Capítulo 1
Aquella tarde en la que su pueblo fue destruido por un señor de la guerra, nunca imagino hasta donde podría llegar, sólo era una joven, la hija del medio de tres hermanos, no tenía nada en especial fuera de su altura y su carácter, pensó que su vida siempre sería la que su madre decidió para ella, lo usual, un buen esposo, hijos y un hogar, pero al ver sus manos llenas de sangre, junto a el cuerpo de su hermano asesinado, solo pensaba en venganza, nunca contempló las consecuencias, nunca contempló el alcance de sus actos, nunca pensó en lo que podria pasar después de tomar una espada por primera, pero aún así lo hizo, fue el destino que finalmente la había alcanzado.
En menos de diez estaciones su imperio se había extendido por toda Grecia, parte de Egipto e India, era la mujer más poderosa del mundo conocido, su palacio en Corinto era la estructura más impresionante que se podía contemplar. Había vengado a su gente, había instituido la justicia y había asesinado a cada señor de la guerra, a todos menos a ella misma.
Hoy en día era conocida como Xena La Señora Conquistadora, Reina de Guerreros y Gobernante de Sabios, sus políticas eran más incluyentes que las de sus predecesores, educación, salud y poderío militar siempre fueron sus pilares, tratando a hombres y mujeres por igual, si era capaz de pelear o de ayudar de alguna forma para Xena era más que bienvenido.
Durante las noches solía reprocharse viejas decisiones, y contemplar la soledad que la amenazaba, puede que ahora se sintiera satisfecha con compartir su alcoba con algunas mujeres ocasionales, nunca rameras, generalmente amores de una noche que conocía por casualidad, en su mayoría personas que no sabían quién era ella. Pero eso no iba a durar para siempre, no por el hecho de que necesitará casarse y engendrar un heredero, sino por que ella sabía que una vida sin compañía solo estaba vacía.
Así que cuando sus reproches eran demasiados, se vestía como uno de sus soldados o como una de sus doncellas y salía a la ciudad para tomar un trago, conocer lo que las personas decían de ella y que molestaba a su pueblo. Usualmente en esas pequeñas escapadas, conocía a sus amantes y terminaban haciendo el amor bajo la luna entre pieles cerca del castillo.
Y cuando el alba se acercaba, dejaba a sus amantes en sus hogares y regresaba al castillo para volver a sus funciones como regente. Nunca había sido descubierta, el castillo era demasiado grande, y estaba diseñado por ella misma, solo ella podría salir o entrar sin ser vista a través de los enormes pasillos oscuros.
Esa mañana,después de tener un fabuloso sexo con una pelirroja a las orillas de las aguas termales de Corinto, retorno a su alcoba y regreso a su ropa habitual, una falda no muy corta con adornos de oro, un chaquelo de cuero con el símbolo de su casa, que sostenía su capa de seda y botas militares altas, era parecido al uniforme de los emperadores romanos pero con su estilo personal, y sobre su cabeza la corona de Corinto, una hermosa y elaborada corona de oro, plata y piedras preciosas, parecía un rosal enredado en su cabeza tallado por los mismo dioses.
Siempre tomaba su desayuno en el jardín del palacio, a veces sola, a veces en la compañía de un amigo. En ese día en particular, la diosa Afrodita la acompañaría, era algo que aún sorprendía a todos sus sirvientes, la familiaridad con que la Conquistadora trataba a algunos dioses, los que no le temían, la trataban como la reina de todo.
-Hermosa mañana Afrodita, es un placer verte. Hablo la alta morena, recibiendo con un abrazo a la diosa que poco antes había aparecido en un destello de corazones.
Xena nunca había entendido esa extravagancia de la diosa, siempre dejando un rastro de su presencia, corazónes, flores o aroma a perfume, por algo el amor era así, estaba hecho por la más brillante de las diosas.
-Buenos días Xena querida, respondió la diosa.-Admito que este jardín es cada vez más precioso.
-Debo ocupar mi tiempo en algo más que en conquistar. Creo que ya comienzo a envejecer.
-Y... Hablando de envecejer, ¿has considerado mi oferta?
