Esta es la primera vez que me atrevo a publicar algo escrito por mí. Pero desde que vi el final de temporada de esta serie supe que tenía que hacerlo. Paulina y María José me cautivaron desde el minuto uno, y esta historia empezó a tomar forma en mi imaginación y no he podido parar hasta ponerla en palabras. Creo que ese "no lo sé" final tiene mucho que contarnos, y que hay mucho que decir detrás de todo el dolor. Esta es mi pequeña aportación. Espero que la disfrutéis, y que comentéis todo lo que os parece. Espero ser puntual y responsable con las actualizaciones.

Esta historia ha sido directamente inspirada por una canción muy concreta que me gustaría que escucháseis antes de empezar a leer, y también (y si podéis y gustáis) al principio de cada capítulo, porque hay algo de ella en cada parte de esta historia. De hecho, su título está incluído en el propio título de este fic. En mi humilde opinión, es una maravilla que habla directamente para nuestras protagonistas: No sin ti - Borja Navarro ( watch?v=JLQ9orNTWnk)

Además, cada capítulo tendrá incorporada su propia banda sonora, que también podéis escuchar mientras leéis. Dice Augusto Ledesma, el antagonista de algunas novelas de César Pérez Gellida, que existe una canción para cada momento y un momento para cada canción, y para mí cada momento que relata esta historia tiene una canción que lo acompaña y lo describe. Hay una frase introductoria de esta canción al principio de cada capítulo. Dentro de algunos capítulos los personajes también disfrutan de la música, y también incluiré esas canciones al principio para que podáis escucharlas.

Bienvenidos a la paranoia que mi cabeza ha creado y gracias por pasar por aquí.

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. Son todos obra y milagro del genio de Manolo Caro. Yo sólo los tomo para pasarlos por mi imaginación y darles una pequeña vuelta.


Banda sonora: Se me olvidó otra vez - Juan Gabriel ( watch?v=g5rsnxJWNkM)

En la historia: The one that got away - Katy Perry ( watch?v=Ahha3Cqe_fk)


Para que tú, al volver, no encuentres nada extraño,

y sea como ayer, y nunca más dejarnos.

Probablemente estoy pidiendo demasiado,

se me olvidaba que ya habíamos terminado.


"La quieres. Maldita seas un millón de veces Paulina de la Mora, la quieres".

No había podido pensar en otra cosa desde que había salido de la casa de sus papás.

"La quieres". Pum. "La quieres". Pum. Pum. "La quieres".

Cada afirmación en su cabeza iba acompañada de un latido frenético de su pobre corazón, que amenazaba con abandonar su pecho en cualquier momento, y con un doloroso puñetazo al volante para paliar el estrés que le estaba generando el caos del tráfico en su desesperada huida hacia el aeropuerto. Ante ella el semáforo cambió a rojo.

- Ay no, no voy a alcanzar a llegar a tiempo.

El lamento escapó de entre sus labios mientras recostaba su cabeza contra el volante del todoterreno, en un intento desesperado por tomar aire y respirar para calmar sus nervios. "Inspira, Paulina, inspira, espira. Despacio".

"La quieres". Pum. "La quieres".

El semáforo recuperó el color verde y tan sólo un segundo después toda la fila de coches que la seguía hacía sonar su claxon enfurecido. Un coche la adelantó por el arcén y el conductor le regaló una maravillosa colección de lindezas al sobrepasarla.

- ¡Ya voy, maldito pendejo cabrón! - le respondió a gritos mostrándole su dedo corazón y pisando a fondo el acelerador -. Ay Paulina, ¿qué haces? Pues como que tú no eres así, ¿no? - se susurró a sí misma tratando de retomar el control, aunque era completamente imposible. Su madre había liberado un terrible huracán en su interior.

Pum. Pum. Pum. "La quieres". Pum. Pum.

