Primero que nada, me gustaría aclarar que esto es una PSEUDO-traducción. Esto quiere decir que hay un fic igualito en inglés y que por lo tanto muchas cosas no me pertenecen. La razón por la que hago hincapié en eso de "PSEUDO" es porque también hay muchas cosas mías. Lo que quiero que entendáis es que la idea principial -el cambio de género entre los protagonistas y algunos detalles que saldrán adelante- le pertenecen a StoriesOfAnInsomniac y a su historia de The Mirrors of Eyes: The Outcasts. Dejaré el link en mi perfil para que, si os entra curiosidad, leáis la historia original.
Por otra parte, también me gustaría dejar claro que sí, vale, casi todo mi fic está basado en el suyo, pero tenéis que reconocerme el mérito de haber re-estructurado la historia, de cambiar ligeramente las personalidades de los personajes principales (para que se ajusten al argumento). Dicho esto, os dejo una última aclaración, aunque está dirigida sobre todo a aquellos que no son españoles.
Brutacio--Chusco
Brutilda--Brusca
Chimuelo--Desdentao
Patán--Mocoso
Estos son los nombres que en el doblaje cambian según sea el latino o el español. A continuación, os dejo los nombres de los personajes principales que han cambiado por el bien de la historia.
Hipo--Hallie
Astrid--Ari
Capítulo 1
Al abrir los ojos, Hallie "Hipo Horrendo" Haddock, la tercera de su nombre, pensó que quizás su padre había vuelto a intentar cocinar. El techo de su habitación, normalmente de un marrón pálido, estaba tapado por una gruesa cortina de humo gris. La última vez que su padre había hecho el amago de hacerse su propia cena, la casa entera se había llenado de humo. Le costó cerca de tres días deshacerse de aquel olor a hoguera y otros tantos para poder volver a utilizar su cocina: su padre era la única persona a la que sólo se le ocurría prenderle fuego a una hogaza de pan para calentarla.
Hallie echó las pieles que la cubrían a un lado de su cama dispuesta a controlar un fuego doméstico. Sin embargo, sus oídos adormecidos captaron un grito que la alarmó —: ¡Apagad ese fuego!
El grito provenía del exterior y, si no la engañaban sus sentidos, provenía del Gran Salón.
Eso sólo podía significar una cosa.
Hallie se apresuró a asomarse por la ventana y lo que vio confirmó sus sospechas: los estaban saqueando. Otra vez.
Una oleada de emoción le recorrió el cuerpo. No era que deseara un ataque de esos monstruos, pero tenía que admitir que había estado esperando esta oportunidad durante semanas. Su nuevo invento había estado listo desde… el último saqueo, si no se equivocaba y esa noche era la ocasión perfecta para comprobar si funcionaba.
Con los ojos todavía fijos en el pandemónium en el que se había convertido Berk, Hallie buscó a tientas su vestido verde y un chaleco de lana que la protegiera del frío primaveral de su aldea. Se tropezó con sus botas por no mirar donde pisaba y se hizo un enorme moratón en el muslo izquierdo al golpearse con la esquina de su escritorio. Pasaron varios minutos antes de que pudiera poner un pie fuera de su casa —habiendo comprobado que por ninguna casualidad su cocina estuviera en llamas— y confirmar sus sospechas. Rugidos guturales y alaridos agudos se escuchaban por doquier, y sólo había unas bestias en el mundo que pudieran emitir tales sonidos.
—Dragones.
Esos bichejos les hacían la vida imposible. Los últimos techos que había ayudado a construir estaban completamente destrozados y a juzgar por los belidos agudos que provenían de los corrales esos monstruos se habían llevado algo más que unos maderos. Una rápida ojeada a la granja más cercana le dijo a Hallie que, en efecto, los dragones habían tenido suerte esta vez y se habían agenciado al menos tres ovejas. En cada saqueo, los vikingos hacían todo lo posible por evitar tales pérdidas, aunque también iban a matar siempre que podían. Habían estado luchando con los dragones durante más de trescientos años… y lucharían contra ellos otros trescientos más si así fuera necesario. Los vikingos eran conocidos por su orgullo y cabezonería y esos ataques eventuales que sufrían no los echaría de esas tierras que durante generaciones les habían pertenecido.
