Disclaimer: El universo de Harry Potter pertenece a J. K. Rowling y a la Warner (Bros). La trama es mía, en cambio, no robes, no publiques en ningún otro sitio sin mi permiso expreso, ni siquiera diciendo que es mío y bla, bla, BLA. No escribo con ánimo de lucro.
SIRIUS LO HACE POR ELLA
Sirius es guapo, tremendamente guapo. Injustamente guapo.
Podría haber nacido feo y que en lugar de él ese pelo negro y esa mirada gris la tuviera Nott. O Travers. Avery mejor no, porque juega en el otro bando y volveríamos a estar en las mismas de antes, que son las de ahora. Y las de ahora no le gustan. No le gustan nada.
Porque ahora se ríe, se codea con ese chico de pelo oscuro, asfixia con su mirada al desarrapado de Lupin y, en definitiva, se pierde en un mundo rojo y dorado en el que jamás debería de haber entrado.
Bella juguetea con su pelo, tamborilea con los dedos encima de la mesa, rueda los ojos cuando oye una risotada demasiado fuerte o cada vez que Crabbe, Goyle, o CrabbeyGoyle mascan alguna que otra magdalena sin cerrar la boca y sorben el café dejándose una sombra oscura encima del labio.
Les mira. Les oye reír en esa otra mesa que es como otro mundo, y si pasea la mirada a su alrededor sólo encuentra cazurros. Está harta. Un poco harta.
Muy harta.
Así que se levanta de la mesa con el ceño fruncido y los nudillos algo blancos. Desaparece entre las grandes puertas del comedor con un revuelo de faldas y un bisbiseo furioso.
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-¿Oye, ese remolino no era tu prima? Ya sabes, la loca, porque tiene unas buenas piernas –James alza las cejas y compone una sonrisa que pretende ser insinuante.
-Morena, no demasiado alta y de ojos grises ¿no? Mejor no te acerques, que muerde.
Sirius rescata un trozo de pan de encima sus pantalones y lo junta con el mordisco que le acababa de dar la tostada. Como si nada.
Como si no tuviese un morado en el hombro, la marca de unos dientes con los incisivos muy afilados. Demasido afilados.
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-Llegas tarde -comenta.
-Y tu demasiado pronto.
-A veces Gryffindor no es tan divertido como dicen, las orgias son sólo los sábados -se estira, suelta un bostezo largo antes de volver a mirarla-, los rumores corren rápido.
-Ahá.
Y entonces se acerca a él, le susurra lascivamente algo sobre una orgia privada y se pega a su cuerpo. Sirius la coge por las caderas, ella le sujeta por el codo y le lleva hacia la pared. Se besan con mucha saliva, mucha lengua, muchos dientes y muchas maldiciones susurradas a media voz. Nunca resisten más de cinco minutos sin empezarse a insultar.
Para besarse intentan esperar a los diez.
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-Eso no es mío. –Bella señala un arañazo en la cadera.
-No, no lo es.
-¿Quién es ella?
-Remus.
Y Sirius gira la cabeza, aprieta los labios cuando sólo querría mirarla, sonriendo sobrado. Esta vez no ha desviado el tema, acusado a una Hufflepuff o llenado la sala con el sonido gutural de una carcajada. Ha elegido ya.
Y Bella le mira como si le fuera a comer. Si no supiese que tiene el culo tan helado como él -el suelo está frío, Albus prefiere gastar el presupuesto en otras cosas- y tampoco estuviese viendo sus bragas tres baldosas delante suyo, hasta le hubiese infundido algún respeto. Pero es que no lo hace.
Así que no se levanta cuando ella lo hace, sino que sigue en el suelo. Viendo la piel de sus muslos y las líneas suaves de su espalda. Los arañazos en el vientre que él mismo le ha hecho hace menos de diez minutos, las caderas generosas, la curva de su estómago. Y los brazos pálidos que rápidamente cubre con la camisa blanca, otra piel de tela que esconderá ese morado que se hicieron hace una semana en la Sala de Trofeos.
-No voy a volver.
Cuando Bella se enfada no grita, no gruñe, ni rompe nada, como cabría esperar.
Cuando Bella se va, Sirius lo hace por ella.