Y, realmente, ¿qué estaba haciendo? Había pasado los últimos dos meses y medio encerrando a cal y canto en lo más profundo de su corazón una extraña llama que había luchado a muerte por prender por completo su alma desde el momento en que la había visto bajar del avión. Pero no podía ser, eso no podía ser. No importaba que la hubiera besado, daba igual que hubiera corrido a su lado para sostenerla en uno de los peores momentos de su vida, como si no hubiera pasado ni un sólo minuto de los años que las habían separado. No podía ser. Qué importancia iba a tener para nadie que Paulina hubiera creído sentir que la deseaba al verla cada día ponerse guapa y subirse a los tacones que ella nunca llevaría. "Guapísima", susurró un travieso pensamiento al atravesar su mente, mientras una sonrisa inconsciente se dibujaba en su rostro. "Tan tremenda ella, tan valiente la maldita". No era posible, no. Qué más daba que hubiera luchado cada día por no mostrar que ansiaba su cercanía, que disfrutaba de su compañía, que habría dado lo que fuera por haberla rozado inconscientemente un poquito más, que le habría encantado que la hubiese abrazado más fuerte cuando habían traspasado la frontera. Que la había besado, joder, la había besado. Y aunque no podía ser, de eso no había ninguna duda, quién iba a saber nunca que cada día le parecía absurdo que subiese a dormir junto a Bruno. Y que a ella se le hacía grande su propia cama porque sin permiso ni derecho sentía que echaba de menos tenerla a su lado a pesar de no haberlo vivido nunca. Y que se moría porque durmiese con ella, aunque nunca contempló la posibilidad de dejar que esa loca fantasía sin sentido saliese de su cabeza. Todo era culpa de su soledad, que había jugado cruelmente a confundirla. Una completa y absoluta estupidez. Una tremenda confusión que ya se le estaba pasando, porque sin lugar a dudas, no podía ser. Aunque la hubiera besado. La costumbre, no más, tal como ella señaló a la mañana siguiente. A nadie iba a importarle. Y nadie iba a saberlo. No podía salirse del guion escrito para ella. Nunca. Jamás.

"La quieres, Paulina". Pum. Pum. "La quieres".

Pero su corazón seguía latiendo desbocado al ritmo del mantra que repetía, y una lágrima comenzó a rodar tímida por su mejilla, liberando al fin una milésima parte de la tensión que mantenía sus doloridas manos engarrotadas alrededor del volante. El desvío al aeropuerto apareció al fin en la señal sobre la carretera y Paulina temió seguir rodando hacia él y cogerlo de verdad.

¿Podía quererla? ¿Era eso posible?

- Esto no está bien, claro que no está bien, Paulina. Esto no puede ser - el llanto amenazó con desbordarla y Paulina de la Mora detuvo su coche en el arcén justo antes de tomar el desvío -. No, no, no, no - reclinó la cabeza hacia atrás y masajeó sus sienes mientras apretaba los párpados para tratar de frenarlo.

Y su mamá. Virginia de la Mora, ejemplo de vida correcta y controlada, siempre sujeta a todas las normas sociales de comportamiento y educación, había tenido que hacer su aparición estelar más desafortunada en el momento más inapropiado que había podido escoger. Y pensando que estaba salvándola, sin duda. Como si ella sola no tuviera ya suficiente con tratar de mantener bajo control una vida desastrosa que se le estaba yendo de las manos. Como si no se hubiera esforzado lo suficiente, como si el muro de contención que había construido para quedarse dentro de su papel no tuviera ya suficientes grietas. Y se le ponía delante para hablarle de tonterías sobre el amor de su vida, sobre no escuchar los estúpidos prejuicios de la gente, y para pedirle a ella, ¡a ella!, que dejase de lado hacer siempre lo que debía e hiciese lo que quería. Como si su mamá supiese qué era lo que Paulina quería, cuando ni ella era capaz de comprenderse.

Pum. "La quieres".

Y se atreve a decirle que corra, que vaya a buscarles, que no pierda a su familia, que no se quede sola. La soledad llevaba tantos años siendo su fiel compañera que había olvidado lo que era no sentirla, aunque los últimos meses la habían forzado a esconderse en un huequecito invisible de su corazón y no había podido salir de allí hasta que pusieron fecha a su partida. Y hoy, que había llegado ese momento, se había apuntado la victoria con una fuerza brutal. El vacío que se había vuelto a instalar en su pecho casi no la dejaba respirar. Y, por eso, ¿qué había hecho Paulina? Correr. Fuera de la casa, hacia su coche, fuera de la ciudad, hacia el aeropuerto. Sin pensar, porque se estaba ahogando. Y ahora ahí estaba, entre sollozos entrecortados e imparables, temblando hasta la última de sus terminaciones nerviosas, sentada en un coche parado en un arcén que no sabía cuál era el destino hacia el que se dirigía.