Jamás dejarían Berk, esa pequeña isla bendecida por los Dioses donde las cosechas eran buenas y el clima no demasiado malo. Jamás dejarían su hogar aunque tuvieran que luchar noche tras noche con bestias capaces de lanzar fuego por la boca y devorarlos de un bocado. No. Marcharse de Berk iría en contra de toda lógica vikinga.
Hallie dejó escapar un jadeo cuando una fuerte explosión sonó demasiado cerca de su casa. A todas luces el ataque seguía concentrado en el centro del pueblo, demasiado lejos de su casa, pero Hallie no podía estar del todo segura. Los dragones, a pesar de su gran tamaño, también eran conocidos por ser sumamente silenciosos.
Una brisa de aire le revolvió el cabello cobrizo y la hizo reaccionar; allí parada frente a su casa estaba perdiendo un tiempo valioso. Hallie echó a correr, sin importarle que la falda de su vestido se le subiera y dejara sus muslos al descubierto. El sonido que hacían sus botas contra el suelo empedrado la hacían ir cada vez más rápido; necesitaba llegar a la herrería... Puedes hacerlo, se animó a sí misma. Puedes hacerlo, puedes hacerlo…
Al girar una esquina, Hallie chocó contra algo que bien podría ser una roca. El impacto la desequilibró y Hallie cayó sin gracia sobre su trasero, haciéndose daño en ese hueso tan inútil que sólo servía para hacerla sentir dolor.
—Oh…—Se quejó mientras se ponía de pie. Cuando estuvo de nuevo erguida, Hallie alzó la vista para mirar contra lo que había chocado. Se quedó pálida y sin habla al ver que era Ari, y no una roca, eso con lo que se había dado de bruces.
—Hipo. —La saludó retirándose el flequillo rubio de los ojos. Un ligero rubor tiñó las mejillas de Hallie y la chica, ahora también sin respiración, sólo pudo abrir y cerrar la boca como un pez incapaz de decirle nada. — ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no estás en la forja? Lo último que queremos es que Estoico se enfade.
Hallie ni siquiera tuvo la oportunidad de contestarle que el líder de Berk siempre estaba enfadado porque Ari la sorteó y se apresuró a ayudar a una mujer que intentaba apagar su casa en llamas. Los otros vikingos con los que tuvo la suerte de encontrase mientras corría hacia la herrería le dijeron lo mismo: Estoico el Inmenso se enfadaría de lo lindo si llegaba a enterarse de que no estaba a buen recaudo durante el saqueo. Siempre se enfadaba cuando alguien le contaba que la habían visto fuera de casa o de la herrería estando bajo el ataque de los dragones, porque Hallie era una chica muy torpe y tenía la tendencia de estropear las cosas allá por donde pasaba. ¿Qué ocurriría si Estoico supiera que estaba vagabundeando por las calles de la aldea? Ni siquiera se atrevía a imaginárselo porque ella se creía a pies juntillas ese rumor de que le había arrancado la cabeza de cuajo a un dragón cuando era sólo un bebé.
—Y hablando del rey de Roma…
Hallie dejó de correr en cuanto la imponente figura del jefe de la tribu se materializó justo enfrente de ella. Estoico llevaba puestas sus pieles de guerra —ligeramente chamuscadas, por lo que podía apreciar en la semioscuridad— y tenía su casco de vikingo torcido de tal forma que uno de los cuernos señalaba hacia adelante. También tenía el ceño fruncido, que hacía juego con sus labios apretados, y la miraba fijamente como si quisiera hacerla desaparecer sólo con el poder de su mente.
—Hola, papá. —Lo saludó con la voz más dulce que guardaba en su repertorio. Incluso se atrevió a esbozar una sonrisa, por si ablandaba un poco a su padre. Pero Estoico el Inmenso hacía honor a su nombre y se mantuvo impasible frente a sus encantos.