-Me siento halagada Afrodita, pero no creo que lanzarle polvo de amor a una chica para que se enamore de mi sea justo.
-Que aburrida eres querida, pero es tu decisión, así como yo decido comer de tus higos dulces, son una ambrosía.
-Los ordene para ti, se cuanto te gustan.
-Eres un amor querida.
Y ambas mujeres se sentaron, a hablar como viejas amigas, cada sirviente a su alrededor estaban murmurando por la familiaridad de ellas, todos menos un joven soldado de la Guardia Real, que había estado en silencio, solo estaba de pie sosteniendo un collar que colgaba de su cuello.
Al terminar el desayuno, Xena se dispuso a despedir a la diosa, pero esta en lugar de hacer su típico gesto de desaparecer se acerco al joven, que fue sorprendido por el acercamiento de Afrodita.
-¿Cuál es tu nombre, guapo?, habló la diosa acariciando la barbilla del joven.
-Marcus su deidad, respondió el hombre en voz baja.
-Tienes el olor del amor en ti, cubre tus hombros, tus manos y tus labios. Debe ser una chica muy afortunada.
-Yo soy el afortunado.
-¿Donde esta ella?, interrumpió Xena.
-Se encuentra en el pueblo Señora Conquistadora, la veo cada fin de semana cuando termina mi guardia en el palacio. Replicó Marcus.
-No me digas Xena que el servicio militar es obligatorio en tu reino. Eso no me agrada, regaño la diosa a la guerrera.
-No lo es Afrodita, nadie debe morir, ni servir por obligación. Le respondió la guerrera.
-Lo hago porque siempre quise conocer a la Señora Conquistadora, sus historias se cuentan desde que soy niño. También lo hago por el dinero, recalcó el joven.
Afrodita sintió que el joven hablaba con verdad, así que uso su poder para cubrir una rosa con magia de amor.
-Entregale esta rosa a tu amada y te prometo muchos años de amor y felicidad, es mi regalo por tu honestidad. Le dijo sonriente la diosa al joven antes de desaparecer.
-Entrega esa rosa hoy mismo, tienes el día libre. Replicó la morena y despidió a su soldado que corrió alegre a la ciudad a ver a su amada.
Xena por otro lado, observó en silencio las rosas que tanto cuidaba, no era que sintiera afición por la jardinería, solo buscaba contemplar algo hermoso, sus años de guerrera le habían dejado costumbres bárbaras, durante todo ese tiempo solo fue capaz de crear muerte y en el fondo se sentía cansada de ello.
Finalmente la morena se levantó de su asiento, y camino por los pasillos, directo a la siguiente reunión de generales que tenía, era algo que le molestaba mucho, la burocracia, pero ella sola no podía gobernar tantos lugares al mismo tiempo, debía tener gobernadores y lugartenientes a quienes molestar de vez en cuando.
Esos hombres usualmente eran ex guerreros o personas de poder que antes habían servido a otro reyes, al final todos se rendían o cuidaban de sus propios intereses, a la morena poco les agradaba esos sujetos asi que para mantenerlos a raya, solía llegar tarde a sus reuniones, desafiar las ideas tontas y castigar las malas desiciones.
Los saldados abrieron las puertas de la sala de guerra, y cada hombre quedó en silencio, mientras Xena entraba, era una mujer de 1.90 metros , de piel morena llena de cicatrices, ojos azules, músculos bien formados y cabellos oscuros largos hasta su cintura.
-Caballeros, bienvenidos. Díganme ¿como están nuestras finanzas?, replicó la morena.
-Su Majestad, hemos tenido una aceptación formidable de la nueva ley para que las niñas puedad aprender a leer. Informó el primer anciano de nombre Teodorus, era el gobernante nombrado para Egipto, hábil con la espada y con las palabras, no era muy alto pero se veía bien con su cabeza llena de canas.
-También Majestad hemos concedido todos los permisos para la libre religión en India, no abra más problemas entre creyentes y no creyentes. Interrumpió un soldado un poco mayor que Xena llamado Lion, era corpulento, alto y de pocas palabras.