- Ay, mamá… - el llanto la estaba sobrepasando, y era incapaz de tomar ninguna decisión, nada que le permitiese saber qué es lo que debía hacer.

En ese momento, previo al colapso total, su cerebro percibió la canción que la radio escupía de fondo. Katy Perry, grandes éxitos. Y ella no pudo hacer otra cosa que repetirse en voz alta las palabras que estaba escuchando.

- In another life… En otra vida sería tuya, mantendríamos nuestras promesas, te obligaría a quedarte. No tendría que decir que fuiste quien desapareció. The one that got away - los nervios hicieron que sus dientes comenzasen a castañear -. No, no, no, ¡no! - abrió con rabia la puerta del coche y salió fuera, porque no podía aguantar ni un segundo más ahí dentro.

El aire fresco golpeó su cara y pareció revivirla. Pero ella sólo podía pensar en seguir golpeando algo con fuerza, ahora el capó del coche, para que el dolor físico camuflase el emocional.

- Idiota, Paulina, idiota, idiota, idiota. ¡Eres idiota! ¿Qué mierda estás haciendo, eh? ¿Qué cable se te cruzó esta vez? ¡Idiota!

- ¿Todo bien, señora? - un coche se había detenido a su altura sin que ella lo notase, tan concentrada como estaba en su intensa tarea. El hombre la observaba con una expresión entre sorprendida y oportunista que no le gustó nada -. ¿Necesita ayuda?

A pesar de lo bochornoso de la situación, había un ápice de dignidad que no pensaba perder ni en cien mil años.

- Soy señorita, y, a ver, ¿por qué no se mete usted mejor en sus asuntos?

La mirada que acompañó a su respuesta dejó al conductor fuera de juego, y menos de cinco segundos después ya había seguido su camino murmurando improperios contra la loca amargada del arcén. A Paulina no le importó, porque tenía cosas más importantes en las que pensar, y el tiempo corría en su contra. Con toda su ira descargada y un fuerte dolor en su mano derecha, comenzó a pasear nerviosa en círculos.

- A ver, a ver, a ver - cerró los ojos y extendió los brazos en un nuevo intento por lograr que el oxígeno alcanzase sus pulmones - ¿tú qué quieres, Paulina? Piensa, ¿qué es lo que de verdad quieres?

"La quieres". Pum. "La quieres". Pum. "La quieres".

Ella le había querido a él. Con intensidad y locura. Hablar de simplemente haberle querido era sesgar completamente la realidad. Le había adorado ciegamente, se había entregado por completo, había sido su refugio y su salvavidas desde el momento en que le conoció, cuando solamente era una niña de 18 años que no sabía nada de la vida y él un joven brillante, estudiante de derecho, que tan sólo iba a pasar unos meses de estancia en México y finalmente tardó 15 años en marcharse de allí. Cuando José María apareció su mundo acababa de desmoronarse, porque había sabido de la doble vida de su papá, y toda su existencia le parecía una mentira. Él la salvó, y volvió a convertirlo todo en verdad, en algo mucho más real de lo que había sido nada nunca.

Había cambiado su vida. La había vuelto fácil, divertida, apasionante, una vida que merecía la pena ser vivida. Le había regalado magia y felicidad durante todos y cada uno de los días que había durado su noviazgo, y lo había aumentado exponencialmente cada día de su matrimonio. De su felicidad nació Bruno, que sin duda era lo más maravilloso y perfecto que podrían haber hecho juntos nunca.

José María siempre tenía una palabra, una sorpresa, un secreto o una aventura alocada preparada con el único fin de hacerla reír. Podía hacer que el tiempo se detuviera y sólo existieran ellos dos. Y por supuesto que no siempre había sido sencillo, porque ella no era precisamente una mujer sencilla, pero él se había empeñado con todas sus fuerzas en quererla y hacerla sentir la mujer más afortunada del mundo como nadie lo hará de nuevo. Y lo había conseguido, vaya si lo había conseguido. Ella pensaba cada mañana al despertar y encontrarlo preparándole el café a su gusto que era imposible querer a nadie más de lo que ella le quería, y aún así cada día sentía que le quería un poquito más que el anterior. Si en algo había creído alguna vez Paulina de la Mora con una fe ciega había sido en que juntos eran invencibles e indestructibles, pasara lo que pasara y llegara lo que llegara. Con él a su lado nada malo podía pasarle. Cómo se había arrepentido desde que se marchó de no habérselo dicho nunca antes, aunque eso no hubiera cambiado nada.