— ¡Hipo!—Hallie entrecerró los ojos ante el grito que profirió su padre. Retrocedió un paso e inclinó la cabeza para mirarlo directamente a esos ojos verdes que eran tan parecidos pero tan diferentes a los suyos. — ¡¿Qué estás haciendo…?! ¡¿Qué está haciendo ella fuera?!—Preguntó a un hombre que casualmente pasaba por allí. Lo tomó desprevenido, porque el pobre, que iba cargado con dos cubos llenos de agua, se tropezó y vació los barreños en el suelo. Estoico dejó escapar un suspiro exasperado y la agarró con fuerza de un brazo. Hallie crispó el rostro en una mueca de dolor y su padre, al verla, aflojó un poco el agarre mientras la arrastraba calle abajo hasta la forja. — ¡Vete dentro! ¡Y no salgas!
Bocón estaba enderezando la hoja de una espada cuando su padre la empujó dentro de la herrería y se marchó sin despedirse. El herrero dio un seco asentimiento como todo reconocimiento a su presencia y le señaló con la barbilla una pila de armas alto variopintas que necesitaban ser retocadas y Hallie se abalanzó sobre ellas como si la vida le fuera en ello poniéndose el delantal de cuero por el camino. El mandil le iba tan grande que las tiras que se suponía tenía que atar en la espalda se las podía atar justo bajo el pecho.
—Dichosos los ojos, Hallie. —Dijo Bocón después de unos minutos de silencio interrumpido de vez en cuando por algún que otro grito de guerra. Hallie por poco pensó que le estaba hablando a cualquier otra persona: todos en Berk la llamaban por el extraño nombre que su padre le había puesto en honor a su abuelo, muerto días antes de su nacimiento. Casi nadie se acordaba del nombre con el que su madre la había llamado la primera vez que la había tenido en brazos. —Creía que te habían pillado.
— ¿A quién? ¿A mí? —Resopló indignada mientras cargaba con un pesado martillo y lo llevaba hasta una pared —Estoy muy cachas para esos bichos. —Hallie soltó el martillo, que hizo un ruido sordo al chocar contra la madera. —No sabrían qué hacer con todo esto.
Hallie se pasó distraídamente las manos por la parte delantera de su vestido señalando su menuda figura con una sonrisa irónica. Aprovechó para quitarse algunas motas de ceniza de encima y se rió junto con Bocón, quien metió la hoja caliente en un cubo con agua.
—Bueno, necesitan palillos de dientes, ¿no?
En la forja no hubo más conversación. Bocón se encargó de las armas más delicadas mientras que Hallie sólo tuvo que atender los encargos que algunos aldeanos sudorosos y manchados de sangre les hacían. Eran arreglillos sencillos y rápidos, por lo que Hallie apenas tardaba unos cuantos minutos con cada uno. De vez en cuando echaba alguna ojeada al exterior y miraba con envidia a los otros chicos de su edad que ayudaban a Ari a apagar ese fuego por el que la había dejado con la palabra cuando se encontraron. Su trabajo, como todas las demás cosas que hacían, era mucho mejor que el suyo. Ella tenía que permanecer encerrada en la herrería o en su casa hasta que las cosas se calmaran. Ni siquiera confiaban en ella para apagar un fuego, si bien tenía que reconocer que ni ella misma se veía capaz de cargar con un cubo de agua durante más de diez segundos sin echárselo encima. De todas formas, ni aunque dejara de ser tan torpe su padre le daría permiso para unirse a los adolescentes en su lucha contra los dragones.
Hallie suspiró, apoyándose en la mesa donde trabajaba las argollas de matrimonio, y miró a su alrededor. Bocón había dejado una espada metida entre las brasas y había desaparecido como por arte de magia. Una sonrisa le curvó los labios antes de siquiera darse cuenta de lo que estaba haciendo; se irguió tan recta como pudo y volvió a revisar que no había nadie a su alrededor. ¡La habían dejado sola! Con la excitación haciéndole cosquillas en la piel, Hallie fue hacia la ventana. Estaba levantándose la falda para poder alzar la pierna cuando sintió que alguien la cogía del cuello de su vestido.
— ¡Ni se te ocurra, Hallie!