Y así cada uno de los presentes le entregó buenas noticias a la Conquistadora, excepto el pequeño anciano del fondo del salón. Su nombre era Tiberius, y al parecer su problema requería atención especial.
-Señora Conquistadora, no hemos logrado extendernos hasta las montañas en Grecia del Sur. Esas... Mujeres han sido una molestia, murmuró el anciano.
-¿Que significa eso? Acaso el gran macho Tiberius no pudo con un grupo de, mujeres, respondió Xena.
La morena sabía quién era ese hombre, un patán del antiguo reino, machista, estúpido y presuntuoso. Odiaba a las mujeres fuera de su cama o su cocina y ahora se veía obligado a servirle, para ella fue un castigo más que satisfactorio, matarlo no sería divertido, y tenía demasiado poder en sus terrenos, al final por consejo de sus compañeros le dio una tierras en la frontera sur de Grecia.
-No son cualquier clase de mujeres, son amazonas su Majestad, esas locas de las montañas, han ido muy lejos.
La morena no estaba en la paciencia de aguantar a un ser como Tiberius, o sus comentarios fuera de lugar, así que tomo la oportunidad para cambiar algo y demostrar quien era. Le hizo una seña a uno de los guardias para que le entragara su daga, el hombre sonriente sacó la enorme arma de su cinturón y se la entregó a la morena.
-Me da a entender, Tiberius, que el puesto que se le ha concedido le queda más que grande.
-Pero Majestad, no hay general que se haya enfrentado y vencido a las amazonas, replicó el anciano.
Xena lanzó la daga, dándole a la silla, justo al lado de la cabeza de Tiberius, en un gesto de superioridad, provocando un sudor frío y el silencio del hombre.
-Un general que no puede cumplir órdenes es inútil, continuo la guerrera. - Queda destituido de su cargo, desde ahora y para siempre.
El hombre tartamudeando, trató de modificar la decisión de la morena, pero ella no era persona de aceptar tratos de quienes no respetaba, solo pidió a sus soldados que escoltaran al hombre a su hogar y que se le pagará por sus servicios y sus tierras, no lo volvería a ver aunque eso le costará más oro que el que muchos habían visto en su vida.
-Mañana partiremos al Sur, la mitad del ejército de Corinto me acompañará, conquistaremos a las amazonas. Y el hombre que se demuestre a si mismo en batalla será el nuevo regente de la zona. Ordenó la morena antes de retirarse del salón.
Todos comenzaron a murmurar por la decisión tan precipitada de la reina pero igualmente obedecieron, seguramente la mujer sólo deseaba recordar viejos tiempos con espada en mano.
Hasta ahora pocos se habían resistido a su ejército, la única excepción eran las amazonas, guerreras formidables, preferían la muerte a rendirse, no dudaba que causarán problemas, había conocido a varias de ellas antes, había convivido con ellas y luchado como ellas, solo la muerte las alejaría de sus tierras.
En el fondo se lamento tener que acabar con las guerreras, no quisiera hacerlo. Quizás si lograba convencer a la reina podría llegar a un acuerdo con ellas. De todas formas debía ir hasta allá, no era algo que pudiera evitar y comenzaba a aburrirse sin estar en batalla.
Camino sin rumbo por el palacio hasta llegar a su habitación, dejó la corona a un lado de la mesa, era hermosa pero comenzaba a pesarle, se acerco a su baúl y busco su uniforme de batalla, al principio solo usaba una falda y un corsé de cuero con adornos de metal pero al pasar los años cambió a algo más confiable, una armadura ligera que soportaba una flecha.
Y sus armas, sus adoradas armas. Su espada, en su funda,¿cuantas vidas había terminado esa espada?, cientos, quizás miles. Y su chakran, forjado por los mismos dioses, no había nada igual que causará tanto miedo en los hombres. Al igual que ella sus armas eran una leyenda.
Tomó asiento frente a la ventana y comenzó a afilar su espada como solía hacerlo de más joven, mientras bebía una botella de vino. Estaba ansiosa por la batalla, en el fondo. Puede que ahora buscará la paz primero pero sabía que la batalla era una opción y la deseaba, al igual que el día en que salió de Amphipolis en busca del hombre que le había quitado todo.
