemente de la necesidad de tener una habitación distinta para cada actividad.

Sin embargo al tocar sus cosas no podía evitar pensar en la princesa, en como seria o en que pensaría mientras dibujaba. Un delicado sonido llenó la habitación cuando sus dedos rozaron las cuerdas del Guqin* y se pregunto si ella seria igual de delicada. Era la primera que veía uno. Era un instrumento costoso, digno de una Princesa. La madera era brillante y suave, incluso tenia los bordes cubiertos de oro. Tan distinta a la vieja y desafinada Pupa* que tenia en casa y que solía tocar para sus hermanos en las noches de verano…

—Su excelencia, la Princesa Kikyo, ya esta por llegar— le dijo una de las doncellas, sacándola de sus pensamientos.

La mujer también vestía color lavanda. Se llamaba Yuu y era la mas vieja de las criadas. Tenia un feo lunar uniforme en la mejilla.

—Debes preparar su baño —indico sin apenas mirarla, Kagome dudaba incluso que supiera su nombre— Tiene una cena en el palacio de su Majestad el Emperador. Asegúrate de prepararla a tiempo —ordenó Yuu dejándola nuevamente sola.

La sala de baño era una construcción aparte del palacio. Fue construido cerca del pozo y de la cocina, de esa forma estarían mas cerca del agua y de las calderas para calentarla. Tenia dos habitaciones; una grande ocupada por la bañera y una mediana que funcionaba como una salita para que la Princesa pudiera vestirse, peinarse y maquillarse. Tenia un hermoso tocador y el espejo mas grande que hubiese visto antes. ¡De cuerpo completo!

Preparar el baño fue mucho mas trabajo del que creía. La verdad era que ella misma llenaba su bañera en casa, asique estaba acostumbrada, pero definitivamente esa no era una bañera. Parecía un estanque en el que cómodamente cabrían ella y sus cinco hermanos. Y sus hermanos no eran para nada pequeños…

Lo peor fue que ninguna doncella se molesto en ayudarla a cargar los baldes de agua caliente.

Para entonces ya estaba agotada, despeinada y sudada. Pero su determinación era fuerte. La idea de que en unos momentos la Princesa se presentaría ante ella, de que la ayudaría desvestirse y a bañarse, de que finalmente la conocería en persona y podría ver su rostro de cerca la mantenía ansiosa.

Se acerco a un espejo para encontrarse con el desastre que un día de arduo trabajo podía dejar en una joven mujer. Aprovecho su soledad en la sala para utilizar un poco del agua caliente de la bañera y asearse un poco. Devolvió a su lugar unos mechones rebeldes que escaparon de la capita lavanda que cubría su cabeza.

No podía decir que fuera un día en el que su belleza resplandeciera, pero hizo lo que pudo para estar presentable para la Princesa.

Los sonidos de pasos la alertaron y se arrodillo presurosa al lado de la puerta. Espero pacientemente con la frente apoyada en el piso. Su corazón latía a mil por hora y la ansiedad amenazo con comerse su estomago.

Dios… realmente conocería a la princesa… ¿Y si era fea? ¿Podría evitar reírse si tenia un ojo desviado? O peor aun… que tal si era realmente hermosa? De ser así, ¿Seria capaz de quitarle los ojos de encima? ¿Y si la expulsaban por atreverse a mirarla directamente?

Se prometió tener cuidado. Seria discreta.

La puerta se deslizo con suavidad y vio cuatro pies entrar.

—Su baño esta listo su Majestad —escuchó la voz de Yuu, aunque esta vez utilizo un tono suave y sumiso. —Su nueva Dama de Honor la ayudara, mi Señora.

—Ya veo —dijo la aludida con un tono que denotaba aburrimiento— Retírate. —Ordenó con naturalidad.

La doncella se retiro cerrando la puerta a su salida.

Kagome, aun en el piso, se debatía entre mirar o esperar alguna orden. Pero la Princesa guardo silencio. Solo pudo oír el susurro de las ropas cayendo al piso.

—No te quedes ahí — Dijo la Princesa. Su voz era cristalina y fría como el agua de un rio— Quiero estar sola. No requiero tu presencia.