— ¡Oh, vamos!—Se quejó Hallie dando patadas al aire. Bocón la tenía sujeta en el aire, por lo que no podía apoyarse en nada para atestarle un golpe a él. — ¡Necesito dejar mi marca, Bocón! Mi vida mejorará inmediatamente si mato a un dragón. Mi padre me aceptará, los cuatro gatos que hay de mi edad me aceptarán y tal vez incluso pueda conseguir una cita en condiciones y todo…
—Has dejado tu huella, Hallie. Un montón de huellas donde no debías. —Bocón la dejó en el suelo (convenientemente alejada de la ventana) le dio un par de golpecitos cariñosos en el pecho para interrumpir el torrente de palabras que salía de su boca. Hallie tenía cierta tendencia a balbucear estupideces cuando se sentía nerviosa. —No sabes lanzar un martillo, Hallie. No sabes lanzar un hacha y mucho menos sabes cómo utilizar una espada…
— ¡Eso es mentira!—La última parte, al menos. Hallie no era tan inútil como la gente la pintaba. —Sólo será un minuto, Bocón. Sólo necesito un…
—Ni siquiera sabes lanzar esto. —Siguió diciendo Bocón como si Hallie no hubiera dicho nada. Agitó en el aire un par de bolas de aspecto muy pesado que estaban unidas por una cadena metálica y a Hallie se le iluminaron los ojos.
Era ahora o nunca.
—Ya, vale, pero esto…—Hallie corrió a quitar la manta vieja y roída que cubría su último invento. Era de madera y algo ordinario, bastante feo. Pero era útil. —Esto lo haría por mí, Bocón.
Hallie palmeó con cariño su máquina y sin querer accionó el mecanismo que disparaba las bolas encadenadas. Salieron disparadas por la ventana y, cómo no, le dieron de lleno en la cara a un vikingo —el mismo vikingo que había tirado antes los cubos al suelo asustado por su padre— que la fulminó con la mirada.
— ¡Lo ves!—Le señaló Bocón. —A esto es a lo que me refiero, Hallie. No estás hecha para matar dragones y si realmente quieres hacerlo… tendrás que cambiar todo esto.
Bocón señaló el diminuto cuerpo de Hallie con la mano que casi nunca utilizaba; el brillo metálico del garfio que remplazaba la extremidad del herrero hizo que Hallie se sintiera aún peor de lo que se sentía.
—Por si no te has dado cuenta, Bocón, acabas de señalarme entera.
No pudo evitar que el resentimiento se filtrara en su voz. Bocón alzó una ceja rubia, divertido quizás por la amargura que se reflejaba en sus palabras, y se encogió de hombros.
—Sí, Hallie. Tienes que cambiar entera. Ahora, afila esta espada.
Bocón le tendió una espada vieja a Hallie con la esperanza de que se entretuviera por un rato. Mientras obedecía, la muchacha no paraba de bufar y renegar por lo bajo. Algún día, se dijo. Algún día mataría a un dragón y dejaría de ser la desgracia de Berk. Encajaría en una aldea donde lo único que importaba eran las cabezas de dragones que coleccionabas en el desván y sería algo más que Hipo, el hipo de Berk, la hija inútil del líder de la tribu.
Hallie dio un respingo cuando alguien le tiró del cabello, quizás una llamada de atención por haber salido de casa sin trenzárselo. Era Bocón, que ya estaba preparado para la batalla y le pedía que se quedara allí, en la forja.
Quietecita y sin hacer nada.
—Lo digo en serio, Hallie. —Le dijo antes de gritar con todas las fuerzas que le daban sus pulmones y salir cojeando a toda velocidad hacia el centro del ataque.
En cuanto su grito se perdió en la lejanía, Hallie rodó los ojos y puso su plan en marcha; comprobó que las ruedas de su artefacto funcionaran bien —la última vez que las había revisado una de ellas estaba suelta— y tiró de él hasta que lo sacó de su esquina.
Era el momento, se dijo. El momento de pasar a la historia como la primera vikinga en matar a un dragón con un arma como aquella. El momento de demostrar su valía y enorgullecer a su padre.