-Majestad, interrumpió el teniente entrando a la habitación de la reina.
-Angus, ¿Como van los preparativos?, lo recibió Xena con una copa de vino.
-Los soldados están entusiasmados por esta campaña, algunos aún no han visto batalla es pasión de jóvenes.
-Los más jóvenes no irán, sólo los experimentados. Las amazonas no son un grupo de campesinos con armas, son guerreras desde niñas y defienden sus tierras. Llevar a esos chicos sólo asegurará sus muertes.
-Majestad, en seguida daré sus órdenes. Y con una reverencia el hombre desapareció.
Angus era uno de los más confiables hombres de la guerrera, era de su mismo tamaño, con un cabello castaño, ojos pardos, brazos grandes y respeto por todos. La guerrera lo admiraba, solía pensar que si ella hubiera sido hombre seria como el, no solo por la facilidad con la que podía captar la atención de las damas, sino por su determinación ante los malos tiempos.
Era algo que la morena solía pensar con frecuencia, después de todo, los tiempo de paz hacian a los hombres débiles y los tiempos de guerra hacían a los hombres fuertes.
La noche previa a su viaje la morena quizo tomar un largo baño, no sabía cuando podía darse otro gusto como ese, así que tomaría todo el tiempo que quisiera para cuidarse. Su bañera era grande perfectamente para dos personas, sus doncellas la llenaron con agua tibia, y sirvieron vino, acompañado de postres delicados.
Su baño era llamativo y poseía espacio para muchas personas, usualmente sus doncellas pedían quedarse, algunas para disfrutar del vino y otras para conseguir al menos un beso de la morena. Sus habilidades en la cama eran tan grandes como en la batalla o al menos ese era el rumor que corria.
La morena cerró sus ojos y descanso su cabeza sobre el orilló de la tina, las mujeres a su alrededor hablaban entre ellas torpemente sin molestias, comiendo y bebiendo como nobles, a Xena nunca le había molestado esa naturalidad de sus sirvientes con ella, respetaba a las personas y entendía que a veces todo era mejor con una copa de vino.
-Señora Conquistadora, susurro una voz muy cerca de su oído.
-¿Qué sucede Alicia?. Respondió la morena a la joven rubia, y delgada que le acariciaba el cuello.
-Mañana marchará de nuevo en contra de sus enemigos y nos dejará a solas un tiempo. No es verdad.
-Así es.
-Bueno varias de nosotras queríamos saber. ¿Quién viajará con usted para atenderla?
Por alguna razón ser sirviente personal de la morena era un trabajo deseado. Esta ridículamente bien pagado y a diferencia de otros gobernantes Xena se ocupaba de sí misma sin ayuda de nadie mas. Sin mencionar que durante las batallas la doncella que le hacia compañía a la morena terminaba comprometiéndose con algun soldado de alto nivel.
Pero, el verdadero premio era la morena, una regente soltera y con sus habilidades, era la forma segura de ser consorte de la reina de todo el mundo conocido. Muchos sabían de los gustos por las mujeres de la reina y que a pesar de no tener heredero nombraría uno de algún otro modo, una vida sin maltratos y llena de lujos, cualquier persona desearía algo así.
-En este viaje nadie me hará compañía, concluyó la morena.
Prácticamente al mismo unísono se escucho un "uhhhh" de todas las mujeres a su alredor.
-Pero Majestad, ¿que haremos todo este tiempo sin usted?, replicó de nuevo la rubia.
-Mantener el castillo en orden. No pienso llevarme a nadie conmigo esta vez, será más peligroso que otras veces.
Y sin más Xena se levantó de la bañera, y se envolvió en una toalla, para encerrarse el resto de la noche en su habitación. No era que no quisiera compañía es su viaje o esa noche, solo estaba cansada siempre del interes, por una vez, quisiera no tener que ser la Señora Conquistadora. Así que solto su toalla al suelo y se dejo caer sobre las pieles de su cama, cerro sus ojos como si los párpados le pesarán, al cabo de un rato sintió una caricia sobre su mejilla, sencilla, tierna y suave, pero no quizo abrir sus ojos, sabía que sólo era un sueño.