Por el rabillo del ojo vio unos pequeños y níveos pies caminar en dirección a la bañera. Sentía su cabeza pegada al piso. Apenas podía con la impresión. Ni siquiera había visto su rostro y su voz ya la sometía con su imponente tono.

No supo cuanto rato mas se quedo ahí como una tonta hasta que la Princesa volvió a hablar;

—¿Sigues aquí? — suspiro ella con el sonido del agua acompañando su voz— He dicho que te vayas.

—S-si, Señora. Lo siento, Señora.

Como un resorte, Kagome se levanto con torpeza. Recogió las ropas que la Princesa dejo caer en el piso y se encamino a la puerta.

Por el rabillo del ojo pudo ver su espalda cubierta de largo y lacio cabello negro, su piel era tan blanca como la leche.

El agua cubría hasta su cintura y como si el cabello le estorbara se lo hizo a un lado, dejando al descubierto su delicado hombro y la curva de su cuello. Era tan fascinante como una pintura y no pudo dejar de mirarla.

Como si pudiera sentir su mirada, Kikyo volteo ligeramente el rostro y, por una milésima de segundo, sus miradas se cruzaron. Milésima de segundo en que Kagome recordó que no estaba permitido mirarla… Huyo rápidamente a la habitación contigua.

Cerro la puerta a su espalda con el pulso loco por la adrenalina. ¡Había estado tan cerca de ver su rostro! Y tan cerca de ser descubierta mirándola… se sentía como un pequeño conejito que se retira justo a tiempo de pisar la mortal trampa de un cazador.

Respiro ansiosa, aun con el corazón latiendo fuerte y dejo el vestido usado en el lavadero.

Solo debía esperar un poco, la Princesa terminaría pronto y ella la vestiría y la peinaría como a una muñeca. Tendría mucho tiempo para verla de cerca… paciencia, Kagome, se dijo.

Las lamparitas de papel iluminaban la habitación, colgadas en las equinas y sobre la mesita del tocador. Justo ahí Kagome encontró un peine con una preciosa piedra azul en el mango y un exquisito tocado para el cabello. Tenia la forma de una flor de loto de oro y al centro una piedra roja. De los pétalos salían delicadas ramitas doradas de las que colgaban delgadas cadenas con cuentas rojas.

Era precioso.

Y casi se le corto la respiración cuando vio el vestido colgado en el soporte de madera. A juego con el tocador, de seda roja y ligera, tenia bordado a mano pequeñas flores, tallos y ramitas con hilos de oro; en el escote recto, las largas mangas y el cuello. Jamás vio algo mas hermoso… y mas costoso. Pensó en la cantidad de arroz que podría comprar con el…

Echo una ojeada a la puerta cerrada que la separaba de la Princesa y una loca idea paso por su mente. ¿Ella se tardaría un rato no… ?

Se quito la ropa lo mas rápido que pudo. La tela lavanda cayo al suelo junto a la capita del pelo. La intrepidez y osadía de Kagome para meterse en problemas ya era bastante conocida por sus hermanos, alegremente ellos no estaban ahí para regañarla o detenerla.

Pero es que ella era sumamente débil para resistirse a las tentaciones… y no todos los días tenias la oportunidad de usar el lujoso vestido de una Princesa. Seria solo un momento y su majestad apenas lo notaria.

Tal como lo pensó, el rojo le sentaba espléndidamente. El espejo se lo gritaba. Resaltaba el color de sus ojos y encendía sus mejillas. El corte del escote dejaba a la vista sus clavículas y se detenía recto sobre sus pechos. La tela caía justo debajo de la faja sobre su pecho con elegancia hasta el piso. Las mangas eran igual de largas y se cubrió la boca con ellas del mismo modo en que lo hacían las mujeres en los dibujos de los libros de su hermano.

Se sentía como una verdadera princesa y pensó en como seria su vida si fuera realmente una princesa. ¿Podría usar esa clase de vestidos todos los días? ¿Sus sirvientes prepararían su baño con agua caliente para ella? ¿Podría comer los manjares mas deliciosos de toda china? Podría hacer todo lo que quisiera todos los días sin preocuparse de trabajar para poder alimentarse durante el mes… seria amada y respetada por todos. ¡Incluso se casaría con un Príncipe!