El momento de dejar de ser Hipo la Inútil para convertirse en Hallie, la Inventora…
Hallie se tropezó al reírse por el nombre que se había puesto en su mente. Flaqueaba un poco, lo admitía, pero hasta ahora no había pensado seriamente en su título. En su próximo cumpleaños le asignarían alguno de acuerdo con lo que sabía hacer, así que las opciones tampoco eran muchas: Hallie la Herrera o quizás Hallie la Inventora, si tenía suerte. Hallie la Inútil si su plan fallaba aquella noche.
Intentó ir tan sigilosa como empujando su trasto, que chirriaba cada pocos segundos y crujía cuando tomaban alguna curva. Hallie ignoró a todos los que le gritaron que corriera a esconderse e incluso les dedicó una amplia sonrisa; no paró de empujar hasta que llegó al punto más alto de Berk, desde donde podía ver la aldea en toda su extensión y una gran parcela de la playa.
—Vamos a ver…—Susurró a la nada mientras posicionaba en el ángulo adecuado su arma. —Hoy tenemos Gloncles, Cremallerus Espantosus, Naders Mortíferos, Pesadillas Monstruosas…—Enumeró, haciendo un recuento de los dragones que había alcanzado a ver por el camino.
Tenía bastante donde elegir, a decir verdad. Cualquiera de esos dragones era una buena pieza si consideraba quién era ella. Pero necesitaba un dragón que no decepcionara a su padre…
Justo en ese momento, el silbido de un Furia Nocturna se escuchó por toda la aldea. Alguien incluso se atrevió a manifestar en voz alta lo que todos estaban pensando: estaban acabados. Hallie, que estaba muy orgullosa de su artefacto, no pudo evitar dudar de su propio invento. Sí, era bueno, mucho mejor que las versiones predecesoras, pero no sabía si era lo suficientemente bueno como para darle a un Furia Nocturna…
Las esquinas de su boca se elevaron incluso antes de que la decisión estuviera tomada.
Matar a un Furia Nocturna le aseguraría no sólo la aceptación de los aldeanos de Berk, si no también un lugar entre sus calles. Su padre no la vendería a otra tribu tras otro fracaso y le conseguiría un contrato digno que le permitiera permanecer cerca de él. Los chicos de su edad dejarían de meterse con ella… ¡e incluso el idiota de su primo dejaría de ser tan idiota con ella! Dejarían de…
Un cambio repentino en el aire le puso los pelos de punta. Estaba cerca, podía sentirlo. Hallie miró a todas partes a la desesperada, buscando algo que le permitiera apuntar para disparar. El brillo de las escamas, de sus ojos, de sus dientes… Algo que le facilitara la tarea de encajar con su tribu. Algo que le sirviera para poder convertirse en una vikinga de una vez por todas…
Y entonces lo vio, tan claro como si fuera de día. El dragón se había delatado lanzando una llamarada púrpura, alumbrándose el hocico… y dándole a Hallie la oportunidad de apuntarlo.
Y entonces disparó…
Y algo muy pesado cayó hacia los árboles.
— ¡Le he dado!—Chilló Hallie emocionada, casi sin creerse su propia suerte. Empezó un muy poco digno baile de la victoria alrededor de su artefacto, saboreando ya casi las palabras de orgullo que le dedicaría su padre. — ¡Le he dado!—Repitió. Le había dado al único dragón al que ningún vikingo se enfrentaría, al Furia Nocturna. Al diablo entre los diablos. — ¡Le he dado y…!—La sonrisa de Hallie se torció en una mueca de disgusto. — ¡Y nadie lo ha visto! Vaya por Dios…
Hallie dio una patada al suelo y varias ramitas crujieron bajo el peso de su bota. Hallie resopló, enfadada porque nadie había atestiguado su gran éxito, cuando lo escuchó: miles de ramitas crujiendo bajo un peso desproporcionado.
Y justo después, lo sintió. Su respiración cálida sobre su nuca, el hedor de la carne quemada a su alrededor.
Hallie se giró muy lentamente, temerosa de lo que podría encontrarse…
Y lo que encontró la dejó helada.
—Excepto tú, claro está. —Completó su frase anterior.
Mierda.