Pum. "Paulina, la quieres". Pum. "La quieres".

Precisamente por la locura con que lo adoraba no supo ver venir el desastre que la destruyó por completo. El dolor que la partió en dos y lo cambió todo por un insoportable vacío hizo que su historia desapareciera como si nunca hubiera existido y dejó que el odio lo infectara todo como una plaga, envenenándola hasta la médula. Ella dejó de sentir, y ellos dejaron de ser invencibles, dejaron de ser indestructibles, y simplemente dejaron de ser. Ya no había ellos. Él, que acababa de descubrirse como ella, no podía soportar cada día el desprecio y la decepción que veía en sus ojos, ni la tremenda soledad e incomprensión que comenzó a acompañarle cada vez que estaban en la misma habitación. Ella no pudo soportar ver cómo se esfumaba el amor de su vida y se convertía en traición y mentira, arrasando con todo lo que había vivido junto a él. El dolor tomó el control y cada acusación que se lanzaban fue un cuchillo que desgarró sus almas, hasta el punto de que perdió el sentido que tuviesen que forzarse siquiera a verse por Bruno, porque era demasiado sangrante para ambos. Y las dificultades y las trabas hicieron que la nueva ella decidiese abandonar definitivamente el país, y los kilómetros de por medio convencieron a ambos de que el libro estaba cerrado y sepultado, y que ya nunca tendría que volver a abrirse, por ninguna razón. El rencor se encargó del resto y así terminó una aventura que había sido maravillosa hasta que se convirtió en puro dolor.

Paulina se juró que nunca más volvería a ser débil, que nunca más sería vulnerable, que nunca más volvería a querer. Pensó que se había recuperado del dolor porque el odio lo había invadido todo, y ella siempre creyó que no había mejor señal que ésa de la poca importancia de alguien para su vida. Ni siquiera le echó de menos, porque su corazón se aseguró de grabarse a fuego que él ya no existía, que jamás volvería, como si estuviera muerto. Y bajo tierra. De este modo consiguió que su vida siguiera, sin demasiado sentido, encasquetada en lo correcto. Con una grieta casi imperceptible que la resquebrajaba de arriba a abajo y que la hizo más fría, más distante, menos ella y menos feliz. Pero viva, a pesar del desastre. Un desastre que jamás volvería a alcanzarla.

"La quieres".

Paulina frotó sus ojos para borrar el rastro del llanto. Se apoyó en el capó del coche, el mismo sitio que antes había golpeado con ansia, y cerró los ojos. Su pulso aún temblaba incontrolable.

¿Qué le había pasado? La debilidad que invadió su cuerpo en cuanto volvió a verla fue el signo inequívoco de que su presencia iba a traerle problemas. Pero la realidad era que, a pesar del terremoto que había desatado en su interior, en cuanto ella apareció todo había vuelto a ser fácil, de alguna forma mágico, y el tiempo había vuelto a detenerse entre las dos. Su maltrecho corazón supo ver en seguida que el odio que se había forzado a albergar en realidad no era tal, y que tras la cortina del terrible dolor que había sentido sólo quedaba una cosa. El profundo amor que aún sentía por él. O por ella. Dios, cómo la había echado de menos. Y qué más daba que hubiera cambiado, que por fuera no fuese igual que cuando ella la quiso por primera vez. Seguía haciéndola reír, seguía refugiándola, seguía siendo su salvavidas. Seguía siendo su persona favorita en el mundo porque aún sabía entenderla y cuidarla como nadie, por mucho que ella se hubiera empeñado en rechazar esa idea y negárselo a sí misma en los últimos días. Quizás su mamá tenía razón. ¿De verdad importaba tanto lo que los demás fuesen a opinar si ella quería a quien se supone que no debería querer?