Observo su reflejo y por un momento, deseo con todas sus fuerzas ser una Princesa… aunque fuera por un día…

Pero su pequeña fantasía se rompió tan pronto como empezó. El sonido de la puerta al abrirse fue el culpable. Sintió el corazón subir hasta su garganta y se congelo, horrorizada.

Ni siquiera sintió los pasos ¿Cómo era posible…?

Trago duro y giro la cabeza lentamente para encontrarse con unos ojos intensos, casi peligrosos.

Dios, estaba acabada.

—Majestad, su padre el Emperador solicita su presencia en palacio y… ¿Por qué tiene esa cara?

Kagome observo en visible estado de shock al hombre parado en el marco de su puerta. Era alto, esbelto y su cabello tenia un extraño color plateado. Sus ojos también eran extraños, eran del color del oro y la observaban cada vez mas impacientes. Con amplios pasos acorto la distancia hasta quedar frente a ella.

—Lamento haberla asustado con mi abrupta aparición —dijo él, aunque Kagome no detecto gota de culpa alguna en sus palabras.

El hombre tomo el tocado de la mesita y lo puso sobre su cabeza. Las cadenas tintinearon con gracia.

—Ya esta lista. Es hora de irnos —dijo él.

Pero Kagome no podía moverse o siquiera hablar. No era capaz de entender absolutamente nada y sus ojos instintivamente se dirigían a la puertita que la separaba de Kikyo.

El sudor comenzó a humedecer su nuca y las nauseas la invadieron. La princesa podía aparecer en cualquier momento… y la encontraría ahí, una simple criada osando utilizar sus ropas y sus joyas. Y seria castigada.

No era tonta. Era conocida la crueldad de los guardias imperiales… a los ladrones les cortaban las manos.

Sus ojos repararon en la espada que colgada del cinturón del hombre peliplata. Y no tuvo duda de que seria ejecutada ahí mismo.

Kagome considero fuertemente la posibilidad de arrojarse a sus pies y rogar piedad… quizás aun tenia tiempo antes de que la Princesa la descubriera… quizás él no la mataría, incluso podría sobornarlo…

—¿Se encuentra bien, su Alteza? — los ambarinos ojos se entrecerraron con sospecha, mas no preocupación.

Y Kagome lo noto por primera vez. ¿Acaso él la había llamado Su Alteza? ¿Existía la remota posibilidad de que la estuviera confundiendo con la Princesa?

—Y-yo aun no estoy lista —intento que su voz sonara firme, pero apenas salió un murmullo— Iré enseguida. Por favor adelántese.

Él la considero durante un momento que le pareció eterno. Kagome rogó a todos los dioses que se fuera. Así ganaría tiempo, podría volver a cambiarse. Vestiría a la Princesa y la enviaría a la cena y nunca mas se atrevería a intentar algo tan osado…

—De ninguna manera— dijo él. — Esta muy retrasada y su Majestad es muy impaciente. Debemos irnos ahora.

Su voz fue demasiado firme y temió meterse en mas problemas si no obedecía. Ella asintió y antes de darse cuenta ya estaban alejándose de la casita de baño.

Ahí dentro probablemente la Princesa ya estaría terminando su baño, sola y sin sus ropas… ¿Cuánto tardaría en llamar a otra criada o algún guardia? ¿Cuánto tardarían en comenzar a buscarla?

Kagome se urgió por inventar un nuevo plan y debía ser rápido o, antes de que apareciera la luna, su cabeza estaría rodando por el piso.


*Las campanillas chinas se llaman Kikyo.

*El guqin es el nombre moderno de un instrumento musical chino de siete cuerdas de la misma familia de la cítara. El guqin ha sido interpretado desde los tiempos antiguos, como instrumento preferido de eruditos e intelectuales por su carácter sutil y refinado.

* La pipa es un instrumento de cuerda pulsada tradicional chino parecido al laúd occidental.


Hola a todos! Buenas noches!

Aquí yo presentándome con un nuevo fic (juro que trabajo en la actualización de los otros)

Vi demasiadas imágenes de vestidos de princesas chinas y quise escribir algo así.

Si les gusto y quieren continuación, dejen su hermoso review. Actualizare cuando 5 personitas lo quieran.

Cariños a todas y nos leemos!