Hallie se echó a correr, gritando como una posesa, y el Pesadilla Monstruosa la persiguió, por diversión, corriendo, incendiando de vez en cuando el morro para que el calor de sus llamas le lamiera la piel de la espalda. Hallie apenas logró escuchar el grito de su padre furibundo; lo único que le importaba era poner la máxima distancia posible entre ese dragón y ella.
Corrió hacia la aldea hasta que las piernas le ardieron por el esfuerzo; alguien gritó su nombre. Bocón, que era el único que toda Berk que la llamaba así, la estaba guiando hacia un punto donde los hombres más fuertes de la aldea se habían reunido, todos armados.
—Oh, Dioses, Dioses, Dioses…—En algún momento de su carrera, Hallie había comenzado a rezar. Porque seguramente esos dioses a los que les estaba rogando tenían algo en su contra. — ¡Socorro!—Rogó cuando sintió el inconfundible olor a gas en el aire.
El Pesadilla Monstruosa estaba preparándose para derretirla.
— ¡Oh!
Hallie levantó los brazos para protegerse al tiempo que sentía que caía al suelo, pero alguien la cogió en el aire y la estrelló contra su musculoso pecho. Hallie sintió que se quedaba sin respiración y que toda la sangre de su cuerpo se le subía a la cara: no podía ni mover las manos, que habían quedado en una posición poco digna protegiéndole la cabeza.
— ¡Agáchate!—Le ordenó Ari con voz potente.
Y Hallie obedeció como si sólo existiera para hacerlo.
Hallie permaneció en el suelo tendida sobre su vientre hasta que los sonidos de batalla desaparecieron. No supo cuánto tiempo estuvo así, pero tuvo que ser bastante porque cuando le pidieron incorporarse, las piernas le dolían por la posición tan forzada en la que se mantuvo y sus pechos se quejaba por haberse apoyado durante tanto tiempo sobre ellos. Cuando le preguntaron si le dolía algo, sólo señaló que tenía agujetas en los músculos de las piernas.
Por nada del mundo iba a admitir lo de sus pechos.
— ¡HIPO!
El grito de Estoico el Inmenso resonó por toda la isla, Hallie estaba segura de ello. Incluso los dragones que se habían escapado de la furia vikinga parecieron asustados con la potencia que Estoico había puesto en una única palabra de dos sílabas.
— ¿Sí, papá?—Hallie tuvo que morderse la lengua para no comenzar a soltar comentarios sarcásticos y estúpidos. Su padre se acercó en grandes zancadas hasta ella y con una de sus manazas le rodeó el cuello, como si quisiera ahorcarla. Hallie estaba acostumbrada a ese gesto, pues además de utilizarlo para mantenerla quieta en un sitio a veces (muy pocas veces) también le demostraba así su cariño.
Pero algunos aldeanos que no presenciaban sus peleas día a día suspiraron con la esperanza de que Estoico sacrificara a su único retoño.
— ¡TE DIJE QUE TE QUEDARAS DENTRO! ¿QUÉ PARTE DE "NO SALGAS" NO HAS ENTENDIDO?
Hallie contuvo una mueca de asco cuando, entre tanto grito, su padre olvidó tragar y a su cara le llegó una gota de saliva.
—Sí, vale. Lo que sea. Le he dado a un Furia Nocturna…—Hallie intentó rodear con una mano la muñeca de su padre para que soltara su agarre, pero no pudo. Tuvo que utilizar sus dos manos (sus dos diminutas manos) y ni así consiguió que Estoico la soltara. —Esta vez va en serio, papá. He golpeado a…
— ¡YA BASTA, HIPO!—La cortó Estoico. —Es suficiente. Hipo, ¡esto tiene que parar ahora mismo! No puedo pasarme la vida preocupado porque estropees las cosas durante cada ataque que tengamos. Siempre que sales pasan todo tipo de catástrofes. Esto tiene que acabar, se acerca el invierno y ¡tengo una aldea entera a la que alimentar!
—Sobre eso, algunos podrían intentar comer menos…—Hallie se mordió el labio hasta que sintió el sabor metálico de la sangre inundarle la boca. Por cosas como esa se ganaba la enemistad de aquellos que podrían ser amables con ella.
— ¡Esto es serio, Hipo!—Continuó su padre. —Te necesito dentro, a salvo. ¿No lo entiendes?