Paulina sólo quería ser feliz de nuevo, eso es lo que ella quería, ahora lo sabía. Y qué le importaba a nadie cómo fuera ella feliz, si a ella lo único que le importaba era serlo. La habría besado un millón de veces en estos meses si se hubiera dado cuenta a tiempo de que la vergüenza era una estupidez para el deseo, y lo cierto es que ella la deseaba con todas sus fuerzas, y ahora sabía que no le importaba en absoluto que fuese una mujer y que quererla no fuese lo correcto, porque la realidad es que estaba tan perdidamente enamorada de ella como lo había estado durante tantos años atrás. O tal vez aún más, porque ahora además la admiraba por haber sido valiente para ser quien era en realidad. En su corazón se instaló la certeza de que podría volver a sentirse plena y completa, recuperando el trozo de sí misma que había perdido hacía ya años. Podría volver a ser feliz si era junto a ella. Dio un último puñetazo al capó mientras se incorporaba y se dirigía rápidamente al maletero del coche. Su corazón retumbó de nuevo en su pecho, con fuerzas renovadas.

"La quieres". Pum. Pum. "La quieres, la quieres". Pum. Pum. "La quieres".

Tacones para emergencias. No es que le encantasen, pero si es que llegaba a tiempo, necesitaba ser valiente porque iba a besarla. Valiente, como ella. Con los tacones de ser valiente. Cambió sus zapatos por los stiletto que guardaba en el maletero, cerró el portón y volvió a sentarse al volante del todoterreno. Mientras encendía el contacto, un pensamiento aterrador amenazó con volver a frenarla. ¿Y ella? ¿Qué diría ella? ¿Qué pensaría ella? ¿Qué sentiría ella por Paulina?

Las dos se habían hecho mucho daño, de eso no tenía ninguna duda. Se habían destruido mutuamente. El dolor y el vacío les habían ganado la batalla y ellas nunca se dieron cuenta de que sólo un frente común podría ganar la guerra. Y la perdieron. Ella había sido egoísta y dañina, había tratado de protegerse y defenderse desesperadamente, porque si iba a morir, lo haría matando y sin pensar en la otra parte. Lo sabía bien, y por eso le había pedido perdón, aunque eso no fuese a cambiar el pasado y aunque no aplacase la vergüenza de sí misma que sentía al pensar en su comportamiento de aquellos días. Había aceptado sus disculpas, cómo no iba a hacerlo, pero aún así ella no sabía si alguna vez conseguiría perdonarse a sí misma. Y, además, que la perdonase no implicaba que todo estuviese arreglado y desapareciera como si nunca hubiese sucedido, sino tan sólo que se cambiaba de capítulo en su relación. Al de "ser amigas", sin razones para revolver en el dolor de su vida pasada.

Aunque había venido hasta aquí cuando se lo pidió. Aunque la había besado.

- No cambió de corazón, Paulina, ella te lo dijo - sonrió al sentir que a lo mejor no estaba todo perdido. Vino, la mimó y la cuidó como siempre, se preocupó por ella como antes -, como poco al menos aún le importas.

No podría vivir el resto de su vida si no se arriesgaba, no ahora que había entendido qué era lo que necesitaba para ser feliz. No ahora que sabía que la necesitaba a ella. Pisó a fondo el acelerador y miró de reojo la pantalla de su móvil. Bruno le había mandado un mensaje apenas 3 minutos antes. "Ya casi alcanzamos el aeropuerto, má. Te voy a extrañar mucho, ven pronto a Madrid. Disfruta en la fiesta. Te quiero". "Ya voy, mi vida, no se suban al avión", le respondió mentalmente rodando a toda velocidad hacia la terminal de salidas internacionales. Un nuevo mensaje entró en su teléfono. Era su mamá. "No te pares, Paulina. Ella también te quiere, lo sé sin dudas. Corre, no los pierdas. Te quiero, hija".

Pum. Pum. "La quieres". Pum. "¡La quieres!".

- ¡Ay, mamá! - exclamó estallando en una carcajada. Sí que la conocía bien la pinche pendeja -. Gracias - susurró al infinito.

Al final de la carretera apareció por fin la entrada al aeropuerto.

- Allá vamos - no redujo ni una milésima la velocidad al entrar al ramal que iba directamente hasta la puerta -. Te quiero, María José. ¡Sí, TE QUIERO!