—No puedo evitarlo, papá. Veo un dragón y…—La mentira se le atragantó a Hallie. —Y-y n-necesito matarlo, ¿sabes?
Estoico desenvolvió su mano del cuello de Hallie y retrocedió, cansado. Se pellizcó el puente de la nariz y respiró profundamente un par de veces antes de volver a mirar a su hija.
—Hallie, eres muchas cosas, cariño. Pero "Cazadora de Dragones" no es una de ellas.
Aquellas palabras significaron el fin para Hallie. Sintió que le escocían los ojos pero que, sin embargo, las familiares lágrimas que solían acompañar aquel síntoma no se presentaron. Se quedó quieta, en medio de la plaza de la aldea, hasta que alguien tiró de ella y la llevó a trompicones hasta su casa, probablemente bajo las órdenes de su padre.
No fue hasta que faltaban un par de minutos para llegar a la casa del jefe de la tribu que se percató de quién la acompañaba.
—Oh, eres tú. —Dijo al reconocer por el rabillo del ojo el perfil de Ari. El vikingo tenía la mirada clavada en el camino que llevaba hasta su casa, la mandíbula apretada, y un corte de aspecto muy feo en la mejilla izquierda.
—Sí, soy yo.
—No necesito que me acompañes hasta la puerta, ¿sabes? No me voy a perder. Y estoy segura de que no le prenderé fuego a la aldea por el camino.
Como tantas otras veces, porque Ari parecía ser su escolta oficial, Ari no respondió y continuó caminando a su lado con el rostro impasible. Detrás de ellos aún se podía escuchar el crepitar de algunos incendios que todavía no habían apagado y los eventuales gritos de los heridos desde la casa de los Thorston, donde vivía la curandera.
También se podían escuchar las órdenes que dictaba Estoico para arreglar el desastre que ella había causado.
Un suspiro lastimero se escapó de sus labios, llamando la atención de Ari.
—Se preocupa realmente por ti, Hipo. —Dijo, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos. —Lo creas o no…
—Y optaré por no creerlo.
—… se preocupa realmente por ti. —Terminó Ari. Hallie reprimió el impulso de darle una patada (y en lugar de dársela a él se la dio a una piedra que había en el camino) porque todo el mundo tenía esa dichosa manía de hacer oídos sordos a lo que decía. — ¿Por qué si no quiere que siempre te quedes dentro?
—Para que no pueda estropear las cosas que suceden fuera. —Respondió Hallie con simpleza. De reojo, pudo ver cómo Ari apretaba los labios en una fina línea. —Es tan simple como eso.
—Quiere mantenerte a salvo.
—Quiere mantener a salvo a los aldeanos de mí.
—No quiere que te ocurra nada.
—No quiere que nada le ocurra a su gente.
Ari suspiró con lo que a Hallie le sonó a derrota. A pesar de lo cansada y decepcionada que se sentía, no pudo evitar disfrutar de la incomodidad del vikingo al verse superado por alguien como ella.
—Soy un peligro andante y todos lo sabemos. —Continuó al ver que él no tenía respuesta. —Yo… supongo que mi padre me mantiene en la herrería porque Bocón casi siempre está conmigo y no me falta el trabajo. —Comentó desanimada.
—Pensé que te gustaba trabajar en la herrería.
—No es que no me guste. —Respondió Hallie con toda sinceridad. —Bocón me deja hacer mis experimentos siempre y cuando toda la faena esté hecha y me ayuda con las cosas más pesadas. Aprendo, me divierto, y sé que ayudo a la aldea con la confección de armas.
— ¿Entonces por qué no te has quedado hoy en tu puesto?
La curiosidad con la que Ari hizo su pregunta la dejó descolocada por un segundo. ¿Y a él qué le importaba? Quizás sólo quería sacarle información para después compartirla con el grupo y así tener algo más de lo que burlarse de ella. Inconscientemente se abrazó a sí misma y encorvó los hombros, dejando que largos mechones de su cabello le escondieran la cara.
Después, pensando que una burla más no significaba nada, respondió de todo corazón.
—Sólo quería ser alguien de quien mi padre no se avergonzara.
